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Anhelo de amor sin medida
Marcelo Barros
Lo que resulta particularmente perturbador en una mujer es su demanda de amor. No es como las otras demandas. La angustia que provoca surge ante el deseo enigmático que subyace a ella. Según Freud, esta demanda no es insaciable, pero es inconmensurable. Freud diferencia lo insaciable del deseo sexual de la inconmensurabilidad de la demanda de amor. Mucho de lo que aparece como insaciabilidad en una mujer puede obedecer a esta dimensión sin medida de su anhelo amoroso.
Una demanda de amor, más allá de la dimensión narcisista de reconocimiento que pueda haber en ella, es la interrogación por lo que se es en el deseo del Otro. La demanda de amor es inconmensurable porque no hay ningún significante que pueda dar la medida de la respuesta. Angustia porque el deseo que subyace a ella no apunta a un significante. El amor, y sobre todo el amor de la mujer, apunta al ser del otro y no un atributo que pudiera cifrarse en un significante. Está concernido lo más íntimo del sujeto. Muchos hombres no entienden nada de eso, ni quieren enterarse. Otros lo saben o lo intuyen confusamente. Algunos huyen a la homosexualidad, o a la guerra, que es una variante sublimada de la homosexualidad. Algunos van y vienen.
Desde su neurosis, el sujeto se siente culpable ante un deseo que sobrepasa cualquier medida. Pero el anhelo amoroso femenino no es desmesurado, sino que es in-menso; pensar en estar a la altura de eso, en dar una respuesta a la medida de eso, entenderlo en términos de suficiencia o insuficiencia (“no te alcanza lo que te doy”), ya es empantanarse en la culpa. La ventaja de ese barro es que la culpa siempre es defensa contra la angustia.
(2011)

Fuente: Página 12
Somos sólo mujeres o un ejemplo que ofrece el cine
Sebastián Digirónimo
La forma en la que muchas veces se acercan los psicoanalistas a las otras artes implica un error que borra los límites ente éstas y, por lo tanto, las desdibuja, impidiendo con ello toda posibilidad de decir algo interesante. En la actualidad ocurre, sobre todo, con esa forma de arte relativamente nueva, que se nutre, ciertamente, de otras formas de arte anteriores a ella. Tanto se nutre de otras formas de arte anteriores que alguien ha señalado que ella incluye a esas otras formas de arte en una especie de síntesis superadora. Esa lectura es un error. No hay ninguna síntesis superadora, y eso se puede observar en las confusiones que se generan a la hora de reflexionar sobre las enseñanzas que nos dejan ésta o aquélla película. Hablamos, por supuesto, del que se ha dado en llamar séptimo arte.
El cine genera un problema fundamental que radica en la sobrevaloración actual de la imagen. Y en esa sobrevaloración incurre la mayoría de los que reflexionan sobre las películas, sobre todo cuando lo hacen desde el psicoanálisis. El mismo que habló de síntesis superadora dijo que, a la literatura, el cine le agrega la imagen. La pregunta que surge rápidamente es cómo será que lee, cómo será el acceso que él tiene a la literatura. ¿Será que si leyera La isla del tesoro de Stevenson él accederá sólo a la sucesión de palabras que sus ojos ven impresas en la hoja? La sobrevaloración de la imagen efectiva, la que entra por los ojos, marcha pareja con la desvalorización de la palabra. Ambas son directamente proporcionales. Para un psicoanalista, después de Lacan, esa desvalorización de la palabra es, por lo menos, problemática. Desde allí, las puertas se abren a toda posibilidad de despeñaderos.
Hace poco dos personas, psicoanalistas ellas, posteriores a Lacan, que se declaran lacanianas a rajatabla, militantemente, sostuvieron que Lacan, a través de las obras de los artistas, se metía con las vidas de éstos. Que Lacan, en una palabra, psicoanalizaba las obras de los artistas y, con ello, psicoanalizaba a los artistas mismos. Es claro que se trata de una lectura tendenciosa que busca justificar, a través del nombre de Lacan, la propia forma de acercarse a las obras de arte. Esto ya constituiría, por sí mismo, una falacia. Sin embargo, el error es doble.
Estas mismas personas consideran que las palabras de Miller son ley. Quizá lo hacen con razón, ya que Miller es el lector de Lacan por excelencia. Podríamos usar incluso la categoría del lector ideal. (De modo análogo, Barenboim es el lector de Beethoven, quien mejor extrae la lógica de su música, es decir, la poesía). Y de hecho es sólo a través de la lectura de Miller que algunos consiguen leer a Lacan. Y Miller debería desautorizar la otra parte del error que cometían, como claramente se lee en la página 137 de Piezas sueltas: «Lacan no estaba persuadido de que pudiera efectuarse la operación psicoanalítica a partir de obras. Nunca hizo, en la menor medida, psicoanálisis aplicado, y menos a la literatura». Es que, mejor que sostener que Miller es el lector ideal de Lacan, es tratar de explicar por qué ello es así. Y es así, fundamentalmente porque Miller extrae la lógica de la enseñanza de Lacan, y ello implica saber subrayar lo que permite relanzar al psicoanálisis una y otra vez, es decir, reinventarlo todo el tiempo (como todo el tiempo hay que reinventarlo ante quien consulta).
Pero, para peor, hay otro error análogo. También hace poco, quizá incluso el mismo día, leí que alguien se esmeraba en escribir algo que ya le había oído decir a otros: que tal o cual director de cine o escritor «debe haber leído a Lacan». Una zoncera semejante sería considerar que Sófocles leyó a Freud. Y no es error y zoncera por la mera imposibilidad temporal que ello entraña. Es mucho más complejo que eso. Agreguemos, además, que cada vez que alguien leyó a Lacan o a Freud o a quien fuera, y trata de crear una obra de arte a partir de esa lectura, los resultados suelen ser de una aplastante mediocridad (como siempre que la obra de arte responde a las intenciones del autor -cuando no responde, en cambio, surgen obras de arte pese a esas intenciones: paradigmas de esto son El Quijote y el Martín Fierro). Extrañamente, la creencia en el cálculo total está diseminada también entre quienes deberían saber que cuanto más se calcula el tiro, más se alejará del blanco. Otro día, alguien presentó un caso clínico en el cual había ciertos cambios innegables en el analizante y ellos mostraban, a las claras, cómo a través de lo simbólico se puede tocar el cuerpo. Entonces, ante las intervenciones del psicoanalista, otro, que en ese momento formaba parte del público, sin que nos interesaran los motivos de ello, le señaló que había un punto que parecía pretencioso y preguntó: «¿estuvo calculada esa intervención?». Sin comparar al psicoanalista con Cervantes, sí podemos decir que la pregunta es tan estúpida como preguntarle a Cervantes si calculó el impacto que El Quijote iba a tener en la literatura. Hay algo que no se puede calcular, pero también hay un momento clave en el cual es necesaria una intervención. Y no hablamos solamente del psicoanálisis, aunque en él esto es más que claro. Seguramente Cervantes sintió, de alguna manera, que debía escribir el Quijote , incluso sin saber de antemano qué sería el Quijote una vez terminado. Sintió que debía escribir.
A estos dos errores análogos se suma uno más, relacionado, sobre todo, con la lectura que suelen hacer los psicoanalistas del cine. No ocurre de la misma manera con la literatura. Cuando es hacia los libros que tienden, suelen caer en el error mencionado antes y leer al autor en la obra (en el peor de los casos leen la vida del autor en la obra, la vida S1 en la obra S2). Con el cine ocurre algo distinto, como si la dimensión de la imagen les hiciera olvidar que las obras cinematográficas también fueron escritas por alguien. El error, sin embargo, está en otro lugar, y se trata de reducir toda una película a una lectura que puede hacerse, por ejemplo, en una escena singular de ella. Así, el resto de la película entra allí a la fuerza, traída de los pelos o metida en el cajón de la lectura a las patadas. Maltrecha, de todas formas, la película se deja hacer y pocos o ningún quejido profiere.
En este caso, la lectura de la película de von Trier que me interesa se reduce a la escena final. Desde allí, de todas formas, se podría llevar a la película toda sin hacerle demasiado daño y sin forzarla del todo.
Partamos de algo que señaló alguien alguna vez. El hombre, poeta, dijo que las películas apocalípticas, particularmente las producidas en Hollywood, adolecen siempre del mismo defecto: retroceden justo cuando están por llegar al punto cumbre de lo apocalíptico. Esbozan ese punto, a veces más, a veces menos, pero, en última instancia, todas retroceden. En los últimos años existieron varios ejemplos de ello: el más burdo es Señales, protagonizada por Nicolas Cage. Otro ejemplo es El día que la tierra se detuvo, que es además, ejemplo de los tiempos que corren, pues se busca cada vez más ganancia sin riesgo (y Hollywood no quiere arriesgar en la taquilla), ejemplo de los tiempos que corren, entonces, porque es remake.
Hay una extraña excepción: Seeking a friend for the end of the world, del año 2012. Es, en un aspecto, la Melancholia norteamericana, pero con cierta particularidad fallida que la hace soportable en la tierra del norte. El mismo desenlace, quizá los mismos anudamientos trágicos y los mismos embrollos edípicos, pero salpicados, por todos lados, por toques de comedia. La pregunta mejor es la más sencilla: ¿qué papel desempeñan esos toques de comedia en la película? La primera respuesta que nos asalta es que atemperan el carácter insoportable de lo irreparable de la tragedia. Toque de comedia fallidos, por otra parte, pues no bastan para borrar el efecto trágico de lo caprichoso del destino sin resurrección que ocurre al final. En el diálogo de los protagonistas esto queda plasmado con todas las letras: se pregunta uno de ellos por qué no se conocieron antes, y la respuesta que encuentran es que no podía haber sido de otra manera. Lo caprichoso del destino humano hacía que estuvieran destinados a no durar. Un no durar apocalíptico, sin resurrección, un destinados-a-no-durar con todas las letras. A uno de los personajes lo reconforta morir feliz, pero al espectador eso no le basta. Al final, la relación de la película de von Trier titulada Melancholia con esta otra Melancholia norteamericana titulada Seeking a friend for the end of the world es análoga a la relación que existe entre el psicoanálisis verdadero, el descubrimiento de Freud, y el psicoanálisis norteamericanizado, la ego psychology.
En síntesis, cuando a película debe enfrentarse con la inexistencia del Otro, retrocede, lo saca de la galera y evita la angustia que tanto aborrece la mirada hollywoodense. La angustia y la taquilla no van de la mano, ciertamente.
Melancholia. Entremos sin anestesia. Hay una escena, cerca del final de la película, en la que se ven unos bichos que, quizá presintiendo la aniquilación, brotan de la tierra casi a borbotones. Allí se muestra lo real crudo una vez que se deshicieron los semblantes. Es la conclusión de lo que le ocurre a la protagonista (con sus pasajes al acto). En este punto comienza una recomposición del semblante que, afortunadamente para la película, no desemboca en el pase mágico de sacar al Otro de la galera.
Esa recomposición del semblante antes del final ocurre entre los personajes de la tía y el sobrino. Ellos reconstituyen la pantalla sosteniendo el semblante de la cueva mágica (sabiendo que no hay ninguna cueva mágica pero que sí hay porque, justamente, funciona como pantalla). Y funciona para ellos dos. La hermana de la protagonista, la madre del niño, queda fuera, y ello se ve en la última escena, justo antes de la aniquiladora colisión de planetas, cuando ella suelta las manos de los otros dos y se rinde a la desesperación.
Hay una dualidad entre la decisión femenina y el retroceso histérico que cede al «no quiero saber nada de ello». En Melancholia esa dualidad está figurada con claridad en la relación entre las dos hermanas, una que no quiere saber nada y la otra que sabe demasiado. Esa dualidad, siempre representada con figuras femeninas, es la relación paradójica que tenemos los seres hablantes con el saber. Sabemos más de lo que querríamos saber pero, al mismo tiempo, sabemos demasiado poco como para hacer algo con ese exceso de saber.
En Oblivion está la misma dualidad. La mujer clonada por el Tet no quiere saber nada. Podemos entrever, aunque nunca se dijera en la película, que ella intuye que hay algo más, pero ciertamente elige retroceder y no quiere saber nada de eso. La otra mujer, en cambio, se atreve a algo más, aunque el personaje es, en la película, un poco insulso y su posición decidida no está en el centro de la escena cuando insiste en saber qué fue lo que ocurrió con la misión original.
Esa dualidad, mencionada por Freud de pasada en La interpretación de los sueños al referirse a Adam Bede de George Eliot («una muchacha hermosa, pero fatua y enteramente estúpida, y junto a ella una muchacha horrible, pero noble»), está presente en la literatura desde siempre, y quizá la primera vez que ella aparece, como con casi todas las cosas que importan (véase Antígonas de George Steiner), es en la relación entre Antígona e Ismena. Sin embargo, lo que Freud señala teniendo en cuenta el Adam Bede es sólo la superficie de las cosas, es sólo su aspecto más grueso. Es claro que, en esa superficie, se suele equiparar belleza con estupidez y fealdad con nobleza, pero detrás de esa equiparación hay algo mucho más sutil. Y eso más sutil tiene que ver con atreverse a saber o no querer saber nada de ello. Ismena retrocede. Antígona avanza. No importan la belleza o la fealdad -aunque Lacan señalara la importancia de la belleza- importa retroceder o no. Por lo menos ahora, en esta página. «Somos sólo mujeres», le dice Ismena a Antígona cuando ya no soporta la posibilidad de no retroceder. Antígona podría responderle con las mismas palabras: «somos sólo mujeres», y luego avanzar hacia donde debe avanzar.
Volvamos por un segundo a la película de von Trier titulada Melancholia. Tiene otra particularidad, porque no sólo se observa en ella la dualidad que mencionamos antes en cuanto al saber sino que ella misma, como película, no retrocede nunca, y el resultado es que esta película se transforma así, quizá (y aventurando un juicio lapidario), en la película más angustiante de la historia del cine. Es una verdadera obra de arte y, quien oyera los comentarios del director de la película y de los actores, sabría que se trata de un caso análogo al Quijote y al Martín Fierro a la literatura. Afortunadamente, la obra sabe ir más allá de las intenciones de sus autores y de las lecturas de sus ejecutores. Eso res, en última instancia, lo que hace arte al arte: el ir más allá de las intenciones de sus autores o ejecutores. Un ir más allá que es furioso. Y el iracundo se queda más acá. Ismena dice «somos sólo mujeres» y se queda más acá. Antígona debería decir lo mismo y avanzar furiosamente.
Sebastián Digirónimo: Elogio de la furia, Letra Viva, Buenos Aires, 2017, página 53.
«En la urgencia la vida cambia de golpe y llega a perder el sentido»
Entrevista a Ricardo Seldes
“Son los tiempos de lo efímero, lo veloz, lo urgente. Vivimos en crisis. Lo que aún no queda claro es si la urgencia es el síntoma de una época o si la época toda es un síntoma. Pero lo cierto es que la vida en crisis es un paradigma que se está armando”, dice el psicoanalista Ricardo Seldes. Sus palabras sacuden como una bofetada, pero la sacudida ayuda a pensar, en estos tiempos en que -también resalta- la urgencia compele a actuar “y se clausura el pensar”.
Seldes dictó en la Facultad de Psicología de la UNT un curso sobre abordaje de las urgencias subjetivas, “esas situaciones en las que de repente el sistema en el que los sujetos funcionan en el mundo deja de funcionar”. Y en esos momentos, explota la angustia o ataca el pánico (cosas que, cabe acotar, no son lo mismo; ver “Diferencias importantes”). Del dictado del curso, organizado por la Secretaría de Extensión Universitaria, participó también el tucumano Rafael Krasnogor.
En el principio, el hospital
“En las urgencias, algo en la vida se modifica profundamente, produciéndole al sujeto un sufrimiento intolerable. Ofrecerle una asistencia inmediata le da la posibilidad de captar, con las variables que trae, aquello que lo ha sumido en la desesperación, lo ha dejado perplejo, agobiado e incluso descorazonado. Y el psicoanálisis puede hacerlo”, asegura, y cuenta que en su vida este tipo de abordaje nació en el Hospital de Lanús.
“A finales de los 80 los efectos de la dictadura eran complicados. Ni psicólogos ni psiquiatras querían ocuparse de las urgencias, y estas eran muchas. De a poco armamos un equipo de trabajo diurno, sin guardias, para tratar de inmediato, en forma breve y en equipo, las situaciones de crisis”, recuerda. E ironiza: “había que intentarlo; mal no podía hacer: el psicoanálisis no tiene contraindicaciones”. Enfatiza que la experiencia de hacer psicoanálisis en el hospital -“la trinchera”, lo llama- fue una increíble escuela. “La desesperación empuja a hacer… y la gente desesperada recurre al hospital. Allí están los pacientes más difíciles, y por eso mismo, la práctica hospitalaria debería ser el pivote esencial de la formación del psicólogo”, advierte.
Asegura que el mejor modelo para pensar las emergencias es el de la psicosis: “comparten la falla, la irrupción de un fenómeno, que se produce en el pensamiento o en el cuerpo, que carece de sentido para el sujeto”, describe. “Cuando el sujeto viene al hospital por la urgencia, como en el delirio, quiere entender qué le pasa; hay una búsqueda de sentido. Por eso la escucha puede operar, porque permite desplegar lo que no pudo ser dicho”, explica. Pero -señala Seldes- no para “reinstaurar” el orden: no se trata de volver al punto anterior, sino de poder encontrarse con lo nuevo que surge, aunque ello implique un paso por la historia de vida.
De urgencia a emergencia
Aunque la clave sea la palabra, no se niega a las respuestas medicamentosas. “A veces la angustia es tan invasiva que el pacientes se queda sin poder decir. Lo ideal es trabajar en buenas relaciones con el equipo de psiquiatras”, destaca.
“En la urgencia la vida cambia de golpe y pierde sentido. Abruptamente, se clausura el pensamiento -insiste-; el sujeto se siente empujado a actuar y sus acciones en muchos casos lo ponen en riesgo”.
La salida, entonces, es provocar una emergencia subjetiva, cosa que se consigue con la escucha. “El padecimiento del sujeto que sufre la urgencia es masivo y sin sentido. Aunque no puede sostener una demanda, poner en palabras su angustia amorfa le permite trasladar de alguna manera su sufrimiento a otro y organizarlo de a poco en segmentos que, al ser dichos, van cobrando sentido. Este paso de la urgencia a la emergencia abre las puertas a que aparezca lo silenciado… Si una demanda puede articularse luego de eso, habrá lugar para una nueva decisión”.
Diferencias importantes
Los desbordes de angustia y los ataques de pánico son justamente lo opuesto
“Las urgencias subjetivas pueden tomar diferentes formas, y dos de las más frecuentes son, también con frecuencia, confundidas entre sí: los desbordes de angustia y los ataques de pánico”, señala Rafael Krasnogor, responsable académico del curso. Y explica: “en la angustia lo que aparece es el miedo a la muerte como consecuencia de un otro (imaginario) amenazante; en el ataque de pánico, en cambio, lo que da miedo es la vida, a hacer la vida con otros, a jugarse… En el ataque de pánico el sujeto queda confrontado al temor de perder, por eso es que no arriesga. Hoy sabemos en general cómo administrar las ganancias, sobre todo si son de otros; pero administrar las pérdidas es algo intolerable”.

2017
Fuente: La Gaceta
¿Por qué la angustia no tiene sentido pero sí causa?
La angustia es el más penoso e insoportable de todos los afectos y cuando la encontramos en las consultas clínicas está ya en un estado desarrollado. Constatamos también las diferencias entre las personas a la hora de poder soportar un mayor o menor grado de angustia. A veces puede petrificarnos y otras empujarnos a un pasaje al acto, incluso al pasaje al acto suicida.
Para los psicoanalistas la angustia es esencial en la experiencia clínica porque es la vía por la que un sujeto puede aprehender algo sobre su ser de goce, es decir sobre su manera de gozar en la vida. Tanto de aquello que le hace sufrir, y de lo que él goza sin saberlo, como sobre su deseo inconsciente. Sin la angustia, no sabríamos nada sobre el deseo ni sobre el goce.
Para abordarla, el psicoanálisis no propone ningún tipo de heroísmo, se trata más bien de ‘desangustiar’ al angustiado, que no hay que confundir con desculpabilizarlo porque la culpa tiene un motivo inconsciente que hay que averiguar y sirve de poco persuadir a alguien, que se siente culpable, de su inocencia.

Tampoco apelamos al Ideal, diciéndole al sujeto que debe superar ese estado y hacerse fuerte porque eso es totalmente ineficaz. La angustia no se deja dominar ni por el Ideal ni por el pensamiento, tampoco por la orden, ya que algo de la angustia no puede ser absorbida por el discurso.
Es como si la angustia se basase en una certeza paradójica ya que cuando le preguntamos al sujeto por sus causas no puede referirla a ningún hecho concreto ni a ninguna significación. No obstante, él sufre y algo de esa certeza se le presenta como un valor absoluto. Hay personas que, por ejemplo, tienen la certeza de ser excluidos por el otro, no tienen dudas al respecto, sólo que esta certeza es diferente de la de la angustia porque la certeza de la angustia no está relacionada con ninguna significación sino con algo que está por fuera de cualquier discurso y por ello la angustia se les impone como un afecto en el cuerpo.
Para el psicoanálisis, no se trata entonces de buscar el sentido de la angustia, que no lo tiene, sino de buscar su causa. La angustia en tanto que señal está dirigida al sujeto, señal de lo real que le advierte de algo que puede ser un peligro. La certeza y la espera de un peligro son en la angustia una y la misma cosa.
Nuestro abordaje de la angustia es así distinto del de la psicología o de la medicina. Para estas disciplinas es sólo un afecto negativo a eliminar. Para el psicoanálisis, en cambio, la angustia es siempre la de un sujeto que habla y es a través de sus palabras como podremos cernir su causa. La tratamos a través del síntoma al que la angustia da paso. El síntoma sí le permite al sujeto extraer de esa certeza dolorosa un saber sobre lo que le concierne, pues en este asunto el peso recae sobre el sujeto, no sobre el Otro.
Hacer un buen uso de la angustia implica tomarla como la vía que permitirá al sujeto lograr una certeza sobre su manera de gozar y estar en la vida. Dicha certeza no podrá encontrarla solamente por medio de las palabras, será necesario también pagar una cuota de angustia. Sólo en la medida en que ese modo de gozar ha podido ser cernido, la angustia podrá ser levantada.
Ayudar a un sujeto a separarse de su angustia no lo libra de encontrarse con su síntoma, sino al contrario, es abordando y explorando ese síntoma como podrá conseguir separarse de su angustia. Es por ello que no hay soluciones milagrosas y rápidas –que sólo desplazan la angustia a otro síntoma- sino la oportunidad de una experiencia que permita al sujeto saber algo más de su funcionamiento y elegir si quiere o no ese modo de satisfacción.
2017
Fuente: La Vanguardia
«Cuando se echa el síntoma por la puerta vuelve por la ventana»
Entrevista a Judith Miller, por Héctor Pavón
La hija de Lacan, filósofa y presidenta de la Fundación del Campo Freudiano, sostuvo la vigencia absoluta del psicoanálisis. Y dijo que su padre ya predijo en 1973 la crisis financiera actual.
«Es difícil saber lo que es un padre y también lo que es una madre…» Dice una intrigante Judith Miller, hija de Jacques Lacan, esposa de Jacques-Alain Miller. Pero no se refiere a la pesada herencia psicoanalítica de su padre sino que las palabras surgen ante la pregunta sobre la paternidad que ostentan presidentes como Sarkozy y los Kirchner en países donde el psicoanálisis es una característica constitutiva de sus identidades. Judith Miller vino a Buenos Aires al XVI Encuentro Internacional del Campo Freudiano y al Encuentro Americano de Psicoanálisis Aplicado de Orientación Lacaniana, organizados por la EOL. En el octavo piso del hotel Plaza, Judith acomoda su elegancia parisina y habla de su padre, la persona a la que le debe tantos agradecimientos como reproches.
Han pasado 28 años de la muerte de Jacques Lacan. ¿Cómo ha envejecido su obra psicoanalítica? ¿Siguen vigentes sus palabras?
No entiendo. No puedo entender su pregunta porque todo esto tiene tanta actualidad, no sólo para mí, sino para cada persona. Cuando veo el esfuerzo que tenemos que hacer aún hoy para entender que Lacan en 1973 ya hablaba de la crisis que vivimos hoy y ver que eso no fue una profecía. Él ha entendido la lógica del capitalismo. Hoy estamos sorprendidos por la crisis, pero Lacan dijo que no podía ser evitada: «hay un cambio del capitalismo que conduce a una reedición de sí mismo a través de una actividad que no tiene nada que ver con el desarrollo de un historial que será puramente financiero». Y concluía diciendo que eso iba a tener un efecto. Yo no podía entender cuando él decía que «somos todos proletarios.» Yo no soy proletaria, soy parte de la burguesía. Pero tenía razón, hay una precarización general, mundial, de cada uno, que corresponde al desarrollo actual del capitalismo y que él ha entendido hace más de 40 años.
¿Y cómo se prepara al analista de hoy frente a esta precarización?
Es difícil. No formo parte de los que tienen que hacer eso, pero los analistas lacanianos tienen que inventar, recibir las sorpresas que puedan aparecer en la clínica de hoy. Eso no es nuevo, Freud ya había dicho que el psicoanálisis marcha con el mundo; y Freud en sí mismo ha visto que por ejemplo la histeria, desde que el psicoanálisis empezó a ser practicado, ha cambiado. Cada histérica, a partir del momento que hay un vínculo analítico, encuentra otras vías para resolver su pregunta, su enigma. Lacan decía en chiste que la histérica es histórica. El chiste juega con las coincidencias. La novedad permanente es la enseñanza de Lacan. Pero no quiero que sea equivalente a decir tenemos únicamente a la enseñanza de Lacan y no tenemos que hacer nada más que repetir lo que él ha dicho. Los analistas y la gente que trabajan con ellos, los analizantes, particularmente, me parece, participan de una búsqueda al nivel clínico, de la doctrina analítica, a cada nivel que hace parte de las luces lacanianas.
Usted se refería a las sorpresas que llegan al diván y para las que tienen que prepararse los analistas. ¿Cuáles serían?
La definición de una sorpresa es que es imprevisible. La profesión necesita una formación larga, amplia, intensa, profunda, que a la vez implica que los analistas siguen sabiendo que tienen que no saber. Y saben que ellos no saben lo que van a encontrar, ahí está la sorpresa. No es fácil eso, porque hay que ser uno mismo, muy bien analizado, quizás reanalizado, para mantener esta disponibilidad, esta capacidad de aprender una nueva cosa. Lo he visto con mis ojos en mi propia familia, no sólo con mi padre, también con otros analistas que estaban muy viejos, muy cansados, y que han seguido trabajando hasta el último día porque estaban de pie. También por mi padre: Lacan ha trabajado hasta el último día.
¿Y qué hace un analista cuando en su consultorio llega un empleado de Telecom donde se han suicidado 26 personas?
Pienso que constituyen una epidemia de suicidios los de France Telecom. Encarna lo que Lacan llamaba la precarización generalizada de cada uno en el momento de la historia humana que conocemos, en la cultura globalizada. Aunque tenemos el progreso de las tecnologías, el desarrollo de la ciencia, el malestar de la cultura persiste. Quizás porque tenemos todo eso, el malestar sigue, no hay liberación. Hay consecuencias también de lo que se llama el progreso, y es por eso que Lacan no se decía progresista y Freud tampoco. Pienso que el malestar está en el corazón del hecho de que estamos condenados a ser humanos.
¿Este momento de crisis general repercute también de modo singular en la consulta al analista?
Es evidente. Creo que fue así en cada época, no hay tantos períodos que hayan separado las épocas de la historia freudiana, pero creo que la Primera Guerra fue un momento importante para la obra de Freud. La Segunda Guerra también fue muy importante y Freud había previsto todo el horror que iba a producirse, en su obra de 1920 La psicología de las masas. Él había hablado de los que sería el fascismo antes de que se produjera.
Se repiten las voces que aseguran que los jóvenes latinoamericanos no pueden avizorar el futuro… ¿El psicoanálisis piensa en el futuro?
En primer lugar no conozco ninguna persona que no esté pensándose a sí misma en el futuro. Ahora, quizás un niño que no sabe cuál será su propio futuro, eso es diferente. Hay una angustia especial. Hoy los jóvenes conocen esta angustia. Quizás ellos no pueden decirla, pero tienen esta angustia. Es importante permitir a cada uno acercarse para ver de qué se trata esa angustia. Pero no podemos decir que ellos no tengan la dimensión del porvenir. Es una paradoja del capitalismo. Hoy, cuando el capitalismo trabaja cada día más sobre el tema de la seguridad, la inseguridad aumenta. Y de una cierta manera la infelicidad del capitalismo es que cuando empieza a trabajar sobre un punto para suprimirlo, lo refuerza. Es así para la exclusión, la segregación, todos los medios que se toma en el cuadro del capitalismo refuerzan la segregación. Y la precariedad aumenta en la medida que aumenta la seguridad, la promesa de seguridad. Pero pensar una vida sin seguridad, es pensar la vida como la muerte. Y, estar muerto para vivir bien es una paradoja también.
Existen terapias como las de las neurociencias que proponen tratamientos acotados. ¿Qué respuesta tiene el psicoanálisis ante el pedido de terapias breves?
Las neurociencias proponen tratamientos más breves, más cortos. Es verdad que el efecto de un análisis no es de normalizar a nadie. Un análisis saca a la luz la singularidad de la persona que ha consultado. Es muy difícil saber quién soy yo. Una experiencia analítica permite ubicar cuál es mi deseo; si quiero lo que deseo. Es decir ubicar la división que cada uno tiene. Eso toma tiempo, es completamente antipático al apuro contemporáneo. Queremos ahora, inmediatamente lo que esperamos y es difícil de no ceder a este apuro. Pero el psicoanálisis no puede ceder a eso. Es una trampa. Cuando se echa el síntoma por la puerta, vuelve a entrar por la ventana. Ese es un principio fundamental del funcionamiento de la repetición.

(2009)
Fuente: Clarín
Fuente de la imagen: Plataforma Urbana
«La angustia puede tomar forma de actos violentos a nivel de la escuela»
Entrevista a César Mazza, por Verónica Casasola
Vinculado desde hace tiempo con el psicoanálisis, César Mazza es un reconocido especialista cordobés que en las últimas horas brindó una serie de conferencias en Salta. Con un valioso aporte en el estudio del tratamiento que mantiene al discurso inconsciente como base, el analista dialogó con El Tribuno. El avance de temas como la equidad de género, escolaridad y el análisis visto como una herramienta que no debe limitarse a un determinado grupo social, constituyeron algunos de los puntos más sobresalientes de la charla.
¿Todos somos objeto de psicoanálisis? La gente cree algunas veces que solo es para los locos…
(Risas) No, ya no… por suerte no. No está contraindicado en nadie, lo que ocurre es que el psicoanálisis invierte la posición de objeto del ser humano. Lo que haría un análisis es que tomaría esa posición y la daría vuelta, es decir que el sujeto dejaría de ser objeto de su sufrimiento o destino, es decir de cómo fue predestinado en su ambiente familiar y podría hacer otra cosa o algo más interesante de su vida.
¿Existen contextos o situaciones que impulsan o motivan a un mayor malestar?
No necesariamente, porque si tomamos el caso de una subjetividad que se llama la paranoia, en las grandes catástrofes encuentra una estabilización. Eso no se puede generalizar, no hay generalizaciones, es uno por uno. Tal vez existe alguien que encuentra una posibilidad inventiva de responder en una crisis y que antes no lo podía hacer. La crisis social en si misma no explicaría la causa del malestar de nadie.
¿Existen aspectos que caracterizan a los argentinos en tema de psicoanálisis?
Es muy difícil responder esa pregunta, pero lo que sí podemos decir es que lo que se tiene en cuenta es el archivo como un contexto de comparación. Hay una mentalidad que en un punto es una ficción, una mentalidad media y donde yo diría que esa mentalidad juega en cada paciente y en cada uno respecto de sus ideales. Creo que en un punto existe una cierta capa media donde ese ideal mira siempre a una capa más alta, es decir que está el sueño de vivir como si se tuviera un poder adquisitivo mayor y eso forma parte por supuesto de una ilusión, la ilusión siempre es un factor político. Es usada políticamente. Hay un imperativo social editado y fomentado por la publicidad y por los grandes medios de comunicación de que teniendo un determinado estándar de consumo se llegará a un estado de felicidad. Sin dudas es algo que el psicoanálisis desmontará, porque la angustia, lo que ocurre en el cuerpo, desarma cualquier ideal.
¿Qué efectos produce la angustia?
La angustia desarma a un sujeto y entonces hay algo que empuja y que en esos casos es muy importante la respuesta que se le da para que ese empuje no conduzca a una persona hacia lo peor. Es muy importante que pueda acudir a un psicoanalista en esos momentos de urgencia.
¿Cómo calificaría la realidad del psicoanálisis?
El psicoanálisis ya cumplió unos cien años y su capacidad de respuesta se va innovando permanentemente. Actualmente podemos dar una perspectiva si se quiere universal, europea, norteamericana, argentina y en especial lo que puede ser el contexto de cada ciudad.
¿Qué temas cree que se incorporaron en el último tiempo?
La orientación lacaniana a la que pertenezco va dando respuestas a nivel conceptual y tiene consecuencias a nivel práctico clínico sobre distintas problemáticas actuales, ya sea los problemas vinculados con los movimientos de género, la nueva participación que tienen las mujeres en la vida social a través de toda una legislación y modificación jurídica de sus derechos. Otro aspecto podría ser lo vinculado con las respuestas que da el psicoanálisis a situaciones de angustia que toman distinta envoltura formal. Esa situación de angustia, puede tomar la forma de la toxicomanía, de actos violentos a nivel de las escuelas y a nivel de la vida comunitaria.
¿Qué opina sobre el concepto de que el psicoanálisis es limitado a ciertos grupos?
El psicoanálisis es una instalación móvil y el analista es un objeto nómada donde es susceptible de desplazarse en distintos contextos. No se trata del cliché de que el analista está en su consultorio con una buena decoración de interiores o está en una sala de hospital solamente detrás de un escritorio, sino que puede intervenir por ejemplo en el ámbito escolar, de una interconsulta, en una terapia intensiva, intermedia.
¿Cómo se hace para trasladar a la sociedad una práctica que se cree es para gente con dinero?
Se puede tomar una referencia de Jacques Lacan con un gran texto del año 1958, que se llama «La dirección de la cura y los principios de su poder». Allí este autor remarca que a veces un paciente demanda tratamiento teniendo una idea de como será el tratamiento de acuerdo a la difusión cultural que ha recibido del psicoanálisis.
¿De qué o quién depende eso?
Está en las organizaciones analíticas hacer una difusión, una extensión de la propuesta analítica de tal forma que la opinión pública se entere de que hay un acceso al tratamiento. En el caso de la institución a la que pertenezco, EOL (Escuela de Orientación Lacaniana), tiene una red asistencial en la que los analistas atienden determinadas problemáticas sociales de una forma accesible. También tengo conocimiento de que en esta ciudad también hay un espacio de atención analítica.
¿Cree que existe falta de reconocimiento en la labor que realizan los psicólogos en ámbitos como educación y salud?
Muchos practicantes del psicoanálisis se inician haciendo integraciones escolares y lo que hay que considerar es cómo se las arreglan para que su intervención no caiga en saco roto. Por supuesto que la intervención valdrá y las consecuencias que puedan llegar a tener van más allá del lugar asignado por un presupuesto o una política de Estado, es la capacidad de intervenir sobre ese niño, maestra, cuerpo docente que va tener su eficacia. Un Estado debe darle un presupuesto a la educación y la salud mayor a lo que siempre tiene. Los recursos vinculados con estos ámbitos pertenecerían al orden de lo necesario. El psicoanálisis siempre aparecerá en la grieta del sistema.
¿Existen proyectos en torno a la integración del psicoanálisis en todos los estratos?
No sé si tanto como proyecto pero sí la inclusión de psicoanalistas en el ámbito jurídico y en el ámbito médico. Existe por ejemplo un intento de actuar en los pacientes que piden una intervención quirúrgica de cambio de sexo. Ahí hay una primera aproximación de inclusión de practicantes de psicoanálisis en esos equipos. Todavía no se saben los resultados, pero se va haciendo individualmente en cada practicante.
¿Cómo ve el futuro del tratamiento?
Lo interesante es que el psicoanálisis depende de cómo se hagan las cosas. No de la universidad ni del Estado, sino de las organizaciones psicoanalíticas y de los propios analistas. Lo es en la medida en como se trabaje, la seriedad y el compromiso que se tenga.
(2014)
Fuente: El tribuno
César Mazza
Es profesor en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), codirector de la revista Exordio, miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). En 2015 ha publicado La lectura y sus dobles, en ediciones El Espejo.