“La ciencia es hoy el principio de autoridad”

Éric Laurent, entrevistado por Pablo E. Chacón

 

Eric Laurent pasó por Argentina, presentó su último libro, “El sentimiento delirante de la vida” (ediciones Diva), una paráfrasis de “El sentimiento trágico de la vida”, el clásico de Miguel de Unamuno que le sirve al francés de pretexto para argumentar sobre la mutación del concepto de tragedia en un planeta de cielos saturados de satélites, escaneado y vigilado donde el sujeto ha perdido las referencias y la desorientación es, prácticamente, la norma.

¿Por qué se refiere a Unamuno en el título de su libro?

Unamuno produjo un impacto particular en su época, entre las guerras. Y su proyecto era, precisamente, tratar de influir, de advertir sobre la segunda parte que veía venir, la segunda guerra mundial. Cierto que él pensaba en un modo de rearme moral, en un llamado que incluyera al sentimiento trágico de la vida, la finitud, la muerte, y no seguir soñando con el entusiasmo fácil de los años veinte a los treinta, los años locos, que se iban a apagar, y que se apagaron.

En la actualidad, ese sentimiento ¿ya no existe?

No es que no exista. Las tragedias no han dejado de ocurrir. El ejemplo más cercano es la crisis financiera global desatada en 2008. Es una tragedia enorme, una crisis financiera sin par, al interior de un sistema que está completamente desarreglado. Y es probable que haya más tragedias de este tipo y otras, insólitas, inéditas.

¿Como cuáles?

Catástrofes ambientales, humanitarias, pestes masivas… es lo que está pasando.

Sin embargo, usted piensa que el sujeto puede enfrentar este nuevo malestar.

Efectivamente. Pero para enfrentarlas, esta vez lo mejor no es un llamado a un nuevo orden moral sino despertar de ciertos sueños. El psicoanálisis puede ayudar en algo a este estado de las cosas. Situémonos. Estamos en una época posterior a la caída del principio de autoridad que se resume en una destitución del padre, las figuras clásicas, la autoridad. ¿Y qué queda en un mundo sin referencias? Bueno, el hecho de que todos estamos un poco locos. Y que es necesario inspirarse, también, en el esfuerzo que hacen las personas designadas o estigmatizadas como tales. A los locos, por no poder utilizar los instrumentos estándar, no les queda más remedio que inventarse creencias, delirios, instrumentos particulares, o a medida; no creencias comunes pero sí algo que les permita sostenerse en la vida. Lo que queda después de la caída de las grandes figuras, es inventarse creencias que permitan sostener el lazo social, no apoyándose en los discursos comunes pero transformándolos, como para inventarse ciertos sistemas, sin creer por eso que vaya a surgir una figura de autoridad que pueda rearmar la historia, no; un lazo social pero sin este viejo sentimiento de la existencia común.

Es decir, más cerca de la multitud de Toni Negri que de la psicología de las masas de Freud. 

Algo así. El lazo social del cual habla Negri es el de esta época. Es el lazo social de la multitud, que no se articula en un relato, una ideología global, pero que constata que el lazo social está fragmentado, y que esa fragmentación no es vivida, digamos así, como una tragedia.

Al contrario de lo que sucede en los consultorios.

En los consultorios y en el mundo. Las guerras del siglo XXI, que son cantidad, no tienen fin. Estamos entrando en un estado de excepción que parece no levantarse nunca; sólo se desplaza. Es una época extraña. La tragedia hace parte del cuadro común de la existencia, pero de una manera muy distinta a lo que fueron las grandes catástrofes del siglo XX. Este es un mundo militarizado. Y lo que caracteriza nuestro tiempo es haber salido de la ilusión de la historia cuando cayó el muro de Berlín, en 1989. Se pensó que después del enfrentamiento de los bloques se iba a producir una reunificación de la humanidad, como sucedió en la propia Alemania. Y sería el final glorioso de la historia pensado por Francis Fukuyama. Pero no, sucedió justo al revés. No estamos en el choque de las civilizaciones, como pensaba Samuel Huntington, pero sí entre catástrofes, guerras locales que se difunden, alteración de los derechos públicos… a su manera, en todos los países. Es esta crisis permanente la que teje nuestra existencia. Bien, no ignorar esta situación es uno de los objetivos del libro, y efectivamente, pensarla a partir de las tragedias que llegan al consultorio, donde cada vez más y más gente tiene que inventarse soluciones a medida para resistir a la pulsión de muerte, al goce invasor, a la relación adictiva que se tiene con los objetos de goce. Porque casi todo puede transformarse en un objeto de goce. Las viejas autoridades podían atemperar esa adicción, pero no funcionan más. Puede volverse adictivo el shopping, el tabaco, la droga, el sexo, todo puede tomar el matiz de una invasión.

¿Y entonces?

Y entonces la gente se inventa soluciones a medida. Pero de todas maneras, eso no ha hecho desaparecer los aparatos higiénicos, los discursos generales sobre las “malas costumbres” o el sanitarismo autoritario. Existe un derecho que esos discursos no contemplan: el derecho de cada uno a dañarse un poco, no del todo, sólo un poco.

¿Cómo entender esto que usted dice?

El problema es singularizar la posición analítica. En el mundo de la técnica, que es el nuestro, en el cual todo tiene que tener una función, el psicoanalista no es alguien que se ofrece como una herramienta útil. Y eso singulariza la posición analítica. Para ser claro: el psicoanalista trata de dirigirse a lo inútil de cada uno. Si se pudiera pasar de esas costumbres inútiles que nos invaden, sería extraordinario. Pero no es el caso. Es imposible separarse de esa parte oscura que nos habita; esa parte desdichada, maldita, como la llamaba Georges Bataille. Pero el psicoanalista tiene esa distancia sobre el discurso de la utilidad. Y tratar de transformar eso “que no va” en algo que vale es una tarea. Pero de lo “que no va”, tampoco es imprescindible separarse de una manera autoritaria. Hay que considerar a esa parte maldita como algo a lo que vale la pena dirigirse y hacer hablar.

¿Por qué cree que hay tantas mujeres en el psicoanálisis?

Está claro que el psicoanálisis es una de las invenciones del siglo XX de la cual las mujeres se apoderaron. Muy rápidamente, este discurso inventado por Freud se transmitió después por su hija, Anna Freud y Melanie Klein, que fueron las que inventaron la transmisión de ese discurso. En la Universidad de Buenos Aires, el 85 por ciento de las estudiantes de psicología son mujeres. Es un tsunami de mujeres, pero eso no significa que la cosa está arreglada. Las mujeres no son la solución a la crisis de autoridad global. Ellas no reemplazarán a la destitución paterna. Además, existen todo tipo de creencias: las vírgenes, la dama de hierro, que pudo parecer, por ejemplo, una solución cuando los hombres aflojan. Pero eso no es tan claro. No es casualidad que en los dos países más importantes de América latina, el carisma del líder esté encarnado por mujeres, Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner, que con su liderazgo está resolviendo tensiones que podrían ser insuperables. Se puede decir también que la dueña de Europa, ahora mismo, es Angela Merkel. Es verdad, sin embargo, que el sobrenombre de Merkel, en alemán, es madre. Pero la idea del psicoanálisis es tratar de inventar una figura de mujer que no sea la virgen, la dama de hierro o la madre sino una mujer que ocupe un lugar en el fantasma del hombre. Las mujeres son sensibles a la singularidad, no a lo universal, no a los grandes ideales. Eso decía Freud. Lo que en Freud sería una crítica a ese rasgo femenino, Jacques Lacan lo retoma y hace de ese rasgo lo más interesante de la posición de la mujer: interesadas por la singularidad, lo particular del hombre. Porque también cada mujer quiere ser una mujer particular. La mujer quiere ser amada por lo que ella es. Ella no es todas las mujeres. El psicoanálisis intenta producir –lejos de las antiguas identificaciones– una nueva versión de la mujer. Esa es una de sus apuestas en este siglo.

¿Y los hombres?

Bueno, la actual situación no es culpa de los hombres. Los hombres encarnaban la función del padre. Pero esa función no opera de la misma manera con la ciencia que sin la ciencia. Con el régimen de certeza de la ciencia, la noción de autoridad paterna queda desplazada. El psicoanálisis puede ayudar a los hombres que piensan este cambio como una castración insoportable a su autoridad. Y evitar, de esa manera, las explosiones de agresividad contra las mujeres sobre las que leemos todos los días.


(2011)

Mujeres en la historia
Mujeres

Fuente: Revista Ñ
Fuente de la imagen: Wikimedia

«En la urgencia la vida cambia de golpe y llega a perder el sentido»

Entrevista a Ricardo Seldes

“Son los tiempos de lo efímero, lo veloz, lo urgente. Vivimos en crisis. Lo que aún no queda claro es si la urgencia es el síntoma de una época o si la época toda es un síntoma. Pero lo cierto es que la vida en crisis es un paradigma que se está armando”, dice el psicoanalista Ricardo Seldes. Sus palabras sacuden como una bofetada, pero la sacudida ayuda a pensar, en estos tiempos en que -también resalta- la urgencia compele a actuar “y se clausura el pensar”.

Seldes dictó en la Facultad de Psicología de la UNT un curso sobre abordaje de las urgencias subjetivas, “esas situaciones en las que de repente el sistema en el que los sujetos funcionan en el mundo deja de funcionar”. Y en esos momentos, explota la angustia o ataca el pánico (cosas que, cabe acotar, no son lo mismo; ver “Diferencias importantes”). Del dictado del curso, organizado por la Secretaría de Extensión Universitaria, participó también el tucumano Rafael Krasnogor.

En el principio, el hospital

“En las urgencias, algo en la vida se modifica profundamente, produciéndole al sujeto un sufrimiento intolerable. Ofrecerle una asistencia inmediata le da la posibilidad de captar, con las variables que trae, aquello que lo ha sumido en la desesperación, lo ha dejado perplejo, agobiado e incluso descorazonado. Y el psicoanálisis puede hacerlo”, asegura, y cuenta que en su vida este tipo de abordaje nació en el Hospital de Lanús.

“A finales de los 80 los efectos de la dictadura eran complicados. Ni psicólogos ni psiquiatras querían ocuparse de las urgencias, y estas eran muchas. De a poco armamos un equipo de trabajo diurno, sin guardias, para tratar de inmediato, en forma breve y en equipo, las situaciones de crisis”, recuerda. E ironiza: “había que intentarlo; mal no podía hacer: el psicoanálisis no tiene contraindicaciones”. Enfatiza que la experiencia de hacer psicoanálisis en el hospital -“la trinchera”, lo llama- fue una increíble escuela. “La desesperación empuja a hacer… y la gente desesperada recurre al hospital. Allí están los pacientes más difíciles, y por eso mismo, la práctica hospitalaria debería ser el pivote esencial de la formación del psicólogo”, advierte.

Asegura que el mejor modelo para pensar las emergencias es el de la psicosis: “comparten la falla, la irrupción de un fenómeno, que se produce en el pensamiento o en el cuerpo, que carece de sentido para el sujeto”, describe. “Cuando el sujeto viene al hospital por la urgencia, como en el delirio, quiere entender qué le pasa; hay una búsqueda de sentido. Por eso la escucha puede operar, porque permite desplegar lo que no pudo ser dicho”, explica. Pero -señala Seldes- no para “reinstaurar” el orden: no se trata de volver al punto anterior, sino de poder encontrarse con lo nuevo que surge, aunque ello implique un paso por la historia de vida.

De urgencia a emergencia

Aunque la clave sea la palabra, no se niega a las respuestas medicamentosas. “A veces la angustia es tan invasiva que el pacientes se queda sin poder decir. Lo ideal es trabajar en buenas relaciones con el equipo de psiquiatras”, destaca.

“En la urgencia la vida cambia de golpe y pierde sentido. Abruptamente, se clausura el pensamiento -insiste-; el sujeto se siente empujado a actuar y sus acciones en muchos casos lo ponen en riesgo”.

La salida, entonces, es provocar una emergencia subjetiva, cosa que se consigue con la escucha. “El padecimiento del sujeto que sufre la urgencia es masivo y sin sentido. Aunque no puede sostener una demanda, poner en palabras su angustia amorfa le permite trasladar de alguna manera su sufrimiento a otro y organizarlo de a poco en segmentos que, al ser dichos, van cobrando sentido. Este paso de la urgencia a la emergencia abre las puertas a que aparezca lo silenciado… Si una demanda puede articularse luego de eso, habrá lugar para una nueva decisión”.

Diferencias importantes

Los desbordes de angustia y los ataques de pánico son justamente lo opuesto

“Las urgencias subjetivas pueden tomar diferentes formas, y dos de las más frecuentes son, también con frecuencia, confundidas entre sí: los desbordes de angustia y los ataques de pánico”, señala Rafael Krasnogor, responsable académico del curso. Y explica: “en la angustia lo que aparece es el miedo a la muerte como consecuencia de un otro (imaginario) amenazante; en el ataque de pánico, en cambio, lo que da miedo es la vida, a hacer la vida con otros, a jugarse… En el ataque de pánico el sujeto queda confrontado al temor de perder, por eso es que no arriesga. Hoy sabemos en general cómo administrar las ganancias, sobre todo si son de otros; pero administrar las pérdidas es algo intolerable”.

LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO

2017


Fuente: La Gaceta

«Cuando se echa el síntoma por la puerta vuelve por la ventana»

Entrevista a Judith Miller, por Héctor Pavón

La hija de Lacan, filósofa y presidenta de la Fundación del Campo Freudiano, sostuvo la vigencia absoluta del psicoanálisis. Y dijo que su padre ya predijo en 1973 la crisis financiera actual.

«Es difícil saber lo que es un padre y también lo que es una madre…» Dice una intrigante Judith Miller, hija de Jacques Lacan, esposa de Jacques-Alain Miller. Pero no se refiere a la pesada herencia psicoanalítica de su padre sino que las palabras surgen ante la pregunta sobre la paternidad que ostentan presidentes como Sarkozy y los Kirchner en países donde el psicoanálisis es una característica constitutiva de sus identidades. Judith Miller vino a Buenos Aires al XVI Encuentro Internacional del Campo Freudiano y al Encuentro Americano de Psicoanálisis Aplicado de Orientación Lacaniana, organizados por la EOL. En el octavo piso del hotel Plaza, Judith acomoda su elegancia parisina y habla de su padre, la persona a la que le debe tantos agradecimientos como reproches.

Han pasado 28 años de la muerte de Jacques Lacan. ¿Cómo ha envejecido su obra psicoanalítica? ¿Siguen vigentes sus palabras?

No entiendo. No puedo entender su pregunta porque todo esto tiene tanta actualidad, no sólo para mí, sino para cada persona. Cuando veo el esfuerzo que tenemos que hacer aún hoy para entender que Lacan en 1973 ya hablaba de la crisis que vivimos hoy y ver que eso no fue una profecía. Él ha entendido la lógica del capitalismo. Hoy estamos sorprendidos por la crisis, pero Lacan dijo que no podía ser evitada: «hay un cambio del capitalismo que conduce a una reedición de sí mismo a través de una actividad que no tiene nada que ver con el desarrollo de un historial que será puramente financiero». Y concluía diciendo que eso iba a tener un efecto. Yo no podía entender cuando él decía que «somos todos proletarios.» Yo no soy proletaria, soy parte de la burguesía. Pero tenía razón, hay una precarización general, mundial, de cada uno, que corresponde al desarrollo actual del capitalismo y que él ha entendido hace más de 40 años.

¿Y cómo se prepara al analista de hoy frente a esta precarización?

Es difícil. No formo parte de los que tienen que hacer eso, pero los analistas lacanianos tienen que inventar, recibir las sorpresas que puedan aparecer en la clínica de hoy. Eso no es nuevo, Freud ya había dicho que el psicoanálisis marcha con el mundo; y Freud en sí mismo ha visto que por ejemplo la histeria, desde que el psicoanálisis empezó a ser practicado, ha cambiado. Cada histérica, a partir del momento que hay un vínculo analítico, encuentra otras vías para resolver su pregunta, su enigma. Lacan decía en chiste que la histérica es histórica. El chiste juega con las coincidencias. La novedad permanente es la enseñanza de Lacan. Pero no quiero que sea equivalente a decir tenemos únicamente a la enseñanza de Lacan y no tenemos que hacer nada más que repetir lo que él ha dicho. Los analistas y la gente que trabajan con ellos, los analizantes, particularmente, me parece, participan de una búsqueda al nivel clínico, de la doctrina analítica, a cada nivel que hace parte de las luces lacanianas.

Usted se refería a las sorpresas que llegan al diván y para las que tienen que prepararse los analistas. ¿Cuáles serían?

La definición de una sorpresa es que es imprevisible. La profesión necesita una formación larga, amplia, intensa, profunda, que a la vez implica que los analistas siguen sabiendo que tienen que no saber. Y saben que ellos no saben lo que van a encontrar, ahí está la sorpresa. No es fácil eso, porque hay que ser uno mismo, muy bien analizado, quizás reanalizado, para mantener esta disponibilidad, esta capacidad de aprender una nueva cosa. Lo he visto con mis ojos en mi propia familia, no sólo con mi padre, también con otros analistas que estaban muy viejos, muy cansados, y que han seguido trabajando hasta el último día porque estaban de pie. También por mi padre: Lacan ha trabajado hasta el último día.

¿Y qué hace un analista cuando en su consultorio llega un empleado de Telecom donde se han suicidado 26 personas?

Pienso que constituyen una epidemia de suicidios los de France Telecom. Encarna lo que Lacan llamaba la precarización generalizada de cada uno en el momento de la historia humana que conocemos, en la cultura globalizada. Aunque tenemos el progreso de las tecnologías, el desarrollo de la ciencia, el malestar de la cultura persiste. Quizás porque tenemos todo eso, el malestar sigue, no hay liberación. Hay consecuencias también de lo que se llama el progreso, y es por eso que Lacan no se decía progresista y Freud tampoco. Pienso que el malestar está en el corazón del hecho de que estamos condenados a ser humanos.

¿Este momento de crisis general repercute también de modo singular en la consulta al analista?

Es evidente. Creo que fue así en cada época, no hay tantos períodos que hayan separado las épocas de la historia freudiana, pero creo que la Primera Guerra fue un momento importante para la obra de Freud. La Segunda Guerra también fue muy importante y Freud había previsto todo el horror que iba a producirse, en su obra de 1920 La psicología de las masas. Él había hablado de los que sería el fascismo antes de que se produjera.

Se repiten las voces que aseguran que los jóvenes latinoamericanos no pueden avizorar el futuro… ¿El psicoanálisis piensa en el futuro?

En primer lugar no conozco ninguna persona que no esté pensándose a sí misma en el futuro. Ahora, quizás un niño que no sabe cuál será su propio futuro, eso es diferente. Hay una angustia especial. Hoy los jóvenes conocen esta angustia. Quizás ellos no pueden decirla, pero tienen esta angustia. Es importante permitir a cada uno acercarse para ver de qué se trata esa angustia. Pero no podemos decir que ellos no tengan la dimensión del porvenir. Es una paradoja del capitalismo. Hoy, cuando el capitalismo trabaja cada día más sobre el tema de la seguridad, la inseguridad aumenta. Y de una cierta manera la infelicidad del capitalismo es que cuando empieza a trabajar sobre un punto para suprimirlo, lo refuerza. Es así para la exclusión, la segregación, todos los medios que se toma en el cuadro del capitalismo refuerzan la segregación. Y la precariedad aumenta en la medida que aumenta la seguridad, la promesa de seguridad. Pero pensar una vida sin seguridad, es pensar la vida como la muerte. Y, estar muerto para vivir bien es una paradoja también.

Existen terapias como las de las neurociencias que proponen tratamientos acotados. ¿Qué respuesta tiene el psicoanálisis ante el pedido de terapias breves?

Las neurociencias proponen tratamientos más breves, más cortos. Es verdad que el efecto de un análisis no es de normalizar a nadie. Un análisis saca a la luz la singularidad de la persona que ha consultado. Es muy difícil saber quién soy yo. Una experiencia analítica permite ubicar cuál es mi deseo; si quiero lo que deseo. Es decir ubicar la división que cada uno tiene. Eso toma tiempo, es completamente antipático al apuro contemporáneo. Queremos ahora, inmediatamente lo que esperamos y es difícil de no ceder a este apuro. Pero el psicoanálisis no puede ceder a eso. Es una trampa. Cuando se echa el síntoma por la puerta, vuelve a entrar por la ventana. Ese es un principio fundamental del funcionamiento de la repetición.

1337198602_2_baja
Intervención urbana en Santiago: entrar por la ventana. 2012.

 

(2009)


Fuente: Clarín
Fuente de la imagen: Plataforma Urbana

Éric Laurent: “El efecto crisis produce una incertidumbre masiva”

Éric Laurent
Éric Laurent, fotografía de David Fernández

Por Pablo E. Chacón, 2012


Contra las certezas universales, el psicoanalista francés Éric Laurent reivindica el lugar desacoplado de su práctica en el régimen de discurso dominante en la época, el de la ciencia. Y cuestiona los resultados de las “soluciones” globales al dolor de vivir, aplastado por un optimismo mercantilista que no hace más que generar nuevos inconvenientes y una angustia que a falta de brújulas singulares, se oscurece por medio de fármacos, drogas, soluciones inmediatas, compulsión y placebos como el consumo sin freno y la felicidad obligatoria. Esta es la conversación que sostuvo en un aparte de su participación en el VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) que sesionó la semana pasada en Buenos Aires.


La crisis financiera global, ¿cómo encuentra a los analizantes, sometidos cada vez a efectos más nocivos que se venden como soluciones?

Los encuentra de manera más grave, más angustiados, perdidos. Diría que en los analizantes, el “efecto crisis” provoca una incertidumbre masiva. Esa angustia puede escucharse. Las cosas aparecen ensombrecidas. Existen más depresiones, una notable ausencia de deseo, según cada sujeto. Pero hasta los que están más animados, incluso los hipomaníacos, los que desafían al fetichismo del contexto, también están marcados.

Los síntomas ¿cambian, han cambiado en este año y medio?

Los síntomas son los que aparecen, los que ya aparecen: toxicomanías en general; todo (o casi todo) puede transformarse en algo adictivo; el juego, el sexo, el trabajo, etcétera; y como respuesta, al interior del discurso del amo, una mayor voluntad de vigilar, castigar, prohibir, que provoca en el sujeto, lógicamente, una creciente voluntad de destrucción. ¿Quieren prohibir? Entonces quiero más. Esto es muy común entre los jóvenes. Pero no sólo entre los jóvenes. Pero los jóvenes, de esa manera, demuestran la impotencia del otro, su megalomanía, sus maneras de sobrevivir a la punición. Porque también es evidente la transformación del ideal de juventud: ahora se trata de conseguir una juventud “eterna”.

¿Eso es lo que se llama la “infantilización generalizada”?

Digamos que la desagregación del lazo social es contigua a la caída de las representaciones de la autoridad y a las prohibiciones que implica. A pesar de que Freud dijo que en la cultura existe algo que no anda, un malestar, ahora hay un plus, un “más” que se intenta civilizar sin éxito, y que provoca el retorno de una voluntad de goce nueva, imparable. Y que por esa razón, de estructura, se produce un llamado de más vigilancia y más prohibición.

El sujeto del tardocapitalismo, inerme, desamparado, ¿cómo enfrenta la angustia?

El recurso más difundido hoy día es el uso de alcohol y drogas. Existen antecedentes: la prohibición del alcohol en los Estados Unidos durante un tiempo el siglo pasado. Esa política multiplicó los mercados negros y el consumo. Y lo mismo pasó con las drogas: prohibición, “permisividad”. Después, guerra contra las drogas. Y el efecto resultó el contrario al buscado. ¿Es una política? No lo descartaría. Ahora mismo, el consumo de drogas está globalizado. Y aparecen nuevas sustancias todo el tiempo. Además de mafias y armas a un nivel nunca visto. Y Estados de Derecho en peligro. México, por ejemplo, que está al borde de la catástrofe.

Legalizar el consumo, ¿no sería un principio de solución?

Es relativo. Pero sí cambiar de perspectiva. En la reciente cumbre de Colombia, el presidente de Guatemala dijo sobre este tema que habría que empezar a pensar en otro sistema. Y después lo hizo el presidente colombiano. Porque de atender a la dialéctica estadounidense sobre alcohol y drogas, el efecto es tanto un llamado al goce como a una mayor vigilancia. Pero liberalizar sin control es tan absurdo como soñar que se terminará la producción de sustancias. A mi juicio, no se trata de liberalización o prohibición total sino de adaptación: cómo puede ser regulada cada sustancia, para reducir el daño a los estados, a la gestión policial y a los sujetos. Eso implica un cálculo político. Entre el empuje al goce y la prohibición, el problema no se resolverá por una dialéctica que ya mostró sus resultados. Es necesario inventar instrumentos de orientación, incluso instrumentos legales nuevos para salir de esa falsa oposición, que es la doble cara de la pulsión de muerte.

¿Y qué está sucediendo con los llamados trastornos alimenticios, la anorexia, la bulimia, la obesidad?

Están en la misma serie anterior. Pero aclarando que esos males son propios de países que han “resuelto” el problema de la alimentación. Porque no es lo mismo en las zonas donde la comida casi no existe y lo que está en juego es la supervivencia. Pero en el caso de estar “resuelto”, puede verse que la pulsión oral es imposible de domesticar. Y tenemos también las dos caras: restricción o producción. Del lado femenino, existe una industria de la “belleza” anoréxica. Y del otro, la bulimia: en los Estados Unidos, en el lapso de una generación, se ha multiplicado el número de personas obesas. Y los factores son similares y distintos, y múltiples las determinaciones, como en el caso de las toxicomanías: destrucción del lazo social, ansiedad, demasiada azúcar, demasiada sal, producción de alimentos artificiales, etcétera. Y un dato nuevo: la voluntad de hacer desaparecer el tabaco… está muy bien: limitó el número de los cánceres de pulmón, pero sorpresa, aumentó la cantidad de casos de diabetes. Porque el tabaco era una manera de controlar el peso. Y el peso es un factor central en la diabetes.

Pero ¿no se hicieron estudios previos?

Existen médicos que reconocen que esos efectos -colaterales- no se calcularon. La  diabetes, ahora, es la causa de muerte más común en los países centrales. Esto no se puede resolver con una prohibición: prohibir el azúcar, el tabaco, la sal, las grasas. Esos son sueños… sueños de la razón que producen monstruos. Entre el empuje al goce y la prohibición, se producen impasses…

¿Cómo resolver esos impasses?

Creo que con soluciones “a medida”, para cada uno. Pensar soluciones globales, leyes universales que resuelvan esta situación, normas de salud impuestas por burocracias sanitarias, es otro sueño. Pero encontrar, cada uno, un camino entre estos impasses, eso es posible, de acuerdo a la relación particular que se tenga con el goce. Aclarando que el psicoanálisis no está en todos lados. Y que su dignidad como práctica implica cierto desajuste respecto a las normas de la civilización. El psicoanálisis no produce buenas noticias. No promete la felicidad inmediata. Pero lo más importante es que no es una ciencia. Y el régimen de discurso dominante es la ciencia. El psicoanálisis es una disciplina crítica, que constata los efectos de la ciencia. Es el discurso que comenta los efectos de la ciencia sobre la civilización. Y sobre los sujetos, uno por uno. Pero el modo de certeza del psicoanálisis también es criticado, es odiado, rechazado, porque no puede ser alcanzado fuera de la cura analítica.

¿Criticado, odiado, rechazado?

Efectivamente. Porque para obtener una certeza (singular), hay que pasar por la experiencia analítica. Eso es lo que se rechaza. La ciencia, en cambio, no supone ninguna experiencia singular. Supone la razón, el cálculo y el trabajo. El psicoanálisis ocupa un lugar extraño, como el de un inmigrante. Porque el orden simbólico, tal como se lo conocía, no existe más. Existen sólo las leyes de la ciencia. Pero la ciencia no puede dar cuenta de todo. La teoría de todo no existe. La difusión de la ciencia en este nuevo orden, hace que el sujeto sea enviado a sus angustias fundantes, sin saber cómo orientarse. Y la salida, en esta visible oscuridad, no parece pasar por las buenas intenciones, las religiones privadas o las variaciones new age.-


Fuente: Revista Ñ