La esperanza en los genes

Mercedes Ávila

Hay noticias que ya no asombran porque se repiten todos los días. Sin embargo no deben tomarse a la ligera.
Actualmente -en realidad desde hace ya muchos años, pero ahora quizá con más fuerza que antes- se asiste a un movimiento de busca de respuestas en los genes. Todas las esperanzas del porvenir del hombre se hallan puestas en el código y su desciframiento, en entender qué se esconde en el engranaje genético y claro, en las posibilidades de modificar ese código esquivo, para alcanzar ya sea la perfección, la felicidad, la inmortalidad, en todo caso los ideales de los que buscan en el laberinto del código.
¿A qué llevará todo eso? Tal vez a Un mundo feliz, tal como lo imaginaba Aldous Huxley. En el punto en el que estamos es difícil no pensar en ello.
Algunos psicoanalistas se han pronunciado al respecto. Por ejemplo Jacques-Alain Miller en El futuro del Mycoplasma Laboratorium. Lo que señala allí es importante, pues habla de una posición ética frente a todo lo que vendrá y frente a todo lo que está ocurriendo.
En estos días, en un periódico español se ha publicado la siguiente noticia: «El genetista James Watson afirma que la inteligencia no es igual en todas las razas» (El título de la nota periodística fue modificado. Originalmente rezaba: «El genetista James Watson afirma que los blancos son más inteligentes que los negros.»)
El conocimiento acerca de los genes aparentemente no traerá liberación, sino suplicio. Seguramente todo seguirá mal pero, ¿cuándo las cosas han ido bien con el hombre?
Podríamos ser optimistas, en el sentido original de ese término, y aquí yo deseo serlo. Creo que el sujeto prevalecerá. Es inevitable, tal vez incluso ocurra como lo describen en las reiterativas películas que cada año se producen, sobre todo en la actual capital de la industria cinematográfica. En ellas se habla siempre del futuro del hombre y hay en esos mundos imaginados máquinas que son casi humanas o que, por lo menos, intentan serlo. Y entonces esas máquinas hablan y piensan y hasta sienten… y ellas devienen los sujetos en un mundo de hombres que son meros consumidores (con suerte.) Pero es sólo un sueño porque a las máquinas les faltará siempre algo: la sexualidad.
Y es justo lo que hace vanas las esperanzas de los que buscan poder alcanzar sus ideales a través del código. La relación-proporción sexual no puede ser inscrita, y por tanto no está oculta en ningún código genético esperando ser descifrada. Es la intrusa en el cuerpo y viene de otro lugar, no de la biología. Y basta sólo saber eso para tener otra esperanza: que el sujeto se imponga.
Tal vez la esperanza en los genes sea, como en aquel relato de Villiers de L’Isle Adam, sólo una tortura para los genetistas y los biólogos, y también para todos los hombres. Claro que ellos, como hombres de ciencia, no llegarán nunca a saberlo. Es la poesía la que lo sabe. El secreto está en el lenguaje.
Unas líneas de Borges ilustran a los que sueñan con descifrar y reconstruir a través de sus ideales.

Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido. [1]

josephwright-alchemist
Joseph Wrigth, 1771. El alquimista, en busca de la piedra filosofal, descubre el fósforo y ruega por el éxito y la conclusión de su obra como era la costumbre de los antiguos astrólogos alquimistas

2007

[1]Jorge Luis Borges (1958): «El Alquimista«, El otro, el mismo, en Obras Completas, Tomo II, Barcelona, Emecé, 1996.

Fuente: Letras – Poesía – Psicoanálisis

La interpretación oracular

Jacques-Alain Miller

Esto es algo muy preciso que designa bien el hecho de que el psicoanálisis supo ser un refugio contra el discurso de la ciencia que invade las diferentes actividades humanas, que invadió la medicina, y el psicoanálisis tomó a su cargo el residuo no científico, no cientifizable, de la medicina, o sea, lo que en ella -según dice Lacan en «Televisión»- operaba por medio de las palabras, por medio de la transferencia. El psicoanálisis tomó a su cargo ese residuo, es ese residuo.
Ahora bien, con Freud el psicoanálisis se presentó como científico, por cierto, ya que hoy  en día ése es el único modo de disponer de credenciales, lo cual no impidió al Ministerio de Economía colocar a los psicoanalistas junto a los videntes. Es pertinente. Por otro lado, si produje el acrónimo IRMA (Instance de recherche sur les mathèmes analytiques),* lo hice en homenaje al personaje de la señora Irma
Con Freud, pues, el psicoanálisis se presentó como científico, es decir, como propio de la era de la ciencia. Y, en efecto, su determinismo, el determinismo analítico, pertenece a la era de la ciencia. Es lo que necesitó para establecer su sujeto supuesto saber: apoyarse en el «Todo tiene una razón, nada carece de causa», de Leibniz, luego aplicado a las pequeñas cosas, a los pequeños hechos listados en Psicopatología de la vida cotidiana, y a continuación inventar un aparato que responda por todos ellos y que dé la causa.
Lacan fue a fondo en eso -él mismo no se arrepiente de ello-, pero al final da vuelta las cartas, y aunque confió en la lingüística e imaginó que la lingüística era una ciencia, a pesar de las construcciones de la era científica que el psicoanálisis aportó o remodeló, en su práctica éste es antinómico con el discurso de la ciencia.
El psicoanálisis sonsacó del discurso de la ciencia un sujeto supuesto saber, pero lo aplica de una manera totalmente diferente. Es mucho más verdadero decir que el psicoanálisis hizo revivir la palabra de los oráculos en la era de la ciencia. Ésta elucubra un saber que se mide con el saber inscrito en lo real o que incluso quiere confundirse con él, mientras que el oráculo tiene una verdad que es de un orden muy distinto. Es lo que Lacan subrayaba, por ejemplo, en la página 768 de «Subversión del sujeto…» -a menudo cité esta proposición, me alegra hacerlo una vez más en este lugar-: «Lo dicho primero decreta, legisla, ‘aforiza’, es oráculo, confiere al otro real su oscura autoridad». (Esta frase misma es del orden de lo dicho primero. No es la única en Lacan, por cierto.) El oráculo se confronta con la realidad de la vida cotidiana, da cuerpo a la autoridad como tal de la palabra. Autoridad como tal significa autoridad oscura. La autoridad es oscura porque lo dicho -que sea dicho- es una razón última, ultima ratio -en latín resulta más intimidante. Es evidente que la oscura autoridad es el exacto opuesto de la exigencia de las Luces, que es: Hay que dar razones.
El pensamiento conservador, contrarrevolucionario, vio muy bien cuán exorbitante era esta exigencia, y que, para que los discursos permanezcan unidos, resulta fundamental mantenerse a distancia de ella. En todo caso, tal es la sabiduría de un Descartes: el Discurso del método estaba muy bien dentro del orden de las ciencias, pero no había que ponerse a aplicarlo a las instituciones sociales. Él notaba el daño que produciría empezar a proceder así con las instituciones sociales, ya que toda autoridad es, en última instancia, oscura.
El oráculo, como modo de decir, ante todo consiste en no dar explicaciones. Explicar es desplegar, y el oráculo es algo plegado. En algún lugar Lacan observa que la palabra que se explica está condenada a la chatura. Es impactante decirlo, cuando él pasó diez años siendo el comentador de Freud; es , pues, alguien que sabía de qué hablaba cuando decía que la explicación se despliega en un discurso ya constituido, y lo oponía precisamente a Freud, cuyo texto -decía- transporta una palabra que constituye un surgimiento nuevo de la verdad. Eso constituye lo oracular: un surgimiento nuevo que produce un efecto de verdad inédito, un efecto de sentido inédito. Luego podemos explicárnoslo, pero la palabra que lo lleva a cabo está condenada a permanecer en este registro. En su primera ingenuidad, Lacan definía así la palabra plena, por su identidad con aquello de lo que habla. Mediante esta frase, designaba la palabra como constituyente -no como constituida-, autofundadora, si me permiten, y por eso mismo infalible, ya que está vacío el lugar desde el cual su verificación podría hallarse en falta.

Como contrapartida, no sabemos qué quiere decir, pero éste no es un defecto imperdonable. Heráclito -en quien Plutarco se apoya- dice: «el soberano del cual es propiedad el oráculo de Delfos ni dice ni calla», sino que hace signo. Plutarco cita esta frase en su diálogo «Los oráculos de la Pitia», y dice: Estas palabras son perfectas. ¡Sacerdote de Apolo, durante cuarenta años! Y Lacan retoma estos términos a su manera en «El atolondradicho», aun estableciendo sus reservas sobre el hecho de que Freud se relama los vaticinios presocráticos. No obstante, dice que éstos, que hablaban de manera oracular, eran para Freud los únicos capaces de testimoniar lo que él encontraba. Y también en los Otros escritos (página 584) verán otra vez la evocación de que, antes de Sócrates, «antes de que el ser imbécil tomara la delantera», otros, -no Sócrates-, nada tontos, enunciaban que el oráculo «no revela ni esconde: σημαíνει, hace signo». («Antes de que el ser imbécil tomara la delantera» significa antes de la ontología, antes de que lleguen Platón y Aristóteles con una reflexión sobre el ser y el culto del Uno. El culto del Uno es lo que, por excelencia, sirve de defensa contra lo real.)
Para que la posición enunciativa del analista se mantenga en este nivel -que no es el de la proposición, verdadera o falsa, sino el de una enunciación tercera, es decir, la que se presta a elucubrar-, es preciso eludir el modo de decir común. Y esto es lo más difícil para el psicoanálisis de hoy, si quisiéramos hacer la sociología del psicoanálisis actual -que no es asunto nuestro. La cuestión es saber qué ocurrió en el psicoanálisis con lo oracular, con el tono, con el modo de decir; en definitiva, a qué está adherida, clavada la interpretación, que no está constituida por contenidos, por enunciados, sino que es un modo de decir caracterizado por su gratuidad, por su esencia lúdica, y que supone reconducir el lenguaje -que es una regulación- a los juegos posibles en la lengua. En efecto, su modelo es la ocurrencia chistosa, el Witz, ese Witz que, según Lacan, permite cruzar la puerta más allá de la cual ya no hay nada que encontrar, es decir que revela una pérdida del objeto y sin duda también aporta una satisfacción, el goce de lo que hace signo, el goce de aquello que no está bajo el imperio de lo útil. Con eso tiene que vérselas el psicoanálisis hoy en día.

Retrato de Charles Baudelaire, por Etienne Carjat, alrededor de 1862.

Baudelaire es alguien a quien siempre retomo -me doy cuenta- como a un profeta o un adivino de los tiempos modernos. Para mí es como el soberano délfico que hace signos. Él había encontrado la figura de lo que le indicaba el problema de los tiempos modernos en Edgar Poe, es decir un estadounidense, y para él era absolutamente esencial que Poe fuera un estadounidense, o sea, que estuviese en la posición de interpretar a Norteamérica, esa Norteamérica tan fascinante para Baudelaire que, en uno de sus escritos sobre Poe -que muestra la paradójica excepción que éste constituye en la americanidad-, la describe así:

En esa efervescencia de mediocridades, en ese mundo apasionado por los perfeccionamientos materiales -escándalo de un nuevo tipo, que hace comprender la grandeza de los pueblos holgazanes-, en esa sociedad ávida de asombros, enamorada de la vida, pero sobre todo, de una vida llena de excitación, apareció un hombre que fue grande no sólo por su sutileza metafísica, por la belleza siniestra o fascinante de sus concepciones, por el rigor de su análisis, sino también grande y no menos grande como caricatura: […] Edgar Poe.

Edgar Allan Poe retrato 207x277
«Desde el seno de un mundo tragón, hambriento de materialidades, Poe se elevó a los sueños» Charles Baudelaire

Y lo que él va a pescar en la boca de Poe es lo que éste despliega acerca del principio de la poesía y denomina la gran herejía poética de los tiempos modernos. Esta herejía -él lo dice así de claro- es la idea de utilidad directa: Que la poesía sea útil -dice Edgar Poe traducido, retocado por Baudelaire- es indudable, pero ése no es su objetivo; viene de yapa.
Tenemos el eco de esto cuando Lacan plantea, acerca de lo que es terapéutico en el psicoanálisis aplicado, que la cura viene por añadidura. Es la misma figura que Baudelaire y Poe aíslan aquí. Y el culto de la utilidad directa, si puedo decirlo así, es precisamente la causa de la extinción de la virtud oracular en el psicoanálisis. Es lo que puede escucharse en el escrito «Los oráculos de la Pitia», donde Plutarco se pregunta por qué la Pitia ya no presenta sus oráculos en verso, por qué el oráculo devino prosaico.
Lo retomaremos la vez siguiente, junto a dos preguntas: ¿por qué el psicoanálisis tiende a devenir prosaico?, y ¿qué hay que hacer para reavivar en él, si me permiten, el fuego de la lengua poética?


13 de noviembre de 2002

*Instancia de investigación sobre los matemas analíticos [N. de T.]

Godward,_L'Oracle_de_Delphes,_1899_(5613762473)
John William Godward, El oráculo de Delfos,1899.

Jacques-Alain Miller: Un esfuerzo de poesía, Paidós, Buenos Aires, 2016, página 21.

El aprendizaje de saber perder

Jorge Alemán Lavigne
Filósofo, psicoanalista

jorge-alemn-lavigne-ph-marta-jara
Jorge Alemán Lavigne -fotografía de Marta Jara- (modificada)

¿Cómo saber cuándo alguien se encuentra con una disciplina? Un encuentro que merezca ese nombre es siempre portador de las marcas de lo imprevisible. Todo lo importante nos llega de modo imprevisto, pero lo imprevisto necesita tiempo para prepararse. En este caso lo imprevisible se fue preparando a partir de distintas escenas, escenas que de algún modo introducían una orientación hacia un cierto tipo de psicoanálisis. En primer lugar algunos sueños y pesadillas de la infancia, pues de manera muy temprana supe, de modo espontáneo, sin reflexión y sin indicación de nadie, que esos sueños concernían a lo más crucial de mi vida. especialmente me impactaba el carácter «ultraclaro», la extraña nitidez de algunos sueños y el tiempo que le llevaba a la vigilia reponerse de ese impacto. De un modo prerreflexivo, intuí que si algo no se puede significar y se presenta a nosotros con una opacidad radical y a la vez, sin saber por qué, nos concierne, esto exige que intentemos ponerlo en palabras o por escrito o narrarlo para alguien. Y esto lo empecé a intentar desde mi adolescencia. Por ello, siento haber tenido un presentimiento muy primario de lo «real lacaniano», en particular, a partir de sentir que podía intentar pensar algunas cosas por mi cuenta y descubrir que pensar sin obsesionarse es una especie de felicidad.
También el hecho de que mi escritura fuese ilegible desde el punto de vista caligráfico, y que muchas veces el profesor devolviera un examen sin haberlo leído despertó en mí una gran atracción por las inscripciones en paredes, la letra impresa, los neologismos de la lengua, el argot de la calle y los diversos puntos de fuga de la gramática. En este sentido, antes de empezar la cura analítica, la experiencia del inconsciente me llegó a través del poema que «el» habla por sí misma desliza en la lengua sin saberlo.
Luego, en la adolescencia, la militancia política incluyó en el centro de la propia existencia una nueva aporía, una cuestión indecidible de gran calado, a saber, por un lado la «causa revolucionaria» demandaba una entrega incondicional donde obviamente una desventura personal siempre tenía que ser irrelevante con respecto a la marcha ineluctable y necesaria de la historia. Pero, por otra parte, en la cura analítica, en su propio discurrir, fui abriéndome en cambio a mi propia «finitud», a las cosas importantes que nos alcanzan de un modo contingente, a los traumas que se repiten, a los dilemas que sólo se resuelven con una elección sin garantías; en suma, a todo aquello que sólo uno debe saber si es capaz de soportar o no. Esta aporía, esta tensión inaugural entre la lógica interna de un proceso histórico y la exigencia ética del propio deseo, de distintas maneras aún insiste en todos mis proyectos. Me apasiona en la disciplina freudiana la relación de conjunción y disyunción entre la marcha de la civilización y la experiencia subjetiva.
¿Qué le debo al psicoanálisis? Haber aprendido a saber perder. ¿Qué es la vida para el que no sabe perder? Pero saber perder es siempre no identificarse con lo perdido. Saber perder sin estar derrotado. Le debo al psicoanálisis entender la vida como un desafío en el que uno no puede sentirse víctima; en definitiva, el psicoanálisis me ha enseñado que uno debe entregarse durante toda una vida a una tarea imposible: aceptar las consecuencias imprevisibles de lo que uno elige.
Por otra parte, a diferencia de otras disciplinas o corrientes del pensamiento más propicias para dejarse seducir con los espejismos intelectuales del saber, lo que más me importa en el psicoanálisis es su honestidad con respecto a una verdad que nunca puede ser dominada por el saber, el psicoanálisis es una experiencia de pensamiento donde el saber queda «desidealizado», pero que nos advierte de la infatuación que implica identificarse con la verdad. Su honestidad mayor radica en verificar siempre que es posible e imposible en una experiencia humana con otro. Sin coartadas nos abre a la impotencia o imposibilidad que toda auténtica empresa de transformación pone en juego irremediablemente.


Jacques-Alain Miller, Bernard-Henri Levy (Comp.): La regla del juego – Testimonios de encuentros con el psicoanálisis, Gredos, Madrid, 2008, página 21.

Incesantemente

Judith Miller

Filósofa, presidenta de la Fundación del Campo Freudiano

Rio de janeiro, 07/06/2011. Personagem: Judith MillerFoto: Guillermo Giansanti
Rio de janeiro, 07/06/2011. Judith Miller Foto: Guillermo Giansanti

Yo me di cuenta de que había nacido en la poción mágica el día en que, a los seis años, tuve que rellenar la ficha del comienzo de clases donde debía consignarse la profesión de los padres: pychanalyste con sus dos «y» y su «ch» me hizo envidiar a mis compañeritos cuyos padres eran médicos.
Antes enredarme que renunciar. Fue mi elección para otras fichas en otros años.
El gusto de esa poción siempre ha sido de una incierta certeza, porque siempre se repetía en un contrapunto. Muy pronto tuve eco de las exigencias de esa disciplina rara, al punto de ser excepcional. En el movimiento analítico tan absorbente para sus protagonistas había una «princesa» que era temible. Recuerdo la tensión que produjo su llegada al 5 de la calle de Lille, en los primerísimos comienzos de los años cincuenta. Era como un hada mala, poderosa e incómoda, seguramente por las ojeras que tenía, las mismas que llevaban algunos cuyos nombres me eran familiares sin poder en todos los casos ponerles un rostro.
Después vino la ruptura, múltiple y destructora de amistades. Impresionante para una niña de un poco más de diez años. No me provocó una gran conmoción, porque entendí que era «liberadora de los jóvenes». De ese tiempo, conservé la idea de que debería cuidar de no encontrarme en la posición de Anna, que, como hija de Freud que fue, contribuía a dar lustre a su invento.
En esos mismos años, aprendí poco a poco que lo más importante era aquello que todavía se llamaba los «pacientes». Entre esas personas frente a las que lo correcto era la mayor discreción (evitar cruzarse con ellos, o hacer ruido en las horas en que estaban allí, no mirarlos), estaban los «jóvenes». Ese calificativo nunca me sorprendió, aunque tuvieran edad de tener hijos. En el momento de la «escisión», instalamos las sillas en el salón para quienes venían a propósito del Seminario sobre la transferencia. Seminario al que yo asistiría a pedido mío, con aceptación inmediata de mi padre, cuando pasó a dictarlo en el hospital Sainte-Anne.
Esa audacia estaba relacionada con una pura contingencia: un estudiante, entusiasta, me había recomendado que fuera a escuchar a alguien maravilloso, el doctor Lacan. Difícil decirle que me hablaba de mi padre (yo no llevaba su nombre). Pero indispensable saber si yo también… A mí también me maravilló: siendo estudiante de filosofía, nunca había escuchado hablar de Platón de esa manera, cada línea, cada palabra de su texto se tomaba en cuenta, y saltaban los tapones de «la teoría de las Ideas» y otras sandeces. Debería releer todo mejor, o mejor leer, por fin.
Mientras tanto, entre los pacientes, algunos comenzaron a resultarme muy conocidos porque «andaban tan mal» que a veces era yo quien les respondía cuando llamaban a todos los sitios donde tuvieran posibilidad de poder encontrar a su analista. Algunos de ellos me han hecho constatar las mutaciones que puede producir un analista. Jamás olvidaré mi sorpresa al reconocer en la persona del vendedor muy dispuesto de un comercio del Boul′mich* a quien en varias ocasiones había venido en plena noche a llamar a la puerta del departamento donde yo vivía para saber cuándo y qué tan pronto podría ver a mi padre. Mucho más allá de la anécdota, también otros recuerdos hacen que se entienda lo que quiere decir que el psicoanálisis es una praxis.
También vino el tiempo en que aprendí que las rupturas son el precio que se debe pagar para que esta praxis no sea ni poción mágica ni anestesia. Llega el congreso de Estocolmo. Desde ese momento quedo advertida de que el psicoanálisis puede desaparecer, y que su existencia depende de su dinamismo. Es histórico  como el inconsciente y, como él, en movimiento porque es inventivo. Prueba de lo que tienen de único la experiencia de la cura y el acto del analista.
Nunca he hecho esta experiencia. Las mejores y las peores razones son, sin duda, el hecho de que yo he nadado siempre en su elemento, que no tiene nada de mágico, sin haber probado su sal. Continué viendo sus efectos. Por muy temibles que éstos sean para el consuelo de los canallas, son demasiado decisivos para demasiadas vidas que no serían más que tristes destinos enredados en identificaciones sofocantes como para no querer salvaguardar sus condiciones de posibilidad. Esos efectos están relacionados con la particularidad inconmensurable de la poesía propia de cada uno. Por muy mediata que sea la experiencia que tengo de eso, sigo contribuyendo con decisión a que la clínica analítica persevere en su devenir y que permanezca animada por el deseo que ella supone. Si no existiera la experiencia del diván, ¿habría vivido soñando?¿Yo soy de esos, descritos por Lacan y en lo que cada uno de los que lo han escuchado puede reconocerse, que «se abandonan hasta ser presa de esos espejismos por los que su vida, desperdiciando la oportunidad, deja escapar su esencia, por lo que su pasión se juega, por lo que su ser, en el mejor de los casos, consigue alcanzar apenas ese poco de realidad, afirmada nada más que por no haber sido desilusionado nunca»?
Los conflictos que mantienen vivo al psicoanálisis me han indicado periódicamente cuál  era la pesadilla ortopédica que amenazaba: la desaparición de un lazo social inédito, que renueva incesantemente el trabajo del inconsciente, y la supresión de una experiencia que, fuera de las condiciones espacio-temporales kantianas, no es por eso menos transmisible. Sin los recursos de lo que Jean-Claude Milner designaba recientemente como «dislocación», las nuevas generaciones estarían condenadas a un condicionamiento salvaje, entre títere y desheredado, que ve Rilke en el habitante de ciudad de su siglo.
Lo que cotidianamente aprendo de la práctica tanto privada como institucional, en el sentido estricto y en el sentido amplio, confirma mi elección. También en los últimos tres días he recibido testimonios. A una joven amiga decidida a dejarse librada a las manipulaciones más penosas para tener un hijo se la exime de su propósito por el solo hecho de haber decidido ver a un analista. Ese joven esquizofrénico que, al salir de la presentación de su caso ante un auditorio de clínicos, interroga al responsable del equipo con el cual ha podido encontrar la justa distancia respecto de las voces perturbadoras: «¿He hablado bien?». Efectivamente, cada una de sus palabras, medida, elegida, a lo largo de una hora, estaba marcada por la delicada atención que hacía posible su  entrada en un modo de vida nuevo. Finalmente, la lectura de una recopilación de algunos de los informes de una enseñante, muy buena con las lecciones de su análisis, pudo producir en alumnos que sufren, me convencía de que la puesta a prueba de la clínica de lo «social» que ha tomado como iniciativa el Centro Interdisciplinario sobre el Niño (CIEN) y otras comunidades de investigación, estaba bien fundada.
Me atrevo a pensar que la explosión actual en los barrios periféricos, donde resuena el grito que conduce sin falta a una voluntad de formateo segregativo, evidenciará la pertinencia del psicoanálisis para sacar a cada «uno» del ciclo infernal de la pulsión de muerte. Emprenderla hoy contra el psicoanálisis participa de una lógica de exclusión de las cuales las peores son portadoras de vocaciones no solamente mortíferas.
Los analistas están en condiciones de proponer acogerlos. Su presencia asegura el único lazo social susceptible de aflojar el atenazamiento obsceno de la destrucción superyoica. El camino es estrecho como para que, desprendido de amor, no vire hacia el odio y permita a cada cual ejercer la responsabilidad de su síntoma. De lo inesperado a la sorpresa de las invenciones singulares que produce el discurso analítico, espero activamente que no cese de inventarse y reinventarse de poéticas resistencias a la pendiente segregativa de nuestra sociedad.
Que todo lo que se arguya en su desfavor constituya su atractivo y su potencia.

*Boulevard Saint Michel.

Jacques-Alain Miller, Bernard-Heri Levy: La regla del juego – Testimonios de encuentros con el psicoanálisis, Gredos, Madrid, 2008, página 215.

Imagen: Guillermo Giasanti- Blog

El psicoanálisis: «políticamente es un señuelo»

Entrevista a Jacques-Alain Miller por Jean-Pierre Cléro y Lynda Lotte para Cités (fragmento)

J.-A. Miller: —Le responderé rápidamente. El psicoanálisis, ¿revolucionario o reaccionario? Es un Jano. Políticamente es un señuelo. ¿Se hace de él hoy en día un uso político explícito? En los debates de la sociedad se le hace decir lo  que está a favor y en contra. ¿Qué es que está implicado a través de su doctrina? Que un psicoanalista está ahí para hacer psicoanálisis, accesoriamente para hacer avanzar el psicoanálisis, y para expandirlo en el mundo, y si interviene en los debates públicos con ese fin, está muy bien. Ahora, detallémoslo.
Revolucionario, el psicoanálisis por cierto no lo es. Durante la época en la que se hablaba todavía de la revolución, hacia 1968, Lacan evocaba la revolución de las órbitas celestes. Una revolución está hecha para volver al punto de partida. El psicoanálisis es llevado a poner en valor lo que puede llamar las invariantes antropológicas más que a ubicar sus esperanzas en los cambios de orden político. Pretende operar en un nivel más fundamental del sujeto, el del inconsciente, y que no conoce el tiempo o, más bien, en el que los puntos del espacio y tiempo están en relación topológica y no métrica: lo más distante se revela de golpe como lo próximo. El psicoanálisis es por lo tanto con gusto del partido nihil novi, que profesa que cuanto eso más cambia tanto más es lo mismo, salvo que eso puede empeorar puesto que se creyó que sería mejor.
El psicoanálisis no es revolucionario, sino que es subversivo, lo que no es lo mismo, y por razones que yo he esbozado, a saber que va en contra de las identificaciones, los ideales, los significantes amo. Por otra parte, todo el mundo lo sabe. Cuando ustedes ven a alguno de sus próximos en análisis, temen que dejen de honrar a su padre, a su madre, a su esposo y al buen Dios. Se lo ha querido hacer más adaptativo que subversivo pero en vano. ¡Antes bien! Cuando el sujeto es subvertido, cuando es destituido de su dominio imaginario, sale de la caja de su narcisismo, y tiene una oportunidad de hacer frente a todas las eventualidades.
Ahora, atención, cuanto más cambia tanto más es lo mismo, sin duda, pero eso cambia. Que siga siendo lo mismo quiere decir que lo que usted gana de un lado, lo pierde del otro, y que eso no se reabsorbe. Entonces, si bien es subversivo, el psicoanálisis no es lo por lo tanto progresista, ni tampoco reaccionario. ¿Acaso es desesperado? Digamos que opera con la esperanza. Es la ablación del Príncipe Esperanza, para retomar el título para matarse de risa de Ernst Bloch. De ahí resulta un alivio seguro.
Con este hecho, los psicoanalistas no solamente no son militantes, salvo a veces, y no necesariamente para su felicidad, la del psicoanálisis, sino que más bien son llevados a decepcionar a los militantes. De ello resulta que están sobrepasados por las consecuencias de su operación. Eso hace vacilar los semblantes, en particular las normas que temperan la relación sexual insertándola en la familia y en el orden de la procreación. Los psicoanalistas hubieran querido que esos semblantes se mantengan hasta el fin de los tiempos. Y bien, para nada. El derecho natural, que se perpetuaba bajo formas diversas desde antaño, ha recibido el impacto. Junto con los daños sensacionales que el psicoanálisis hizo en la tradición se unieron, como por milagro, las posibilidades inéditas ofrecidas a través del progreso de la biología, la procreación asistida, la clonación, el desciframiento del genoma humano, la perspectiva que el hombre se vuelva él mismo un organismo genéticamente modificado.
Entonces, el Nombre-del-Padre no es más lo que era. Hace largo tiempo que aleteaba, Balzac hubiera dicho desde el regicidio francés, desde la desaparición de la sociedad del orden, y del coqueteo planteado hacia los asuntos del mundo por el capitalismo, como lo previó el Manifiesto comunista. Lacan notaba ya en 1938, como un hecho adquirido, el declive social dela imago paterna, luego en los años 1950, el complejo de Edipo no podría indefinidamente mantenerse en nuestras sociedades. Estamos en eso. La decisión de la Corte Suprema de la que hablaba al comenzar abre la vía del matrimonio gay y lesbiano. La derecha religiosa pide el voto de una sanción en la Constitución que define al matrimonio como un lazo heterosexual con finalidad reproductiva. La iglesia se moviliza. La guerra de la civilización, pero interna, será apasionante para seguirla.
El psicoanálisis es subversivo mientras que los psicoanalistas son espontáneamente conservadores. Con mucho derecho, puesto que el cambio simbólico se pagará. Pero de todas maneras, ¡qué ceguera será no reconocer allí las consecuencias de su acción!

Cités: —¿Pero qué es ahora entonces el primado acordado de falo?

J.-A. Miller: —¿Quién otorga este primado?

Cités: —El psicoanálisis

J.-A. Miller: —Si en el campo que es el de ustedes, proceden a un ordenamiento de los símbolos de poder, no tendrán duda sobre el primado inmemorial del falo y sobre el primado político viril. Esta configuración ha entrado en contradicción con el espíritu de la modernidad, los derechos del hombre, si puedo decirlo, el desarrollo de las fuerzas productivas, etc., y apenas hace cincuenta años que en Francia se renunció al monopolio electoral del falo, la mitad menos del tiempo con que el aborto fue legalizado. Fue ayer. ¿La nueva noticia ya alcanzó a un inconsciente que da vueltas en el mismo sillón desde hace tiempo y que, por lo demás, no conoce el tiempo? El psicoanálisis no otorga ningún primado al falo, lo reconoce puesto que es lo que le suministra su experiencia. Del cuerpo del macho es tomada la forma que simboliza por excelencia la turgencia del goce, forma gloriosa que sublima una realidad que lo es menos, para serlo por eclipses. Es sin duda por su carácter a la vez cautivante, visible y disipable, transformista, entre presencia y ausencia, que el órgano erigido del macho pasa al estado de significante y de significación.
Reconocerlo es al mismo reconocer la «significación fálica», como decía Freud, se va más lejos de su punto de partida. Esta significación y el órgano macho, eso hace dos. Nada está más facilizado que el cuerpo femenino, y especialmente cuando su falta está puesta en evidencia. Alrededor de esta falta, y en particular cuando se ha señalado sobre el cuerpo de la madre, Freud hace girar su clínica. Muestra que el encuentro con las modalidades de esta falta tiene una función decisiva en cuanto a la elección de la neurosis y de la orientación sexual.
Ahora bien, preguntémonos cuál ha sido de hecho el alcance político de los descubrimientos del psicoanálisis al respecto. ¿Fue jugado en el sentido de justificar el privilegio político viril por una especie de derecho natural? Es lo contrario. El psicoanálisis ha puesto a la luz el montaje significante del primado del falo. El falo es un semblante: lo real en juego es el goce; la norma sexual es un artificio; el deseo no tiene objeto natural como tal, es perverso. Como último término, Lacan dijo que no hay relación sexual, que el modo de gozar no está programado en la naturaleza a nivel de la especie humana, que se establece de forma diferente para cada uno de los sexos, y, en otro nivel, para cada uno, uno por uno. ¿Por qué, si no, el feminismo francés de los años 1970 se hubiera reagrupado alrededor de Lacan, para estudiar sus textos?
Sin duda los psicoanalistas, Freud mismo, estaban en retraso sobre el psicoanálisis, sin duda se han mostrado sobrepasados por las consecuencias de su acto, sin duda lo están todavía. Han abierto la caja de Pandora y, como Pandora, ellos querrían cerrarla, pero es en vano. No les pidan compartir las esperanzas de los militantes. Incluso el montaje «Nombre-del-Padre y significación fálica», que temperaba deseo y goce, está sometido ahora a una dura prueba en todos los niveles de la civilización, y da muestras de su insuficiencia. Para hablar como Lacan, su decadencia se acompaña del ascenso al cenit social del plus-de-gozar. Me parece que podríamos ponernos de acuerdo en decir que la persecución del goce, de ahora en adelante, es una idea nueva en política.

Señuelos ilustración(2003)


Jacques-Alain Miller: Punto cenit Política, religión y el psicoanálisis, Colección Diva, Buenos Aires, 2012, página 29.

En versión original (francés):
Miller Jacques-Alain, Clero Jean-Pierre, Lotte Lynda, «Lacan et la politique», Cités 4/2003 (n°16), p. 105-123.
URL : www.cairn.info/revue-cites-2003-4-page-105.htm.
DOI : 10.3917/cite.016.0105.

«Cuando se echa el síntoma por la puerta vuelve por la ventana»

Entrevista a Judith Miller, por Héctor Pavón

La hija de Lacan, filósofa y presidenta de la Fundación del Campo Freudiano, sostuvo la vigencia absoluta del psicoanálisis. Y dijo que su padre ya predijo en 1973 la crisis financiera actual.

«Es difícil saber lo que es un padre y también lo que es una madre…» Dice una intrigante Judith Miller, hija de Jacques Lacan, esposa de Jacques-Alain Miller. Pero no se refiere a la pesada herencia psicoanalítica de su padre sino que las palabras surgen ante la pregunta sobre la paternidad que ostentan presidentes como Sarkozy y los Kirchner en países donde el psicoanálisis es una característica constitutiva de sus identidades. Judith Miller vino a Buenos Aires al XVI Encuentro Internacional del Campo Freudiano y al Encuentro Americano de Psicoanálisis Aplicado de Orientación Lacaniana, organizados por la EOL. En el octavo piso del hotel Plaza, Judith acomoda su elegancia parisina y habla de su padre, la persona a la que le debe tantos agradecimientos como reproches.

Han pasado 28 años de la muerte de Jacques Lacan. ¿Cómo ha envejecido su obra psicoanalítica? ¿Siguen vigentes sus palabras?

No entiendo. No puedo entender su pregunta porque todo esto tiene tanta actualidad, no sólo para mí, sino para cada persona. Cuando veo el esfuerzo que tenemos que hacer aún hoy para entender que Lacan en 1973 ya hablaba de la crisis que vivimos hoy y ver que eso no fue una profecía. Él ha entendido la lógica del capitalismo. Hoy estamos sorprendidos por la crisis, pero Lacan dijo que no podía ser evitada: «hay un cambio del capitalismo que conduce a una reedición de sí mismo a través de una actividad que no tiene nada que ver con el desarrollo de un historial que será puramente financiero». Y concluía diciendo que eso iba a tener un efecto. Yo no podía entender cuando él decía que «somos todos proletarios.» Yo no soy proletaria, soy parte de la burguesía. Pero tenía razón, hay una precarización general, mundial, de cada uno, que corresponde al desarrollo actual del capitalismo y que él ha entendido hace más de 40 años.

¿Y cómo se prepara al analista de hoy frente a esta precarización?

Es difícil. No formo parte de los que tienen que hacer eso, pero los analistas lacanianos tienen que inventar, recibir las sorpresas que puedan aparecer en la clínica de hoy. Eso no es nuevo, Freud ya había dicho que el psicoanálisis marcha con el mundo; y Freud en sí mismo ha visto que por ejemplo la histeria, desde que el psicoanálisis empezó a ser practicado, ha cambiado. Cada histérica, a partir del momento que hay un vínculo analítico, encuentra otras vías para resolver su pregunta, su enigma. Lacan decía en chiste que la histérica es histórica. El chiste juega con las coincidencias. La novedad permanente es la enseñanza de Lacan. Pero no quiero que sea equivalente a decir tenemos únicamente a la enseñanza de Lacan y no tenemos que hacer nada más que repetir lo que él ha dicho. Los analistas y la gente que trabajan con ellos, los analizantes, particularmente, me parece, participan de una búsqueda al nivel clínico, de la doctrina analítica, a cada nivel que hace parte de las luces lacanianas.

Usted se refería a las sorpresas que llegan al diván y para las que tienen que prepararse los analistas. ¿Cuáles serían?

La definición de una sorpresa es que es imprevisible. La profesión necesita una formación larga, amplia, intensa, profunda, que a la vez implica que los analistas siguen sabiendo que tienen que no saber. Y saben que ellos no saben lo que van a encontrar, ahí está la sorpresa. No es fácil eso, porque hay que ser uno mismo, muy bien analizado, quizás reanalizado, para mantener esta disponibilidad, esta capacidad de aprender una nueva cosa. Lo he visto con mis ojos en mi propia familia, no sólo con mi padre, también con otros analistas que estaban muy viejos, muy cansados, y que han seguido trabajando hasta el último día porque estaban de pie. También por mi padre: Lacan ha trabajado hasta el último día.

¿Y qué hace un analista cuando en su consultorio llega un empleado de Telecom donde se han suicidado 26 personas?

Pienso que constituyen una epidemia de suicidios los de France Telecom. Encarna lo que Lacan llamaba la precarización generalizada de cada uno en el momento de la historia humana que conocemos, en la cultura globalizada. Aunque tenemos el progreso de las tecnologías, el desarrollo de la ciencia, el malestar de la cultura persiste. Quizás porque tenemos todo eso, el malestar sigue, no hay liberación. Hay consecuencias también de lo que se llama el progreso, y es por eso que Lacan no se decía progresista y Freud tampoco. Pienso que el malestar está en el corazón del hecho de que estamos condenados a ser humanos.

¿Este momento de crisis general repercute también de modo singular en la consulta al analista?

Es evidente. Creo que fue así en cada época, no hay tantos períodos que hayan separado las épocas de la historia freudiana, pero creo que la Primera Guerra fue un momento importante para la obra de Freud. La Segunda Guerra también fue muy importante y Freud había previsto todo el horror que iba a producirse, en su obra de 1920 La psicología de las masas. Él había hablado de los que sería el fascismo antes de que se produjera.

Se repiten las voces que aseguran que los jóvenes latinoamericanos no pueden avizorar el futuro… ¿El psicoanálisis piensa en el futuro?

En primer lugar no conozco ninguna persona que no esté pensándose a sí misma en el futuro. Ahora, quizás un niño que no sabe cuál será su propio futuro, eso es diferente. Hay una angustia especial. Hoy los jóvenes conocen esta angustia. Quizás ellos no pueden decirla, pero tienen esta angustia. Es importante permitir a cada uno acercarse para ver de qué se trata esa angustia. Pero no podemos decir que ellos no tengan la dimensión del porvenir. Es una paradoja del capitalismo. Hoy, cuando el capitalismo trabaja cada día más sobre el tema de la seguridad, la inseguridad aumenta. Y de una cierta manera la infelicidad del capitalismo es que cuando empieza a trabajar sobre un punto para suprimirlo, lo refuerza. Es así para la exclusión, la segregación, todos los medios que se toma en el cuadro del capitalismo refuerzan la segregación. Y la precariedad aumenta en la medida que aumenta la seguridad, la promesa de seguridad. Pero pensar una vida sin seguridad, es pensar la vida como la muerte. Y, estar muerto para vivir bien es una paradoja también.

Existen terapias como las de las neurociencias que proponen tratamientos acotados. ¿Qué respuesta tiene el psicoanálisis ante el pedido de terapias breves?

Las neurociencias proponen tratamientos más breves, más cortos. Es verdad que el efecto de un análisis no es de normalizar a nadie. Un análisis saca a la luz la singularidad de la persona que ha consultado. Es muy difícil saber quién soy yo. Una experiencia analítica permite ubicar cuál es mi deseo; si quiero lo que deseo. Es decir ubicar la división que cada uno tiene. Eso toma tiempo, es completamente antipático al apuro contemporáneo. Queremos ahora, inmediatamente lo que esperamos y es difícil de no ceder a este apuro. Pero el psicoanálisis no puede ceder a eso. Es una trampa. Cuando se echa el síntoma por la puerta, vuelve a entrar por la ventana. Ese es un principio fundamental del funcionamiento de la repetición.

1337198602_2_baja
Intervención urbana en Santiago: entrar por la ventana. 2012.

 

(2009)


Fuente: Clarín
Fuente de la imagen: Plataforma Urbana

Por qué el psicoanálisis no es revolucionario sino subversivo

Por Pablo Chacón

En Punto cenit (ediciones Diva), el psicoanalista francés Jacques-Alain Miller reunió una serie de artículos –propuestos y ordenados por sus colegas locales Silvia Tendlarz y Carlos Gustavo Motta– que pivotean sobre las nociones de real en la época del Otro que no existe, la de la crisis contemporánea de las identificaciones que empuja al sujeto a un plus de goce y a una existencia que muchos consideran, perdida la referencia paterna por imperio de la certidumbre científica, desamparada o extraviada. El yerno de Jacques Lacan se sostiene en un texto de éste, “El triunfo de la religión”, para estudiar la innovación frenética del malestar en la cultura y sus consecuencias en la clínica del uno por uno.

Acostúmbrate, hijo, al desierto.
Joseph Brodsky

Poco menos de un año atrás, el psicoanalista francés Eric Laurent decía en Buenos Aires que con el régimen de certeza de la ciencia, la noción de autoridad paterna (característica del mito edípico freudiano) había quedado definitivamente desplazada. “En el mundo de la técnica, que es el nuestro, en el cual todo tiene que tener una función, el psicoanalista no es alguien que se ofrece como una herramienta útil (…) El psicoanalista trata de dirigirse a lo inútil de cada uno (…) Es imposible separarse de esa parte oscura que nos habita; esa parte desdichada, maldita, como la llamaba Georges Bataille. El psicoanalista tiene esa distancia sobre el discurso de la utilidad. Y tratar de transformar eso que no va en algo que vale es una tarea”.

La técnica avanza en la época de la inexistencia del Otro, sin control más que el ejercido por los comités de ética, retrasados siempre respecto de aquellos avances.

En estos textos, Miller, por otra vía retoma esa cuestión: en lugar de la falta en el Otro como constituyente de un sujeto, aparece un Otro sin falta que no se las ve con sujetos sino con objetos. Es una época de complicaciones del lazo social. El siglo XXI es la época del Otro que no existe, la del “ascenso al zenith” del objeto a, fórmula que Lacan usa por primera vez en Radiofonía (1974), y que su yerno, pasados los años bautiza “Punto cenit”, para hablar de las sucesivas mutaciones en el campo de la política, la religión y el propio psicoanálisis.

“Alcanzaría con el ascenso al zenith social del objeto llamado por mí pequeño a, por el efecto de angustia que provoca el vaciamiento con el que lo produce nuestro discurso, al faltar a su producción”, había dicho el autor de los Escritos. “La promoción del plus de goce que señala Lacan cobra sentido a partir del eclipse del ideal, desde donde se suele explicar la crisis contemporánea de la identificación”, completa Miller.

En la entrevista que abre el libro, éste despeja varias cuestiones. Frente al supuesto escepticismo político del psicoanalista, Miller no duda.

¿El hecho de decirse psicoanalista implica necesariamente una elección política?

Photo_JAM_400x400“Pero sí. Quien practica el psicoanálisis debe lógicamente querer las condiciones materiales de esta práctica. Lo primero es la existencia de una sociedad civil en sentido propio, distinta del Estado (…) El psicoanálisis no existe ahí si no se lo puede ironizar, poner en cuestión los ideales de la ciudad, sin tener que tomar la cicuta. Ella es entonces incompatible con todo orden de tipo totalitario que junta en las mismas manos la política, lo social, la economía e incluso lo religioso. Ella tiene la partida ligada con la libertad de expresión y con el pluralismo”.

A fines de los 60, el psicoanálisis apareció como portador de un ideal revolucionario. ¿Piensa usted que sea posible disociar el psicoanálisis del uso político que se hace? La intervención política del psicoanálisis, ¿está implicada en su doctrina? ¿El psicoanálisis se inscribe como una ideología reaccionaria?

“Le responderé rápidamente. El psicoanálisis, ¿revolucionario o reaccionario? Es un Jano. Políticamente es un señuelo. ¿Se hace de él hoy en día un uso político explícito? En los debates de la sociedad se le hace decir lo que está a favor y en contra. ¿Qué es que está implicado a través de su doctrina? Que un psicoanalista está ahí para hacer psicoanálisis, accesoriamente para hacer avanzar el psicoanálisis, y para expandirlo en el mundo, y si interviene en los debates públicos con ese fin, está muy bien.

“Revolucionario, el psicoanálisis por cierto no lo es. Durante la época en que todavía se hablaba de revolución, hacia 1968, Lacan evocaba la revolución de las órbitas celestes. Una revolución está hecha para volver al punto de partida. El psicoanálisis es llevado a poner en valor lo que puede llamar las invariantes antropológicas más que a ubicar esperanzas en los cambios de orden político (…) El psicoanálisis no es revolucionario, sino que es subversivo, lo que no es lo mismo, y por razones que yo he esbozado, a saber: que va en contra de las identificaciones, los ideales, los significantes amo. Por otra parte, todo el mundo lo sabe. Cuando ustedes ven a alguno de sus próximos en análisis, temen que dejen de honrar a su padre, a su madre, a su esposo y al buen Dios.

“Con este hecho, los psicoanalistas no sólo no son militantes, salvo a veces, y no necesariamente para su felicidad, la del psicoanálisis, sino que más bien son llevados a decepcionar a los militantes (…) El derecho natural, que se perpetuaba bajo formas diversas desde antaño, ha recibido el impacto. Junto con los daños sensacionales que el psicoanálisis hizo en la tradición se unieron, como por milagro, las posibilidades inéditas ofrecidas a través del progreso de la biología, la procreación asistida, el desciframiento del genoma humano, la perspectiva de que el hombre se vuelva él mismo un organismo genéticamente modificado”.

La diferencia entre revolución y subversión resulta inédita, tanto como el gran angular puesto sobre las invariantes antropológicas, sin descartar la suerte política de la práctica de acuerdo a los diversos regímenes políticos y a la caída de los ideales y del Nombre-del-Padre, que por cierto, genera una desorientación ideológica que redunda en grupos de pertenencia, labilidad electoral, grupos de intereses desenmascarados y anacronismos por izquierda y por derecha.

El Nombre-del-Padre no es más lo que era. Hace largo tiempo que aleteaba. Balzac hubiera dicho desde el regicidio francés, desde la desaparición de la sociedad del orden, y del coqueteo planteado hacia los asuntos del mundo planteados por el capitalismo, como lo previó el Manifiesto comunista. Lacan notaba ya en 1938, como un hecho adquirido, el declive social de la imago paterna; luego, en los 50, el complejo de Edipo no podría indefinidamente mantenerse en nuestras sociedades. Estamos en eso”.

El ascenso al cenit del objeto a provoca cambios desde hace años en las conductas, las orientaciones y elecciones sexuales porque se terminó la época de las identificaciones fuertes y la represión para dar paso a un horizonte permisivo, quizá tanto o más regulado que el anterior pero incontrolable cuando algo de lo real es tocado.

Antes que un mundo de deseo, éste es el mundo del goce. Y esa disyunción no implica necesariamente una mejora aunque sí un empuje a entender las mutaciones y la multiplicación de desorientaciones y estilos de vida, a riesgo de caer en arbitrariedades, fundamentalismos o explosiones de violencia, de género y de las otras.

El psicoanalista argentino Ricardo Nepomiachi destaca que entre otras consecuencias de la época aparece “lo que podemos calificar como ‘un tipo particular de degradación de la vida subjetiva’. Un tipo cuyos ejemplares son reflejo de nuestras sociedades laicas, democráticas y capitalistas que impugnan la autoridad de la enunciación y en las que reinan el saber y los productos de la ciencia. Se trata de un reino en el que se ofrece como ideal reducir la palabra a un enunciado sin enunciación, en el que no se reconoce a la excepción que haga posible transmitir la legitimidad, y es en esa medida en que el sujeto queda desamparado y sin posibilidad de encontrar una orientación en la vida y fundar un lazo social”.

Este es uno de los puntos donde la angustia juega su juego.

“El psicoanálisis –explica Lacan en una conferencia de prensa en Roma, también en 1974 –se ocupa muy especialmente de lo que no anda bien. Por eso, se ocupa de esa cosa que conviene llamar por su nombre –debo decir que hasta ahora soy el único que la llamó con este nombre: lo real. Esta es la diferencia entre lo que anda y lo que no anda, lo que anda es el mundo, y lo real es lo que no anda (…) De esto se ocupan los analistas, de manera que, contrariamente a lo que se cree, se confrontan mucho más con lo real que los científicos. Sólo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner el pecho todo el tiempo. Para ello es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia”.

Miller lo dice a su manera.

“Si se me concede que el goce se ha vuelto un factor de la política, ¿el psicoanálisis conservaría la misma distancia sarcástica en relación (a la política) que durase la edad de las ideologías? No creo que pueda hacerlo. Lo privado se ha vuelto público. Eso es un gran movimiento, un destino de la modernidad, y el psicoanálisis ha sido llevado a ello, para lo mejor y para lo peor.

(2012)

Fuente: Revista Ñ