Lo singular, la comunidad analítica, y el caso

Jacques-Alain Miller

Desde el punto de vista de lo singular, la sesión analítica tiende en efecto a reducirse al instante, lo cual no se adecua al principio del time is money, y puede ser tachado de impostura por los que rechazan lo que atañe a la verdad. La verdad es que, para el parlêtre, el efecto de encuentro es instantáneo. Todo responde al acontecimiento, que debe ser encarnado, que es un acontecimiento corporal —según la definición que Lacan da del sinthome—. El resto, en la mayoría de los casos, son preparativos necesarios.
Pero el núcleo, el Kern —en el sentido de Freud—, del ser es este instante de la encarnación. El discurso analítico, la institución del psicoanálisis, confronta al analista con lo singular, y ¡como es insostenible! se refugia en lo particular.
Se alientan con diagnósticos y comunidades… ¡La comunidad analítica! ¡Desde que existe el psicoanálisis hay comunidad psicoanalítica! Esta acompaña a la singularidad psicoanalítica como su sombra…, es incluso lo que la empuja a la sombra. Dicha comunidad despliega sus querellas, sus divisiones, sus polémicas y patatín patatán, que ocupan el centro de la escena cuando la verdad es el abismo de lo singular. El psicoanalista reclama, para protegerse de lo singular, una asistencia que encuentra en la clase diagnóstica y en el grupo analítico -que es lo que Lacan llamó SAMCDA (Sociedad de Asistencia Mutua Contra el Discurso Analítico), pero también existen los CAMCDA (Conceptos de Asistencia Mutua Contra el Discurso Analítico)-.
Esto es algo que se ve, que se toca en todo lo que se practica como relato de casos. Un caso, como lo recordaba hace mucho tiempo, es lo que cae, y en particular, lo que cae fuera de los sistemas y fuera del matema. Cuando se lo escribe, habitualmente no se piensa más que en convertirlo en ejemplo. Hoy quizás haya pasado un poco la moda, pero el asunto consistía en dar una buena proposición de orden general, extraída de los buenos autores, y luego afirmar: ¡Justamente! Este caso verifica lo que se enunció. Y en ese movimiento de verificación la singularidad del caso se borraba de entrada: Lo esencial es que esto no desmienta la teoría. Lo esencial es que se parezca a algo. Mientras que la virtud del caso, tal como lo entiendo, es precisamente no parecerse a nada. Y este es pese a todo el camino que eligió Freud, al menos una vez, cuando destacó por lo menos un aspecto de un caso que desmiente la teoría psicoanalítica.

The anatomy lesson of Dr Nicolaes Tulp, by Rembrandt van Rijn
Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, Rembrant, 1632

 

Jacques-Alain Miller: Sutilezas analíticas, Paidós, Buenos Aires, 2011, página 103.
Fuente de la imagen: Wikipedia

La sutileza del psicoanálisis

Jacques-Alain Miller

Dije sutileza, que es la palabra con la que Pascal construye el antónimo de geometría. Pascal era geómetra, incluso un genio precoz de la geometría, pero sabía al mismo tiempo que no todo es geometría, que no todo se deja tratar como matema. De este modo se aclara lo que Lacan intentó en su última enseñanza, su ultimísima enseñanza, que es un intento de flexibilizar el matema para volverlo capaz de capturar sutilezas analíticas. Se trata sin embardo de un intento desesperado porque las sutilezas, en definitiva, no se dejan matemizar.

No hay salud mental

Si hablé de sutileza no fue solo a causa de Pascal, sino debido al texto de Freud de 1933 que se titula «Die Feinheit einer Fehlhandlung» («La sutileza de un acto fallido»).  Freud no se sentía disminuido por presentar tan tardíamente en su elaboración un acto fallido de su inconsciente, por presentarlo a la comunidad de los psicoanalistas. En efecto, él quería recordarles -muy tardíamente- que un analista sigue aprendiendo de su inconsciente y que ser analistas no los exonera de este testimonio. Ser analista no es analizar a los demás, sino en primer lugar seguir analizándose, seguir siendo analizante. Como ven, es una lección de humildad. La otra vía sería la infatuación, es decir, si el analista creyera estar en regla con su inconsciente. Nunca lo estamos.
He aquí lo que en acto de escritura Freud comunicaba a sus alumnos. Habrá que ver si estaremos en condiciones de entenderlo. La sutileza de este acto fallido, según lo califica Freud, es un lapsus calami, una divagación de la pluma, no en un mensaje dirigido a los analistas, sino en unas palabras enviadas a un joyero donde debería haber figurado dos veces la preposición para y donde, en lugar de la segunda ocurrencia, escribió el término bis, que debió tachar. Y esta tachadura fue, justamente, lo que lo motivó a escribir su texto.
Entonces, en lugar de escribir dos veces la preposición para, escribió, luego de la primera aparición, la palabra bis, y su lapsus se deja interpretar la primera vez de este modo: «Al releer esta breve inscripción advierto que contiene dos veces la palabra für [‘para’] en rápida sucesión […] Esto no queda bien y debía ser corregido. Luego se me ocurrió que al insertar el bis en lugar del für trataba de evitar esa torpeza estilística». Esta es la primera interpretación de esta formación del inconsciente que testimonia -una nadería que vale sin embargo para ser comunicada-. Pero el lapsus se presta a una segunda interpretación, que según subraya, proviene de su hija (Freud acepta eso, que de su familia le venga una interpretación), quien le dice: «Pero si tú ya le regalaste antes a esa persona una gema semejante para un anillo. Probablemente sea ésa la repetición que quieres evitar».
Freud admite esta interpretación familiar, pero entonces surge una tercera interpretación, que él agrega: «Busco un motivo para no regalar esa piedra, y el motivo se me presenta en la reflexión de que ya he regalado una vez lo mismo, o algo muy parecido. ¿Por qué debe ocultarse o disfrazarse esta objeción? No tardo en advertir el motivo: es que ni siquiera quiero regalar esa piedra; a mí mismo me gusta demasiado».
Esta es la verdad del regalo: no se ofrece sino la falta que uno sabe que padecerá, no se da, de manera auténtica, más que lo que profundizará en ustedes la falta de eso de lo que se separaron. Freud lo expresa con una exquisita discreción: «¿Qué regalo sería aquel que no nos diese o procurase un poco de pena dar?». Doy lo que no quiero dar, doy con el trasfondo de que no quiero dar, y es esta represión de un yo no quiero lo que le otorga su valor. La sutileza (die Feinheit) obedece a que la represión se  insinúa en lo que el yo emprende, obedece a esta represión misma. Y esto precisamente, lo que debe recordarse, el yo no quiero, es olvidado y constituye en última instancia la razón de ser de lo que aparece en la escena del mundo. La generosidad encuentra su fundamento en la retención, en el egoísmo, en un es para mí, que constituye propiamente lo que se deja de interpretar. Esta es la sutileza, que pasa por cosas ínfimas, en las que el análisis halló el resorte de un deseo que desmiente lo que se propone de manera abierta.
Les recomiendo la lectura de este texto breve que ocupa tres páginas en la edición francesa. Yo lo tomo como guía, como paradigma de lo que quiero desarrollar este año ante ustedes.
Ahora bien, este modesto soporte vale más que lo que triunfa en la escena del mundo y que es la terapéutica. Justamente, a ella se pretende reducir el psicoanálisis, a una terapéutica de lo psíquico, y se incita a los psicoanalistas a encontrar así la justificación de su ejercicio.
En primer lugar, se opone a esta idea un cliché filosófico que afirma que el hombre como tal es un animal enfermo, que la enfermedad no es para él un accidente, sino que le es intrínseca, que forma parte de su ser, de lo que podemos definir como su esencia. Pertenece a la esencia del hombre ser enfermo, hay una falla esencial que le impide estar completamente sano. Nunca lo está. Y no lo decimos solo porque tenemos la experiencia de los que vienen a nosotros… De esta experiencia inferimos que nadie puede estar en armonía con su naturaleza, sino que en cada uno se profundiza esta falla -no importa cómo se la designe- por ser pensante.
Luego, nada de lo que haga es natural porque reflexiona, es reflexivo. Este es un modo de decir que está alejado de sí mismo, que le resulta problemático coincidir consigo mismo, que su esencia es no coincidir con su ser, que su para sí se aleja de su en sí. Y el psicoanálisis dice algo de este sí, dice que este sí es su gozar, su plus de gozar, y que alcanzarlo sólo puede ser el resultado de una severa ascesis. Así pensaba Lacan la experiencia analítica, como el acercamiento, por parte del sujeto, a este en sí. Y su esperanza era que dicha experiencia le permitiera alcanzarlo, que pudiera elucidar el plus de gozar en que reside su sustancia. Lacan creía que la falla que vuelve para siempre al hombre enfermo era la ausencia de relación sexual, que esa enfermedad era irremediable, que nada podría colmar ni curar la distancia entre un sexo y otro, que cada uno, como sexuado, está aislado de lo que siempre quiso considerar como su complemento. La ausencia de relación sexual invalida toda noción de salud mental y de terapéutica como retorno a la salud mental.
Vemos entonces que, contrariamente a lo que el optimismo gubernamental profesa, no hay salud mental. Se opone a la salud mental -y a la terapéutica, que se supone que conduce a ella- la erótica. En otras palabras, el aparato del deseo, que es singular para cada uno, objeta la salud mental.
El deseo está en el  polo opuesto de cualquier norma, es como tal extranormativo. Y si el psicoanálisis es la experiencia que permitiría al sujeto explicitar su deseo en su singularidad, este no puede desarrollarse más que rechazando toda intención terapéutica. Así, la terapia de lo psíquico es el intento profundamente vano de estandarizar el deseo para encarrilar al sujeto en el sendero de los ideales comunes, de un como todo el mundo. Sin embargo, el deseo implica esencialmente en el ser que habla y que es hablado, en el parlêtre,¹ un no como todo el mundo, un aparte, una desviación fundamental y no adventicia. El discurso del amo siempre quiere lo mismo, el discurso del amo quiere el como todo el mundo. Y el psicoanálisis representa justamente la reivindicación, la rebelión del no como todo el mundo, el derecho a una desviación experimentada como tal, que no se mide con ninguna norma. Esta desviación afirma su singularidad y es incompatible con un totalitarismo, con un para todo x. El psicoanálisis promueve el derecho de uno solo, a diferencia del discurso del amo, que hace valer el derecho de todos. ¡Qué frágil es el psicoanálisis! ¡Qué delicado! ¡Y qué amenazado está siempre! Sólo se sostiene por el deseo del analista de dar lugar a lo singular del Uno… Respecto del todos, que sin dudas tiene sus derechos -y los agentes del discurso del amo se pavonean hablando en nombre de estos-, el deseo del analista se pone del lado del Uno. Con una voz temblorosa y bajita, el psicoanalista hace valer el derecho a la singularidad.

Erato Sin Edward Poynter
Erato, Musa de la poesía. Sir Edward John Poynter (1870)

¹Parlêtre: neologismo que condensa los términos parler (hablar) y être (ser). [N. de la T.]


Jacques-Alain Miller: Sutilezas analíticas, Paidós, Buenos Aires, 2011, página 33

La clave de la felicidad, ¿un combo?

Gustavo Stiglitz

Es indudable que las Neurociencias progresan, (Progreso: “avance, adelanto, perfeccionamiento”. Diccionario de la Real Academia Española). Pero indudable no es lo mismo que inequívoco. Equívoco es lo que da lugar a juicios varios y no a uno único e indiscutible. Por ejemplo, en el campo de la salud, es probable que un bien se acompañe de complicaciones y, entonces, se vuelve discutible el balance “costo beneficio” de un tratamiento. Es decir que a un tratamiento determinado, algunos lo juzgarán conveniente y otros no. No me refiero, en este caso, a lo indudable e inequívoco de las ventajas en el campo de la neurocirugía, neurofisiología y la rehabilitación (de los cuales he sido beneficiario). Lo que es equívoco en ocasiones, es el empuje y entusiasmo de los investigadores que puede llevarlos al anhelo de expandir su campo de acción y su supuesto saber, a todos los órdenes de la vida.

Hace poco se afirmaba, en un conocido programa de televisión, que una larga investigación en los Estados Unidos había dado con la clave de la felicidad. Estudiaron a muchas personas desde su infancia hasta la adultez y se concluyó que la felicidad no la dan ni el poder ni el dinero, sino las relaciones humanas, el lazo con los otros, porque somos seres sociales.

¡Eureka! ¡Éramos seres sociales y no lo sabíamos! La primera reacción fue de alivio y simpatía. Escuchar a un experto en el cerebro explicando públicamente que la felicidad no la dan los psicofármacos, ni la estimulación eléctrica o kinesiológica de un área cerebral determinada y localizada a través de neuroimágenes, sino los afectos y los lazos sociales, fue muy interesante. Pero el alivio y la simpatía duraron lo que la transmisión de información de una neurona a otra. Es decir, muy poco. Que pena.

Es que seguidamente pensamos: si alguien dice tener la clave para que todos seamos felices, el paso siguiente será enseñarnos a todos qué hacer para conseguirlo.

La cosa entonces, ya no es tan feliz. Una regla fundamental del mercado es que con la oferta se crea demanda. La aparición de un nuevo objeto en el mundo hace que mucha gente lo desee y haga lo posible por procurárselo. Por ejemplo, a nadie se le hubiera ocurrido decir que quería tomar una coca cola, antes de que esa bebida apareciera en el mundo. La “clave de la felicidad” puede ser un nuevo objeto en el mercado y, si se dice que existe se creará la demanda de ese objeto. Es infalible. Muchos van a esperar, exigir la clave, hasta pagarán por ello, transformando el saber en un objeto más en el mercado. Y bien costoso, seguramente. Los celulares de última generación se volverán obsoletos si no incluyen la clave de la felicidad en su play store.

Pero… ¿todos somos felices de la misma manera?

Esta no es una pregunta ociosa. La experiencia indica que la felicidad nunca es constante. Todos accedemos a ella periódicamente. Pero cabe preguntarse: cuando eso sucede, que accedemos a la felicidad, ¿todos lo hacemos de una única y misma manera? ¿Es una experiencia generalizable? ¿Dónde quedará ese detalle intransferible que hace feliz a cada uno si la clave es universal? Es como si a uno lo obligaran a ser libre. “¡Sé libre!”. La sola indicación ya impide lo que indica. ¿Puedo ser libre respondiendo a la orden de otro que me lo exige? ¿No se ve dibujarse en el horizonte al rebaño que sigue a la campana de la felicidad? Allí, al progreso, se suma el desmán. (Desmán: “exceso, desorden, tropelía, suceso desafortunado”. Diccionario RAE). La tropelía de indicar la libertad y la felicidad, más allá de las condiciones del bienestar de cada uno. El abuso de la idea de una escritura cerebral de la felicidad. El desafortunado suceso que se seguiría de esto, de creer que en las escuelas se podría educar a todos los niños con el programa de la felicidad.

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Aldous Huxley

En 1932 el escritor inglés Aldous Huxley publicó su excelente novela Un mundo feliz.

Allí la felicidad de distribuía por igual con una píldora llamada “soma” (¿o sería “maso”?) que el estado aseguraba a todos los ciudadanos. Nadie elegía su destino, pero todos eran felices. Se había decidido pagar la felicidad al precio de la libertad.

Nuestra época también tiene sus Aldous que descubren que somos seres sociales y que podríamos tragarnos la clave de felicidad a través de programas de aprendizaje y rehabilitaciones cognitivo conductuales.

En fin… Bienvenidos los nuevos conocimientos sobre el funcionamiento cerebral.

Bienvenidas las mejoras en la calidad de vida. Pero ello no habilita a dirigir las políticas educativas, ni de salud mental, ni los destinos de las personas cuya felicidad – digan lo que digan – depende de lo que a cada uno, uno por uno, lo haga feliz. No de lo que un grupo dicte para todos. Cuando decimos un grupo no decimos un grupo de mal intencionados, pero sí al desafortunado suceso de la amalgama entre científicos, industria farmacéutica y de aparatos de neuroimágenes y especialistas en técnicas cognitivo conductuales.

Eso ya no es progreso, sino desmán. Espero que se entiendan los grandes riesgos que nos acechan, paradójicamente, desde un lugar desde el que sólo esperaríamos nuestro bien.

(2017)

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Fuente: Clarín 

Éric Laurent: “El efecto crisis produce una incertidumbre masiva”

Éric Laurent
Éric Laurent, fotografía de David Fernández

Por Pablo E. Chacón, 2012


Contra las certezas universales, el psicoanalista francés Éric Laurent reivindica el lugar desacoplado de su práctica en el régimen de discurso dominante en la época, el de la ciencia. Y cuestiona los resultados de las “soluciones” globales al dolor de vivir, aplastado por un optimismo mercantilista que no hace más que generar nuevos inconvenientes y una angustia que a falta de brújulas singulares, se oscurece por medio de fármacos, drogas, soluciones inmediatas, compulsión y placebos como el consumo sin freno y la felicidad obligatoria. Esta es la conversación que sostuvo en un aparte de su participación en el VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) que sesionó la semana pasada en Buenos Aires.


La crisis financiera global, ¿cómo encuentra a los analizantes, sometidos cada vez a efectos más nocivos que se venden como soluciones?

Los encuentra de manera más grave, más angustiados, perdidos. Diría que en los analizantes, el “efecto crisis” provoca una incertidumbre masiva. Esa angustia puede escucharse. Las cosas aparecen ensombrecidas. Existen más depresiones, una notable ausencia de deseo, según cada sujeto. Pero hasta los que están más animados, incluso los hipomaníacos, los que desafían al fetichismo del contexto, también están marcados.

Los síntomas ¿cambian, han cambiado en este año y medio?

Los síntomas son los que aparecen, los que ya aparecen: toxicomanías en general; todo (o casi todo) puede transformarse en algo adictivo; el juego, el sexo, el trabajo, etcétera; y como respuesta, al interior del discurso del amo, una mayor voluntad de vigilar, castigar, prohibir, que provoca en el sujeto, lógicamente, una creciente voluntad de destrucción. ¿Quieren prohibir? Entonces quiero más. Esto es muy común entre los jóvenes. Pero no sólo entre los jóvenes. Pero los jóvenes, de esa manera, demuestran la impotencia del otro, su megalomanía, sus maneras de sobrevivir a la punición. Porque también es evidente la transformación del ideal de juventud: ahora se trata de conseguir una juventud “eterna”.

¿Eso es lo que se llama la “infantilización generalizada”?

Digamos que la desagregación del lazo social es contigua a la caída de las representaciones de la autoridad y a las prohibiciones que implica. A pesar de que Freud dijo que en la cultura existe algo que no anda, un malestar, ahora hay un plus, un “más” que se intenta civilizar sin éxito, y que provoca el retorno de una voluntad de goce nueva, imparable. Y que por esa razón, de estructura, se produce un llamado de más vigilancia y más prohibición.

El sujeto del tardocapitalismo, inerme, desamparado, ¿cómo enfrenta la angustia?

El recurso más difundido hoy día es el uso de alcohol y drogas. Existen antecedentes: la prohibición del alcohol en los Estados Unidos durante un tiempo el siglo pasado. Esa política multiplicó los mercados negros y el consumo. Y lo mismo pasó con las drogas: prohibición, “permisividad”. Después, guerra contra las drogas. Y el efecto resultó el contrario al buscado. ¿Es una política? No lo descartaría. Ahora mismo, el consumo de drogas está globalizado. Y aparecen nuevas sustancias todo el tiempo. Además de mafias y armas a un nivel nunca visto. Y Estados de Derecho en peligro. México, por ejemplo, que está al borde de la catástrofe.

Legalizar el consumo, ¿no sería un principio de solución?

Es relativo. Pero sí cambiar de perspectiva. En la reciente cumbre de Colombia, el presidente de Guatemala dijo sobre este tema que habría que empezar a pensar en otro sistema. Y después lo hizo el presidente colombiano. Porque de atender a la dialéctica estadounidense sobre alcohol y drogas, el efecto es tanto un llamado al goce como a una mayor vigilancia. Pero liberalizar sin control es tan absurdo como soñar que se terminará la producción de sustancias. A mi juicio, no se trata de liberalización o prohibición total sino de adaptación: cómo puede ser regulada cada sustancia, para reducir el daño a los estados, a la gestión policial y a los sujetos. Eso implica un cálculo político. Entre el empuje al goce y la prohibición, el problema no se resolverá por una dialéctica que ya mostró sus resultados. Es necesario inventar instrumentos de orientación, incluso instrumentos legales nuevos para salir de esa falsa oposición, que es la doble cara de la pulsión de muerte.

¿Y qué está sucediendo con los llamados trastornos alimenticios, la anorexia, la bulimia, la obesidad?

Están en la misma serie anterior. Pero aclarando que esos males son propios de países que han “resuelto” el problema de la alimentación. Porque no es lo mismo en las zonas donde la comida casi no existe y lo que está en juego es la supervivencia. Pero en el caso de estar “resuelto”, puede verse que la pulsión oral es imposible de domesticar. Y tenemos también las dos caras: restricción o producción. Del lado femenino, existe una industria de la “belleza” anoréxica. Y del otro, la bulimia: en los Estados Unidos, en el lapso de una generación, se ha multiplicado el número de personas obesas. Y los factores son similares y distintos, y múltiples las determinaciones, como en el caso de las toxicomanías: destrucción del lazo social, ansiedad, demasiada azúcar, demasiada sal, producción de alimentos artificiales, etcétera. Y un dato nuevo: la voluntad de hacer desaparecer el tabaco… está muy bien: limitó el número de los cánceres de pulmón, pero sorpresa, aumentó la cantidad de casos de diabetes. Porque el tabaco era una manera de controlar el peso. Y el peso es un factor central en la diabetes.

Pero ¿no se hicieron estudios previos?

Existen médicos que reconocen que esos efectos -colaterales- no se calcularon. La  diabetes, ahora, es la causa de muerte más común en los países centrales. Esto no se puede resolver con una prohibición: prohibir el azúcar, el tabaco, la sal, las grasas. Esos son sueños… sueños de la razón que producen monstruos. Entre el empuje al goce y la prohibición, se producen impasses…

¿Cómo resolver esos impasses?

Creo que con soluciones “a medida”, para cada uno. Pensar soluciones globales, leyes universales que resuelvan esta situación, normas de salud impuestas por burocracias sanitarias, es otro sueño. Pero encontrar, cada uno, un camino entre estos impasses, eso es posible, de acuerdo a la relación particular que se tenga con el goce. Aclarando que el psicoanálisis no está en todos lados. Y que su dignidad como práctica implica cierto desajuste respecto a las normas de la civilización. El psicoanálisis no produce buenas noticias. No promete la felicidad inmediata. Pero lo más importante es que no es una ciencia. Y el régimen de discurso dominante es la ciencia. El psicoanálisis es una disciplina crítica, que constata los efectos de la ciencia. Es el discurso que comenta los efectos de la ciencia sobre la civilización. Y sobre los sujetos, uno por uno. Pero el modo de certeza del psicoanálisis también es criticado, es odiado, rechazado, porque no puede ser alcanzado fuera de la cura analítica.

¿Criticado, odiado, rechazado?

Efectivamente. Porque para obtener una certeza (singular), hay que pasar por la experiencia analítica. Eso es lo que se rechaza. La ciencia, en cambio, no supone ninguna experiencia singular. Supone la razón, el cálculo y el trabajo. El psicoanálisis ocupa un lugar extraño, como el de un inmigrante. Porque el orden simbólico, tal como se lo conocía, no existe más. Existen sólo las leyes de la ciencia. Pero la ciencia no puede dar cuenta de todo. La teoría de todo no existe. La difusión de la ciencia en este nuevo orden, hace que el sujeto sea enviado a sus angustias fundantes, sin saber cómo orientarse. Y la salida, en esta visible oscuridad, no parece pasar por las buenas intenciones, las religiones privadas o las variaciones new age.-


Fuente: Revista Ñ