La clave de la felicidad, ¿un combo?

Gustavo Stiglitz

Es indudable que las Neurociencias progresan, (Progreso: “avance, adelanto, perfeccionamiento”. Diccionario de la Real Academia Española). Pero indudable no es lo mismo que inequívoco. Equívoco es lo que da lugar a juicios varios y no a uno único e indiscutible. Por ejemplo, en el campo de la salud, es probable que un bien se acompañe de complicaciones y, entonces, se vuelve discutible el balance “costo beneficio” de un tratamiento. Es decir que a un tratamiento determinado, algunos lo juzgarán conveniente y otros no. No me refiero, en este caso, a lo indudable e inequívoco de las ventajas en el campo de la neurocirugía, neurofisiología y la rehabilitación (de los cuales he sido beneficiario). Lo que es equívoco en ocasiones, es el empuje y entusiasmo de los investigadores que puede llevarlos al anhelo de expandir su campo de acción y su supuesto saber, a todos los órdenes de la vida.

Hace poco se afirmaba, en un conocido programa de televisión, que una larga investigación en los Estados Unidos había dado con la clave de la felicidad. Estudiaron a muchas personas desde su infancia hasta la adultez y se concluyó que la felicidad no la dan ni el poder ni el dinero, sino las relaciones humanas, el lazo con los otros, porque somos seres sociales.

¡Eureka! ¡Éramos seres sociales y no lo sabíamos! La primera reacción fue de alivio y simpatía. Escuchar a un experto en el cerebro explicando públicamente que la felicidad no la dan los psicofármacos, ni la estimulación eléctrica o kinesiológica de un área cerebral determinada y localizada a través de neuroimágenes, sino los afectos y los lazos sociales, fue muy interesante. Pero el alivio y la simpatía duraron lo que la transmisión de información de una neurona a otra. Es decir, muy poco. Que pena.

Es que seguidamente pensamos: si alguien dice tener la clave para que todos seamos felices, el paso siguiente será enseñarnos a todos qué hacer para conseguirlo.

La cosa entonces, ya no es tan feliz. Una regla fundamental del mercado es que con la oferta se crea demanda. La aparición de un nuevo objeto en el mundo hace que mucha gente lo desee y haga lo posible por procurárselo. Por ejemplo, a nadie se le hubiera ocurrido decir que quería tomar una coca cola, antes de que esa bebida apareciera en el mundo. La “clave de la felicidad” puede ser un nuevo objeto en el mercado y, si se dice que existe se creará la demanda de ese objeto. Es infalible. Muchos van a esperar, exigir la clave, hasta pagarán por ello, transformando el saber en un objeto más en el mercado. Y bien costoso, seguramente. Los celulares de última generación se volverán obsoletos si no incluyen la clave de la felicidad en su play store.

Pero… ¿todos somos felices de la misma manera?

Esta no es una pregunta ociosa. La experiencia indica que la felicidad nunca es constante. Todos accedemos a ella periódicamente. Pero cabe preguntarse: cuando eso sucede, que accedemos a la felicidad, ¿todos lo hacemos de una única y misma manera? ¿Es una experiencia generalizable? ¿Dónde quedará ese detalle intransferible que hace feliz a cada uno si la clave es universal? Es como si a uno lo obligaran a ser libre. “¡Sé libre!”. La sola indicación ya impide lo que indica. ¿Puedo ser libre respondiendo a la orden de otro que me lo exige? ¿No se ve dibujarse en el horizonte al rebaño que sigue a la campana de la felicidad? Allí, al progreso, se suma el desmán. (Desmán: “exceso, desorden, tropelía, suceso desafortunado”. Diccionario RAE). La tropelía de indicar la libertad y la felicidad, más allá de las condiciones del bienestar de cada uno. El abuso de la idea de una escritura cerebral de la felicidad. El desafortunado suceso que se seguiría de esto, de creer que en las escuelas se podría educar a todos los niños con el programa de la felicidad.

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Aldous Huxley

En 1932 el escritor inglés Aldous Huxley publicó su excelente novela Un mundo feliz.

Allí la felicidad de distribuía por igual con una píldora llamada “soma” (¿o sería “maso”?) que el estado aseguraba a todos los ciudadanos. Nadie elegía su destino, pero todos eran felices. Se había decidido pagar la felicidad al precio de la libertad.

Nuestra época también tiene sus Aldous que descubren que somos seres sociales y que podríamos tragarnos la clave de felicidad a través de programas de aprendizaje y rehabilitaciones cognitivo conductuales.

En fin… Bienvenidos los nuevos conocimientos sobre el funcionamiento cerebral.

Bienvenidas las mejoras en la calidad de vida. Pero ello no habilita a dirigir las políticas educativas, ni de salud mental, ni los destinos de las personas cuya felicidad – digan lo que digan – depende de lo que a cada uno, uno por uno, lo haga feliz. No de lo que un grupo dicte para todos. Cuando decimos un grupo no decimos un grupo de mal intencionados, pero sí al desafortunado suceso de la amalgama entre científicos, industria farmacéutica y de aparatos de neuroimágenes y especialistas en técnicas cognitivo conductuales.

Eso ya no es progreso, sino desmán. Espero que se entiendan los grandes riesgos que nos acechan, paradójicamente, desde un lugar desde el que sólo esperaríamos nuestro bien.

(2017)

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Fuente: Clarín 

La pregunta de la época es: ¿Qué vas a hacer hoy para gozar más?

Entrevista a Éric Laurent, eric8por Héctor Pavón

No todos los días un lacaniano habla sin límites. Por eso esta entrevista tiene algo de excepcional. Lo es, básicamente, porque Eric Laurent, psicoanalista francés, combina sus múltiples saberes para interpretar la sociedad más allá del diván. Laurent estuvo en Buenos Aires y dio una conferencia en el Instituto Clínico de Buenos Aires; presentó el seminario de Jacques-Alain Miller titulado Extimidad y se reunió con sus discípulos locales. Ex presidente de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, es uno de los psicoanalistas más prestigiosos del mundo lacaniano franco argentino.

Las jornadas de la Escuela de Orientación Lacaniana que usted presidió en Buenos Aires llevaron como título “El amor y los tiempos del goce”. ¿A qué se refiere esta expresión?

Significa que el discurso amoroso se modifica a medida que algo de lo real se desplaza en la civilización. El goce es la palabra que designa el hecho. Alude al hecho de que para el sujeto parlante la experiencia del placer siempre incluye un más allá del principio de placer, como decía Freud. Es decir, uno se engancha con algo y puedo incluso pasar a una adicción con la comida, el sexo, el trabajo, la tele, la pantalla, el juego. Un modo de adicción que va mucho más allá del placer. Y es esta zona que designa el goce. Y como estamos en una época de post-liberación sexual, en referencia a la llamada liberación sexual que tuvo lugar en los 70 y con la que hubo un cierto alivio del peso de las prohibiciones, estamos ahora en una experiencia que incluye esto y que nos da una cierta época de pornografía generalizada, más o menos chic, estetizada, con una oferta de representaciones del sexo mucho más amplia que lo que había antes. Así, el sujeto contemporáneo tiene que levantarse cada mañana preguntándose a sí mismo qué va a hacer para gozar más.

Porn por Tom Nulens
Porn por Tom Nulens

¿Y qué hace el sujeto ante semejante demanda?

Al tener que decidir qué va a hacer para que su vida tenga más placer y más goce se desplaza el discurso amoroso que se vuelve una barrera contra los excesos del goce. Y a medida, precisamente, que existe este empuje superyoico, tipo “qué haces tú para gozar más”, cada vez que el sujeto está enfrentado con esto, para protegerse, el discurso amoroso viene a poner una barrera: que no se puede gozar del todo del objeto amado, y que hay una cierta barrera: la de la dificultad de reconciliar amor y goce, del pudor, la admiración, respeto.

Eso también implica reinventar una época. Para el psicoanálisis, ¿esta época tiene un nombre?

Es la época del otro que no existe; una cierta descreencia en el otro como tal. Y al mismo tiempo, surgen procedimientos de remiendos con cierto corpus moral o legal, o ética, en el cual se confunde o se mezclan el nivel de prescripción legal y de prescripción moral. Que son como estos procedimientos de remiendo del agujero que se ha generado.

Usted hablaba del goce como adicción, o viceversa. ¿Allí entran síntomas sociales como los de la bulimia y la anorexia?

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Karl Lagerfeld /Fuente de la imagen: WHATSTRENDY.NET

Para que se produzca esta epidemia, primero hay que salir de la escasez, del hambre. Una vez que se sale de la necesidad, la pregunta es qué voy a hacer para gozar más. Inmediatamente dice que no hay que vivir para comer. Y vivir para comer puede ser también vivir para rechazar lo que te proponen comer. Karl Lagerfeld decía: “tenemos que exigir de la moda que tengan modelos que tengan un peso normal y no estas anoréxicas”. Pero al mismo tiempo sostenía: “nadie quiere ver mujeres gordas”. Surge un conjunto de cosas que van desde las prescripciones médicas, dietéticas, el discurso de la higiene, la industria de la moda. Todo esto construye un circuito pulsional muy amplio, que va mucho más allá de lo que era completamente taponado por las prohibiciones, del modo de vivir tradicional.

(2011)

Fuente: Clarín

«Hay diagnósticos de TDAH que se hacen por los padres»

Entrevista a José R. Ubieto, autor de TDAH: Jose R Ubietohablar con el cuerpo (editorial UOC.)

TDAH. ¿A qué alude ese acrónimo? Uno, a la falta de atención. O dos, a la hiperactividad y la impulsividad. O tres, a una combinación de las anteriores. Se estima que el 6% de la población infantil padece este trastorno. El TDAH es una alteración real. Pero para ciertos ámbitos del psicoanálisis es sólo una etiqueta diagnóstica sin evidencias neurobiológicas ni genéticas.

¿Qué es el TDAH?

Es el nombre prêt-à-porter con el que hoy designamos el malestar en la infancia en sus diferentes formas: inquietud, problemas de conducta, dificultades de aprendizaje. En sentido más estricto se refiere a un diagnóstico psiquiátrico aplicable desde niños a adultos con síntomas de hiperactividad o falta de atención.

¿Cómo se diagnostica?

El diagnóstico debería hacerse por especialistas clínicos en un contexto de entrevistas personalizadas y con ayuda, cuando sea preciso, de otros instrumentos diagnósticos. En la práctica, profesionales del ámbito educativo o de la salud (no especialistas), e incluso los mismos padres, a veces «cuelgan» esa etiqueta para nombrar algo que los perturba y que no saben bien cómo comprender. El abordaje clínico debe priorizar la escucha de ese malestar y a partir de allí pensar las ofertas posibles: tratamiento psicológico, farmacológico, educativo.

Un niño es desatento, se muestra inquieto, rinde poco en clase. ¿Qué pueden hacer los padres?

Primero hablar con su tutor de la escuela para buscar juntos estrategias que mejoren ese rendimiento. Pensar también en el trabajo en casa, en cómo acompañarlo en sus deberes y en sus dificultades vitales, cómo estar al lado tomando en cuenta lo que a él le puede inquietar, que no siempre coincide con lo que nos inquieta a los padres o a los docentes. Cuando todo eso no funciona es el momento de consultar a un clínico. Pero primero la educación.

¿Cómo es un niño con TDAH?

Es alguien que muestra una inquietud. Algo hace que no pare de moverse, que lo despista y le complica la existencia y el vínculo educativo. Pero al mismo tiempo, y esto ya no es tan evidente, es alguien fijado a un punto, a un cierto impasse que le hace sufrir. Fijado a algo que no ha podido resolver de su relación familiar, de su relación con los compañeros o de la relación consigo mismo. De allí la paradoja de niños incapaces de concentrarse en una tarea escolar y, sin embargo, pendientes todo el tiempo de los cambios de humor de los adultos, del tono de su voz o de un videojuego.

El psicoanálisis niega que el TDAH tenga base genética o neurobiológica en contra de numerosos criterios científicos.

No es una afirmación del psicoanálisis, sino una constatación de la propia Guía de práctica clínica sobre el TDAH en niños y adolescentes del Ministerio de Sanidad. Es una evidencia que hoy por hoy no hay marcadores biológicos o genéticos que permitan determinar la existencia del TDAH.

No todos los que padecen el trastorno llegan a las consultas y, al mismo tiempo, hay un hiperdiagnóstico en chicos con problemas de aprendizaje y conducta. ¿Hay mucho diagnóstico erróneo?

La citada guía del ministerio admite también las dificultades en la detección, el proceso diagnóstico y la metodología que originan amplias variaciones (geográficas y demográficas), lo que conduce a un infradiagnóstico o un sobrediagnóstico del TDAH. Pediatras americanos admitían en un relevante reportaje publicado en The New York Times que lo diagnostican empujados por la demanda de los padres y por las abultadas ratios escolares, más que por criterios clínicos. En nuestro país empezamos a constatar este mismo efecto, lo que aumentará sin duda la prevalencia del cuadro.

¿Cuándo hay que medicar?

La medicación habitual son psicoestimulantes que funcionan como las anfetaminas. Mejoran el rendimiento a corto plazo, pero también tienen efectos secundarios que hay que considerar. No hay ninguna evidencia probada de que la ausencia de medicación comporte fracaso escolar.

Los detractores de los tratamientos con medicación suelen culpabilizar a los padres por buscar una «solución rápida».

Los padres buscan explicaciones y soluciones para problemas que a veces los desbordan. Se guían por consejos de otros padres o por indicaciones profesionales buscando lo mejor para sus hijos. Lo importante es que encuentren orientaciones que tomen en cuenta la subjetividad, la suya y la de sus hijos, y que no se limiten a contabilizar conductas y aplicar fórmulas universales que prometen curas imposibles.

Subjetividad. Hablar con el cuerpo. ¿A qué se refiere?

Cada niño o niña hiperactivo tiene sus propias razones para moverse o no prestar atención. Esos motivos, que él desconoce, hablan a través de su cuerpo, en esa inquietud que lo atraviesa. Son palabras apresadas que sin embargo contienen un mensaje cifrado que se dirige a los adultos cercanos (padres, profesores, clínicos). Escuchar ese malestar singular a cada uno es la tarea que nos hará comprender la función que cumple esa hiperactividad y cómo entonces tomar distancia de ese movimiento incesante.

Se está extendiendo el diagnóstico de TDAH a los adultos.

En los adultos se trata básicamente de la desatención como síntoma principal. No deja de ser curiosa la proliferación de este diagnostico en un mundo dominado por el zapping, los hipervínculos, los tuits de 140 caracteres y una cierta desresponsabilización sobre nuestros asuntos. Hoy cualquiera puede sentirse víctima de algo. Nombrar esa actitud como un trastorno puede aliviarnos de responder de nuestros actos. Es una falsa salida.

Ritalin

(2015)

Fuente: La Vanguardia

«Hay tantas normalidades como personas»

Entrevista a Jean Claude Maleval, por Lluís Amiguet

JC Maleval
Jean Claude Maleval

Usted es autor de textos científicos como Lógica del delirio, Locuras histéricas o Necrofilia y perversión

Habrá visto de todo… ¿Qué ha visto?
Mi primera impresión al contemplar mis treinta años como psicoanalista es que somos muy diferentes…
¿Y…?
… Pero, sobre todo, vivimos en mundos diferentes. Cada uno se construye el suyo. Y he visto que el mundo insólito del otro no tiene nada que ver con el tuyo. Por eso, comunicar nuestros mundos parece una ilusión.
De ella vivimos.
Y por eso la normalidad sólo es otra ilusión. Hay tantas normalidades como personas. Freud enseñó que la normalidad sólo es una manera más de vivir aprovechando mecanismos psicopatológicos. Cada uno construye su normalidad con sus esquemas enfermos.
¿Todos somos neuróticos?
O neuróticos o psicóticos en alguna medida.
¿La psicosis más grave duele más?
No existe proporción gravedad-dolor. Hay quien sufre muchísimo con una psicosis leve y quien no sufre nada con una gravísima.
¿El dolor psicológico sirve para algo?
A veces forma parte inevitable de la curación al empujar a la creatividad. Y es exactamente lo que persigue el psicoanálisis: estimular nuestra capacidad de autoterapia.
Autoterapia: al menos es barata.
Necesitas a otra persona para incentivar esa capacidad. El psicoanalista estimula al sujeto para que halle sus propias soluciones.
¿Y al psicoanalista quién lo estimula?
Los psicoanalistas nos psicoanalizamos. En cambio, los psicólogos cognitivo-conductuales no necesitan aplicarse su propia terapia, porque curan a partir del síntoma.
¿Y los psicoanalistas cómo curan?
Ayudamos al paciente a desconstruir y reconstruir su personalidad y su existencia.
Lo dice como si fuera sencillo.
En realidad, la estructura de las personas no es tan compleja: el reto es su diversidad, y por eso Lacan repetía que «el psicoanálisis hay que redescubrirlo en cada sujeto».
Pero, cuando la enfermedad es grave, ¿mejor ir al psiquiatra a que te medique?
Yo trato a pacientes con psicosis graves aunque ya estén en tratamiento psiquiátrico.
¿Por qué van a su consulta?
Porque sienten la inquietud de conocer sus estructuras profundas y así desvelar los mecanismos que causan sus conflictos.
¿Y si tus problemas no son tan graves?
También me piden ayuda quienes simplemente sufren disfunciones de pareja.
¿No es más efectivo tomar pastillas para curarse, por ejemplo, el insomnio?
Las pastillas sólo tratan el síntoma que es el insomnio, pero no le dirán por qué a usted le cuesta dormir ni le revelarán cuál es el conflicto profundo que le quita el sueño.
Otros ven el psicoanálisis como parloteo de gente rica, aburrida y narcisista.
Es una opinión. Muchos psicoanalistas cobran en proporción a la renta del sujeto y para otros el precio es parte de la terapia.
Explíqueme su último caso.
Un bisexual con problemas de adaptación.
¿Ser bisexual es un problema?
Es un problema sólo en la medida en que él lo vive como un problema.
¿Por qué lo vive como un problema?
Porque me explica que tiene relaciones hetero y homo, pero ninguna le satisface.
¿Y usted qué piensa?
Yo no juzgo. Escucho, espero y ayudo a que cada uno encuentre sus propias respuestas. Les estimulo y ayudo a autoexplorarse.
¿Cómo?
Más que de curar una enfermedad, se trata de aprender a vivir con una condición determinada: otro paciente homosexual quería ingresar en un monasterio, pero su homosexualidad le hacía dudar de su vocación.
¿Y…?
Acabó asumiendo plenamente su condición homosexual y entonces descubrió que en realidad no quería ingresar en el convento.
¿Se puede ser «un poco» homosexual?
Digamos que nadie es enteramente homosexual o heterosexual, sino que todos somos en cierto grado ambas cosas.
¿Cómo ayuda al sujeto a descubrirse?
Trato de ayudar a que aprenda a vivir con todo aquello que, aun estando en nosotros mismos, escapa a nuestro control.
¿Un tic, una fobia, una manía…?
Son síntomas que revelarían un conflicto que sólo quien lo sufre puede llegar a descubrir con nuestra ayuda. Más que curar, podríamos precisar que ayudamos al sujeto a explorarse, saberse, aceptarse.
¿Y así mejora su existencia?
En la medida en que de ese modo aprende a convivir con lo que no controla de sí mismo.
¿Puedes mejorar sin sufrir?
El sufrimiento sólo adquiere sentido cuando te obliga a actuar; si no, es absurdo. El sufrimiento sólo es útil cuando te lleva a la transformación creativa de tus conflictos.
¿Si dejas de sufrir, pierdes creatividad?
Eso preguntan quienes se plantean psicoanalizarse. Y yo les contesto que depende de cada uno. Conocerte también puede hacerte más creativo.

(2013)

Fuente: La Vanguardia

Jean Claude Maleval

Nació en el año 1946. Es psicoanalista, miembro de la École de la Cause Freudienne y de la AMP, profesor de Psicopatología de la Universidad de Rennes 2.
Es autor de Locuras histéricas y psicosis disociativas (1981), Lógica del delirio (1997), La forclusión del Nombre del Padre (2000), El autista y su voz (2009), y ¡Escuchen a los autistas! (2012)

«Nunca dispondremos de píldoras de la felicidad»

Entrevista a José María Álvarez, por Ana GaiteroJosé María Álvarez

José María Álvarez es psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis, doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona y especialista en Psicología Clínica del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid, donde reside. Es autor de más de setenta publicaciones sobre psicopatología y psicoanálisis y de algunos libros, como La invención de las enfermedades mentales y Estudios sobre la psicosis.
Compagina la clínica en el servicio público de Salud Mental de Sacyl con la consulta privada. Es coordinador del Seminario del Campo Freudiano en Castilla y León y uno de los fundadores de la Otra psiquiatría , así como miembro del trío Alienistas del Pisuerga, desde el que han recuperado textos fundamentales de los clásicos de la psicopatología inéditos en castellano.

—¿Algún día habrá esas pastillas de la felicidad?

—Por desgracia, no existen las pastillas para la felicidad. Por desgracia, además, nunca dispondremos de píldoras de la felicidad. La felicidad no es un estado, sino momentos, a menudo efímeros.

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—Aunque es una aspiración muy loable, la felicidad no está en el programa de los logros posibles del hombre. La condición humana y la felicidad describen trayectorias asintóticas. Por eso decía que, aunque mejoremos las pastillas, la felicidad se nos escapará como agua entre las manos.

—¿Estamos pasando de la mitificación de los fármacos como remedio para todos los trastornos anímicos a su maldición?

—Aún estamos lejos de maldecir los medicamentos. Hay mucho negocio en juego para que eso pueda darse. Creo que nadie en su sano juicio renegaría de los fármacos. Bien usados, son saludables. Mal usados, como su nombre indica, son veneno. Ahora bien, considerar, como se hace a menudo, que los psicofármacos son el único tratamiento en las dolencias anímicas, es un grave error. También es un grave error descartarlos. Creo que ese tipo de opiniones extremas las tienen quienes no bregan a diario con el sufrimiento humano.

—¿El uso de fármacos ha reducido los trastornos?

Desde más de medio siglo se ha generalizado paulatinamente la creencia en los psicofármacos, a los que se considera el único o el principal remedio para las alteraciones psíquicas. A mi manera de ver, eso es falso. Es falso puesto que cuantos más y mejores medicamentos tenemos, el número de enfermos y enfermedades mentales se ha multiplicado. Y se ha multiplicado tanto, que hoy día es difícil encontrar a alguien a quien no colgarle un diagnóstico psicopatológico, es decir, alguien que no necesite tratamiento farmacológico o psicológico. Este hecho invita a pensar que hay algo turbio en todo este mundo de la salud mental.

—El exceso de confianza en los fármacos para remediar depresiones, ansiedad y trastornos similares ¿resta a la persona capacidad de respuesta para buscar su bienestar?

—Yo creo que sí. La excesiva «medicalización» y «psicologización» de las desgracias y sufrimientos acaba por hacernos más débiles. Cuando se protege demasiado a alguien se le convierte en un indefenso y en un pusilánime. Si un antiguo, un medieval o un renacentista se asomara a nuestro tiempo, le horrorizaría comprobar que para nosotros la tristeza es una enfermedad y que además la tratamos como tal.

—¿Estaban más acertados que en el siglo XXI? ¿Qué tipo de problemas presenta la gente que acude a las consultas?

—Con respecto a esto, los hombres que nos han precedido nos superaban. Freud mismo, cuando escribió hace ya un siglo su ensayo Duelo y melancolía, señalaba en las primeras páginas que a ningún médico se le ocurriría tratar a alguien que está sufriendo un duelo, porque eso es un dolor humano y él tendrá que espabilarse para irlo solucionando. Pues bien, una buena parte de las personas que nos visitan en los Servicios de Salud Mental vienen por ese tipo de dolores. De manera que, como decía, el paternalismo y la compasión aumentan nuestra debilidad, y nos convierten en marionetas de los que mueven los hilos económicos.

—¿Qué propuestas tiene el psicoanálisis frente a las pastillas y la felicidad?

—En líneas generales, el psicoanálisis va por un camino distinto al de la psicología y psiquiatría biomédicas. Los métodos terapéuticos que proponen estas últimos están destinados a cerrar los ojos y a fomentar el no querer saber nada sobre lo que nos hace sufrir. Pero, el hecho de que uno cierre los ojos no garantiza que nuestras dramas desaparezcan. El discurso de la psiquiatría y el de la psicología clínica oficial promocionan el no pensar y el no sentir demasiado, promocionan el cambiar los pensamientos por otros positivos, el tomar tal tratamiento para seguir adelante con la vida, el trabajo, el cuidado de los hijos, para aguantar al jefe o pagar las letras de la hipoteca. Esa es una opción, sin duda muy respetable.

—¿Y el psicoanálisis?

—Por el contrario, el psicoanálisis promueve la conquista de un saber acerca de nosotros mismos, de lo que nos hace sufrir y gozar, de lo que repetimos y no nos damos cuenta, de aquello con lo que nos engañamos y acaba pasándonos factura y haciéndonos más desgraciados, aunque le echemos la culpa a otro. La conquista, en definitiva, de un saber que sea liberador, aunque eso lleve tiempo, soledad y sufrimiento, y necesite cierta valentía.

—¿Cuáles son los malestares de nuestro tiempo y nuestra sociedad? ¿Lo sufren igual hombres o mujeres?

—Seguramente la depresión, la llamada depresión. Cuando hablo de depresión me refiero a las formas neuróticas o distímicas de depresión, no a las grandes depresiones o melancolía. En cierta medida, estas depresiones de andar por casa muestran el fracaso del deseo, es decir, el bajar los brazos ante las adversidades de la vida y el renunciar a solucionar los problemas que se nos plantean por el mero hecho de vivir. En este sentido, quien se deprime ha fracasado. Y para curarse tiene que volver a meterse en los problemas de la vida, recuperar las aspiraciones que tuvo o inventar otras nuevas, es decir, tiene que hacer de su insatisfacción el motor y no el obstáculo de la vida.

—¿Qué influencia tiene la sociedad en la que vivimos en estas formas de depresión?

—También la depresión supone, desde un punto de vista sociológico, un fracaso: un fracaso del modelo que se nos ha vendido como felicidad, es decir, tener muchas cosas para ser felices y descubrir que cuanto más tenemos más en falta estamos.

No es la primera vez que José María Álvarez viene a León. Ya lo hizo en otra ocasión para presentar en el hospital psiquiátrico Santa Isabel su libro Estudio sobre la psicosis. La mayoría de sus publicaciones combinan el psicoanálisis con la psicopatología clásica y se ocupan en especial de la locura y sus temas esenciales, como las alucinaciones, los polos de la psicosis y el delirio; también de los grandes maestros de psicosis, sobre todo Schreber, Aimée, Wagner y Joyce; y de los problemas tradicionales de la psicopatología, como la melancolía, la paranoia y la histeria. Sus intereses están prefijados desde su tesis doctoral sobre la paranoia, perspectiva desde la que ha analizado la subjetividad, la psicosis y la terapéutica de la locura.

(2016)

Fuente: Diario de León

Ansiolíticos

Ansiolíticos: por qué se toman tanto (y deberían tomarse menos)

Enric Berenguer

Las personas, en todas las épocas y en todas las culturas, han tomado substancias que tienen efectos sobre cómo se sienten. Para “sentirse mejor” o en algunos a1casos experimentar sensaciones novedosas. Alcohol, café, tabaco, etcétera, demuestran lo que es una tendencia muy arraigada: conseguir por la vía rápida esos efectos actuando directamente sobre el cuerpo, en vez de conseguirlos tomando la vida como un conjunto.

No es un problema si se trata de divertirse o estar algo más despierto. Sí lo es cuando se convierte en un sistema de vida, basado en ignorar que los estados de ánimo son efectos de nuestra mayor o menor satisfacción vital, de causas más profundas para estar contento o tranquilo.

Así, cuando la medicina moderna descubrió drogas particularmente eficaces para regular ciertos estados de ánimo, por un lado consiguió una importante contribución al tratamiento de algunos trastornos, en los que esos estados resultan difíciles de controlar y afectan de un modo importante a la capacidad de la persona para hacerles frente, incluso para poder seguir con su vida y actividades. Pero, por otro lado, abrió toda una serie de posibilidades para el mal uso de esos remedios.

Alguna cuenta pendiente

El problema de pastillas como los ansiolíticos es precisamente que son eficaces y consiguen, a menudo, eliminar las sensaciones desagradables que acompañan a la angustia. Y eso, que en principio está muy bien, tiene sus inconvenientes.

Character por AshleyPrix
Character por AshleyPrix

En primer lugar, porque, como dijo Freud, la angustia es una señal, y como tal nos indica que hay alguna cuenta pendiente con nosotros mismos, con una situación vital o decisiones que esperan. Como señal que es, debe ser escuchada y atendida. Ya sólo por este motivo, los ansiolíticos no deberían ser nunca tomados como la solución única y completa a un problema, sino como un apoyo para afrontarlo, recurriendo a quienes nos puedan ayudar a hacerlo consciente y entenderlo mejor.

En segundo lugar, porque acostumbrarse a combatir la angustia sólo con pastillas hace que los recursos propios de la persona para enfrentarse a ella se debiliten (de la misma forma que quien se habitúa a los somníferos acaba perdiendo la capacidad natural para dormirse). Y eso produce una gran dependencia psicológica, además de la física – que también existe y es por sí misma peligrosa.

Pero lo que por nuestra parte destacaremos es que, al abusar de esa muleta para ir por la existencia, la persona, sin darse cuenta, puede volverse cada vez más cobarde, renunciando ya de antemano a enfrentarse a los retos de la vida sin una ayuda química. Este es el otro motivo por el que los ansiolíticos nunca deben tomarse confundiéndolos con una panacea y sin contar con el apoyo de un tratamiento que ayude a desarrollar las propias formas de sobreponerse a la angustia, que es un sentimiento existencial aunque sus manifestaciones sean en buena parte corporales.

Hay que escuchar el mensaje que la angustia contiene, no acallarlo del todo.

(2016)

Fuente: La Vanguardia

 

Éric Laurent: “El efecto crisis produce una incertidumbre masiva”

Para el psicoanalista francés hoy la adicción al juego, al sexo, al trabajo, las toxicomanías… son síntomas de la desagregación de los lazos sociales devenidos de la crisis de las representaciones de la autoridad, entre otras. Allí Laurent reivindica el papel del psicoanálisis, aunque “no produzca buenas noticias”.

Éric Laurent
Éric Laurent, fotografía de David Fernández

Por Pablo E. Chacón


Contra las certezas universales, el psicoanalista francés Éric Laurent reivindica el lugar desacoplado de su práctica en el régimen de discurso dominante en la época, el de la ciencia. Y cuestiona los resultados de las “soluciones” globales al dolor de vivir, aplastado por un optimismo mercantilista que no hace más que generar nuevos inconvenientes y una angustia que a falta de brújulas singulares, se oscurece por medio de fármacos, drogas, soluciones inmediatas, compulsión y placebos como el consumo sin freno y la felicidad obligatoria. Esta es la conversación que sostuvo con Ñ digital en un aparte de su participación en el VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) que sesionó la semana pasada en Buenos Aires.

La crisis financiera global, ¿cómo encuentra a los analizantes, sometidos cada vez a efectos más nocivos que se venden como soluciones?

Los encuentra de manera más grave, más angustiados, perdidos. Diría que en los analizantes, el “efecto crisis” provoca una incertidumbre masiva. Esa angustia puede escucharse. Las cosas aparecen ensombrecidas. Existen más depresiones, una notable ausencia de deseo, según cada sujeto. Pero hasta los que están más animados, incluso los hipomaníacos, los que desafían al fetichismo del contexto, también están marcados.

Los síntomas ¿cambian, han cambiado en este año y medio?

Los síntomas son los que aparecen, los que ya aparecen: toxicomanías en general; todo (o casi todo) puede transformarse en algo adictivo; el juego, el sexo, el trabajo, etcétera; y como respuesta, al interior del discurso del amo, una mayor voluntad de vigilar, castigar, prohibir, que provoca en el sujeto, lógicamente, una creciente voluntad de destrucción. ¿Quieren prohibir? Entonces quiero más. Esto es muy común entre los jóvenes. Pero no sólo entre los jóvenes. Pero los jóvenes, de esa manera, demuestran la impotencia del otro, su megalomanía, sus maneras de sobrevivir a la punición. Porque también es evidente la transformación del ideal de juventud: ahora se trata de conseguir una juventud “eterna”.

¿Eso es lo que se llama la “infantilización generalizada”?

Digamos que la desagregación del lazo social es contigua a la caída de las representaciones de la autoridad y a las prohibiciones que implica. A pesar de que Freud dijo que en la cultura existe algo que no anda, un malestar, ahora hay un plus, un “más” que se intenta civilizar sin éxito, y que provoca el retorno de una voluntad de goce nueva, imparable. Y que por esa razón, de estructura, se produce un llamado de más vigilancia y más prohibición.

El sujeto del tardocapitalismo, inerme, desamparado, ¿cómo enfrenta la angustia?

El recurso más difundido hoy día es el uso de alcohol y drogas. Existen antecedentes: la prohibición del alcohol en los Estados Unidos durante un tiempo el siglo pasado. Esa política multiplicó los mercados negros y el consumo. Y lo mismo pasó con las drogas: prohibición, “permisividad”. Después, guerra contra las drogas. Y el efecto resultó el contrario al buscado. ¿Es una política? No lo descartaría. Ahora mismo, el consumo de drogas está globalizado. Y aparecen nuevas sustancias todo el tiempo. Además de mafias y armas a un nivel nunca visto. Y Estados de Derecho en peligro. México, por ejemplo, que está al borde de la catástrofe.

Legalizar el consumo, ¿no sería un principio de solución?

Es relativo. Pero sí cambiar de perspectiva. En la reciente cumbre de Colombia, el presidente de Guatemala dijo sobre este tema que habría que empezar a pensar en otro sistema. Y después lo hizo el presidente colombiano. Porque de atender a la dialéctica estadounidense sobre alcohol y drogas, el efecto es tanto un llamado al goce como a una mayor vigilancia. Pero liberalizar sin control es tan absurdo como soñar que se terminará la producción de sustancias. A mi juicio, no se trata de liberalización o prohibición total sino de adaptación: cómo puede ser regulada cada sustancia, para reducir el daño a los estados, a la gestión policial y a los sujetos. Eso implica un cálculo político. Entre el empuje al goce y la prohibición, el problema no se resolverá por una dialéctica que ya mostró sus resultados. Es necesario inventar instrumentos de orientación, incluso instrumentos legales nuevos para salir de esa falsa oposición, que es la doble cara de la pulsión de muerte.

¿Y qué está sucediendo con los llamados trastornos alimenticios, la anorexia, la bulimia, la obesidad?

Están en la misma serie anterior. Pero aclarando que esos males son propios de países que han “resuelto” el problema de la alimentación. Porque no es lo mismo en las zonas donde la comida casi no existe y lo que está en juego es la supervivencia. Pero en el caso de estar “resuelto”, puede verse que la pulsión oral es imposible de domesticar. Y tenemos también las dos caras: restricción o producción. Del lado femenino, existe una industria de la “belleza” anoréxica. Y del otro, la bulimia: en los Estados Unidos, en el lapso de una generación, se ha multiplicado el número de personas obesas. Y los factores son similares y distintos, y múltiples las determinaciones, como en el caso de las toxicomanías: destrucción del lazo social, ansiedad, demasiada azúcar, demasiada sal, producción de alimentos artificiales, etcétera. Y un dato nuevo: la voluntad de hacer desaparecer el tabaco… está muy bien: limitó el número de los cánceres de pulmón, pero sorpresa, aumentó la cantidad de casos de diabetes. Porque el tabaco era una manera de controlar el peso. Y el peso es un factor central en la diabetes.

Pero ¿no se hicieron estudios previos?

Existen médicos que reconocen que esos efectos -colaterales- no se calcularon. La  diabetes, ahora, es la causa de muerte más común en los países centrales. Esto no se puede resolver con una prohibición: prohibir el azúcar, el tabaco, la sal, las grasas. Esos son sueños… sueños de la razón que producen monstruos. Entre el empuje al goce y la prohibición, se producen impasses…

¿Cómo resolver esos impasses?

Creo que con soluciones “a medida”, para cada uno. Pensar soluciones globales, leyes universales que resuelvan esta situación, normas de salud impuestas por burocracias sanitarias, es otro sueño. Pero encontrar, cada uno, un camino entre estos impasses, eso es posible, de acuerdo a la relación particular que se tenga con el goce. Aclarando que el psicoanálisis no está en todos lados. Y que su dignidad como práctica implica cierto desajuste respecto a las normas de la civilización. El psicoanálisis no produce buenas noticias. No promete la felicidad inmediata. Pero lo más importante es que no es una ciencia. Y el régimen de discurso dominante es la ciencia. El psicoanálisis es una disciplina crítica, que constata los efectos de la ciencia. Es el discurso que comenta los efectos de la ciencia sobre la civilización. Y sobre los sujetos, uno por uno. Pero el modo de certeza del psicoanálisis también es criticado, es odiado, rechazado, porque no puede ser alcanzado fuera de la cura analítica.

¿Criticado, odiado, rechazado?

Efectivamente. Porque para obtener una certeza (singular), hay que pasar por la experiencia analítica. Eso es lo que se rechaza. La ciencia, en cambio, no supone ninguna experiencia singular. Supone la razón, el cálculo y el trabajo. El psicoanálisis ocupa un lugar extraño, como el de un inmigrante. Porque el orden simbólico, tal como se lo conocía, no existe más. Existen sólo las leyes de la ciencia. Pero la ciencia no puede dar cuenta de todo. La teoría de todo no existe. La difusión de la ciencia en este nuevo orden, hace que el sujeto sea enviado a sus angustias fundantes, sin saber cómo orientarse. Y la salida, en esta visible oscuridad, no parece pasar por las buenas intenciones, las religiones privadas o las variaciones new age.-

(2012)

Fuente: Revista Ñ