Jacques-Alain Miller
Dije sutileza, que es la palabra con la que Pascal construye el antónimo de geometría. Pascal era geómetra, incluso un genio precoz de la geometría, pero sabía al mismo tiempo que no todo es geometría, que no todo se deja tratar como matema. De este modo se aclara lo que Lacan intentó en su última enseñanza, su ultimísima enseñanza, que es un intento de flexibilizar el matema para volverlo capaz de capturar sutilezas analíticas. Se trata sin embardo de un intento desesperado porque las sutilezas, en definitiva, no se dejan matemizar.
No hay salud mental
Si hablé de sutileza no fue solo a causa de Pascal, sino debido al texto de Freud de 1933 que se titula «Die Feinheit einer Fehlhandlung» («La sutileza de un acto fallido»). Freud no se sentía disminuido por presentar tan tardíamente en su elaboración un acto fallido de su inconsciente, por presentarlo a la comunidad de los psicoanalistas. En efecto, él quería recordarles -muy tardíamente- que un analista sigue aprendiendo de su inconsciente y que ser analistas no los exonera de este testimonio. Ser analista no es analizar a los demás, sino en primer lugar seguir analizándose, seguir siendo analizante. Como ven, es una lección de humildad. La otra vía sería la infatuación, es decir, si el analista creyera estar en regla con su inconsciente. Nunca lo estamos.
He aquí lo que en acto de escritura Freud comunicaba a sus alumnos. Habrá que ver si estaremos en condiciones de entenderlo. La sutileza de este acto fallido, según lo califica Freud, es un lapsus calami, una divagación de la pluma, no en un mensaje dirigido a los analistas, sino en unas palabras enviadas a un joyero donde debería haber figurado dos veces la preposición para y donde, en lugar de la segunda ocurrencia, escribió el término bis, que debió tachar. Y esta tachadura fue, justamente, lo que lo motivó a escribir su texto.
Entonces, en lugar de escribir dos veces la preposición para, escribió, luego de la primera aparición, la palabra bis, y su lapsus se deja interpretar la primera vez de este modo: «Al releer esta breve inscripción advierto que contiene dos veces la palabra für [‘para’] en rápida sucesión […] Esto no queda bien y debía ser corregido. Luego se me ocurrió que al insertar el bis en lugar del für trataba de evitar esa torpeza estilística». Esta es la primera interpretación de esta formación del inconsciente que testimonia -una nadería que vale sin embargo para ser comunicada-. Pero el lapsus se presta a una segunda interpretación, que según subraya, proviene de su hija (Freud acepta eso, que de su familia le venga una interpretación), quien le dice: «Pero si tú ya le regalaste antes a esa persona una gema semejante para un anillo. Probablemente sea ésa la repetición que quieres evitar».
Freud admite esta interpretación familiar, pero entonces surge una tercera interpretación, que él agrega: «Busco un motivo para no regalar esa piedra, y el motivo se me presenta en la reflexión de que ya he regalado una vez lo mismo, o algo muy parecido. ¿Por qué debe ocultarse o disfrazarse esta objeción? No tardo en advertir el motivo: es que ni siquiera quiero regalar esa piedra; a mí mismo me gusta demasiado».
Esta es la verdad del regalo: no se ofrece sino la falta que uno sabe que padecerá, no se da, de manera auténtica, más que lo que profundizará en ustedes la falta de eso de lo que se separaron. Freud lo expresa con una exquisita discreción: «¿Qué regalo sería aquel que no nos diese o procurase un poco de pena dar?». Doy lo que no quiero dar, doy con el trasfondo de que no quiero dar, y es esta represión de un yo no quiero lo que le otorga su valor. La sutileza (die Feinheit) obedece a que la represión se insinúa en lo que el yo emprende, obedece a esta represión misma. Y esto precisamente, lo que debe recordarse, el yo no quiero, es olvidado y constituye en última instancia la razón de ser de lo que aparece en la escena del mundo. La generosidad encuentra su fundamento en la retención, en el egoísmo, en un es para mí, que constituye propiamente lo que se deja de interpretar. Esta es la sutileza, que pasa por cosas ínfimas, en las que el análisis halló el resorte de un deseo que desmiente lo que se propone de manera abierta.
Les recomiendo la lectura de este texto breve que ocupa tres páginas en la edición francesa. Yo lo tomo como guía, como paradigma de lo que quiero desarrollar este año ante ustedes.
Ahora bien, este modesto soporte vale más que lo que triunfa en la escena del mundo y que es la terapéutica. Justamente, a ella se pretende reducir el psicoanálisis, a una terapéutica de lo psíquico, y se incita a los psicoanalistas a encontrar así la justificación de su ejercicio.
En primer lugar, se opone a esta idea un cliché filosófico que afirma que el hombre como tal es un animal enfermo, que la enfermedad no es para él un accidente, sino que le es intrínseca, que forma parte de su ser, de lo que podemos definir como su esencia. Pertenece a la esencia del hombre ser enfermo, hay una falla esencial que le impide estar completamente sano. Nunca lo está. Y no lo decimos solo porque tenemos la experiencia de los que vienen a nosotros… De esta experiencia inferimos que nadie puede estar en armonía con su naturaleza, sino que en cada uno se profundiza esta falla -no importa cómo se la designe- por ser pensante.
Luego, nada de lo que haga es natural porque reflexiona, es reflexivo. Este es un modo de decir que está alejado de sí mismo, que le resulta problemático coincidir consigo mismo, que su esencia es no coincidir con su ser, que su para sí se aleja de su en sí. Y el psicoanálisis dice algo de este sí, dice que este sí es su gozar, su plus de gozar, y que alcanzarlo sólo puede ser el resultado de una severa ascesis. Así pensaba Lacan la experiencia analítica, como el acercamiento, por parte del sujeto, a este en sí. Y su esperanza era que dicha experiencia le permitiera alcanzarlo, que pudiera elucidar el plus de gozar en que reside su sustancia. Lacan creía que la falla que vuelve para siempre al hombre enfermo era la ausencia de relación sexual, que esa enfermedad era irremediable, que nada podría colmar ni curar la distancia entre un sexo y otro, que cada uno, como sexuado, está aislado de lo que siempre quiso considerar como su complemento. La ausencia de relación sexual invalida toda noción de salud mental y de terapéutica como retorno a la salud mental.
Vemos entonces que, contrariamente a lo que el optimismo gubernamental profesa, no hay salud mental. Se opone a la salud mental -y a la terapéutica, que se supone que conduce a ella- la erótica. En otras palabras, el aparato del deseo, que es singular para cada uno, objeta la salud mental.
El deseo está en el polo opuesto de cualquier norma, es como tal extranormativo. Y si el psicoanálisis es la experiencia que permitiría al sujeto explicitar su deseo en su singularidad, este no puede desarrollarse más que rechazando toda intención terapéutica. Así, la terapia de lo psíquico es el intento profundamente vano de estandarizar el deseo para encarrilar al sujeto en el sendero de los ideales comunes, de un como todo el mundo. Sin embargo, el deseo implica esencialmente en el ser que habla y que es hablado, en el parlêtre,¹ un no como todo el mundo, un aparte, una desviación fundamental y no adventicia. El discurso del amo siempre quiere lo mismo, el discurso del amo quiere el como todo el mundo. Y el psicoanálisis representa justamente la reivindicación, la rebelión del no como todo el mundo, el derecho a una desviación experimentada como tal, que no se mide con ninguna norma. Esta desviación afirma su singularidad y es incompatible con un totalitarismo, con un para todo x. El psicoanálisis promueve el derecho de uno solo, a diferencia del discurso del amo, que hace valer el derecho de todos. ¡Qué frágil es el psicoanálisis! ¡Qué delicado! ¡Y qué amenazado está siempre! Sólo se sostiene por el deseo del analista de dar lugar a lo singular del Uno… Respecto del todos, que sin dudas tiene sus derechos -y los agentes del discurso del amo se pavonean hablando en nombre de estos-, el deseo del analista se pone del lado del Uno. Con una voz temblorosa y bajita, el psicoanalista hace valer el derecho a la singularidad.

¹Parlêtre: neologismo que condensa los términos parler (hablar) y être (ser). [N. de la T.]
Jacques-Alain Miller: Sutilezas analíticas, Paidós, Buenos Aires, 2011, página 33
Hola, mucho gusto leerte, Mercedes. Sólo quería decir que el otra vez estaba leyendo un artículo, no recuerdo en qué revista, que decía que la enfermedad fisiológica en sí, es la forma que toma la cura del mismo cuerpo cuando trata de componerse. O sea, cuando uno se «enferma» de catarro por ejemplo, son sólo los síntomas de la cura que se está llevando como reacción del cuerpo ante un ente ajeno que podría, en el peor de los casos, matar o causar un daño peor. Me pongo a pensar si esta misma idea se puede considerar para la enfermedad mental, como consecuencia de un ente que no se puede matematizar, pues es un ente psíquico… Bueno, aunque se podría hablar de los desbalances químicos cerebrales que «descomponen»el «orden» o el «correcto funcionamiento» de nuestra psique o cognición, si se habla de un problema de aprendizaje o experimental. Bueno, se me hace que el término enfermedad aquí se deslinda de lo que se quiere dar a entender en lo anteriormente dicho, que cuando el cuerpo está «enfermo,» o uno mismo, es porque el mismo cuerpo está queriendo curarse. En el caso de las enfermedades mentales, será que la mente se estará queriendo curar de algo de alguna forma(?). La normalización de lo que uno cree que es «normal», o como lo representas tú: ‘como todo el mundo,’ será que las desviaciones mentales, ya sean sexuales o de índole moral, sean reacciones ante el ente este del que se está curando la mente: las normas sociales… Serán otro tipo de sutilezas de las que son tabú, como lo que escondemos con eufemismos o con represiones.
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Hola Felipe,
Antes que nada, el artículo es un fragmento del curso Sutilezas analíticas de Jacques-Alain Miller, no es de mi autoría.
A lo que apunta -según mi lectura- es a salir del lugar del «para todos igual» que propone la normalidad (que no existe). Cada sujeto, cada ser hablante, debe encontrar el modo de arreglárselas con el mundo, el lenguaje, el cuerpo, y el goce; y el arreglo que pudiera lograr es singular, es decir es de él y de nadie más, es inaplicable para otro. Y hablamos de sujeto, en el sentido de Lacan, nunca de mente, que es una entelequia.
Dentro de la práctica del psicoanálisis no pensamos en enfermedades mentales o desviaciones, pues dichos conceptos se refieren directamente al establecimiento de una norma o un modelo patrón de normalidad esperable. Apuntamos al uno por uno y, en un mismo sujeto, cómo un arreglo puede funcionar durante un tiempo y luego no, algunos arreglos son muchos más fallidos que otros.
Con respecto a la analogía del combate del organismo con las enfermedades, no creo que pueda aplicarse con respecto a lo psíquico, porque tenemos que partir del considerar que el humano está enfermo de lenguaje, no hay salud, como no hay normalidad. Estamos torcidos en forma singular, uno por uno.
Agradezco tu comentario y te envío cordiales saludos,
Mercedes
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Hola, Mercedes.
Disculpa mi error… Me llevé una sorpresa saber que no era tu escrito. Y es que no había leído la referencia hasta abajo del autor. Lo leí en mi teléfono y como todo está compactado, no se diferencia las referencias con la referencia principal de autoría. Hasta ahorita que leo tu respuesta en mi computadora, me doy cuenta de la estructura y el trabajo gráfico cool del blog. De todas formas, gracias por haber brindado el fragmento. Como ya está implícito, desconocía este autor psicoanalista por completo— soy ignorante, pues. Qué pena, la verdad. De todas formas, me da gusto ahora sí leerte y ver lo que tú captas del escrito. Me encantaría leer más del libro Sutilezas analíticas, y al autor Jean-Allain Miller en general. De hecho, necesito leer más a Lacan, pues, me interesó mucho eso de que la mente en sí es una entelequia, y cuando uno requiere hablar de prácticas y comportamientos, se necesita recurrir al “sujeto” individualmente. A lo que me trae al concepto de la individualidad del sujeto que es como la deconstrucción de la normalidad en esencia, pues la normalidad es un concepto de pluralidad— en el caso de la sociedad.
De hecho, de ahí me vienen muchas ideas sobre lo que dices del lenguaje como enfermedad del humano. El lenguaje como herramienta para la comunicación que se establece como medio de una pluralidad. Entonces, se podría casi deducir que lo que realmente es la enfermedad mental— bueno, quién sabe— es en sí la pluralidad o, en este caso, la sociedad, pues, pues es la que induce al sujeto renegarse a su individualidad e independencia para codepender de las normas o la normalización de los conceptos aceptados bajo la regencia de esta. Será que en el poder del individuo se encuentre la pureza de los pensamientos— una razón pura; una lógica donde se pudiera analizar un concepto sin preconceptos ni prejuicios para poder así matematizar las cosas que en sí mismas son incalculables como lo abstracto (¿?). Bueno, todo se degenera en idioma, y aquí es lo mismo. Hay tantos conceptos por analizar con los que a fuerzas se tiene que hacer cross-reference, para poder así dar una imagen más próspera de la raíz de todos los “males,” tachando la palabra “males” y definiéndola con toda la información que tengamos lo más objetivada posible. Eso creo yo.
Gracias por contestarme, Mercedes. Me hiciste el día.
Eh, me hace falta informarme y leer más, pero me agrada poder medio-entender a estos filósofos y psicoanalistas (tú incluida). Le da sentido a mi vida.
Saludos, desde Tijuana.
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