«Hay algo antipolítico en la sexualidad»

Entrevista a Marcelo Barros,
por Pablo E. Chacón

Relaciones violentas entre el amor y la tragedia es una compilación a cargo de Patricia Sawicke y Beatriz Stillo, publicada por Grama. Además del texto del entrevistado hay trabajos, entre otros, de Gustavo Dessal y Mercedes de Francisco.

El psicoanalista y ensayista Marcelo Barros sostiene que el sintagma relaciones violentas se diferencia del otro, relaciones conflictivas: si en el primero existe un horror o un desprecio hacia lo femenino, en el segundo la cuestión se transforma en estructural, situando un malentendido y al amor freudiano en una zona de distribución desigual o injusta.

—¿Qué especificidad tienen las relaciones violentas para el psicoanálisis de orientación lacaniana? ¿Es o no es una redundancia decir relaciones violentas?

—No es una redundancia. Porque si bien no hay relación sexual, y al estar atravesados por el lenguaje, las relaciones entre el hombre y la mujer se ven perturbadas, esa falla estructural es solamente la condición de partida. Pero a partir de esa condición inicial hay diferencias abismales entre una disfunción y otra, por decirlo así. Podemos decir que toda relación es conflictiva, pero no es lo mismo que ese conflicto se tramite por la violencia o por la palabra, aunque esa palabra sea violenta o hiriente. Que un hombre golpee, viole o mate a una mujer es algo gravísimo que no puede dejarnos indiferentes, y mucho menos disolverlo en la hipertrofia de los conceptos, que es una moda intelectual que los lacanianos debemos evitar. Decir que todo el mundo es loco es una verdad, pero también es una afirmación que le resta operatividad a la noción de locura. Lo mismo podemos decir de la violencia. Debemos preservar las herramientas conceptuales necesarias para pensar fenómenos como el que nos ocupa. Por supuesto, el psicoanalista interviene en el caso por caso, pero como Freud sostuvo, tampoco está impedido de hacer formulaciones generales, lo cual no significa caer en la zoncera de hacer perfiles del hombre violento o la mujer victimizada. Esas cosas llevan a lo peor. Es verdad que hay que ver en cada caso de qué se trata, pero también este problema ya es un signo general del malestar en la cultura propio de la época. De un modo muy general, yo diría que en las relaciones violentas tenemos sujetos que viven trágicamente su sexualidad, con una carga de malestar excesiva, donde hay un horror y un desprecio a lo femenino. También en la mujer, cuando se echa la culpa de la situación. Y esto vale también para el varón violento, aunque de modo muy diferente, en tanto esa violencia es un índice de la impotencia para abordar a una mujer. Por supuesto, no está de más decir -y hay que resaltarlo- que considerar el caso clínico del hombre violento no lo exime para nada de la responsabilidad jurídica y el castigo que merece por sus actos de violencia.

—¿Por qué pensás que el feminismo clásico se lleva tan mal con el concepto de goce (o con la connivencia entre partenaires, uno de los cuales, por lo general la mujer), se presenta como víctima?

—El feminismo es un movimiento político, y me parece que todo movimiento político sea cual sea, de derecha o de izquierda, conservador o progresista, se va a llevar mal con el discurso analítico. Hay algo antipolítico en la sexualidad. Explicar esto como corresponde llevaría mucho tiempo, pero me remitiría a la frase de Mazarino que Lacan cita en La ética del psicoanálisis: La política es la política, pero el amor seguirá siendo el amor. No es una frase romántica. Lo que eso quiere decir es que la política busca, cada cual a su manera, la justicia y el bien. El problema es que el amor no tiene nada que ver con la justicia, y tampoco con el bien, aunque por añadidura haga el bien. Decididamente no es justo. El amor en sentido amplio, erótico, freudiano. Las relaciones amorosas no son justas, no son 50 y 50, y ya sabemos que el reparto equitativo se da únicamente en el juicio de divorcio cuando el amor ya se ha extinguido, cuando él y ella son solamente sujetos de derechos civiles. Y eso es lo único que el feminismo puede ver.  Hay un profundo carácter antisocial de la sexualidad que Freud destacó desde un principio, y del que han hablado todos los grandes poetas. El feminismo manifiesta una gran incomprensión para lo sexual, porque lo sexual es en esencia políticamente incorrecto. Siempre. Y el goce, a veces más otra menos, pero siempre, implica un mal. Como decía una mujer, todo lo que me gusta hace mal al hígado o está casado. El feminismo y las perspectivas de género sólo pueden ver modelos de identificación sin el componente pulsional, sin lo demoníaco de la sexualidad, sin el falo. El género es eso, una sexualidad descafeinada, light. Y por eso el feminismo es una versión reciclada del puritanismo. Además, creen que hablar del goce presente en las relaciones violentas es culpar a la mujer y exonerar al varón, lo cual es de una imbecilidad superlativa. El psicoanalista no niega la enorme dificultad que implica para una mujer amenazada el salir de esa situación de la que no es para nada fácil salir. Sin embargo, tampoco hay que negar el hecho de que muchas veces la víctima vuelve a entrar en la trampa. Eso significa que no salió nunca y que hay factores subjetivos que la retienen.

—¿Cómo pensar la actual explosión mediática de la violencia de género? ¿Alcanza con desplegar la diversidad o la proliferación de los nombres del padre, o la decadencia de la imago paterna?

—En tu pregunta hay que distinguir el fenómeno de la violencia de su tratamiento mediático. Con respecto al primero, hay que entender que es algo complejo y seguramente no todo se explica por la declinación de la función paterna. Por eso en la presentación del libro de Patricia Sawicke y Beatriz Stillo, ellas hablaron de la importancia de la asistencia legal, que es otra parte del problema, sin contar los aspectos sociales y políticos, la asignación de recursos, etc. La cuestión de lo que Silvia Ons mencionó como una virilidad sin Nombre del Padre me parece central desde el punto de vista analítico, siendo que la violencia de género es, digámoslo, violencia de hombres hacia mujeres. Y es porque en la violencia está en juego un goce fálico y sadiano -no sádico- sin regulación. Sin el Nombre del Padre, sin eso que dice que no a la función fálica no hay posición viril que se sostenga. Y la posición viril es antes que nada la posición ante una mujer en tanto Otra, es decir, ante una mujer como mujer y no como madre.  No hace falta ser psicoanalista para saber que un hombre que maltrata a las mujeres es impotente para abordar lo femenino, y esto no es cuestión de sexología, de performance sexual. Bancar y bancarse a una mujer, es algo que no tiene nada que ver con el rol de proveedor, ni con hazañas de hombría. Es algo que se ve muy bien en la película Once were warriors de Lee Tamahori. Hay una convergencia entre paternidad y masculinidad. La posición paterna es esencial para un hombre. Lacan lo señala de punta a punta de su enseñanza. Eso no pasa por formar una familia, por tener o no hijos, sino por la posición ante el deseo femenino. No hay que enrolarse en ninguna nueva masculinidad, no hay que feminizarse ni  hacerse vegetariano o progre para entender que la violencia hacia una mujer no es precisamente un gesto de virilidad. Por algo los hombres que incurren en esa canallada lo hacen en secreto, lo niegan con descaro y no se vanaglorian de ello ante los demás hombres ni ante nadie. El reglamento de los Granaderos establecido por San Martín en 1812 establecía la expulsión del regimiento para el que pusiese una mano sobre una mujer aunque hubiese sido injuriado por ella. Por eso la violencia hacia una mujer revela una virilidad fracasada, impotente. Cuando digo esto no se trata de ser hombre o no serlo en el sentido de ser corajudo u otras bobadas por el estilo. La violencia hacia la mujer es algo mucho peor que un acto de cobardía, porque es atentar contra la causa del deseo.

En cuanto al factor mediático, lo que cabe preguntarse es por las estrategias de propaganda y su eficacia. Una crítica que yo haría es que algunas propagandas se orientan de modo subliminal hacia la configuración de imaginarios cristalizados que victimizan a la mujer y demonizan al hombre. Y cuando digo mujer y hombre me refiero a todas las mujeres y todos los hombres. Se naturaliza veladamente la identificación de la mujer con el ser víctima, y la identificación de lo viril con ser un canalla. Esa estrategia es muy perjudicial y se revela ineficaz para dar una respuesta adecuada al problema. En principio porque la víctima no inspirará buenos sentimientos, sino todo lo contrario, y eso reintroduce el problema que se pretendía resolver. En cuanto a los hombres, transmitir la idea de que macho es igual a machista, a golpeador, a violador o pedófilo, me parece perjudicial. Se da a entender que para tener una relación amorosa con una mujer hay que ser un hombre femenino, o sea, dejar de ser hombre. Ante esa estrategia el tipo que es golpeador lo seguirá siendo, pero lo peor es que ese mensaje aleja a los que no lo son. Los ahuyenta, y me parece que es importante que los hombres se involucren en el tema y no sientan que este es un asunto puro y exclusivo del discurso feminista.

—¿Existe una retroalimentación entre los medios y la desaparición de ciertas formas de la privacidad (debido al uso de las redes sociales, y a la ausencia de claridad en la jurisprudencia) para que estas situaciones detonen?

—La referencia a la privacidad nos envía al tema del próximo Encuentro de San Pablo. La privacidad es un derecho que puede ejercerse o no, y que puede estar reglamentado o no. Pero lo importante es diferenciarla de la opacidad, que es algo vinculado al síntoma, y yo diría que también a la Ley. La sociedad de control es una sociedad que no tolera la opacidad y que busca una transparencia absoluta. En cierto modo es una consecuencia indeseada de lo que llamamos Las Luces. Rousseau tenía el ideal de una sociedad transparente. La paradoja que con mucha agudeza señala Foucault, es que la voluntad de control es el complemento nefasto de eso, y que aparece en el Panóptico de Bentham. A grandes rasgos diría que la sociedad de control promueve una subjetividad cada vez más narcisista, tomada por la ilusión de ser transparente a sí misma. Esto no es ajeno al aumento de las tensiones agresivas, que es lo que Lacan señala en La agresividad en psicoanálisis. El vaticinaba el agravamiento de la guerra de los sexos. Y agrega algo muy importante, y es que nuestra época muestra un problema enorme al confundir la agresividad con la fuerza. Es lo que pasa hoy, sobre todo en lo que a la masculinidad se refiere. Ser agresivo no es ser fuerte, sino más bien lo contrario. En esto yo seguiría a Santo Tomás de Aquino, para quien la virtud de la fuerza reside en soportar una herida, y no en ser invulnerable. Si lo tradujera a términos analíticos, diría que la fuerza reside en soportar la castración, y sobre todo soportar esa castración que la feminidad encarna. Para el varón, no retroceder ante la mujer. Para la mujer, no retroceder ante la mujer que ella misma es. Cuando un hombre violenta a una mujer no avanza, retrocede. Porque una mujer en tanto Otra suscita angustia, como todo lo que es valioso en esta vida, como la vida misma. Esa otredad implica también opacidad, y por eso Lacan dice que para el varón una mujer es un síntoma. La agresividad es un modo de defensa, de defensa impotente, ante la angustia que eso suscita.

—¿Qué puede decir el psicoanálisis en la actualidad, cuando las garantías del Otro no están aseguradas por ninguna causa política, religiosa, etcétera, a menos que sostengan algunos rasgos fundamentalistas?

— Los analistas tendríamos que ser prudentes al hablar del mundo o la época. Justamente porque lo real no es un todo y porque el mundo es bastante más grande que el barrio de Palermo de Buenos Aires. Dicho esto, creo que hay que revisar la cuestión de la ausencia de garantía. No habrá garantías pero hay controles. Cada vez más controles. Si existiera algo así como el sujeto moderno, yo diría que es un sujeto cada vez más cargado de derechos. Pero no se lo ve más tranquilo por eso. Me parece que hay que revisar el fetiche ideológico que sostiene que el sujeto tradicional tenía todo garantizado. Creo que lo único que tenía garantizado era la castración. La felicidad no formaba parte de sus pretensiones y esto está dicho por Lacan y muchos otros pensadores. Tenemos una imagen bastante boluda de la boludez religiosa, porque lo cierto es que el tipo de otras épocas no pensaba que la vida tuviese el sentido de hacerlo feliz. No sentía que el universo tuviese el plan de satisfacer su derecho a la felicidad. Quien crea que la religión sostiene que Dios sabe lo que hace, que va a cumplir sus promesas y que nos garantizará un happy end no sabe nada de religión. Basta con leer el Libro de Job o el Salmo 89. El sujeto actual siente, en cambio, que tiene el derecho a ser feliz. Tal vez no haya un gran Otro, pero la gente exige ser feliz, exige derechos y garantías, y los derechos y las garantías se multiplican. Se  exige que este producto insensato que es la vida no esté fallado, que funcione. Me inclino a pensar igual que Lacan respecto del narcisismo exacerbado de la subjetividad moderna. Y es dentro de este mundo pretendidamente feliz, pretendidamente feminizado, pretendidamente igualitario, que la violencia en las relaciones entre los sexos emerge como un síntoma de la época. Hay un pasaje de Las formaciones del inconsciente donde a Lacan le llama la atención el final de la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley: la escena final es la del héroe flagelando a una muchacha. Y después todos empiezan a hacer lo mismo, ese acto se expande como reguero de pólvora.  La imagen del hombre flagelando a la mujer emerge en el contexto de una utopía social en la que el goce es el único valor. Da que pensar.

(2015)


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William Adolphe Bouguereau, Nymphs and Satyr (1873)

Fuente: Télam

 

La pregunta de la época es: ¿Qué vas a hacer hoy para gozar más?

Entrevista a Éric Laurent, eric8por Héctor Pavón

No todos los días un lacaniano habla sin límites. Por eso esta entrevista tiene algo de excepcional. Lo es, básicamente, porque Eric Laurent, psicoanalista francés, combina sus múltiples saberes para interpretar la sociedad más allá del diván. Laurent estuvo en Buenos Aires y dio una conferencia en el Instituto Clínico de Buenos Aires; presentó el seminario de Jacques-Alain Miller titulado Extimidad y se reunió con sus discípulos locales. Ex presidente de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, es uno de los psicoanalistas más prestigiosos del mundo lacaniano franco argentino.

Las jornadas de la Escuela de Orientación Lacaniana que usted presidió en Buenos Aires llevaron como título “El amor y los tiempos del goce”. ¿A qué se refiere esta expresión?

Significa que el discurso amoroso se modifica a medida que algo de lo real se desplaza en la civilización. El goce es la palabra que designa el hecho. Alude al hecho de que para el sujeto parlante la experiencia del placer siempre incluye un más allá del principio de placer, como decía Freud. Es decir, uno se engancha con algo y puedo incluso pasar a una adicción con la comida, el sexo, el trabajo, la tele, la pantalla, el juego. Un modo de adicción que va mucho más allá del placer. Y es esta zona que designa el goce. Y como estamos en una época de post-liberación sexual, en referencia a la llamada liberación sexual que tuvo lugar en los 70 y con la que hubo un cierto alivio del peso de las prohibiciones, estamos ahora en una experiencia que incluye esto y que nos da una cierta época de pornografía generalizada, más o menos chic, estetizada, con una oferta de representaciones del sexo mucho más amplia que lo que había antes. Así, el sujeto contemporáneo tiene que levantarse cada mañana preguntándose a sí mismo qué va a hacer para gozar más.

Porn por Tom Nulens
Porn por Tom Nulens

¿Y qué hace el sujeto ante semejante demanda?

Al tener que decidir qué va a hacer para que su vida tenga más placer y más goce se desplaza el discurso amoroso que se vuelve una barrera contra los excesos del goce. Y a medida, precisamente, que existe este empuje superyoico, tipo “qué haces tú para gozar más”, cada vez que el sujeto está enfrentado con esto, para protegerse, el discurso amoroso viene a poner una barrera: que no se puede gozar del todo del objeto amado, y que hay una cierta barrera: la de la dificultad de reconciliar amor y goce, del pudor, la admiración, respeto.

Eso también implica reinventar una época. Para el psicoanálisis, ¿esta época tiene un nombre?

Es la época del otro que no existe; una cierta descreencia en el otro como tal. Y al mismo tiempo, surgen procedimientos de remiendos con cierto corpus moral o legal, o ética, en el cual se confunde o se mezclan el nivel de prescripción legal y de prescripción moral. Que son como estos procedimientos de remiendo del agujero que se ha generado.

Usted hablaba del goce como adicción, o viceversa. ¿Allí entran síntomas sociales como los de la bulimia y la anorexia?

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Karl Lagerfeld /Fuente de la imagen: WHATSTRENDY.NET

Para que se produzca esta epidemia, primero hay que salir de la escasez, del hambre. Una vez que se sale de la necesidad, la pregunta es qué voy a hacer para gozar más. Inmediatamente dice que no hay que vivir para comer. Y vivir para comer puede ser también vivir para rechazar lo que te proponen comer. Karl Lagerfeld decía: “tenemos que exigir de la moda que tengan modelos que tengan un peso normal y no estas anoréxicas”. Pero al mismo tiempo sostenía: “nadie quiere ver mujeres gordas”. Surge un conjunto de cosas que van desde las prescripciones médicas, dietéticas, el discurso de la higiene, la industria de la moda. Todo esto construye un circuito pulsional muy amplio, que va mucho más allá de lo que era completamente taponado por las prohibiciones, del modo de vivir tradicional.

(2011)

Fuente: Clarín

Racismo 2.0

Éric Laurent

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“Los debates recientes que han tenido lugar alrededor de la interdicción del espectáculo de Dieudonné hacen resonar de manera muy actual una de las anticipaciones lacanianas sobre la función del psicoanálisis en la civilización. Las últimas palabras del seminario 19, en junio de 1972, apuntan precisamente sobre nuestro porvenir. La salida de la civilización patriarcal le parecía (a Lacan) entonces superada. De la época post-68 zumban aún palabras sobre el fin del poder de los padres y el advenimiento de una sociedad de hermanos, acompañadas del hedonismo feliz de una nueva religión del cuerpo.
Lacan arruina un poco la fiesta añadiendo una consecuencia que entonces no se advertía: Cuando regresamos a la raíz del cuerpo, si revalorizamos la palabra hermano, […] sabed que lo que asciende, que aún no se ha visto hasta sus últimas consecuencias, y que, este, se enraíza en el cuerpo, en la fraternidad del cuerpo, es el racismo. La idolatría del cuerpo tiene consecuencias totalmente distintas que el hedonismo narcisista al cual algunos creían poder limitar esta religión del cuerpo. Anuncian en la modernidad otras figuras de la religión que aquellas de las religiones seculares, como se expresaba Raymond Aron, quien marcaba la época y que suministraba, según él, el opio de los intelectuales.
“En el mismo momento en que Lacan preveía el ascenso del racismo, subrayado con insistencia desde 1967 a 1970, la atmósfera era de regocijo ante la perspectiva de integración de las naciones en conjuntos más vastos que lo que los mercados comunes autorizaban. Se estaba entonces, más que hoy, por Europa. Lacan acentúa esta consecuencia inesperada con una precisión que, en la época, sorprendió. Interrogando a Lacan en Télévision en 1973, Jacques-Alain Miller se hacía eco de esta sorpresa y valorizaba la importancia de esta tesis. ¿De dónde saca usted, por otra parte, la seguridad para profetizar el ascenso del racismo? ¿Y por qué diablos lo dice? Lacan respondía: Porque no me parece divertido y porque sin embargo, es verdad. En el extravío de nuestro goce, solo el Otro lo sitúa, pero es en la medida en que estamos separados de él. De ahí unos fantasmas, inéditos, cuando no nos mezclábamos.
“La lógica desarrollada por Lacan es la siguiente. No sabemos lo que es el goce con el que nos podríamos orientar. Sólo sabemos rechazar el goce del otro. Por el hecho de mezclarse, Lacan denuncia el doble movimiento del colonialismo y de la voluntad de normalizar el goce del que es desplazado en nombre de su así llamado bien. Dejar a ese Otro en su modo de goce, es lo que solo podría hacerse si no le impusiéramos el nuestro, si no lo considerásemos un subdesarrollado[…] ¿Cómo esperar que prosiga aquella humanitería (humanitairie) de cumplido con la que se revestían nuestras exacciones? No es el choque de las civilizaciones, sino el choque de los goces. Esos goces múltiples fragmentan el lazo social, de ahí la tentación del llamado a un Dios unificante.
“Lacan anuncia ahí también algo: el retorno de los fundamentalismos religiosos. Dios, al recuperar con ello fuerza, acabaría por ex-sistir, eso no presagia nada mejor que un retorno de su pasado funesto. En sus palabras sobre la lógica del racismo, Lacan toma en cuenta la variación de formas del objeto rechazado, sus formas distintivas que van del antisemitismo de antes de la guerra, que conduce al racismo nazi, al racismo postcolonial para con los inmigrantes. El racismo, en efecto, cambia sus objetos a medida que las formas sociales se modifican, pero según la perspectiva de Lacan, siempre yace en una comunidad humana el rechazo de un goce inasimilable, resorte de una barbarie posible.Banksy Aves racistas
“Lacan evoca este problema del racismo en su Proposition du 9 octubre 1967 sur le psychanalyste de L’École y en su Allocution sur les psychoses de l’enfant, durante ese mismo año. En la  Proposition…, evoca lo que el racismo nazi tenía, en su barbarie, de precursor: “Abreviemos diciendo que lo que vimos emerger, para nuestro horror, representa la reacción de precursores en relación con lo que se irá desarrollando como consecuencias del reordenamiento de los agrupamientos sociales por la ciencia y especialmente, de la universalización que esta introduce en ellas. Nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su contrapeso en la expansión cada vez más dura de los procesos de segregación. Y en la Allocution precisa el nudo entre la posición del psicoanalista y el movimiento de la civilización: Cómo nosotros, quiero decir los psicoanalistas, vamos a responder a eso: la segregación puesta a la orden del día por una subversión sin precedentes.
“En realidad, la lógica por la que Lacan construye un conjunto humano es para saber operar una torsión sobre las Psicología de masas freudiana. En 1921, después de haber formulado la segunda tópica, Freud vuelve a tomar la cuestión del destino pulsional a partir del modo de identificación que rige la vida psíquica: Y en total oposición a lo que es habitual, nuestra indagación no escogerá como punto de partida una formación de masa relativamente simple, sino masas de alto grado de organización, duraderas, artificiales. Los ejemplos más interesantes de tales formaciones son la Iglesia -la comunidad de los creyentes- y el ejército.… Las masas con conductor son las más originarias y completas, y si en las otras el conductor puede ser sustituido por una idea, algo abstracto, respecto de lo cual las masas religiosas, con su jefatura invisible, constituirían la transición; si ese sustituto podría ser proporcionado por una tendencia compartida, un deseo del que una multitud pudiera participar {…} El odio a determinada persona o institución podría producir igual efecto unitivo. Para Freud, el odio y el rechazo racista se unen, pero quedan conectados al líder que toma el lugar del padre o, más exactamente, del asesinato del padre. Lo ilimitado de la exigencia subsiste en la masa y el establecimiento del lazo social queda fundado sobre el asentamiento pulsional de la identificación. La masa estable conlleva el mismo principio ilimitado liberado para la masa primaria. Freud puede así dar cuenta del ejército como masa organizada y del poder de matanza salvaje que lo acompaña. El odio común puede unificar una masa, ella queda ligada a una identificación segregativa con el líder.
“Para construir la lógica del lazo social, Lacan, en cambio, no parte de la identificación con el líder, sino de un primer rechazo pulsional. Su tiempo lógico acaba en proponer para toda formación humana tres tiempos lógicos según los cuales se articulan el sujeto y el Otro social:
1) Un hombre sabe lo que no es un hombre; 2) Los hombres se reconocen entre ellos; 3) Afirmo ser un hombre, por temor de ser convencido por los hombres de que no soy un hombre.

“Esos tiempos no parten de un saber sobre lo que es un hombre después de un proceso de identificación, sino que parten de lo que no es un hombre -un hombre sabe lo que no es un hombre. Eso no dice nada sobre lo que es un hombre. Luego, los hombres se reconocen entre ellos por ser hombres: no saben lo que hacen pero se reconocen entre ellos. Por último, afirmo ser un hombre. Allí está la cuestión de la afirmación o la decisión junto a la función de la prisa, la función de la angustia -del miedo de ser convencido por los hombres de no ser un hombre.
“Esta lógica colectiva está fundada sobre la amenaza de un rechazo primordial, de una forma de racismo: un hombre sabe lo que no es un hombre. Y es una cuestión de goce. No es un hombre aquel al que rechazo como teniendo un goce distinto del mío. Movimiento que da la forma lógica de toda asimilación ‘humana’, en la medida en que, precisamente, se formula como asimiladora de una barbarie, y que, sin embargo, reserva la determinación esencial del ‘yo’…
“Cuando Lacan escribió este texto, la barbarie nazi estaba próxima. Comenzó por tomar con pinzas al judío como el que no goza como el ario: un hombre no es un hombre porque no goza como yo. A la inversa se puede subrayar que si los hombres no saben cuál es la naturaleza de su goce, los hombres saben lo que es la barbarie. A partir de allí, los hombres se reconocen entre sí, casi sin saber cómo. Y después, subjetivamente, uno por uno, precipito. Me afirmo como hombre, por temor a ser denunciado por no ser un hombre. Esta lógica va a anudar al conjunto, a partir de una ausencia de definición del ser-un-hombre, el yo que se afirma y el conjunto de los hombres que cortocircuitan al líder.
“Esta forma lógica va a ser proseguida a lo largo de la obra de Lacan. Estará complicada por la teoría del deseo y la teoría del goce, pero va a funcionar en la lógica del pase. La lógica de la constitución de la colectividad psicoanalítica será abordada según la misma lógica anti-identificatoria o más exactamente de identificaciones no segregativas, como las ha llamado Jacques-Alain Miller en su Teoría de Turín:
1) Un psicoanalista sabe lo que no es un psicoanalista -esto no dice de ningún modo que el psicoanalista sepa lo que es un psicoanalista.
2) Los psicoanalistas se reconocen entre ellos para ser psicoanalistas -es lo que demandamos en la experiencia del pase, que un cartel reconozca: este es de los nuestros.
3) Para presentarse al pase, el sujeto debe afirmarse, decidir ser psicoanalista por temor de ser convencido por los otros psicoanalistas de no ser un psicoanalista.

“Si Lacan insistió sobre esta dimensión del racismo es para subrayar que todo conjunto humano conlleva en su fondo un goce extraviado, un no saber sobre el goce que correspondería a una identificación. El psicoanalista es simplemente aquel que debe saber para constituir la comunidad de aquellos que se reconocen como psicoanalistas
“El goce en juego en el discurso racista desconoce esta lógica. El crimen fundador no es el asesinato del padre, sino la voluntad de asesinato de lo que encarna el goce que yo rechazo. El antirracismo reinventa para seguir las nuevas formas del objeto del racismo, deformándose a medida que se manipulan las formaciones sociales. Sin embargo, nuestra historia valoriza especialmente, en los modos del racismo, el lugar central del antisemitismo, a la vez precursor y horizonte. Bernard-Henri Lévy: «El antisemitismo tiene una historia. Tomó, en el curso de los años, formas diferentes pero que corresponden, cada vez, a lo que el espíritu de los tiempos podía o quería entender. Y creo que, por razones de las que en detalle es imposible retomar aquí, solo el antisemitismo es susceptible de ‘avanzar’, el único capaz de abusar y de movilizar, como lo hizo en otras épocas, un gran número de mujeres y de hombres; el que podría anudar el triple hilo del antisionismo (los judíos sostenes de un Israel asesino), el negacionismo (un pueblo sin escrúpulos, capaz, para llegar a sus fines, de instrumentalizar el martirio de los suyos), y la concurrencia de las víctimas (la memoria de la shoah funcionando como pantalla que esconde las otras masacres del planeta). Y bien, Dieudonné estaba operando la conjunción de esos tres hilos. La respuesta que le dirige Nicolás Bedos abre una pregunta, sobre el estatuto de lo cómico y de poner el estómago en nuestra civilización del individualismo de masa democrático. No es suficiente con poner el estómago. Es necesario poner las vísceras para hacerse entender. Consecuencia inesperada: la televisión se vuelve un medio cada vez menos suave, y todos se acercan a la violencia de Internet”.

Banksy (2014)

Fuente: Télam

“La mujer no existe; existen las mujeres de una en una”

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Banksy

Entrevista con Éric Laurent, por Lluís Amiguet

Darwin es hoy la ciencia; Marx sólo historia. ¿Qué queda de Freud?

Hoy respiramos Freud: neurosis, psicosis, frustración, represión, delirio… Son las palabras freudianas con las que nos explicamos cada día a los otros y a nosotros mismos.

¿De Freud sólo quedan esas palabras?

Frente al puritanismo victoriano, Freud explicó que hay facetas del ser humano que no se pueden reprimir sin que reaparezcan y se manifiesten de otro modo…

…Para hacernos sufrir una neura .

Y lo hizo dando la palabra a quienes no la tenían: las mujeres. Era una palabra que esperaba ser escuchada y que había sido condenada como una enfermedad mental, la histeria, pero que revelaba la verdad al denunciar la mentira de la sociedad autoritaria que las reprimía.

Cada época tiene sus verdades.

Pero de verdad interesante es ver cómo oculta sus mentiras.

¿Cuál es nuestra histeria hoy?

Freud desconstruye con lucidez la psiquiatría de su tiempo e investiga si la sociedad –el orden– necesita represión para existir: si requiere un cierto grado de malestar del individuo, que define como “el malestar de la civilización”. El capitalismo victoriano creía que sin represión el orden social degeneraba en caos.

Hoy creen que si nos dieran empleo fijo y buen sueldo, nos volveríamos todos vagos.

A cambio, la biopolítica neoliberal nos permite pasar de la sociedad de la disciplina a la de la permisividad y de la represión a la adicción.

Del hambre a la obesidad y a la dieta.

La adicción a la comida, al sexo, al trabajo, o a correr maratones es la consecuencia de la búsqueda del placer llevada al extremo. Sólo después, en la cura de la adicción, se nos aplica disciplina y límites.

Es la paradoja de caer en la adicción para que alguien te ponga límites al curarla.
Siguiendo a Freud, Jacques Lacan buscó continuar explicando nuestra mente y nuestra conducta. Creía que lo inconsciente tenía una gramática propia y estudió y usó las paradojas de la lógica formal para explicarla.

Pues hoy aún tiene parroquia.
Como Foucault, Barthes, Derrida, Bourdieu… Eran los grandes pensadores del 68 que, además, hacían de sus teorías modos de vivir y entender la vida; como hizo el propio Lacan.

¿Cómo entendía la vida Lacan?
La revolución del 68 significó el advenimiento de la liberación del principio del placer…

Se liberaban no sólo en la fábrica sino también en la calle, en la mesa y en la cama.
Lacan no se oponía, pero no quiso ser un gurú: simplemente trató de encontrar y compartir instrumentos intelectuales para interpretar nuestra mente y nuestra conducta.

Por ejemplo.

Veamos su primera paradoja : “La mujer no existe: sólo existen las mujeres de una en una” .

¿Y el hombre sí que existe?

El hombre tiene un falo, que es exterior; es patente y obvio y con él puede convertir con facilidad su placer en categoría. Por eso, lo que quiere el hombre se puede producir en masa y por eso hay una industria del sexo, pero sólo está pensada en masculino. Sólo para ellos.

No hay clubs de prostitutos para ellas.

“Porque los hombres, el hombre, sabe lo que quiere. En cambio, no se sabe lo que quiere cada mujer, porque cada una quiere algo diferente e individualiza su goce”. Por eso, en ellas se observa mejor esa angustia, tan personal, que sentimos al acercarnos al objeto del placer.

Si es así, la pareja es frustración segura.

Es lo que viene a decir la siguiente paradoja de Lacan: “La relación sexual no existe” . La relación entre hombre y mujer no se puede articular de forma satisfactoria, aunque ellos y ellas sean cada vez más iguales.

¿La pareja entre iguales no es mejor?
Lacan contradice a Simone de Beauvoir, que promete que la igualdad hombre-mujer hará posible una relación satisfactoria de pareja. Él sostiene que, al contrario, cuanto más iguales sean, más se manifestará el imposible de relacionarse con plenitud entre hombre y mujeres. Y hoy hay más igualdad, sí, pero en paralelo a un auge de la relación homosexual.

Si no existe la mujer ni la relación hombre-mujer, ¿qué existe entonces?

La tercera paradoja : “Los dioses existen” . Porque la experiencia real de un dios es como la del antiguo Dioniso-Baco, el del éxtasis y el vino: el goce de la droga no es más que el de tener dentro a un dios más grande que uno mismo que te hace trascender tus propios límites.

En ese sentido, dios existe: en cada copa.

Y por eso Lacan sostuvo, pese al pleno auge del ateísmo, que la religión que te transforma en otro iba a ser más importante que nunca.

Ahora mismo provoca varias guerras.

Lacan añade que “Dios sigue interviniendo en la vida de los hombres en forma de mujeres”: la mujer es real, los dioses son reales, pero la relación sexual no existe. Porque al final, sólo es la mujer –el peso de la mujer amada– la que reordena la vida de un hombre y le da sentido.

¿El amor es nuestro último dios?

Los hombres reordenan su vida con relación a las mujeres que aman. Es la amada la que se convierte en el dios que se apodera de él, lo habita y lo transforma. Y le dejo con el último aforismo lacaniano que reúne los anteriores: “Lo que quiere la mujer, Dios lo quiere”.

Paradojas

Al escuchar a Laurent y transcribir sus citas de Lacan, temo que se lean literalmente, porque entonces no tienen sentido. Pero, luego me digo, muy lacaniano, que lo que se entiende a la primera no merece la pena ser entendido. De hecho, los intelectuales neoyorquinos –una cultura más literal que la parisina– decían que Lacan se reía de sus seguidores al proponerles paradojas incomprensibles. Woody Allen repuso que Lacan era tan ininteligible como Joyce, porque lo real no tiene por qué ser comprensible y menos para según quien. Así que antes de interpretar las paradojas de Lacan, les invito a dejarlas resonar en el recuerdo de su experiencia. Y, si no hay eco, pues hasta la próxima contra, espero. Y gracias por intentarlo.

Lluís Amiguet

(2016)

Fuente: La Vanguardia

«Hay tantas normalidades como personas»

Entrevista a Jean Claude Maleval, por Lluís Amiguet

JC Maleval
Jean Claude Maleval

Usted es autor de textos científicos como Lógica del delirio, Locuras histéricas o Necrofilia y perversión

Habrá visto de todo… ¿Qué ha visto?
Mi primera impresión al contemplar mis treinta años como psicoanalista es que somos muy diferentes…
¿Y…?
… Pero, sobre todo, vivimos en mundos diferentes. Cada uno se construye el suyo. Y he visto que el mundo insólito del otro no tiene nada que ver con el tuyo. Por eso, comunicar nuestros mundos parece una ilusión.
De ella vivimos.
Y por eso la normalidad sólo es otra ilusión. Hay tantas normalidades como personas. Freud enseñó que la normalidad sólo es una manera más de vivir aprovechando mecanismos psicopatológicos. Cada uno construye su normalidad con sus esquemas enfermos.
¿Todos somos neuróticos?
O neuróticos o psicóticos en alguna medida.
¿La psicosis más grave duele más?
No existe proporción gravedad-dolor. Hay quien sufre muchísimo con una psicosis leve y quien no sufre nada con una gravísima.
¿El dolor psicológico sirve para algo?
A veces forma parte inevitable de la curación al empujar a la creatividad. Y es exactamente lo que persigue el psicoanálisis: estimular nuestra capacidad de autoterapia.
Autoterapia: al menos es barata.
Necesitas a otra persona para incentivar esa capacidad. El psicoanalista estimula al sujeto para que halle sus propias soluciones.
¿Y al psicoanalista quién lo estimula?
Los psicoanalistas nos psicoanalizamos. En cambio, los psicólogos cognitivo-conductuales no necesitan aplicarse su propia terapia, porque curan a partir del síntoma.
¿Y los psicoanalistas cómo curan?
Ayudamos al paciente a desconstruir y reconstruir su personalidad y su existencia.
Lo dice como si fuera sencillo.
En realidad, la estructura de las personas no es tan compleja: el reto es su diversidad, y por eso Lacan repetía que «el psicoanálisis hay que redescubrirlo en cada sujeto».
Pero, cuando la enfermedad es grave, ¿mejor ir al psiquiatra a que te medique?
Yo trato a pacientes con psicosis graves aunque ya estén en tratamiento psiquiátrico.
¿Por qué van a su consulta?
Porque sienten la inquietud de conocer sus estructuras profundas y así desvelar los mecanismos que causan sus conflictos.
¿Y si tus problemas no son tan graves?
También me piden ayuda quienes simplemente sufren disfunciones de pareja.
¿No es más efectivo tomar pastillas para curarse, por ejemplo, el insomnio?
Las pastillas sólo tratan el síntoma que es el insomnio, pero no le dirán por qué a usted le cuesta dormir ni le revelarán cuál es el conflicto profundo que le quita el sueño.
Otros ven el psicoanálisis como parloteo de gente rica, aburrida y narcisista.
Es una opinión. Muchos psicoanalistas cobran en proporción a la renta del sujeto y para otros el precio es parte de la terapia.
Explíqueme su último caso.
Un bisexual con problemas de adaptación.
¿Ser bisexual es un problema?
Es un problema sólo en la medida en que él lo vive como un problema.
¿Por qué lo vive como un problema?
Porque me explica que tiene relaciones hetero y homo, pero ninguna le satisface.
¿Y usted qué piensa?
Yo no juzgo. Escucho, espero y ayudo a que cada uno encuentre sus propias respuestas. Les estimulo y ayudo a autoexplorarse.
¿Cómo?
Más que de curar una enfermedad, se trata de aprender a vivir con una condición determinada: otro paciente homosexual quería ingresar en un monasterio, pero su homosexualidad le hacía dudar de su vocación.
¿Y…?
Acabó asumiendo plenamente su condición homosexual y entonces descubrió que en realidad no quería ingresar en el convento.
¿Se puede ser «un poco» homosexual?
Digamos que nadie es enteramente homosexual o heterosexual, sino que todos somos en cierto grado ambas cosas.
¿Cómo ayuda al sujeto a descubrirse?
Trato de ayudar a que aprenda a vivir con todo aquello que, aun estando en nosotros mismos, escapa a nuestro control.
¿Un tic, una fobia, una manía…?
Son síntomas que revelarían un conflicto que sólo quien lo sufre puede llegar a descubrir con nuestra ayuda. Más que curar, podríamos precisar que ayudamos al sujeto a explorarse, saberse, aceptarse.
¿Y así mejora su existencia?
En la medida en que de ese modo aprende a convivir con lo que no controla de sí mismo.
¿Puedes mejorar sin sufrir?
El sufrimiento sólo adquiere sentido cuando te obliga a actuar; si no, es absurdo. El sufrimiento sólo es útil cuando te lleva a la transformación creativa de tus conflictos.
¿Si dejas de sufrir, pierdes creatividad?
Eso preguntan quienes se plantean psicoanalizarse. Y yo les contesto que depende de cada uno. Conocerte también puede hacerte más creativo.

(2013)

Fuente: La Vanguardia

Jean Claude Maleval

Nació en el año 1946. Es psicoanalista, miembro de la École de la Cause Freudienne y de la AMP, profesor de Psicopatología de la Universidad de Rennes 2.
Es autor de Locuras histéricas y psicosis disociativas (1981), Lógica del delirio (1997), La forclusión del Nombre del Padre (2000), El autista y su voz (2009), y ¡Escuchen a los autistas! (2012)

«Lacan propone un amor con reglas para que sea posible un amor menos tonto»

Entrevista a Carmen González Taboas sobre su libro Un amor menos tonto, por Pablo E. Chacón

 

El libro, publicado por la editorial Grama, es un compilado erudito pero de lectura amable, que poco le debe a cierta jerigonza psi. González Taboas es miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).

-¿Por qué razón elegiste el Seminario 21?
-Había escrito antes Mujeres, con el Seminario 20, Aún, otro seminario sobre el amor. Deseaba seguir en ese surco de Lacan, lo cual no era fácil pues el seminario 21, «Los no incautos yerran», no ha sido establecido ni traducido (corre una traducción que no facilita las cosas). Trabajé en su traducción; cada una de las clases me ponía en la proximidad de un Lacan apasionado, intenso; «no soy yo, es el discurso al que sirvo». En este seminario Lacan habla de los desastres del amor, cuando al amor se lo sueña parecido a una fusión milagrosa de dos que hacen uno. Los sexos humanos no se aparean, cada uno entra en la conjunción sexual con sus fantasías y sus goces; por eso no hay relación-proporción sexual; ignorar el bache de los goces que nos separan y alentar ilusiones de eternidad conduce al desastre (ejemplo: los femicidios.) Lacan propone en cambio un amor más real; no es cualquier amor sino un amor con reglas (reglas que no existen, que los amantes tendrán que reinventar cada vez) para que sea posible un amor menos tonto.

-Hablás de «los desastres del amor». Es cierto. Sucede. El psicoanálisis ¿puede inmunizar a un sujeto de caer, o de volver a caer bajo ese embrujo?
-Es una pregunta divertida porque contiene los elementos de la respuesta. El psicoanálisis ni inmuniza, ni cura, ni ayuda, ni garantiza, ni salva, ni hace ninguna otra cosa. Lacan dijo alguna vez: si no hubiera existido Polonia no habría polacos. Si Freud no hubiese descubierto el psicoanálisis (la tierra extranjera en cada uno de nosotros), no existirían los psicoanalistas. En el lugar del analista se juega, por la transferencia, el acceso al inconsciente donde se traman los embrujos. Los desastres del amor, los dolores o los fracasos de la vida amorosa se repiten; siempre un nuevo embrujo puede arrebatar al individuo, inmerso en sus imaginaciones, sin poder llevar a ellas una mirada más lúcida. ¿Para qué ver a un analista? Para eso, para llevar la mirada al deseo inconsciente que nos fabrica los objetos inexistentes e imposibles. Hará falta el tiempo del análisis (la apuesta de cada uno) para reconocerse en los propios engaños y en los beneficios de goce que de ahí se extraen.

-¿Por qué «un amor menos tonto’? ¿Es que hay amores tontos? ¿Cuál sería la diferencia, al menos desde la orientación lacaniana?
-El enamoramiento, decía Freud, es un cierto estado patológico que puede pasar como una ráfaga, o cobrar la dimensión del acontecimiento amor. Hay amores locos, trágicos, dramáticos, imposibles. Amores que se vuelven ineludible tormento del espíritu (en la «Divina Comedia», Dante imaginó el infierno de los amantes como un abrazo eterno). Si el amor irrumpe, impredecible, contingente, dice Lacan, queremos atraparlo, soñarlo necesario con promesas y garantías de eternidad; de ahí sale un «embrujado» por el espejismo de un destino, es ella, es él. En este seminario, ¿quiénes son los que yerran (los que se equivocan)?: los no incautos del inconsciente. Es decir, si no le buscan a los desastres del amor su trama inconsciente se equivocan. Se equivocarán, porque el amor se anuda para cada uno a partir de una lógica de la sexuación. La lógica común, la «normalidad», hace agua. Desborda de ella la poesía, las artes, el capricho, lo raro, todo lo cual la complica, fastidia, contradice, enfurece. Lacan lo llama goce femenino (que no es sólo de las mujeres) rechazado por quien juzga desde la supuesta normalidad dictada por el lenguaje. El amor menos tonto es un amor más real, que suple (hace un lazo) donde una fractura real (necesaria) separa los goces de uno y el del otro.

-¿Cómo explicar, en breve síntesis, las diferencias entre el inconsciente freudiano y el inconsciente lacaniano, el del último Lacan?
-No podría tratarlo en términos de semejanzas y diferencias. Quizás es una divisoria que no existe. Freud abrió lo que llamaba la «zona de las larvas», el inconsciente de las palabras, en cuya trama de goce y deseo se forman los síntomas. Por eso, a partir de los dichos del paciente, la interpretación de las formaciones del inconsciente producía efectos terapéuticos. Freud vislumbró más, pero los analistas se apegaron a la interpretación, en lo cual Lacan vio que se redoblaba el trabajo interpretativo del propio inconsciente (lapsus, chiste, sueños). En lugar de abrir en el inconsciente las vías hacia las inercias del goce silencioso que mortifica los cuerpos, esa vía se cierra con más palabras. Por eso no hay un inconsciente freudiano y un inconsciente lacaniano, hay un inconsciente palabrero y una travesía que lleva de las palabras a la fijeza de la letra, es decir, lo que en cada uno es un modo a veces insoportable de gozar-sufrir.

-¿Y cómo sería una ‘República de analistas’?
-Es simple. En este seminario, Lacan menciona a los científicos de siglo XVII que inventaban la ciencia moderna (Fermat, Descartes, Pascal, padre e hijo, Desargues, Huygens); sus trabajos y ellos mismos se comunicaban mucho, a veces viajando entre países. Lacan invita a los analistas a continuar la búsqueda de un psicoanálisis capaz de tocar lo real que afecta a los cuerpos y escapa a las palabras. Para eso escribió sus matemas, transitó la topología (una geometría no plana) y después la topología de los nudos. La República de los analistas es el conjunto de los dispositivos de Escuela (el cartel, el análisis, el pase) cuya función es mantener, no sin las palabras, la abertura de lo que puede ser aplastado por las palabras.

(2016)


Pierre_Auguste_Cot_-_The_Storm
The storm, de Pierre Auguste Cot. 1880

Fuente: Télam

Un nuevo amor, frente a la decadencia del amor

Entrevista a Mercedes de Francisco

De Francisco es miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, también es docente del Nuevo Centro de Estudios Psicoanalíticos (NUCEP).

-¿Hay un nuevo amor, propio del siglo XXI, o hay una nueva manera de vivir el amor? En cualquier caso, ¿cuál sería el rasgo diferencial de ese nuevo amor?

El diagnóstico que sociólogos, politólogos, filósofos hacen del siglo XXI, es que el amor ha perdido intensidad, se ha devaluado, está en decadencia y ello preocupa. Sin embargo, parece haber un acuerdo en considerar que el amor es parte fundamental de la vida para los seres hablantes. Freud afirmó que una civilización donde el amor pierde su valor, es una civilización en decadencia, y desde luego en este momento dichos signos no pueden ignorarse. Los estudios de campo que realiza la socióloga Eva Illouz le sirven para constatar los cambios en las costumbres amorosas y el impacto que la técnica está teniendo en ellas. Se buscan causas, donde se invoca a la psicología y al psicoanálisis como si se tratara de la misma cosa, y cuando hay una mención más específica (al psicoanálisis) se apela a los posfreudianos, dejando de lado el camino que abrió Jacques Lacan. Estos sociólogos oscilan entre la constatación de los hechos, la nostalgia por tiempos pasados y la dificultad para encontrar una salida frente a los efectos que está teniendo la tecnociencia sobre los cuerpos, el discurso y los afectos. Hace años comencé a interesarme por este nuevo amor que Lacan extrae del poema de (Arthur) Rimbaud, A una razón, y al que Jacques-Alain Miller alude en varios de sus cursos para mostrar cómo el amor es una suplencia frente a la imposibilidad de proporción sexual.
Es evidente que si sólo existiera esta imposibilidad y la respuesta de goce sinthomático que cada uno tiene, no podríamos hacer ningún tipo de lazo que hiciera posible la existencia. Lacan muestra que en todas las épocas el amor ha tenido la función de suplir esa imposibilidad, taponándola, olvidándola detrás de los velos fálicos de la significación.
En el capitalismo salvaje que se basa en eliminar todo eco de lo imposible lo nuevo del amor será lacaniano. Un nuevo amor que hunda sus raíces en dicho imposible.

-El libro está ilustrado por cantidad de referencias a libros y a películas. Pero te nombro tres, más o menos nuevas, que quizá ayuden a pensar este nuevo aire de época: La gran belleza, de Paolo Sorrentino; Jeune et jolie, de Francois Ozon; y Don Jon, de Joseph Gordon-Levitt. No sé si la figura del varón aparece degradada. Pero creo que a la figura de la mujer, en los tres casos, se le supone un saber, pero un saber incognoscible. Si agregamos Nymphomaniac, de Lars von Trier, completamos un pequeño cuadro.

-Dejo de lado Nymphomaniac, que todavía no he visto, sólo se ha estrenado la primera parte en Madrid. La gran belleza y Jeune et jolie creo que son ejemplo de los momentos que estamos transitando y no considero que las mujeres salgan mejor paradas que los hombres. En la película de Sorrentino, que pinta la decadencia de una determinada clase social italiana, las mujeres están inmersas, como los hombres, en un mundo de banalidad y de goce cínico donde no se diferencian unos de otras. La voz del relato, que coincide con el protagonista, lo reconoce y avanza hacia su decrepitud. En este film, a mi parecer, la única mujer que tímidamente da signos de su feminidad es la criada. Desde luego, no entro aquí en consideraciones estéticas, aunque creo que Roma, con sus fuentes, plazas, puentes y palacios, o la monja mística que hace una clara alusión a la madre Teresa de Calcuta, ni siquiera sirven como antídoto o barrera a una decadencia fútil y obscena.
Algo distinta es Don Jon. Sin ser una película pretenciosa, con ese tono de comedia al uso… parece tratar con bastante inteligencia las dos posiciones solipsistas, tanto la del protagonista, Jon, con su adicción a la pornografía, como la que interpreta Scarlett Johansson, y su adicción a la idea de un novio hecho a su imagen y semejanza. Bajo la apariencia de que el encuentro se torne significativo, ella esconde su afán de dominarlo en cada una de las facetas de su vida. Amigos, familia, sexualidad, hobbies, todo tiene que quedar sometido a la mirada de esta aparente mujer.
Diré, con cierta ironía, que gracias a que descubre el historial de visitas a páginas porno, y por eso rompe con él, Jon logra liberarse. Me gustaría señalar el papel que cumple su hermana, que en todas las escenas familiares, incluso en la iglesia, está presente, siempre absorta en su iPhone; sin embargo, es la única que ha sabido apreciar el tipo de mujer que era Scarlett Johansson. Y es gracias al encuentro con una mujer, Julianne Moore, que se abre para Jon la posibilidad de amar, de hacer el amor y asumir una posición masculina que nada le debe a la versión edípica. Jon nos dirá que cuando está con ella, lo demás se esfuma y entonces él puede perderse, sentir el encuentro como real. Y el porno queda atrás no por obligaciones maritales o indicaciones terapéuticas sino por el encuentro con una mujer.

-La prostitución a la que se entrega la protagonista de Ozon, ¿tiene alguna relación con la clandestinidad a la que hacés referencia en uno de los capítulos del libro?

-En el capítulo amores clandestinos hago una distinción entre el secreto y lo clandestino como atributo del amor. Justamente, la protagonista de Jeune et jolie lleve en secreto sus prácticas en el mundo de la prostitución, que es lo que más se aleja a lo que trabajé como lo clandestino. En esta película, a mi entender, se trata del encuentro con el otro sexo de una joven de 17 años. Su primera relación está marcada porque el varón va a lo suyo, y lo que ella repite cada vez que se cita con sus clientes a través de su iPhone, es eso. ¿Qué mejor que la prostitución para encontrar este va a lo suyo del macho, una y otra vez?… con la salvedad de que en estas citas ellos pagarán y cuanto más, mejor. Es con la aparición de la contingencia dramática que su embrollo, fundamentalmente edípico, de rivalidad con la madre saldrá a la luz. Pero para tener algún atisbo de lo clandestino, hay que amar, esta joven no ama. Por eso su personaje es tan actual, no por su experiencia como prostituta. Su desapego, incluso ese estilo algo cínico y provocador en sus lazos familiares y de pareja, trae ecos de la actualidad. Cuando surge la chispa del encuentro amoroso, sentimos, por un lado, una certeza y por otro, un desconocimiento de las razones que nos llevan a elegir a esa persona. Lo desconocido para nosotros lo nombré clandestino, tomándolo de una novela de Philippe Sollers.

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-Pregunto eso porque paradójicamente, cuando esa práctica se extiende (pienso también en la película donde Juliette Binoche hace de una periodista que cede a la tentación), también se extiende la violencia de género -esto es, la impotencia masculina.

-Son varias las cuestiones que planteás en esta pregunta. Es evidente que la prostitución es algo que atraviesa las épocas. Y la mal llamada violencia de género, pues hablamos violencia contra la mujer, no es un fenómeno nuevo. Los maltratos por parte de los hombres en las relaciones de pareja han existido en épocas pasadas, incluso estaban legalizadas pues la mujer era una pertenencia del marido o del padre. El momento donde matrimonio y amor, que estaban separados, se unieron, afectó a la institución familiar que se vio zarandeada por los avatares del amor. A mitad del siglo XX, el avance del control de la natalidad unido a los derechos conseguidos con el voto y en el trabajo, supuso un vuelco definitivo. Este cambio ha sido incomparable respecto a los anteriores. Considerar a la mujer como un ser en pie de igualdad con el hombre desde el punto de vista civil, filosófico y espiritual, es algo inédito. Hasta el siglo XX -y no debe ser casual que nazca en este siglo el psicoanálisis-, las diferencias anatómicas, psicológicas, etcétera, entre hombres y mujeres, servían para justificar la no igualdad de derechos civiles, políticos, laborales.
Y ahora que se sigue luchando por la igualdad, se está corriendo el riesgo de querer borrar estas diferencias. Las igualdades innegables de los derechos humanos no pueden subsumir las diferencias subjetivas y tampoco la diferencia que introduce en el mundo el cuerpo de la mujer. Muchos movimientos feministas critican al psicoanálisis porque consideran que nuestra insistencia en no soslayar esta diferencia sexuada, implicaría un tratamiento discriminatorio. Nada más lejos de nuestros planteos, sobre todo desde la perspectiva de Lacan, que en su retorno a Freud subvirtió la consideración de lo femenino. Posiciones conservadoras y progresistas en el capitalismo actual promueven una homogeneización de los sujetos, que tiende a borrar la diferencia existencial y la posición sexuada de cada uno. Lo homogéneo, lo idéntico, aunque pueda creerse que llevará a algo armónico, lo que genera es un aumento de la agresividad y de la violencia en los vínculos.
Esta violencia está ligada con la diferencia de sexos. Se trata de cómo asume cada sujeto su posición sexuada, y cómo se las arregla con la alteridad que representa una mujer. 
Frente a la incapacidad de amar esa alteridad que supone el cuerpo de la mujer, el hombre está tentado a violarlo, degradarlo, humillarlo, en un intento desesperado de hacerlo todo suyo, como lo expresa Marguerite Duras en El mal de la muerte. Pero la relación con esa diferencia es problemática para hombres y mujeres. No hay un saber ni una técnica que diga cómo afrontar lo traumático de la sexualidad. Ni un modelo para saber cómo ser hombre o mujer.
El goce, en el hombre, está referido al órgano que porta, su condición de amor es fetichista, parcializada, metonímica. Y en la mujer (su condición) es erotómana, su amor depende del signo del Otro. Para la mujer, su satisfacción, su goce sexual pasa por el amor. Las diferentes formas de goce sexual implican una imposibilidad irreductible, que solamente puede ser tratada por la vía del amor. Pero si este amor no tiene en el horizonte esta diferencia con la imposibilidad, si no está advertido, la guerra de los sexos pasará a la escena.

-Sabrás corregirme. ¿Cómo pensar al amor cortés, incluso al amor en la época que Lacan habla de Antígona y más tarde, durante mayo del 68, frente a estos nuevos fenómenos?

-La historia deja sedimentos simbólicos, vigentes en el presente. Somos platónicos, aristotélicos, ocurre lo mismo con el amor. Sobre el Banquete de Platón, Lacan hace un análisis de gran finura, muestra esto mismo. En el seminario sobre la psicosis, dice que el amor cortés sigue teniendo vigencia a través de la sala oscura del cine. La nouvelle vague que tiene a Françoise Sagan y a Bonjour tristesse, de 1954, como un exponente, a través de la relación de una joven y su padre, muestra el declive de la posición viril, a la vez que el nudo rígido de la histérica, de enorme vigencia. Encontramos a hombres y mujeres desorientados frente a lo femenino. Si en los hombres esto es una impotencia cuya consecuencia en la vida sentimental actual se nombra fobia al compromiso, en las mujeres encontramos la deriva hacer de hombre. Hombres y mujeres, cómplices del capitalismo que llama a la erradicación de lo imposible, con el apoyo de la evaluación y del conductismo.
El amor se aleja de la poesía, de su intensidad y valor como tratamiento de lo imposible, se transforma en una mercancía más, a la cual se aplican un sinnúmero de técnicas. Existen ya aplicaciones para el iPhone que evaluarán nuestras relaciones sexuales, o un sujetador con un mecanismo que solamente se abre cuando se trata de un amor verdadero, es la forma que en la actualidad se instala la medida fálica por medio del objeto técnico y su anudamiento con la neurociencia.
Si consideramos la definición de Lacan de lo real como lo imposible de escribir, los nuevos desórdenes de lo real que padecemos tienen que ver con el afán de aniquilar la imposibilidad. Y si el amor es la suplencia de esta imposibilidad, es en ese campo donde se experimentan desórdenes inéditos. La intervención del capitalismo en su maridaje con la ciencia sobre el campo de la sexualidad genera enorme dividendos, pornografía, prostitución, estética. ¿Cuál será el futuro de los seres hablantes si no contamos con lo imposible y con el amor como su suplencia?

(2014)


Fuente: Télam