Las palabras no fallan -Sobre Virginia Woolf-

English novelist and critic Virginia Woolf (1882 - 1941).   (Photo by George C Beresford/Getty Images)
Virginia Woolf (1882 – 1941). (Photo by George C Beresford/Getty Images)

Mercedes Ávila
Sebastián A. Digirónimo

La BBC de Londres realizó, en el año 1937, una serie radial titulada “Words fail me.” Una de las participantes de esa serie fue Virginia Woolf.  El artículo titulado “Craftsmanship” nació como resultado de esa serie, y luego fue publicado en el libro The death of the moth and other essays, ello en el año 1942.

Actualmente, por una de las bondades de la tecnología, podemos acceder a esa grabación radial, y ello la rescató del encierro y del olvido, que siempre nos acecha a todos. Basta escribir en la computadora el nombre de Virginia Woolf, y entre los miles de resultados encontraremos su propia voz.

Escuchar la voz de Woolf puede encender la fe poética e invitar a pensar en la relación que las palabras tienen con los hombres, con esos seres que, extrañamente, para bien y para mal, hablan.

Woolf habla del inglés como de un idioma viejo, que le dio la oportunidad a los poetas de inventar palabras. Y es ciertamente un idioma hecho por la poesía, pese a que en la actualidad algunos creyeran que fue hecho para los negocios; un idioma que recibió (y aceptó) influencias de todos lados. Y las recibió y las hizo suyas (que es lo que más importa.) Hecho por los poetas, entonces, pero a medida que avanza en su hablar, Woolf revela que las palabras funcionan solas, exigen respeto, se mezclan entre ellas independientemente de la voluntad de quien desee usarlas. Restringir esa libertad las arruina. Sin embargo, ¿son las dos afirmaciones opuestas? Los poetas son los que hacen los idiomas, pero en los poetas habla la poesía, que es decir el lenguaje mismo en su forma más pura. Dice Woolf, por ejemplo: «The splendid word incarnadine, for example – who can use that without remembering multitudinous seas? (…) Words belong to each other, although, of course, only a great poet knows that the word incarnadine belongs to multitudinous seas.» Luego agrega: «Think what it would mean if you could teach, or if you could learn the art of writing. Why, every book, every newspaper you’d pick up, would tell the truth, or create beauty.» Inevitablemente surge la pregunta: ¿se puede enseñar el arte de escribir? ¿Puede aprenderse el arte de escribir? En estos tiempos en lo que todo parece estar al alcance la mano, en el que se cree que “impossible is nothing”, como reza una publicidad, las palabras siguen siendo un obstáculo. Ellas, más que nunca, muestran que hay imposible, y que hay algo que no puede enseñarse porque su transmisión queda librada a algo más que la voluntad de quien habla.

Woolf las describe como salvajes, que funcionan solas, y se rebelan, llega incluso a afirmar que son “vagabundos irreprochables” a los cuales es inútil imponer cualquier ley. Y las palabras son salvajes, y se rebelan, y nosotros vivimos entre ellas como extraños que no saben a qué lugar pertenecen. Woolf nota que hay un cierto desprecio por las palabras, y esa falta de amor por ellas se delata en la falta de un gran novelista, un gran crítico, un gran poeta. Ella lo afirmó en 1937, nosotros podemos afirmarlo hoy, quizá con más fuerza todavía. Se escucha en su voz la queja por la falta de respeto para con esas ninfas volátiles, como si ellas pudieran ser usadas sin ton ni son, como si fueran una herramienta que se usa a disposición y antojo; sin embargo, esta poetisa sabe que los usados somos nosotros, como lo supieron siempre todos los poetas y como, más importante todavía, lo sintieron (Borges diría “en la carne y en la sangre.”)

¿El desprecio por las palabras hace que tengan menos efecto sobre nosotros?, ¿las anula?, ¿nos libera de ellas? Es quizá la ilusión del imposible is nothing la que lleva a ese desprecio a todas luces inútil.

Cualquier ser humano siente que hay algo entre él y el lenguaje –entre él y las palabras– que no funciona del todo. El poeta es quien se atreve a hacer algo con eso, pero esto indica que todos los seres hablantes podrían ser poetas, que para ello basta sólo con atreverse (que no es poca cosa.) Y como bien menciona Woolf, no se trata de disponer de diccionarios, o por lo menos no sólo de eso. Las palabras están encerradas en libros, en diccionarios, conjugando en su soledad la posibilidad de la obra perfecta, la posibilidad de transmitir lo inefable… sin embargo no están allí. No basta conocer las palabras para lograr de ellas algo más de lo que otros han logrado. Es la misma fantasía que se presenta en quien espera que el corrector de cualquier procesador de textos hiciera por él un gran escrito, una gran obra. Está en juego aquí la ilusión que se manifiesta en la palabra producción. De repente todos hablan de la producción de textos, como si la producción hablara de la obra artística. Pero una obra artística no se produce, se crea. Se producen cosas en serie, y la obra artística es todo lo contrario de la serie, es siempre única si es obra de arte.

Volvamos a las palabras. Woolf dice que están en la mente, nosotros creemos que no están en ningún lugar. Creemos que a veces, cuando algo extraordinario se produce, ellas acuden en nuestra ayuda para transmitirlo; y muchas otras veces sólo nos revelan que no alcanzan, y que es necesario inventar.

El psicoanálisis implica, como la poesía, usar las palabras para inventar algo nuevo, sin ellas no se llega a ningún puerto, pero si sólo nos quedamos con ellas nos estancamos. Las palabras son, al mismo tiempo, condición de posibilidad y obstáculo para un psicoanálisis. Despreciar las palabras no sirve. Hay que atreverse a crear una vez, y otra, y otra. Como los poetas.


Publicado en Revista Litura no todo psicoanálisis, n° 3, octubre 2011


Fuente: Letras-Poesía-Psicoanálisis