*La tontería colectiva (sobre el fool y el knave)

Jacques Lacan

*Título que le hemos dado al fragmento

En la medida en que una materia delicada como la de la  ética es inseparable hoy en día de lo que se llama una ideología, me parece oportuno realizar aquí algunas precisiones acerca del sentido político de ese vuelco de la ética del que somos responsables, nosotros, los herederos de Freud.
Hablé pues de los tontos de capirote. Esta expresión puede parecer impertinente, hasta afectada de cierta desmesura. Quisiera dar a entender aquí de qué se trata a mi parecer.
Hubo una especie de época, ya lejana, justo al inicio de nuestra Sociedad, recuerden ustedes, en que se habló , a propósito del Menón de Platón, de los intelectuales. Querría decir al respecto cosas masivas, pero creo que deben ser esclarecedoras.
Existen, como se observó entonces, y desde hace mucho tiempo, el intelectual de izquierda y el intelectual de derecha. Querría darles al respecto fórmulas que, por tajantes que puedan parecer en una primera aproximación, pueden servirnos de todo modos para iluminar el camino. Sot [tonto y también bufón en francés] o incluso demeuré [retardado], término bastante bonito por el cual siento cierta inclinación, son palabras que sólo expresan de forma aproximada cierta cosa para la cual —ya retornaré a ella— la lengua y la elaboración de la literatura inglesa, me parece, proporcionan un significante más preciso. Una tradición que comienza con Chaucer, pero que se expande plenamente en el teatro de la época de Isabel, se centra alrededor del término fool.
El fool es un inocente, un retardado, pero de su boca salen verdades, que no sólo son toleradas, sino que además funcionan, debido al hecho de que ese fool está revestido a veces con las insignias del bufón. El valor del intelectual de izquierda, en mi opinión, consiste en esa sombra feliz, en esa foolery fundamental.
Le opondría la calificación de algo para lo cual la misma tradición nos proporciona un término estrictamente contemporáneo y empleado de manera conjugada —les mostraré si tenemos tiempo, los textos, que son abundantes y carentes de ambigüedad—, el de knave.
El knave se traduce en cierto nivel de su empleo por valet, pero es algo que va más lejos. No es cínico, con lo que esa posición entraña de heroico. Es hablando estrictamente lo que Stendhal llama le coquin fieffé [un villano consumado], es decir, el Señor Todo-el-Mundo, pero un Señor Todo-el-Mundo con más decisión.
Todos saben que cierto modo de presentarse que forma parte de la ideología del intelectual de derecha es, muy precisamente, el proponerse como lo que efectivamente es, un knave, en otra palabras no retrocede ante las consecuencias de lo que se llama el realismo, es decir, cuando es necesario, confiesa ser un canalla.
Esto sólo interesa si se considera el resultado de las cosas. Después de todo un canalla bien vale un tonto, al menos para la diversión, si el resultado de la constitución de una tropa de canallas no culminase infaliblemente en la tontería colectiva. Esto es lo que vuelve tan desesperante en política a la ideología de derecha.
Pero observemos lo que no se ve suficientemente —por un curioso efecto de quiasma, la foolery, que da su estilo individual al intelectual de izquierda, culmina muy bien en una knavery de grupo, en una canallada colectiva.
Esto que les propongo para que lo mediten, tiene, no se los disimulo, el carácter de una confesión. Entre ustedes, quienes me conocen entrevén mis lecturas, saben qué hebdomadarios quedan en mi gabinete. Lo que más me hace gozar, lo confieso, es la faz de canallada colectiva que allí se revela— esa disimulada astucia inocente, incluso esa tranquila impudicia, que les hace expresar tantas verdades heroicas sin querer pagar su precio. Gracias a lo cual lo que en primera página se afirma como el horror de Mamón, termina en la última, ronroneando de ternura a ese mismo Mamón.
Freud quizá no era un buen padre, pero en todo caso no era ni un canalla ni un imbécil. Por eso se pueden decir de él estas dos cosas, desconcertantes en su vínculo y en su oposición —era humanitario— ¿quién al recorrer sus escritos lo cuestionaría? y debemos tener en cuenta, por más desacreditado que esté el término por la canalla de derecha, que por otra parte, no era un retardado, de tal suerte que se puede decir también, y contamos con los textos, que no era un progresista.
Lo lamento, pero éste es un hecho, Freud no era en grado alguno progresista e incluso hay en él, en este sentido, cosas extraordinariamente escandalosas. El escaso optimismo acerca de las perspectivas abiertas por las masas está bien hecho seguramente para chocar bajo la pluma de uno de nuestros guías, pero es indispensable señalarlo para saber dónde se está ubicado.
Verán a continuación la utilidad de estas observaciones que les pueden parecer burdas.
Uno de mis amigos y paciente, un día tuvo un sueño que llevaba la huella de no sé qué sed que le dejaban las formulaciones del seminario y en el que alguien, refiriéndose a mí, gritaba: —¿Pero por qué no dice lo verdadero sobre lo verdadero?
Lo cito, pues es una impaciencia que sentí se expresaba en muchos, por vías muy diferente de la de los sueños. Esta fórmula es verdadera hasta cierto punto —quizá no digo lo verdadero sobre lo verdadero. ¿Pero no han observado ustedes que al querer decirlo, ocupación principal de aquellos a los que se llama metafísicos, sucede que, de lo que verdadero no queda demasiado? Esto es justamente lo que hay de escabroso en esta pretensión. Ella nos hace caer fácilmente en el registro de la canallada. ¿No existe también cierta knavery, metafísica ella, cuando alguno de nuestros modernos tratados de metafísica hace pasar, al abrigo del estilo de lo verdadero sobre lo verdadero, cosas que verdaderamente no deberían pasar de modo alguno?
Me contento con decir lo verdadero en su primer estadio y con andar paso a paso. Cuando digo que Freud es humanitario pero no progresista, digo algo verdadero. Intentemos encadenar y dar otro paso verdadero.

Jan Matejko, Stańczyk
Stańczyk en un baile en la corte de la Reina Bona tras la pérdida de Smolensk, de Jan Matejko

Jacques Lacan: El seminario, Libro 7 La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2007, página 220.
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