Las dos discontinuidades del sujeto

Clase 3*

Sebastián A. Digirónimo

Vamos a comenzar esta vez deteniéndonos en los motivos por los cuales tenemos que romper el prejuicio del sentido para poder encontrar otra cosa. Dijimos antes que hay un camino que va del sentido al sonido. La pendiente espontánea en el ser hablante es, por supuesto, la busca de sentido. Y si el humano va en busca continua de sentido es porque el sentido trastabilla y siempre falla. Vamos a decirlo mejor: el sentido está traumatizado. ¿Y qué es lo que traumatiza al sentido? Respondamos sin dilación: el significante. Tenemos que ver, entonces, qué implica pasar del sentido al significante.
Ello nos lleva, por supuesto, a aquello que podemos llamar teoría del sujeto. Tenemos que ver qué implica ese término en psicoanálisis y por qué el sujeto es siempre sujeto del inconsciente. Ello tiene que ver, por supuesto, con el sentido traumatizado por el significante.
Al contrario de lo que hicimos las dos veces anteriores, esta vez vamos a fundarnos en un solo punto y a darle varias vueltas sin encadenar muchos axiomas como la vez anterior. Ese punto es una fórmula que resume la última enseñanza de Lacan y que, en realidad, resume al psicoanálisis todo, pero solamente si nos atrevemos a llevarla hasta las últimas consecuencias. La fórmula es la siguiente: sentido // real. Esto quiere decir que nada del sentido pasa a lo real y nada real cobrará jamás sentido. Es por esto que aquel ejemplo que mencionamos antes, el de aquella practicante que sostenía que cierto virus era real porque no sabíamos todavía los humanos cómo funcionaba, es un error garrafal que niega directamente la radicalidad de esta fórmula y su doble barra. Y nosotros vamos a detenernos en esa doble barra, porque ella implica una doble discontinuidad que hace a la teoría del sujeto.
Lo que nos interesa, ya lo dijimos antes, es entender lo que implica pasar del sentido al significante, que es un movimiento enteramente necesario para evitar los engaños que el registro imaginario genera en el registro simbólico. Esto se puede decir de muchas maneras, y en esto se fundaba la primera enseñanza de Lacan que era una enseñanza enteramente dirigida a la práctica de los psicoanalistas que, al no discernir esos registros, se engañaban con el registro imaginario, que equivale a decir que se engañaban con el yo, y, por tanto, con el desconocimiento que el yo implica. De allí se desprende toda una lógica funcional al capitalismo y a the american way of life, lógica que niega el inconsciente y nada bien le hace al ser hablante, aunque jamás será erradicada porque extrae su poder del poder de la defensa y del empuje natural del humano hacia el no querer saber nada de la no-relación que lo atraviesa.
Una vez más, lo que a nosotros nos interesa es extraer las consecuencias que implica pasar del sentido al significante y entender que, sin ese pasaje, no hay psicoanálisis posible. Y entender, además, que ese pasaje inicial, relacionado con la primera enseñanza de Lacan, implica ya, de una punta a la otra, la fórmula que resume la última enseñanza de Lacan. Este punto nos muestra con claridad el error que cometen los que separan las enseñanzas de Lacan de manera tajante y por oposición radical. Esa separación es recurso académico pedagógico que puede ser útil para el estudio intelectual de su enseñanza, pero que luego hace que se arrastre con facilidad esa separación tajante que sólo se vuelve defensivo e impide entender bien las consecuencias del descubrimiento de Freud.
Volvamos a la fórmula, entonces:

Sentido // Real

Dijimos que esa doble barra, en su radicalidad, tiene que ver con una doble discontinuidad de la cual tenemos que hacernos cargo entendiendo la teoría del sujeto y por qué el sujeto es siempre sujeto del inconsciente. Entonces debemos introducir el significante y su funcionamiento. Y tenemos que entender que el significante, por su funcionamiento mismo, traumatiza al sentido. Esto quiere decir que el significante mismo, en su funcionamiento, introduce un término que es antinómico al sentido. De una manera un tanto imprecisa podemos decir que el sujeto del sentido es traumatizado necesariamente por el significante.
Escribamos, entonces, una nueva fórmula introduciendo al significante y su funcionamiento en la fórmula anterior. Ello nos permitirá leer esa doble discontinuidad graficada en la doble barra y entender esas dos discontinuidades introducidas por la interferencia del significante.

Sentido    /    Significante    /    Real

Ello nos permite ver la doble discontinuidad, más acá del significante, entre sentido y significante, y más allá del significante, entre significante y real.

En la primera discontinuidad lo que encontramos es algo relacionado con un “no es del todo eso” que nos permite ir más allá, relanzar el juego sin que coagulara nunca el sentido, en contra del sentido mismo, porque el sentido siempre es sentido coagulado. En esa discontinuidad estará graficada la indeterminación del inconsciente, que debe sostenerse para que pudiéramos pasar, en sentido lógico, a la segunda discontinuidad. Esa primera discontinuidad la escribimos sujeto barrado. En la segunda discontinuidad estará aquello que debemos intentar apresar y que podrá hacerse sólo en el acto propiamente dicho. Ese acto estará soportado por el psicoanalista sólo si él no está allí como sujeto barrado, sólo si él no está allí como sujeto del inconsciente. Esa segunda discontinuidad la escribimos a. Lacan introdujo este término a como un elemento no significante en el campo significante. Cuando lo introdujo, lo real lacaniano no era lo real lacaniano todavía y por eso lo escribe en cursiva, como todo término imaginario, pero ello no debe hacernos creer que el objeto a está relacionado con la primera discontinuidad sino que se relaciona estrechamente con la segunda, al punto de ser una buena figuración de esa discontinuidad misma.
Aprovechemos para subrayar, una vez más, que este objeto a tiene siempre dos caras indisociables, aunque los practicantes, cuando hablan de él teóricamente, suelen olvidar esa indisociabilidad y lo reducen a una sola de esas caras. El objeto a es siempre objeto causa de deseo y, a la vez, plus de goce. Suele ocurrir ese olvido cuando los conceptos tienen dos caras indisociables. Lo mismo ocurrió siempre con el concepto de Nombre del padre.
Escribamos de nuevo nuestra fórmula.

Cuadro 1

El significante que traumatiza el sentido con su funcionamiento mismo nos permite pensar esos cuatro términos imprescindibles y, además, pensarlos situándolos con respecto a la orientación que debería tener un psicoanálisis, hacia lo real: sujeto, objeto a, inconsciente y goce.
La fórmula del fantasma, notemos, aúna las dos discontinuidades postulando, además, entre ellas, todas las relaciones menos la identificación:fanstasma
Estas dos discontinuidades están ya en la obra de Freud. La trilogía simbólica que se encuentra en La interpretación de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste y su relación con el inconsciente nos remite directamente a la primera de nuestras dos discontinuidades. La segunda de nuestras discontinuidades se relaciona con todo el campo que se abre con Más allá del principio de placer. Pero no es en 1920 que Freud se ocupa de esa segunda discontinuidad, ello ya estaba mucho antes en los Tres ensayos de teoría sexual con la teoría del objeto perdido que es del año 1905. Miller señala esto diciendo, más de una vez, que hay dos descubrimientos de Freud. En realidad, se trata del descubrimiento paralelo de dos discontinuidades que van juntas pero son distintas.
Estas dos discontinuidades implican dos tiempos lógicos de un psicoanálisis. El primero empujaría las cosas a favor del trabajo del inconsciente, con la producción de no-sentidos que nos permitieran admitir, en nosotros mismos, la existencia de esa dimensión inconsciente, admitir un sujeto, como señala uno de los textos. El segundo, en cambio, empujaría en contra de ese trabajo del inconsciente que corre el riesgo de volverse infinito porque hay en ese trabajo una satisfacción a la cual debemos ponerle coto. Ello implicaría pasar de esos no-sentidos al saber, que estará siempre agujereado y se reducirá a una articulación de todos esos no-sentidos producidos al hacer caer el rechazo por el inconsciente.
A la vez que tenemos estas dos discontinuidades que nos permiten pensar mejor dos dimensiones que podemos encontrar por todos lados tanto en la obra de Freud como en la enseñanza de Lacan, tenemos que empezar a distinguir dos dimensiones que van a estar siempre presentes cuando pensemos en un psicoanálisis. Una de esas dimensiones tiene que ver con entender cómo funciona el ser hablante, ese extraño ser sin ser que está constituido él mismo por dos dimensiones ya que es sujeto deseante (una dimensión) y, al mismo tiempo, sustancia gozante (otra dimensión). Pero cada vez que hablemos del ser hablante y de cómo funciona tenemos que hablar también de la técnica que no hay, porque cada vez que hablemos de algo de lo que ocurre en un psicoanálisis vamos a hablar de la posición que le conviene al practicante para no obstaculizar lo que en un psicoanálisis tiene que ocurrir. Hay un punto donde ambas dimensiones, la que tiene que ver con la praxis y la que tiene que ver con el ser hablante, se solapan y se aúnan: la posición analizante. En el resto de los puntos tenemos que separar ambas cosas por una necesidad de precisión que suele pasarse por alto pero es más que necesaria.
Repitamos que ese esfuerzo de precisión es un esfuerzo de poesía que hace al talento para la lectura y que no puede haber un psicoanálisis sin la construcción de ese talento para la lectura corajudo. Repitamos también lo que señalamos en la clase anterior acerca de cómo las preguntas por las cuales iniciamos cualquier recorrido deben ser miradas con más atención porque en ellas, muchas veces, arrastramos prejuicios que nos impiden la orientación necesaria para esa misma construcción del talento para la lectura. Dijimos que cuando los practicantes comienzan por la pregunta que formulan así: “¿cómo se lee en psicoanálisis?”, ya cometen un error grave porque en esa pregunta arrastran el prejuicio que nos hace creer que leer es el mero hecho de estar alfabetizados. Leer a secas es, en cambio, la construcción de ese talento para la lectura que le conviene al psicoanalista, pero le conviene antes al ser hablante en sí mismo, porque lo acerca a la poesía de la cual es capaz sin saberlo del todo, y leer es ser poeta si se lee de verdad, es decir, sabiendo subrayar lo que William Blake llamaba “la santidad de lo minúsculo particular”, como recuerda George Steiner en Después de Babel. Los practicantes, repitiendo a Miller, se refieren a ello hablando de los “divinos detalles” y creen, además, que eso es sólo cuestión de psicoanalistas. Ese libro de Steiner, Después de Babel, está marcado de una punta a la otra por la doble discontinuidad en la cual hoy ponemos el acento, y al practicante le convendría poder leerlo desde allí para descubrir algo que Steiner dice tal vez sin saberlo del todo. Quizá a Steiner le hubiera convenido también conocer mejor el psicoanálisis verdadero y hubiera visto así que su libro dice más de lo que cree y que otros han dicho cosas cercanas a él acaso sin saberlo.
Hagamos un paréntesis para ver cómo, en la página 47, se habla del talento para la lectura sin llamarlo así. «La familiaridad con un autor, esa suerte de cohabitación inquieta que exige el conocimiento de toda su obra, de lo mejor tanto como de lo más flojo, de las obras juveniles y postreras, allanará la comprensión en cualquier punto. Leer a Shakespeare o a Hölderlin es, literalmente, prepararse para leerlos. Pero ni la erudición, ni la obstinación industriosa podrán remplazar el salto intuitivo hacia el centro. “Leer atentamente, pensar correctamente, no omitir ninguna consideración relevante y reprimir el impulso propio no son logros ordinarios”, señaló Alfred Edward Housman en su lección inaugural, pronunciada en Londres, y sin embargo se requiere algo más: “una justa percepción literaria, una intimidad que es afinidad con el autor, la experiencia ganada por el estudio y un ingenio natural venido del seno materno”. Al comentar su edición de Shakespeare, Johnson fue todavía más lejos: la crítica conjetural, expresión con que aludía a esa interacción final con un texto que permite al lector la enmienda del autor, “exige más de lo que la humanidad puede ofrecer”». Y es así, pero nos da una orientación y hacia allí tenemos que dirigirnos. El talento para la lectura es imposible, de cierta manera, pero no como horizonte, y es apuntando hacia ese horizonte que podemos construir el coraje con el cual sostener esa otra imposibilidad que tiene que ver con el acto analítico. Esto hace que en un psicoanálisis fuera imposible aquella definición de ciencia que dio Max Gluckman alguna vez y que dice que “ciencia es cualquier disciplina en la que incluso un estúpido de esta generación puede superar el punto alcanzado por un genio de la generación anterior”. Ello no puede ocurrir tampoco con la poesía. Y es así por lo que implica el talento para la lectura y, por lo tanto, la posición analizante. Miller señala (nosotros también y lo que importa es sostenerlo en acto) que el practicante estará siempre bajo el dominio de la estructura y que por eso todos nos vamos a ver superados por el acto analítico siempre y necesariamente (él también, cosa que olvidan los que lo sitúan en el lugar de Otro y se impiden a sí mismos hacerse cargo de ese ser superados en acto), y que por eso nadie puede encarnar el acto analítico y que sólo se puede hacer con un resto. Hay que agregar que ese resto sí se puede encarnar y es lo que llamamos encarnación del sinthome y que permitiría, justamente, hacernos cargo de ese nadie que es fácil decir, pero no sostener en acto. Agrega más adelante algo que decimos muchas veces y que es necesario entender a la luz de las dos clases anteriores: un sujeto sólo puede asumir la estructuración paradójica del saber mediante un acto.
Todo esto nos va a llevar a los próximos encuentros que tendrán que ver con captar lo que podemos llamar disparidad subjetiva en un psicoanálisis. No hay intersubjetividad. Hay un sujeto y otra cosa. Y la disparidad está dada por una relación distinta en cuanto al deseo y al goce. El psicoanalista no es alguien: es un acto efectuado desde un lugar y dirigido a un sujeto (no a una persona, a un yo). Pero para llegar allí tenemos que entender bien lo que hemos llamado hoy las dos discontinuidades del sujeto.


*Clase 3 del curso teórico-clínico anual 2023 ¿Qué hace un psicoanalista?

Magritte pipa
La traición de las imágenes – René Magritte-1929

El talento para la lectura

Clase 2*

Sebastián A. Digirónimo

Nuestro primer punto del programa tiene que ver con la lectura, pero ¿qué es la lectura?, ¿qué es leer? Tenemos que subvertir la idea vulgar de lectura porque hay un problema ya que, espontáneamente, entendemos demasiado rápido qué es leer. Leer de verdad no es el mero estar alfabetizados, leer es construir eso que Stevenson llamó talento para la lectura y que implica, ni más ni menos, que no encontrar en el texto que leemos lo que ya sabíamos antes de leerlo, es decir, no reflejar sobre el texto nuestros propios prejuicios. Es fácil entender cómo esto se relaciona con algo fundamental de la clínica psicoanalítica. Podemos decir que sin talento para la lectura el practicante comprende sin saberlo y se vuelve enteramente sordo para con el texto que tiene delante de sí. Pero hay más, porque no sólo tiene que ver con el texto que trae un paciente sino, primero, con el texto que él mismo es y que debería poder leer desde la posición analizante verdadera, que implica la no comprensión de lo que él cree saber espontáneamente de sí mismo. Podemos dar de pasada una de las definiciones de un psicoanálisis que no deben nunca cerrar la pregunta. Un psicoanálisis es hacer la experiencia de construcción del talento para la lectura en el lugar más difícil, es decir, relacionándola con los puntos ciegos propios. Y es claro que, desde aquí, el talento para la lectura no es algo anodino, es lo único que nos permite no rechazar el inconsciente. Porque lejos está de creer en el inconsciente quien sólo cree en él académicamente, en la teoría, como concepto dentro de un juego intelectual, y rechaza la experiencia de él. Y quien lejos está de creer en el inconsciente, lejos está de la posición analizante verdadera y, por ende, también de la posición del analista. Por más que diga que tiene años de psicoanálisis encima y se diga psicoanalista él mismo. El talento para la lectura es, entonces, algo fundamental para la posición del analista aunque los psicoanalistas, en general, no se hubieran dado cuenta de ello por sumergirse rápidamente en las bondades narcisistas que propicia el discurso universitario cuando nos subimos a la cátedra y miramos desde lo alto del engaño yoico. Entre paréntesis, hay algunos que miran los programas que hacen otros y tratan de copiarlos, sin ver que es inútil, porque lo que importa no es el programa en sí sino la manera de abordar los puntos que lo componen, exactamente de la misma manera que no es lo mismo la lectura en sentido vulgar que el talento para la lectura. Notemos con esto que el talento para la lectura es siempre singular y que, sin embargo, ello no implica que fuera siempre talento para la lectura. Hay, entre la lectura en sentido vulgar y el talento para la lectura, la misma relación que hay entre el deseo a secas y el deseo del analista como concepto formalizable. El talento para la lectura también es formalizable, tiene una forma universalizable aunque fuera siempre singular.

Los practicantes del psicoanálisis suelen partir por la pregunta equivocada. Ellos se preguntan qué es leer en psicoanálisis, pero esa pregunta deja intacta, por detrás de sí, la idea vulgar de lectura como mera alfabetización. Y los que más recorrido tienen lo transmiten así a los que recién empiezan, y el prejuicio queda intacto, invisible y fortalecido. Todo ocurre por un agujero cultural que podría evitarse con trabajo y atreviéndose a dudar de lo ya sabido. Pero, en general, el que más recorrido tiene prefiere tapar ese agujero cultural con jerga psicoanalítica que se convierte fácilmente en hueca erudición, y el que recién empieza no suele estar interesado por el discurso psicoanalítico sino por pertenecer al grupo, que es, en realidad, la mejor manera de defenderse del discurso psicoanalítico. El resultado es que hoy los prejuicios quedan intactos y mañana también, porque el practicante con más recorrido fue ayer el iniciado que quiere pertenecer al grupo y el iniciado que quiere pertenecer al grupo será mañana el practicante con más recorrido. Y así el psicoanálisis muere desde adentro y la escuela, idealizada, directamente no existe. Pero puede existir en cada uno, si ese uno se atreve a otra cosa. La construcción del talento para la lectura es parte de ese atreverse a otra cosa.

Aprovechamos aquí, entonces, lo que Borges llamó lectura inocente en sus Nueve ensayos dantescos. Esa inocencia tiene que ver con evitar los prejuicios del sentido. Y este es un punto clave: los prejuicios son, siempre, prejuicios del sentido. Por eso decíamos la vez anterior que una clave es entender por qué la asociación psicoanalítica no se funda en el sentido sino en el sonido. Y eso sólo es posible si hay talento para la lectura que evita el embate espontáneo de los prejuicios del sentido. Los prejuicios nos acechan todo el tiempo porque el sentido nos acecha todo el tiempo. Y es por eso que no comprender no es tan simple como decirlo y repetirlo como papagayo crónico. Todo esto quiere decir que la regla fundamental no recae, como se cree, sobre el paciente. La regla fundamental recae sobre el practicante e implica que sin el talento para la lectura, sin lo formal del deseo del analista, no hay regla fundamental posible. Y de nuevo, cuando decimos formal, hablamos de una forma lógica, precisa y universalizable, que hace al deseo del analista y a su presencia o ausencia.

Todo esto quiere decir que no basta con postularse psicoanalista para que psicoanalista hubiera y que cuando Lacan dice que el psicoanalista se autoriza en sí mismo dice algo muy preciso y que tiene que ver con la experiencia de un camino recorrido en posición analizante verdadera, es decir, con la experiencia de un camino de construcción del talento para la lectura. Y es un camino que va de la historia a la poesía, que va del sentido al sonido, que va de la lectura a la escritura. Con esto podemos decir que la escritura es una lectura que no se pierde en los recovecos del sentido y no es el mero marcar signos en alguna superficie propicia para ello. Y aquí hay un malentendido que es necesario que evitemos, un prejuicio muy común que nos puede perder. Cuando decimos que hay un camino que va de la historia a la poesía, del sentido al sonido y de la lectura a la escritura, no decimos para nada que los primeros términos de ese camino son innecesarios y prescindibles, por más que pueden perdernos porque pueden obstaculizar el ir más allá de ellos. No rechacemos la historia, el sentido y la lectura. Sin ellos no podría haber poesía, sonido ni escritura. Sólo atravesándolos de la buena manera no nos vamos a perder en sus recodos. Es decir, sólo si construimos el talento para la lectura que nos lleva de la lectura en sentido vulgar a la escritura en sentido formal.

Había una vez alguien que se decía psicoanalista y que cometía este error común y entonces decía que en la poesía la dimensión del sentido no existe. Error garrafal. Y como razonaba muy mal, para demostrar eso que aseveraba, dijo lo siguiente: “por eso, cuando leo poesía, no entiendo nada”. Sí, eso último seguro que sí. Lo anterior, sin embargo, no. La dimensión del sentido en la poesía existe, existe tanto que se amplía casi al infinito, y como se amplía casi al infinito podemos ceñirnos luego a un núcleo que no se pierde en esa dimensión del sentido. Exactamente igual que el resultado que logra la asociación libre en el psicoanálisis. Amplía tanto la dimensión del sentido que nos permite ver, cara a cara, que no sabemos lo que decimos y podemos entrever, de esa manera y sólo si nos atrevemos y consentimos a ello, que, como escribió Quignard en la página 79 de El niño de Ingolstadt, «es el lenguaje el que vive a expensas de quien lo escucha».

El mismo personaje que dijo aquello de la poesía y el sentido dijo también que en un cuento, por breve que fuera, siempre existe el sentido (y que él, por lo tanto, los cuentos sí los entendía, cosa, esta última, dudable). La dimensión del sentido existe siempre, y tanto en la poesía como en el cuento, esa dimensión se amplía hasta no ser ya la dimensión fundamental y es por eso que cuento y poesía son estructuralmente análogos. No ocurre lo mismo en la novela, que, podemos decir, habla de más. Lo mismo que la neurosis. Por eso decimos con Chejov que el arte es recortar lo que sobra, y ello es así sobre todo en el arte de la escritura. Vamos a ver ahora cómo ese recortar lo que sobra se relaciona íntimamente con el talento para la lectura y su construcción, que implica también el hacerse sordos de un oído que mencionaba Lacan.

En el camino de este primer punto se nos va a hacer presente, por todo esto que estamos diciendo, la noción de ficción. Sin entender lo que acabamos de decir acerca del cuento y la poesía, se va a dificultar mucho eliminar el prejuicio fundamental que surge cuando se piensa en el concepto de ficción. Ese prejuicio fundamental implica, básicamente, identificar la ficción con lo falso. Desde allí, por supuesto, oponerlo a lo verdadero. Esa falsa oposición es defensiva e imposibilita ver la buena oposición que queda oculta por detrás de ella, que es entre lo verdadero y lo real. Vamos a tratar de precisar esto que no es fácil porque implica romper con un prejuicio muy arraigado. Y es un prejuicio al que, además, la actualidad alimenta todo el tiempo porque hay un empuje a no tomar en serio la ficción que es funcional al capitalismo extremo (esto último no lo vamos a desarrollar, por lo menos no ahora).

La ficción, sin embargo, es mucho más seria de lo que parece si no sucumbimos a ese prejuicio enorme. La ficción, de hecho, es más seria que la verdad misma, porque la verdad no es otra cosa que una ficción que no se reconoce como tal.

Vamos de nuevo: oponer lo ficcional a lo verdadero es defensivo y oculta la dimensión sobre la cual no queremos saber nada: lo real. Los practicantes del psicoanálisis lacaniano, cuando leen a Lacan que les señala que la verdad tiene estructura de ficción creen descubrir algo que solamente quien leyó a Lacan podría descubrir. Nada más falso que eso. Y, para peor, ni siquiera entienden del todo bien qué quiere decir, hasta sus últimas consecuencias lógicas, que la verdad tiene estructura de ficción.

Tenemos que partir por donde nunca empiezan ellos. Es que ven la luz demasiado rápido y se encandilan. Eso porque, creyendo derribar un prejuicio, lo arrastran al creerlo derribado. Un excelente ejemplo de cómo los desengañados se engañan. Otro buen ejemplo es el progresismo políticamente correcto de la actualidad. ¿Qué manera mejor de mantenerse dormido que creer estar despierto? Es por eso que el progresismo políticamente correcto lejos está de ser reaccionario y es conservador a ultranza, nada más funcional para el statu quo del mundo que básicamente hace cada vez más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Pero volvamos a partir por donde nunca empiezan ellos. Ellos empiezan por el hecho de creer haber entendido que la verdad tiene estructura de ficción. Pongamos el acento, por una vez, en la definición complementaria, que ellos no suelen considerar jamás: la ficción tiene estructura de verdad. Notemos la cosa más sutil. Si decimos, enteramente satisfechos, que la verdad tiene estructura de ficción, es muy posible que quede intacto el prejuicio que sostiene la ficción como idéntica a lo falso, lo único que hacemos es pensar que la verdad misma es idéntica también a lo falso. Pero vamos a seguir oponiendo lo falso a lo verdadero que ya no vamos a llamar verdadero y que podemos llamar como quisiéramos. Desplazamos los sentidos, pero el prejuicio se mantiene intacto por detrás. Al considerar la definición complementaria escondida decimos que la ficción tiene estructura de verdad y ya no podríamos oponer lo falso a lo verdadero sin más y se nos podría facilitar desplazar la oposición hacia otra dimensión, que es lo que tenemos que hacer. Lo que importa es no caer en la oposición errónea entre falso y verdadero. Si sostenemos solamente que la verdad tiene estructura de ficción no tocamos, en general, la falsa oposición, solamente la desplazamos, si agregamos que, al mismo tiempo, la ficción tiene estructura de verdad, ya sostener el prejuicio se complica un poco.

Aprovechemos un ejemplo para ver cómo la oposición entre falso y verdadero, entre verdad y mentira, no nos permite distinguir nada y, fundamentalmente, no nos permite distinguir nada en cuanto a los conceptos de ficción y real.

Volvemos a Quignard. Es relato que menciona en uno de sus libros. Él lo menciona, nosotros le tenemos que agregar los comentarios. Para eso citemos fragmentos: “Petrarca está en su mula. Sigue el sendero sinuoso. En el cruce de caminos dos pastores avanzan. Uno dice siempre la verdad. El otro miente siempre. Nunca se sabe qué camino elegir una vez que se presta oídos a lo que cuentan. Después de que han dado sus argumentos, ya no se sabe siquiera cómo arreglárselas, a tal punto sus respuestas son detalladas y sus argumentos contradictorios”.

Ahí tenemos la escenografía del relato. Petrarca en su mula sin saber qué camino elegir en la encrucijada y dos personajes que le dicen al viajero, con mucho detalle, cuál es el camino mejor, sólo que uno miente siempre y el otro dice siempre la verdad. En el relato, además, después de que los pastores dan sus argumentos, les podemos hacer solamente una pregunta a cada uno, una sola.

El relato demuestra algo estructural: por más que opongamos verdad y mentira, eso no nos permite distinguir nada. Sabemos que uno miente y el otro no. Si venimos con el prejuicio que nos hace identificar la ficción con lo falso, no entendemos nada. Qué camino tomamos. Da lo mismo, los dos argumentan con precisión y detalle y jamás vamos a saber distinguir entre verdad y mentira, salvo que supiéramos de antemano quién miente y quién dice la verdad, o que supiéramos de antemano cuál es el camino bueno y entonces para qué preguntaríamos. La verdad y la mentira no nos permiten distinguir nada y no se distinguen entre sí. Esto quiere decir que la verdad tiene estructura de ficción y que la ficción tiene estructura de verdad.

Más de una vez algún paciente me preguntó qué pasaba si él mentía en lo que contaba en el consultorio, les dije siempre que nada, que mintiera tranquilo porque cualquier mentira que dijera la iba a decir desde la misma posición que si decía la supuesta verdad y lo que nos interesaba era esa posición y no el contenido de lo que decía. Al preguntar el eventual paciente sólo veía la defensiva oposición entre mentira y verdad y no llegaba a ver cómo la ficción nos da acceso a lo real. Si sabemos leer posiciones de enunciación y no nos perdemos en los enunciados, es decir, si hay el talento para la lectura que nos permite abstenernos de los sentidos propios y de la comprensión, entonces vamos a poder entender de qué manera la ficción nos permite acceder a lo real inaccesible.

El relato de Petrarca y los pastores termina así, con Petrarca introduciendo otra dimensión aprovechando la única pregunta que les podía formular a cada uno de ellos, tanto al que siempre miente como al que dice siempre la verdad. “Petrarca el letrado llega con su mula”, Petrarca el psicoanalista. “No les presta atención a los discursos que profieren”, es decir, se hace sordo de un oído y no se pierde en el blablablá hueco. “Alza los hombros. Les pregunta a los dos pastores lo siguiente: ¿cuál es la ruta que me indicaría su compañero como la mejor ruta?”.

Con esto accede a otra dimensión. El que dice la verdad va a señalar la mala ruta. El que miente va a señalar también la mala ruta. La buena ruta es la otra, la no señalada. Es una buena metáfora también de cómo vamos a tener acceso a lo real desde la ficción si la sabemos leer. Un acceso siempre indirecto, porque lo real es lo real y sólo podemos pensarlo como la rajadura en la pantalla simbólica, como lo imposible lógico a lo cual no podemos acceder pero que tenemos que situar en el buen lugar.

Petrarca, con sus preguntas, que son la misma para los dos, introduce otra dimensión porque no se engaña con la oposición entre falso y verdadero. Quignard escribe “resulta pues que lo contrario de lo verdadero y lo falso es lo no-lingüístico”. Que no quiere decir, esta es la clave, la ausencia de lo lingüístico. Lo real impensable sólo existe para el ser hablante y siempre en los límites del lenguaje. En los límites. Jamás más allá de los límites. Jamás más acá de los límites. Como la rajadura en la pantalla simbólica. Ni fuera ni dentro de la pantalla. Por eso aquella practicante que decía, en plena pandemia, que el virus es real hasta que sepamos cómo funciona, lejos está de poder pensar la radicalidad de lo impensable de lo real lacaniano. Podía pensar en un más allá o en un más acá del límite, pero no en el límite mismo que, a la vez, no se puede localizar. Es en el límite, en el límite ilocalizable de lo lingüístico. En cuanto creamos localizarlo, lo perdemos.

¿Y saben de qué está lejos esa practicante aunque no lo supiera? Del talento para la lectura y entonces de la posición del analista. Aunque se dijera psicoanalista lacaniana y fuera miembro de la institución con más renombre, galardones y etcéteras.


Mark Pugh Autumn roses by the sea
Mark Pugh – Autumn roses by the sea

*Clase 2 del curso teórico-clínico anual 2023 ¿Qué hace un psicoanalista?


La confusión entre el desconocimiento y el saber

Clase 1*

Sebastián A. Digirónimo

Nuestra tarea en este curso es fundamentalmente una: subvertir el sentido común. ¿Qué es el sentido común que ni siquiera es tan común pues toma una forma singular para cada uno? Un cúmulo de prejuicios que funcionan a favor de la defensa. Y si funcionan a favor de la defensa funcionan en contra de nuestro objetivo que es, en última instancia, un psicoanálisis. Y notemos que estamos diciendo un psicoanálisis y no el psicoanálisis. Entonces podemos aprovechar esto para empezar a subvertir el sentido común con una sentencia que va a parecer chocante en un primer vistazo: el psicoanálisis no existe. Agregamos, en seguida, que lo que sí existe es un psicoanálisis singular y en acto llevado hasta sus últimas consecuencias lógicas. Cada vez que digamos en el futuro el psicoanálisis hay que entender que nos estamos refiriendo a un psicoanálisis singular y en acto llevado hasta sus últimas consecuencias lógicas. Esta es nuestra primera definición fuerte. Tenemos que ir viendo qué quiere decir singular, qué quiere decir en acto y qué quiere decir últimas consecuencias lógicas. Vamos a empezar con esta pregunta que no vamos a cerrar nunca, la pregunta fundamental que requiere una posición particular y difícil ante ella: ¿qué es un psicoanálisis singular y en acto llevado hasta sus últimas consecuencias lógicas? Se puede formular también así: ¿qué es un psicoanálisis lacaniano?, o, ¿qué es un psicoanálisis orientado por y hacia lo real lacaniano? Estas preguntas no deben encontrar nunca una respuesta fácil y requieren, y esto es lo más importante, una posición con respecto al saber que espontáneamente los seres hablantes no pueden adoptar. De allí vamos a enunciar otra aseveración que a los prejuicios del sentido común, académico o no, le parece siempre fuerte: un psicoanálisis no es una psicoterapia. Este es el primer prejuicio universitario a derribar: psicoanálisis y psicoterapia no solamente no son lo mismo sino que se oponen de principio a fin. Y lo que importa es entender cómo se oponen.

El psicoanálisis (recordemos que cada vez que digamos el psicoanálisis estamos diciendo un psicoanálisis singular y en acto llevado hasta las últimas consecuencias lógicas) es profundamente anti intuitivo, por eso en él cobra más valor que en cualquiera otra disciplina la noción de obstáculo epistemológico que Bachelard acuñó en su libro titulado La formación del espíritu científico. ¿Qué quiere decir esto traducido en la práctica? Que todo lo que creemos saber sobre el psicoanálisis y sobre cómo funciona el ser humano (llamado técnicamente parlêtre -y ya vamos a ir viendo qué es) está, básica y crudamente, mal.
Sí, todo lo que creemos saber está mal y es necesario un coraje singular: el de soportar que el saber se agujeree. Y, después de eso y en última instancia, en el horizonte, soportar lo insoportable: que el saber no puede más que estar agujereado.
Vamos a empezar, entonces, con tres puntos cruciales:

  • El yo es desconocimiento.
  • Hay inconsciente y por ende inadecuación inevitable con respecto al inconsciente.
  • La asociación psicoanalítica no es lo que se cree y supone el sonido y no el sentido.

Todo esto quiere decir que se pueden tener muchos años de terapia encima y, sin embargo, no sólo no tener ningún recorrido psicoanalítico sino un enorme obstáculo para cualquier recorrido psicoanalítico posible porque son años de trabajo a favor de los obstáculos epistemológicos. El yo que cree saber (el del paciente y el del terapeuta) impide la pasión de la ignorancia en la cual se inscribe el acto psicoanalítico. Y esto implica también que hay que dudar de la palabra psicoanálisis y saber que hay muchas cosas que se llaman psicoanálisis y van exactamente en contra de la dirección que sigue un psicoanálisis verdadero. Esto ya ocurría en la época de Freud y sus disputas con Jung y Adler tienen que ver básicamente con esto.
Dijimos pasión de la ignorancia y podemos interrogar qué es eso y qué estructura tiene todo saber. Saltamos al final, entonces, con algo que ya anticipamos en líneas anteriores: todo saber está allí para no saber nada sobre el hecho fundamental de la vida del ser hablante, que sólo el psicoanálisis y la poesía se atreven a enfrentar: no hay relación sexual. Que quiere decir que no hay adecuación posible porque hay inconsciente. No hay comunicación, hay un núcleo irreductible de soledad del cual tenemos que hacernos cargo, hay extimidad, hay goce.
Esto hace que el esquema básico de la comunicación que todos conocen, en el cual hay un emisor, un mensaje y un receptor, está incompleto de la peor manera, porque entre el emisor y su mensaje hay el inconsciente y lo mismo hay entre el receptor y el mensaje que le llega. Ya vamos a ver qué quería decir Lacan cuando señalaba que el sujeto recibe su mensaje, desde el Otro, en forma invertida. Tiene que ver con el engaño que implica negar la existencia del inconsciente, que es lo que hace el ser hablante espontáneamente pese a tener, cada día, los mil y un indicios de su existencia y de cómo nos atraviesa.
Por eso tenemos en el consultorio un cartelito que dice Lasciate ogni speranza (voi ch’entrate) que quiere decir dejad toda esperanza (vosotros que entráis) y que es lo que leyó Dante en el umbral del infierno y es lo que implica un psicoanálisis y su entrada en él. Porque un psicoanálisis es un infierno para la neurosis y la neurosis, aunque espontáneamente nos engañemos, es un infierno para la vida. Se vive mejor sin la neurosis, pero, parafraseando a Quevedo en su famoso poema sobre el amor, sólo quien lo probó lo sabe.
Y ya que mencionamos al amor vamos a ver en este recorrido cómo es en el campo del amor donde más nos engañamos con la neurosis.
Entonces, todo saber está allí para no saber nada sobre la no-relación sexual. Y el ejemplo clínico mejor para entender esto (subrayamos una vez más que las aseveraciones del psicoanálisis verdadero siempre se desprenden de hechos clínicos), el mejor ejemplo para entender que todo saber está allí para no saber nada sobre la no-relación sexual son las teorías sexuales infantiles, esas mismas que Freud descubrió con sus pacientes y que cualquier practicante del psicoanálisis verdadero puede redescubrir con sus propios pacientes. Esas teorías no están allí para conocer sobre la sexualidad sino, siempre, para tapar el agujero de la no-relación.
De pasada podemos notar algo más. Dijimos que todo practicante puede redescubrir con sus propios pacientes lo que Freud descubrió con los suyos. Pero hay más, porque mejor lo puede descubrir en su propio análisis, en la posición analizante sostenida con coraje. Y es gracioso, porque al psicoanálisis lo acusan de tener postulados no falsables en el sentido de, por ejemplo, la epistemología de Popper. Nada más lejano a eso. ¿Leyeron la obra de Freud? Nada más lejano a eso. Freud todo el tiempo, al chocar con los hechos clínicos que le echaban por tierra lo que creía haber entendido, no hacía otra cosa que empezar de nuevo la teoría ya que, evidentemente, no se sostenía.
Pero es claro que a Freud no lo leen. Incluso muchos que creen leerlo. Porque a Freud no basta con leerlo, hay que saber leerlo, además, porque es más complejo de lo que parece. Una persona que se postuló para iniciar el curso decía estar muy interesada en la enseñanza de Lacan pero no había leído nunca, ni quería leer en el futuro, la obra de Freud. Es evidente que tampoco había leído a Lacan, por muy interesada que estuviera en su nombre, porque leer a Lacan es entender que Lacan es Freud. Y leer bien a Freud es entender que Freud, en muchos momentos, es profundamente lacaniano. Lacan, en algún momento, tuvo que explicarles a los que lo escuchaban por qué él era freudiano, y en ciertos momentos de la historia del psicoanálisis podemos decir que el único freudiano. Es decir, el único que no retrocedía ante las consecuencias que el descubrimiento freudiano implica.
Acá iniciamos un camino contrario al motivo por el cual Bertrand Russell se dedicó a la filosofía. Él decía que se dedicó a la filosofía porque quería encontrar una certeza allí donde había percibido hasta allí solamente duda. No es casual que sus ideas se alinearan fácilmente con el conductismo, que es lo anti psicoanalítico por excelencia. Nosotros tenemos que atrevernos a la duda allí donde el sentido común, ignorante y cobarde, sólo percibe certezas.
Es un camino que subraya la necesidad de no retroceder para que pudiera haber psicoanálisis verdadero. Postulo ahora, por experiencia y por conocer la pendiente natural por la cual nos deslizamos como seres hablantes, que en diciembre, en la última reunión del año, vamos a ser menos que hoy. Salvo, por supuesto, que estemos ante un grupo inusualmente corajudo. Ojalá que sí. Si hay psicoanalista y si hay posición analizante de verdad, hay también lugar para la sorpresa. Vamos a tratar de sorprendernos mutuamente para ir en contra del desconocimiento que confundimos con el saber.

Mark Pugh A brief moment of clarity (walking through the woods at night)
Mark Pugh, A brief moment of clarity (walking through the woods at night)

*Clase 1 del curso teórico-clínico anual 2023 ¿Qué hace un psicoanalista?