Gustavo Dessal, sobre la sociedad terapéutica y la obligación de ser feliz

“La obligación de ser feliz es agotadora, como la de ser un triunfador”

Entrevista de Pablo E. Chacón

-¿Cómo piensa un psicoanalista el auge de la sociedad terapéutica, ese modelo de asistencialismo evangélico, digno heredero de Teresa de Calcuta, saturado de intensivistas y otros profesionales del laicismo policial?

-Me gusta mucho esa expresión: sociedad terapéutica. No era esa la idea que Freud tenía de la sociedad. Pensaba que una de las fuentes fundamentales del sufrimiento humano reside precisamente en la relación con los otros. Pero el amo moderno (que por supuesto no se encarna en ningún ente real, sino que es un modo de nombrar la complejidad actual de los poderes) ha decidido que el orden actual debe ser terapéutico. No es una idea totalmente nueva, puesto que el higienismo que surge a finales del siglo XIX ya iba en esa dirección. Pero aquella ideología estaba avalada por un modelo de tutelaje patriarcal, que en la actualidad ya no funciona de la misma manera. Ahora es el paradigma científico el que asume la responsabilidad de medicalizarterapeutizar todo.
Es apasionante, si uno toma una mínima distancia sentimental, advertir las innumerables formas en las que puede ejercerse un totalitarismo sutil, blando, astutamente disfrazado de buenas intenciones.

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Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp. Rembrandt, 1632

Consiste fundamentalmente en elevar los criterios de prevención hasta el extremo de creer (y hacer creer) que, conforme se incremente el progreso tecnológico, la contingencia se irá eliminando cada vez más. Tenemos muestras elocuentes: detección precoz en la temprana infancia de signos de futuro comportamiento delictivo; protocolos para prolongar la vida que se aproximan al límite del sadismo sublimado; baremos para que las aseguradoras calculen sus primas mediante algoritmos que calculan el riesgo que asumen cuando emiten una póliza. Por supuesto, la sociedad terapéutica lo es en ciertas regiones del planeta. En otras, se siguen empleando métodos de coerción no muy alejados del sistema feudal. No son realidades aisladas. Desde luego, están perfectamente conectadas.
El bienestar terapéutico y médico de una parte del mundo se basa en el vampirismo: se extrae la sangre de una parte del mundo, para inyectarla en otro. Es mucho más que una metáfora, desgraciadamente. No es novedad que algunos ciudadanos de la Comunidad Europea, por ejemplo, viven gracias a un órgano que ha sido vendido por alguien de Bangladesh. Pero tu pregunta tiene muchas más facetas y aristas. La sociedad terapéutica está diseñada siguiendo un protocolo que tiene que definir previamente en qué consiste lo terapéutico. Eso a su vez implica una definición de salud, de bienestar, de felicidad, en suma, de todos esos espejismos que hemos perseguido desde la era de las cavernas. Por supuesto, nos hemos sofisticado un poco. El discurso capitalista actual es más refinado. Ahora se muerde la lengua (a veces) y aprende a hablar un nuevo lenguaje, eso que se califica como políticamente correcto. Si algo debemos reconocerle a ese discurso, es su extraordinaria plasticidad. Es camaleónico. Puede asumir todos los semblantes según las circunstancias. El nazismo o la socialdemocracia. Su baúl de disfraces es inagotable.
En la actualidad hay muchos ideólogos y políticos que se dan cuenta de los réditos que supone el liberalismo de algunas ideas.

Sorry! Banksy

Lo terapéutico ya no es necesariamente ser straight, como dicen los norteamericanos, o sea recto, en alusión a la heterosexualidad. La nueva sociedad terapéutica tiene manga ancha, y está dispuesta a incorporar toda clase de modalidades de vida y de sexualidad. Podemos permitirlo casi todo, a condición de que tenga la licencia correspondiente. ¿Usted quiere ser transexual? ¡Ningún problema! Incluso pagamos la intervención. Lo único que nos importa es que siga sirviendo a las leyes del mercado. Vamos abriendo la mano de a poco, para que no vengan en estampida, y para ir avanzando en los sistemas de control que vamos a aplicar para que la supuesta libertad de elección esté debidamente vigilada. ¡Pasen, pasen, que podemos hacer muy buenos negocios!

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Shop until you drop. Banksy

– ¿Qué dice el psicoanálisis lacaniano de síntomas como la fatiga crónica, la falta de atención, el cansancio del que habla el filósofo coreano-alemán Byung Chul Han?

-Creo haber dicho en una ocasión que ese nuevo síndrome de fatiga crónica es el correlato del imperativo moderno a vivir sin límites, a extraer de la vida lo máximo (lo cual suele ser casualmente lo más caro). La obligación de ser feliz es agotadora, como la de ser un consumidor modélico, o un triunfador. En los Estados Unidos, los padres de clase adinerada preparan con psicólogos y pedagogos a sus niños para que puedan pasar las severas pruebas que les imponen en las guarderías de elite. La carrera hacia el éxito debe asegurarse desde el principio. Aunque se trate de una aberración, tiene sentido. Para garantizar el éxito hay que empezar por elegir el terreno apropiado donde sembrar la semilla. ¿Es delirante? Por supuesto que lo es. Tan delirante como el concepto de triunfo social. Se habla mucho de los niños hiperactivos. Pero muy poco de los padres hiperactivistas, que imponen a los hijos una agenda diaria extra escolar más ocupada que la de un ejecutivo de Wall Street: clases de música, idiomas, artes marciales, squash, tenis. No es una crítica a los padres, pobres diablos prisioneros del imperativo del éxito. Vivimos una crisis del saber. Lacan descubrió una cosa muy interesante: que no existe el deseo de saber. Es una idea extrañísima, puesto que el sentido común parece indicar lo contrario, que el ser humano es una criatura ávida de saber. Sin embargo, Lacan es muy astuto. Que no exista el deseo de saber, no implica que no se quiera saber. Uno no busca el saber por deseo, lo hace por la satisfacción que puede aportar. El saber no es objeto de un deseo, sino algo de lo que puede obtenerse un goce. No todo el mundo lo obtiene. El síndrome de desatención en los niños es el síntoma de un mundo en el cual el saber ya no produce gran cosa en materia de goce. Freud lo comprendió muy rápidamente. Se dio cuenta de que el aprendizaje está articulado con la libido, y que sin libido no se puede aprender nada. Eros es imprescindible para que alguien pueda saber algo. Pero la sociedad terapéutica no promueve el Eros, sino que administra la pulsión de muerte de forma liminar.

-Marcelo Barros habla de una articulación entre la psicosis y la sociedad de control, en tanto la segunda opera mejor -según entiendo- sobre la forclusión del Nombre del Padre. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

-No he leído aún el libro de Marcelo, pero en la entrevista que le hiciste, aprecio de entrada algo que para mí es fundamental. Y lo voy a decir con un rodeo. Lacan comentó un caso clínico muy famoso, que había sido analizado por dos célebres analistas. Se trataba de un hombre que tenía la obsesión de ser un plagiario. Voy directamente a la conclusión que saca Lacan en su lectura de esta historia clínica: al ser humano le resulta verdaderamente difícil soportar el hecho de tener una idea propia, de pensar por sí mismo. Por fortuna, no le sucede a todos. A lo que iba: Marcelo Barros parece no tenerle miedo a eso, y apagó la Máquina de Citar. Cuando uno se aparta del pensamiento canónico, es posible que tenga una idea interesante. En El retorno del péndulo, el libro que escribí junto con Zygmunt Bauman, se plantea la idea de que el paradigma contemporáneo invierte lo que Freud afirmaba en El malestar en la cultura. En esa época, los hombres estaban dispuestos a renunciar a la seguridad en pos de un aumento de libertad. En la actualidad los valores se han invertido, y la sociedad de control ajusta con mayor fuerza sus instrumentos de restricción de las libertades, con la coartada de mejorar la seguridad. El control se expande en todos los ámbitos, y ya no solo la felicidad es una cuestión de estado, sino que la vida individual ha dejado de pertenecernos. En El marketing existencial, el ensayista Miguel Roig ha formulado con extraordinaria claridad lo que este título anticipa: que la existencia misma, en todas sus dimensiones, ha entrado en un proceso de cálculo y protocolización. La vida y la muerte, la enfermedad y la salud, se administran como otras tantas mercancías, siguiendo una lógica de costo/beneficio idéntica a la que se emplea para cualquier proceso de explotación y comercialización de bienes de consumo. No sé de qué modo Marcelo Barros articula este tema a la idea de la psicosis, en un sentido transclínico, supongo, pero imagino que debe referirse a que el estado actual del poder y sus efectos sociales no pueden entenderse si no se introduce el problema de la descomposición del orden simbólico tradicional, es decir, lo que ocurre cuando no hay mapa con el que orientarse, salvo el de Google, o el Ton Ton, cuyo solo nombre lo dice todo…

-¿Qué cosa es la práctica política en el siglo XXI bajo la mirada del psicoanálisis? Ayer leí una columna donde un tipo dice que las sociedades que cultivan arroz tienden a formar lazos comunitarios, mucho más que las que cultivan trigo, soja, etcétera, paradigmas individualistas.

-Tu pregunta es más adecuada para mi colega Jorge Alemán, que ha dedicado muchos años a pensar este tema de la relación entre psicoanálisis y política, y lo hace con gran rigor. No obstante, me limito a señalar que el psicoanálisis puede aportar a la política precisamente aquello que contribuya a salvarla del desprestigio y la degradación absoluta. Sin el reconocimiento del factor subjetivo en la acción política, en la vida social, en la relación del hombre con la economía, la praxis política queda reducida a una burocracia ineficiente, reaccionaria y envenenada por la corrupción. Pero a la vez, y es mi posición personal, el psicoanálisis no debe adscribirse a una corriente política determinada y oficial. En ese sentido, creo que Freud y Lacan lograron construir algo diferente, un discurso que no se deja inscribir en una definición política al uso. Lacan admiraba a Sócrates por su atopía, porque sus ideas no admitían una etiqueta. Creo que, en ese punto, Lacan se identificaba a Sócrates. Lacan era inclasificable, incluso políticamente.

(2014)

Fuente: Télam

Ricardo Seldes, sobre el cuerpo y Hablar con el cuerpo

Hablar con el cuerpo (título del VI ENAPOL) pareciera arrastrar toda esa tradición terapéutica-anglosajona de cierta expresión de la cual las palabras no podrían dar cuenta. Sospecho que no se trata de eso en este encuentro. ¿De qué se trata entonces?

El psicoanálisis siempre ha tenido que vérselas con esa zona de lo no dicho, de lo que se asume como reprimido y luego ignorado y reconocido, o de lo forcluido que no admite sino un retorno en lo real, lo que suele ubicarse como algo que en el cuerpo se siente en un más allá de sus bordes. El sufrimiento, tanto neurótico como el psicótico,  implica siempre ese penar de más que es sentido como tal en el cuerpo. Lacan debía justificar en su primera enseñanza lo necesario de la relación del cuerpo en los análisis, cuando se lo acusaba de intelectualista, apasionado por el significante. Al final retoma el problema al indicar al sujeto como el que porta el misterio del cuerpo que habla en una experiencia, la del psicoanálisis, que funciona sólo si el cuerpo está en la experiencia. Entiendo que la pregunta apunta a tratar de especificar de qué manera el cuerpo está presente en el análisis lacaniano, cuando sabemos que se trata siempre de palabras y solamente de palabras.

Usted habla de presentar  al cuerpo. ¿Qué cuerpo habría que presentar?

No puedo explicar mi chiste sin revelar que presentar el tema ha implicado de entrada el hecho de poner el cuerpo ante una comunidad investigadora. Así defino yo a los colegas con los que trabajamos en el campo freudiano para quienes la formación es un proceso inagotable. De entrada se trata del encuentro entre dos cuerpos, el del analista y el del analizante en los tiempos de las llamadas entrevistas preliminares. Cuando una primera transformación se produce, el consentimiento a una rectificación subjetiva por el lado del paciente, el cuerpo del analista puede decirse que está más compuesto de objeto a, un semblante de lo que implica ese punto en donde las palabras desfallecen, o donde cada uno puede ir encontrando en cada sesión un trozo de real, su verdad mentirosa acerca del imposible de decir. Presentar el cuerpo es sugerir que al final de su enseñanza, Lacan propone recordar que el cuerpo es lo que le da consistencia al ser hablante, ese cuerpo que habla a veces de un modo muy silencioso, sin palabras, en contra de cualquier efecto de comunicación. Es lo que Freud ubicaba como la dimensión de lo pulsional, un cuerpo que está habitado por un real incomprensible. Presentar el cuerpo es también poner el acento en que éste es el alojamiento del goce, y que la experiencia analítica apunta a que se produzca alguna mutación en el goce. Seguramente eso produce también un cambio en la relación del sujeto con su cuerpo, algo que escucharemos en los trabajos que han investigado la cuestión del final de análisis.

Bernini. Rapto de proserpina
El rapto de Proserpina, detalle. Gian Lorenzo Bernini, 1621-1622

¿Existe alguna relación entre la agitación de lo real, la pérdida de la intimidad y la vigilancia global, o bien ese problema, en la sociedad del espectáculo está mal planteado?

Es un planteo muy bien hecho. La manera en la que se vive la pulsión hoy tiene esas manifestaciones. Los sujetos se exhiben en sus desgracias, creen que muestran lo insoportable, los adolescentes se cortan por doquier (me refiero tanto a su cuerpo como en las zonas geográficas de nuestra América) para ver sangre. Y sin embargo hay un empuje a mirar por parte el amo que va mucho más allá de estas formas para saber cómo influir un poco más cada día en los gustos, en las decisiones, en las maneras de satisfacerse de cada uno y de los que quieren compartir nombres de goce colectivos. ¿Qué valor tiene el me gusta y no me gusta de Facebook? Se trata de reducir toda la gama enorme de goces individuales a una lengua unívoca en donde al poner el dedo levantado (o el otro) ya estuviera todo dicho. La experiencia analítica se ubica de un modo tan en sus antípodas que la indicación primaria de Freud al recibir un paciente es que el analista se olvide de todo su saber, que se interese por lo que el paciente tiene para decir, que se interese realmente en él.

En cualquier caso, ¿cómo pensar al cuerpo del psicoanálisis en relación con la biopolítica contemporánea?

Esa biopolítica quiere que las cosas no sean equívocas, y la interpretación analítica lo es. Considero que se trata de lo que domina en la influencia que tienen hoy tanto la ciencia como el lenguaje jurídico que se ubican siempre por detrás de los síntomas, los nuevos,  los que van surgiendo para señalar los malestares en la biocivilización de hoy (si se me permite el neologismo). Las nuevas formas de los síntomas tienen todo su valor excepto si se los quiere degradar en trastornos. Doy un ejemplo. No se admite la tristeza de las personas, pareciera ser un afecto no tolerable. Al medírselo del 1 al 10 y alguien se autoevalúa con un 8, hay que medicalizar y hacer desaparecer cualquier vestigio de lo que nosotros consideramos que hay de un deseo escondido. Tome Alegrol en cápsulas, o en jarabe si es un niño que acaba de perder a su mascota o si se acaba de mudar a otro barrio. Y si el niño no marca en los casilleros de las mediciones lo harán sus padres. Esos mismos que hoy están dispuestos a hacer que un niño de 5 años crea que puede decidir por su género. A mi hijo le gusta vestirse de mujer. Ah señora ¿y de 1 a 10 cuanto le gusta eso a su hijo? Y 8, quizá 9, especialmente cuando le muestro con detalles cuanto me gusta mirarme en el espejo delante de él. Durante horas. Ah, entonces su hijo está decidido…Para Freud, la elección de la neurosis, o de la perversión indica fundamentalmente que las palabras inciden, que han incidido en cada uno para que algo de un programa de goce comience a funcionar. Pero no para que quede cristalizado de una vez y para siempre.

Si no entendí mal, este cuerpo actual está desamarrado, es susceptible a cualquier normativa y puede ser atrapado en un discurso. Si el discurso contemporáneo es el de la ciencia, ¿la agitación de lo real implica que hay algo, en esa ferocidad, que no es subsumible? Supongamos que sí. ¿Para qué serviría?

Hablar de lo real agitado tiene algo cómico, ya que lo real no quiere nada, no sólo es sin voluntad sino también sin ley. Usamos discursos, usamos nombres para ordenar el lazo social. El discurso contemporáneo sabe igual que el psicoanálisis qué implica la asimetría existente de los sexos de los seres parlantes fundada en la naturaleza. Cuando se cree que un niño que aún no sabe leer ni escribir el alfabeto, y se le hace decidir sobre el semblante que sostendrá, no se concibe ninguna autoridad a la asimetría sexual fundada en la naturaleza. Es evidente que la relación del sujeto con su cuerpo es la imagen confusa que tenemos de nuestro cuerpo. ¿Por que exigirle más y más? ¿Qué hay de la importancia de los afectos? Se piensa que un cuerpo es solamente una representación de ese sentimiento, que se trata sólo de la representación de estar tristes. Eso lleva como justificación tratar de hacer mapeos cerebrales de las emociones para neutralizarlas, descreer de la subjetividad, la que al tocar el cuerpo nos dice algo. Un real agitado podría ser un chiste para mencionar que a diferencia del real que para la ciencia está escrito en fórmulas, o sea leyes, normativas, el real del psicoanálisis es desobediente. Quizás seamos los mismos analistas los que agitamos esas aguas (una mala manera de referirme a lo real, las aguas de lo real), excepto cuando en mi mala metáfora quiero decir eso vivo que está ahí. 3884OP148AU9656Lo real es la vida, eso de lo que nada podemos decir excepto preguntarnos que significa gozar de la vida. En psicoanálisis no hacemos ciencia, ¿qué hacemos? Jacques-Alain Miller dice que hacemos cultura, lo que nos hace muy dependientes de la actualidad. Y al seguir a Lacan tratamos de abordar nuestra actualidad de un modo más ajustado y estamos obligados a hacerlo según los gustos actuales, los que pueden resultarnos difíciles de tragar. Quedarnos en la nostalgia de las tradiciones implica la muerte de todo deseo y de cualquier subsistencia posible del psicoanálisis.

Bajo condiciones comunitarias fragmentadas, desobradas, impropias, ¿cómo piensa el psicoanálisis hoy al lazo social?

Es el gran problema. Si el goce que nos toma es autístico, es más del Uno que del Otro, si el goce de cada uno es lo más opaco y no puede ser puesto en común, si el análisis es un verdadero forzamiento de esto y va a contrapelo por esa lengua que nos habita, la de cada uno y atañe al propio cuerpo, el desafío del análisis es producir un forzamiento que relacione el goce con el sentido para intentar resolverlo. Yo pienso al lazo social promovido por la experiencia analítica como la que despierta a los sujetos del sueño de la eternidad, o de la eternización. Si el cuerpo es el que tiene acontecimientos que le dejan una marca, la de lalengua, se trata de tener el tiempo, mucho, para resolverlos, librarse de los embrollos, lo más posible. El pedirle a alguien que hable de eso, con lo que para cada uno sea, hace que en esa metonimia del decir se ponga de relieve los fenómenos de brillo del sentido. Y es para que cada uno pueda encontrarse con ese tropiezo que permite un lazo diferente al otro, que no es solamente el de la comunidad.

(2013)

Fuente: Télam

La tiranía de la felicidad

La época empuja, en un ritmo vertiginoso y constante, al consumo y a la obligación de la felicidad. Un mandato: ser feliz a toda hora, en todo momento. Lo vemos en las publicidades, lo oímos en los que nos rodean, lo padecemos si no somos felices…

Hace dos años se conoció la noticia de un novio fugitivo. El joven desapareció dos días antes de su casamiento, el motivo fue porque aparentemente no podía pagar los costos de la fiesta.
El hecho abre preguntas, señala lo obvio: hay cierta tiranía de la felicidad.

Compartimos un pequeño relato, muy lúcido, del escritor Martín Kohan acerca de esa noticia.

 

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Photo by Tembela Bohle on Pexels.com

No, quiero

Por Martín Kohan

14/03/2014 

La tiranía de la felicidad se ha cobrado una nueva víctima. Me urge reivindicar, diré incluso que solidariamente, el nombre de Fernando Marengo. El novio que el otro día, el día de su boda, no apareció donde se lo esperaba.

La historia del novio que el día de su casamiento se escapa es tan vieja como incesante, y se presta para la tragedia no menos que para la picaresca, para la comedia romántica no menos que para el thriller, para la fábula del desamor no menos que para el policial de enigma. Esa historia ha vuelto a ocurrir. El día de las nupcias llegó, y de Marengo ni noticias hubo. Se lo vio tomar un taxi en su ciudad, Santa Fe. Y no se supo más de él hasta que un primo lo encontró, por casualidad, lejos de ahí, deambulando por las calles de Rosario. Yo supongo que taciturno, aunque las noticias del caso no lo especifican.

¿Qué le pasó? ¿Tuvo dudas? ¿Tuvo miedo? ¿Tiene a otra? Nada de eso. Fernando Marengo huyó al ver que no podía afrontar el pago de la fiesta de bodas. Sucumbió, hasta desesperarse, a ese mandato implacable y cruel que obliga al que está feliz a expandir esa felicidad; a garantizar, organizar y solventar la alegría, hasta hacerla colectiva y lograr que quepan en ella los amigos, los parientes cercanos y lejanos, los allegados, los conocidos.

El festejo, por lo visto, importa más que lo festejado. La pura celebración, como tal, se impone por sobre el hecho que se celebra. Y llega a ser, según se ha visto, capaz hasta de suprimirlo. La fiesta ya no es consecuencia, sino principio y razón. Para la felicidad impuesta siempre existe alguna excusa: un casorio, por ejemplo, suele funcionar bastante bien. Pero semejante conminación fatalmente cuesta plata: como Marengo no la consiguió, tuvo que darse a la fuga.

La que sufrió de más fue Virginia, novia en vano, que supuso, por error, que él ya no la amaba más. Y la verdad es que la adora.

2014


Fuente: Perfil

¿De qué hablamos cuando hablamos de felicidad? Jorge Bafico

Hoy parece que la consigna que se impone al sujeto es la de ser feliz: libros de autoayuda, terapias alternativas, cambios de hábitos, etc. Toda una industria se mueve bajo esta consigna.

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Miles de frases optimistas en las redes sociales parecen mostrar la necesidad imperiosa de estos tiempos; ser feliz a toda costa, pero sobre todo de una felicidad individual y auto erótica. Muchos de los pacientes que acuden al análisis vienen en esa búsqueda: quieren ser felices como en los eslóganes publicitarios. Sabemos que eso no es tan sencillo.

La psicoanalista argentina Silvia Ons plantea que la felicidad es equiparada al Soberano Bien de los antiguos, al telos aristotélico, la meta a alcanzar, la causa final como bien al que aspiran las cosas: “Esto es lo que conviene recordar en el momento en el que el analista se encuentra en posición de responder a quien le demanda la felicidad. La cuestión del Soberano Bien se plantea ancestralmente para el hombre, pero él, el analista, sabe que esta cuestión es una cuestión cerrada. No solamente lo que se le demanda, el Soberano Bien, él no lo tiene, sin duda, sino que, además, sabe que no existe”.

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Según las publicidades, éste es un ejemplo de felicidad

Las psicoterapias, en general, promueven la promesa del encuentro de la felicidad en su propuesta. El psicoanálisis en ese punto es más reservado, quizás porque pone el acento en el goce y no en el deseo. La pulsión siempre busca la satisfacción y el deseo conlleva insatisfacción: es por eso que a nivel de la pulsión el sujeto es siempre feliz, pero no se articula con una meta a alcanzar.

El psicoanalista acepta la demanda de felicidad que le llega como a tantos otros que están en el lugar del saber: consejeros, coachings, terapeutas, gurús, sacerdotes, etc. Pero a diferencia de ellos, el psicoanalista al estar descreído del saber que se le supone, podrá hacer que la demanda de felicidad del sujeto vire en deseo de saber. Así en el psicoanálisis la única posibilidad es que el sujeto se someta a la asociación libre, soltando su discurso de la racionalidad y de los ideales. Surgiendo el más allá del principio del placer determinado por la repetición, el peso de su historia hecha de palabras que lo determinan y sobre todo de un goce que empuja sin cesar. Si esto funciona se podrán develar las identificaciones que lo oprimen y el fantasma que lo contiene, pero sobre todo de la forma que tiene de gozar, tan propia y singular como ignorada.

“Cuando un analizante piensa que él está feliz de vivir, es suficiente”, decía Lacan. Miller plantea ese “feliz de vivir” como una felicidad basada en la búsqueda diferente del tener y de esperar algo. Justamente lo contrario a lo que se plantea en los paradigmas de la actualidad y las psicoterapias en general.

Se trata, quizás, como dice Lacan que la felicidad es mucho más que la triste versión de «ser como todo el mundo”.


Jorge Bafico
Psicoanalista, escritor, doctorando de la USAL (Universidad Del Salvador, Argentina). Ejerce su práctica desde 1993. Es docente del Instituto de Psicología Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República Oriental del Uruguay dando teóricos de Psicopatología y siendo el responsable de la práctica en Hospital Pasteur. Participa como columnista en el programa “Desayunos informales” en Tele doce y “Abrepalabra” de Océano FM. Ha publicado varios artículos y trabajos, así como también ha presentado ponencias en Jornadas nacionales e internacionales. Autor de varios libros entre ellos: “El origen de la Monstruosidad” (Ediciones Urano Argentina, 2015), “Restos de historias” (Aguilar 2014), “Cosas que pasan” (Aguilar 2012), “Los perros me hablan. Ocho historias de asesinos en serie” (Ediciones de la Plaza 2011), “¿Hablamos de amor?” (Ediciones de la Plaza, 2008) y “Casos locos” (Editorial Fin de Siglo, 2006).

Fuente: Articulando