Las dos discontinuidades del sujeto

Clase 3*

Sebastián A. Digirónimo

Vamos a comenzar esta vez deteniéndonos en los motivos por los cuales tenemos que romper el prejuicio del sentido para poder encontrar otra cosa. Dijimos antes que hay un camino que va del sentido al sonido. La pendiente espontánea en el ser hablante es, por supuesto, la busca de sentido. Y si el humano va en busca continua de sentido es porque el sentido trastabilla y siempre falla. Vamos a decirlo mejor: el sentido está traumatizado. ¿Y qué es lo que traumatiza al sentido? Respondamos sin dilación: el significante. Tenemos que ver, entonces, qué implica pasar del sentido al significante.
Ello nos lleva, por supuesto, a aquello que podemos llamar teoría del sujeto. Tenemos que ver qué implica ese término en psicoanálisis y por qué el sujeto es siempre sujeto del inconsciente. Ello tiene que ver, por supuesto, con el sentido traumatizado por el significante.
Al contrario de lo que hicimos las dos veces anteriores, esta vez vamos a fundarnos en un solo punto y a darle varias vueltas sin encadenar muchos axiomas como la vez anterior. Ese punto es una fórmula que resume la última enseñanza de Lacan y que, en realidad, resume al psicoanálisis todo, pero solamente si nos atrevemos a llevarla hasta las últimas consecuencias. La fórmula es la siguiente: sentido // real. Esto quiere decir que nada del sentido pasa a lo real y nada real cobrará jamás sentido. Es por esto que aquel ejemplo que mencionamos antes, el de aquella practicante que sostenía que cierto virus era real porque no sabíamos todavía los humanos cómo funcionaba, es un error garrafal que niega directamente la radicalidad de esta fórmula y su doble barra. Y nosotros vamos a detenernos en esa doble barra, porque ella implica una doble discontinuidad que hace a la teoría del sujeto.
Lo que nos interesa, ya lo dijimos antes, es entender lo que implica pasar del sentido al significante, que es un movimiento enteramente necesario para evitar los engaños que el registro imaginario genera en el registro simbólico. Esto se puede decir de muchas maneras, y en esto se fundaba la primera enseñanza de Lacan que era una enseñanza enteramente dirigida a la práctica de los psicoanalistas que, al no discernir esos registros, se engañaban con el registro imaginario, que equivale a decir que se engañaban con el yo, y, por tanto, con el desconocimiento que el yo implica. De allí se desprende toda una lógica funcional al capitalismo y a the american way of life, lógica que niega el inconsciente y nada bien le hace al ser hablante, aunque jamás será erradicada porque extrae su poder del poder de la defensa y del empuje natural del humano hacia el no querer saber nada de la no-relación que lo atraviesa.
Una vez más, lo que a nosotros nos interesa es extraer las consecuencias que implica pasar del sentido al significante y entender que, sin ese pasaje, no hay psicoanálisis posible. Y entender, además, que ese pasaje inicial, relacionado con la primera enseñanza de Lacan, implica ya, de una punta a la otra, la fórmula que resume la última enseñanza de Lacan. Este punto nos muestra con claridad el error que cometen los que separan las enseñanzas de Lacan de manera tajante y por oposición radical. Esa separación es recurso académico pedagógico que puede ser útil para el estudio intelectual de su enseñanza, pero que luego hace que se arrastre con facilidad esa separación tajante que sólo se vuelve defensivo e impide entender bien las consecuencias del descubrimiento de Freud.
Volvamos a la fórmula, entonces:

Sentido // Real

Dijimos que esa doble barra, en su radicalidad, tiene que ver con una doble discontinuidad de la cual tenemos que hacernos cargo entendiendo la teoría del sujeto y por qué el sujeto es siempre sujeto del inconsciente. Entonces debemos introducir el significante y su funcionamiento. Y tenemos que entender que el significante, por su funcionamiento mismo, traumatiza al sentido. Esto quiere decir que el significante mismo, en su funcionamiento, introduce un término que es antinómico al sentido. De una manera un tanto imprecisa podemos decir que el sujeto del sentido es traumatizado necesariamente por el significante.
Escribamos, entonces, una nueva fórmula introduciendo al significante y su funcionamiento en la fórmula anterior. Ello nos permitirá leer esa doble discontinuidad graficada en la doble barra y entender esas dos discontinuidades introducidas por la interferencia del significante.

Sentido    /    Significante    /    Real

Ello nos permite ver la doble discontinuidad, más acá del significante, entre sentido y significante, y más allá del significante, entre significante y real.

En la primera discontinuidad lo que encontramos es algo relacionado con un “no es del todo eso” que nos permite ir más allá, relanzar el juego sin que coagulara nunca el sentido, en contra del sentido mismo, porque el sentido siempre es sentido coagulado. En esa discontinuidad estará graficada la indeterminación del inconsciente, que debe sostenerse para que pudiéramos pasar, en sentido lógico, a la segunda discontinuidad. Esa primera discontinuidad la escribimos sujeto barrado. En la segunda discontinuidad estará aquello que debemos intentar apresar y que podrá hacerse sólo en el acto propiamente dicho. Ese acto estará soportado por el psicoanalista sólo si él no está allí como sujeto barrado, sólo si él no está allí como sujeto del inconsciente. Esa segunda discontinuidad la escribimos a. Lacan introdujo este término a como un elemento no significante en el campo significante. Cuando lo introdujo, lo real lacaniano no era lo real lacaniano todavía y por eso lo escribe en cursiva, como todo término imaginario, pero ello no debe hacernos creer que el objeto a está relacionado con la primera discontinuidad sino que se relaciona estrechamente con la segunda, al punto de ser una buena figuración de esa discontinuidad misma.
Aprovechemos para subrayar, una vez más, que este objeto a tiene siempre dos caras indisociables, aunque los practicantes, cuando hablan de él teóricamente, suelen olvidar esa indisociabilidad y lo reducen a una sola de esas caras. El objeto a es siempre objeto causa de deseo y, a la vez, plus de goce. Suele ocurrir ese olvido cuando los conceptos tienen dos caras indisociables. Lo mismo ocurrió siempre con el concepto de Nombre del padre.
Escribamos de nuevo nuestra fórmula.

Cuadro 1

El significante que traumatiza el sentido con su funcionamiento mismo nos permite pensar esos cuatro términos imprescindibles y, además, pensarlos situándolos con respecto a la orientación que debería tener un psicoanálisis, hacia lo real: sujeto, objeto a, inconsciente y goce.
La fórmula del fantasma, notemos, aúna las dos discontinuidades postulando, además, entre ellas, todas las relaciones menos la identificación:fanstasma
Estas dos discontinuidades están ya en la obra de Freud. La trilogía simbólica que se encuentra en La interpretación de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste y su relación con el inconsciente nos remite directamente a la primera de nuestras dos discontinuidades. La segunda de nuestras discontinuidades se relaciona con todo el campo que se abre con Más allá del principio de placer. Pero no es en 1920 que Freud se ocupa de esa segunda discontinuidad, ello ya estaba mucho antes en los Tres ensayos de teoría sexual con la teoría del objeto perdido que es del año 1905. Miller señala esto diciendo, más de una vez, que hay dos descubrimientos de Freud. En realidad, se trata del descubrimiento paralelo de dos discontinuidades que van juntas pero son distintas.
Estas dos discontinuidades implican dos tiempos lógicos de un psicoanálisis. El primero empujaría las cosas a favor del trabajo del inconsciente, con la producción de no-sentidos que nos permitieran admitir, en nosotros mismos, la existencia de esa dimensión inconsciente, admitir un sujeto, como señala uno de los textos. El segundo, en cambio, empujaría en contra de ese trabajo del inconsciente que corre el riesgo de volverse infinito porque hay en ese trabajo una satisfacción a la cual debemos ponerle coto. Ello implicaría pasar de esos no-sentidos al saber, que estará siempre agujereado y se reducirá a una articulación de todos esos no-sentidos producidos al hacer caer el rechazo por el inconsciente.
A la vez que tenemos estas dos discontinuidades que nos permiten pensar mejor dos dimensiones que podemos encontrar por todos lados tanto en la obra de Freud como en la enseñanza de Lacan, tenemos que empezar a distinguir dos dimensiones que van a estar siempre presentes cuando pensemos en un psicoanálisis. Una de esas dimensiones tiene que ver con entender cómo funciona el ser hablante, ese extraño ser sin ser que está constituido él mismo por dos dimensiones ya que es sujeto deseante (una dimensión) y, al mismo tiempo, sustancia gozante (otra dimensión). Pero cada vez que hablemos del ser hablante y de cómo funciona tenemos que hablar también de la técnica que no hay, porque cada vez que hablemos de algo de lo que ocurre en un psicoanálisis vamos a hablar de la posición que le conviene al practicante para no obstaculizar lo que en un psicoanálisis tiene que ocurrir. Hay un punto donde ambas dimensiones, la que tiene que ver con la praxis y la que tiene que ver con el ser hablante, se solapan y se aúnan: la posición analizante. En el resto de los puntos tenemos que separar ambas cosas por una necesidad de precisión que suele pasarse por alto pero es más que necesaria.
Repitamos que ese esfuerzo de precisión es un esfuerzo de poesía que hace al talento para la lectura y que no puede haber un psicoanálisis sin la construcción de ese talento para la lectura corajudo. Repitamos también lo que señalamos en la clase anterior acerca de cómo las preguntas por las cuales iniciamos cualquier recorrido deben ser miradas con más atención porque en ellas, muchas veces, arrastramos prejuicios que nos impiden la orientación necesaria para esa misma construcción del talento para la lectura. Dijimos que cuando los practicantes comienzan por la pregunta que formulan así: “¿cómo se lee en psicoanálisis?”, ya cometen un error grave porque en esa pregunta arrastran el prejuicio que nos hace creer que leer es el mero hecho de estar alfabetizados. Leer a secas es, en cambio, la construcción de ese talento para la lectura que le conviene al psicoanalista, pero le conviene antes al ser hablante en sí mismo, porque lo acerca a la poesía de la cual es capaz sin saberlo del todo, y leer es ser poeta si se lee de verdad, es decir, sabiendo subrayar lo que William Blake llamaba “la santidad de lo minúsculo particular”, como recuerda George Steiner en Después de Babel. Los practicantes, repitiendo a Miller, se refieren a ello hablando de los “divinos detalles” y creen, además, que eso es sólo cuestión de psicoanalistas. Ese libro de Steiner, Después de Babel, está marcado de una punta a la otra por la doble discontinuidad en la cual hoy ponemos el acento, y al practicante le convendría poder leerlo desde allí para descubrir algo que Steiner dice tal vez sin saberlo del todo. Quizá a Steiner le hubiera convenido también conocer mejor el psicoanálisis verdadero y hubiera visto así que su libro dice más de lo que cree y que otros han dicho cosas cercanas a él acaso sin saberlo.
Hagamos un paréntesis para ver cómo, en la página 47, se habla del talento para la lectura sin llamarlo así. «La familiaridad con un autor, esa suerte de cohabitación inquieta que exige el conocimiento de toda su obra, de lo mejor tanto como de lo más flojo, de las obras juveniles y postreras, allanará la comprensión en cualquier punto. Leer a Shakespeare o a Hölderlin es, literalmente, prepararse para leerlos. Pero ni la erudición, ni la obstinación industriosa podrán remplazar el salto intuitivo hacia el centro. “Leer atentamente, pensar correctamente, no omitir ninguna consideración relevante y reprimir el impulso propio no son logros ordinarios”, señaló Alfred Edward Housman en su lección inaugural, pronunciada en Londres, y sin embargo se requiere algo más: “una justa percepción literaria, una intimidad que es afinidad con el autor, la experiencia ganada por el estudio y un ingenio natural venido del seno materno”. Al comentar su edición de Shakespeare, Johnson fue todavía más lejos: la crítica conjetural, expresión con que aludía a esa interacción final con un texto que permite al lector la enmienda del autor, “exige más de lo que la humanidad puede ofrecer”». Y es así, pero nos da una orientación y hacia allí tenemos que dirigirnos. El talento para la lectura es imposible, de cierta manera, pero no como horizonte, y es apuntando hacia ese horizonte que podemos construir el coraje con el cual sostener esa otra imposibilidad que tiene que ver con el acto analítico. Esto hace que en un psicoanálisis fuera imposible aquella definición de ciencia que dio Max Gluckman alguna vez y que dice que “ciencia es cualquier disciplina en la que incluso un estúpido de esta generación puede superar el punto alcanzado por un genio de la generación anterior”. Ello no puede ocurrir tampoco con la poesía. Y es así por lo que implica el talento para la lectura y, por lo tanto, la posición analizante. Miller señala (nosotros también y lo que importa es sostenerlo en acto) que el practicante estará siempre bajo el dominio de la estructura y que por eso todos nos vamos a ver superados por el acto analítico siempre y necesariamente (él también, cosa que olvidan los que lo sitúan en el lugar de Otro y se impiden a sí mismos hacerse cargo de ese ser superados en acto), y que por eso nadie puede encarnar el acto analítico y que sólo se puede hacer con un resto. Hay que agregar que ese resto sí se puede encarnar y es lo que llamamos encarnación del sinthome y que permitiría, justamente, hacernos cargo de ese nadie que es fácil decir, pero no sostener en acto. Agrega más adelante algo que decimos muchas veces y que es necesario entender a la luz de las dos clases anteriores: un sujeto sólo puede asumir la estructuración paradójica del saber mediante un acto.
Todo esto nos va a llevar a los próximos encuentros que tendrán que ver con captar lo que podemos llamar disparidad subjetiva en un psicoanálisis. No hay intersubjetividad. Hay un sujeto y otra cosa. Y la disparidad está dada por una relación distinta en cuanto al deseo y al goce. El psicoanalista no es alguien: es un acto efectuado desde un lugar y dirigido a un sujeto (no a una persona, a un yo). Pero para llegar allí tenemos que entender bien lo que hemos llamado hoy las dos discontinuidades del sujeto.


*Clase 3 del curso teórico-clínico anual 2023 ¿Qué hace un psicoanalista?

Magritte pipa
La traición de las imágenes – René Magritte-1929

“Desde el sentido hacia el efecto poético”

Laura García Cairoli

Todo poema se cumple a expensas del poeta.
Octavio Paz

 

Que el tema de nuestro primer “Tres contra uno” sea el Psicoanálisis presenta sus ventajas y desventajas.  Podría seleccionar al azar cualquier página de las obras de Freud o los seminarios de Lacan y señalara donde señalara podríamos estar hablando de psicoanálisis. Cientos de definiciones seguramente circulan por todos lados. ¿Cómo lograr saber entonces, y lo que es aún más complicado de pensar, cómo explicar, qué es el psicoanálisis?
En una sesión de mi análisis, le cuento a mi analista, un poco quejándome de mí misma, que hablar no era algo que me gustara mucho, y que incluso, cuando encuentro que los otros se ponen algo charlatanes, me puedo llegar a fastidiar un poco. Pero le decía que en el diván era distinto, que las palabras se soltaban, que el “no querer hablar” se borraba hasta desaparecer. Y me señaló algo que marca el horizonte de cualquier análisis y de la experiencia que creo que estamos intentando repetir con estos encuentros. Me dijo que, en una sesión de psicoanálisis, “hablar era escribir”. Y estas palabras me golpearon. Inmediatamente se volvieron mías. Ya no era lo que el analista dijo, sino lo que escuché y lo que ahí mismo pudo escribirse. ¡Eso era el psicoanálisis! El pasaje de una narrativa verborreica a un texto inédito vaciado de goce. Un movimiento ético, siempre audaz, desde la propia biografía a la poesía.

Acá nos encontramos ya con una especie de definición: El psicoanálisis es el camino que cada uno puede decidir recorrer desde la biografía a la poesía. Son de esas definiciones que sirven porque no están repletas de sentido teórico, pero al mismo tiempo no deja de ser un intento de definición, y de ese lugar más vale siempre intentar moverse, al menos por ahora.

En lugar de “¿qué es?” me pregunté si no sería mejor decir algo relacionado con “¿para qué sirve?”. Pero inmediatamente apareció una pregunta más, quizás escondida detrás de las otras y que tal vez permita orientarme un poco mejor: “¿para quién?”. Esta parece un poco más problemática, lo que significa que vamos en la dirección correcta, o al menos en la dirección que a mí me gusta.
Puedo decir en principio que el psicoanálisis es para aquel que esté dispuesto a no retroceder frente al propio e incurable no querer saber que nos funda como seres del lenguaje. Para pensar esto deberemos dinamitar por un rato los ideales románticos del Iluminismo y suspender la creencia de que el ser humano es un ser racional cuyo centro es eso llamado “yo”. También hagamos el intento de no dejarnos engañar por lo que el discurso universitario pueda llegar a ofrecernos, por más tentador que sea. No por acumular cursos, licenciaturas o doctorados sabremos mejor que otros acerca de lo que se trata el psicoanálisis. Hay que moverse del academicismo cínico o del cientificismo estéril. Podemos incluso ir más allá y sostener que la cultura misma es un saber contra lo real, para defendernos de él, una elucubración para velar un radical “no hay”. Estamos a un paso ya de animarnos a pensar que el inconsciente mismo es el saber no sabido que cada uno inventa en el lugar del desajuste entre la verdad y lo real.

Cito lo que Lacan decía en la Nota italiana: “el saber por Freud designado del inconsciente es lo que inventa el humus humano para su perennidad de una generación a otra. Hoy que se lo ha inventariado, se sabe que da pruebas de una falta de imaginación terrible. Hay recurrir a lo simbólico y lo real que lo imaginario anuda e intentar agrandar los recursos para prescindir de esa molesta relación y hacer que el amor sea más digno que la abundancia del parloteo que constituye hoy día”. Entonces: desde el amor del lado del parloteo hacia al de la invención y la poesía. Desde el descifrado infinito del inconsciente a lo que hace efecto de ausencia. De lo real que cesa de no escribirse en el síntoma a una escritura que haga temblar al síntoma y resuene algo más que el sentido.

Volvamos a la pregunta “¿para quién?”. ¿Para la neurosis? ¿Para la psicosis? ¿Para los que sufren? ¿Los que sueñan? ¿Para algunos? ¿Para cualquiera? El psicoanálisis apunta siempre al sujeto y, como analistas, debemos suponer que siempre lo hay. Pero psicoanalizarse sólo es posible si existe una demanda. Una demanda que será formulada por cada cual de manera distinta pero que, indefectiblemente, deberá llevar una forma parecida a la ya famosa intervención que Freud le hace a Dora y que empuja a un movimiento analítico siempre inaugural: “¿que tienes que ver tú en esto de lo que te quejas?”. Umbral con el que deberemos encontrarnos no sólo con cada analizante, cada vez, sino también en nosotros mismos. Y allí, se retrocede o se avanza. Digamos que sólo atravesando uno mismo la experiencia analítica se logra llegar a saber de qué saber de trata ahí. Si afirmamos que no hay pulsión de saber, que no hay deseo de saber, sino sobre todo horror al saber, entonces conviene sostener esto otro: el saber viene al lugar de velar la falla fundamental. Paradoja que sólo el psicoanálisis supo mostrar: sabemos para desconocer y comprendemos para mantenernos ignorantes.


El psicoanálisis propone una manera única de preguntarse acerca del síntoma. Lo aborda de una manera distinta a cualquier otro tipo de terapéutica del sufrimiento. Se abstiene de la necesidad de los tiempos actuales que demandan brevedad en los tratamientos y resultados eficaces acordes a lo que la época propone como normalidad. No considera el síntoma como una anomalía a deshacerse, sino como signo. Signo de lo que no funciona. ¿Y qué es lo que no funciona? La relación del sujeto con el lenguaje. Porque allí hay un desarreglo fundamental, una relación siempre asintótica entre el saber y el sujeto. El psicoanálisis es la posibilidad de volver al inconsciente el aparato de lectura del síntoma. Es hacer legible el síntoma a través de coordenadas éticas que tienen que ver con la manera en que cada uno ha afrontado la sexualidad, lo impensable, la castración, la muerte y todo lo que podamos poner del lado de lo que espontáneamente le resulta insoportable al ser hablante. Lo vuelve legible porque intenta situar la manera singular en que cada uno se las tuvo que arreglar con lo que no funciona. Y para ello es necesario un deseo que va más allá de cualquier idea de voluntarismo. Con una ética imposible de reducir a la moral y con un saber distinto al de la idea clásica de conocimiento. Frente al “¿para quién el psicoanálisis?” debemos responder entonces que no es para todos pero puede llegar a serlo. No es una experiencia de erudición o de curación, es una experiencia de constante búsqueda del encuentro con la causa de lo que somos. Con lo ineliminable, incurable. Una experiencia de sabiduría, pero no de saber. Porque un análisis produce un sabio, sabio de su deseo, pero sólo de su deseo.

Volvamos al inicio una vez más, como tantas veces hacemos en un análisis, un intento más por captar el movimiento de un análisis, este que denomino de la autobiografía a la poesía. Al comienzo de la experiencia analítica vemos florecer la primavera del inconsciente y reordenamos el mundo de acuerdo con esta nueva relación simbólica con él. Luna de miel de la transferencia. Nos atrevemos a descubrir el sentido oculto detrás del sentido mismo. Hablamos, narramos, relatamos, soñamos. Ponemos a funcionar la maquinaria significante. Pero algo viene a hacer obstáculo a esta narrativa incesante. Algo debe advenir al lugar de ese funcionamiento imparable del significante. Un vaciamiento, una violencia ejercida sobre lalengua, un forzamiento para hacer sonar otra cosa que el sentido. Un uso de la palabra que pueda producir efecto poético y le haga freno al parloteo gozoso, al de la aprisionante y voraz maquinaria fantasmática. Un efecto de agujero. Un nuevo significante que no tenga sentido pero que pueda ser usado. Un buen uso del sin sentido. La utilidad del vacío, de lo que hace efecto de ausencia. Ese que sólo el psicoanálisis y la poesía pueden lograr.

Por último, quería finalizar con unas líneas de un poema de Octavio Paz con el que me encontré mientras iba leyendo y escribiendo para hoy y que creo logra decir algo de lo que significa ser habitantes del lenguaje y algo también de lo significa atravesar una experiencia de análisis. Una invitación a tomar la palabra para luego poder deshacerse de ella y crear algo distinto:
“…Gran abrazo mortal de los adversarios que se aman: cada herida es una fuente. Los amigos afilan bien sus armas, listos para el diálogo final, el diálogo a muerte para toda la vida. Cruzan la noche los amantes enlazados, conjunción de astros y cuerpos. El hombre es el alimento del hombre. El saber no es distinto del soñar, el soñar del hacer. La poesía ha puesto fuego a todos los poemas. Se acabaron las palabras, se acabaron las imágenes. Abolida la distancia entre el nombre y la cosa, nombrar es crear, e imaginar, nacer…”

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Poeme maudit, Santiago Caruso

Presentado en “Tres contra uno”, el 25 de julio de 2020, en la plataforma Zoom.