La serpiente negra

Laura García Cairoli

 

“…es en nuestro ocio
nuestros sueños
cuando la verdad sumergida
sube a la superficie.”
Virginia Woolf

I.

Mientras recorría algunos libros para intentar responder hoy nuevamente y de una manera distinta -¿qué hace un psicoanalista?-, mientras navegaba por las palabras desde una lectura lo más libre posible de prejuicio, una lectura inocente, me encontré con dos escenas que por cierta sutil coincidencia llamaron inmediatamente mi atención. Pensé que esa coincidencia no podía ser casualidad, entonces me detuve. Mi intuición decía que por ahí podría encontrar eso que buscaba, una nueva manera de responder, tal vez una mejor, más precisa, más poética, a esta pregunta que nos convoca hoy.

Las dos escenas son dos situaciones relatadas por sus protagonistas donde desarrollan una especie de “autoconfesión”. En ambos casos, Sigmund Freud y Virginia Woolf nos relatan haberse encontrado con un fenómeno que podemos designar como una formación del inconsciente, una irrupción de él. En ambos surge un proceso psíquico considerado por ellos inconsciente, nos cuentan su aparición y su resolución.

Por un lado, un olvido de Sigmund Freud “confesado” en una carta que le escribe a un colega psiquiatra, director de un hospital en Budapest, donde se disculpa por no haberle agradecido y respondido a tiempo el envío de un libro que le había realizado. Allí Freud, como ese gran investigador de la psiquis humana que fue, se percata que la causa no se debía a una simple “falla en la memoria” sino a haberse sentido afectado, perturbado, por la lectura de su libro. Freud alega que esta omisión está arraigada en procesos psíquicos que él mismo no tiene en claro, puesto que su causa permanece inconsciente. Momento después lo descubre, se confiesa que la razón de su oposición era que no le gustaban “esos enfermos”, refiriéndose a los enfermos de hospicio, aquellos de los que el libro hablaba. La causa era su inconsciente repulsión hacia la psicosis. Dice Freud: “Mi actitud sería la consecuencia de una toma de posición cada vez más clara de la primacía del intelecto y la expresión de mi hostilidad hacia el ello.”[1]

Por el otro lado, la escritora y ensayista Virginia Woolf, también una gran investigadora de la psiquis humana, donde pareciera haber tomado la misma actitud que Freud frente a su olvido. Cito el fragmento del libro Una habitación propia basado en una conferencia acerca de las mujeres y la literatura:

“Mientras meditaba, había ido haciendo, en mi apatía, mi desesperación, un dibujo en la parte de la hoja donde hubiera debido estar escribiendo una conclusión. Había dibujado una cara, una silueta. Eran la del profesor Von X entretenido en escribir su obra monumental titulada “La inferioridad mental, moral y física del sexo femenino.” Aparecía en mi dibujo encolerizado y feo. Un esfuerzo psicológico muy elemental, al que no puedo dar el digno nombre de psicoanálisis, me mostró, mirando mi cuaderno, que el dibujo del profesor era obra de la cólera. La cólera me había arrebatado el lápiz mientras soñaba. Pero, ¿qué hacía allí la cólera?” Interés, confusión, diversión, aburrimiento, todas estas emociones se habían venido sucediendo durante el transcurso de la mañana, las podía recordar y nombrar, ¿acaso la cólera, la serpiente negra, se había estado escondiendo entre ellas? Sí, decía el dibujo, así había sido. Me indicaba, sin lugar a dudas, el libro exacto, la frase exacta que había hostigado el demonio: era la afirmación del profesor sobre la inferioridad mental, moral y física de las mujeres. Mi corazón había dado un brinco. Mis mejillas habían ardido. Me había ruborizado de cólera. No había nada particularmente sorprendente en esta reacción, por tonta que fuera. A una no le gusta que le digan que es inferior por naturaleza a un hombrecito. Una tiene sus locas vanidades. Es la naturaleza humana, medité, y me puse a dibujar ruedas de carro y círculos sobre la cara del encolerizado profesor, hasta que pareció un arbusto ardiendo o un cometa llameante, en todo caso una imagen sin apariencia o significado humano. Pronto fue explicada y eliminada mi propia cólera, pero quedó la curiosidad.” [2]

Aman Daharwall Cracked
Aman Daharwall «Cracked» 2022

II.

¿Pueden ser estos dos ejemplos, dos testimonios nítidos, vivos, demostrativos, de la posición que le conviene tener no sólo al analista, sino a cualquier ser hablante respecto de su inconsciente, de su propio no querer saber? ¿Qué hace un psicoanalista que lo vuelve psicoanalista al hacerlo? ¿Qué no deja de hacer para que pueda seguir siéndolo? Lo que hace, ante todo, es creer en la existencia del inconsciente y no retroceder ante su aparición, frente al retorno de lo reprimido. ¿Y cómo hace para no retroceder ante ese no querer saber tan implacable y siempre amenazante? Se esfuerza y fuerza algo para mantenerse en posición analizante respecto del propio inconsciente, se compromete éticamente a cifrarlo y descifrarlo cada vez que sea necesario y para siempre.

Dirá Miller en Sutilezas analíticas: “Cuando enseñamos, cuando pensamos, cuando intentamos pensar como psicoanalistas, resulta todo muy ventajoso que sigamos en relación con nuestro yo no quiero saber nada de eso, simplemente porque es algo que no se agota nunca. Freud está en su vida cotidiana en relación con su yo no quiero saber nada de eso, así como Lacan lo estaba y su enseñanza resultaba de esa relación. El analista –ya sea el nominado, el autoinstituido, el experimentado o el debutante- no está en ningún caso eximido de intentar esclarecer su relación con el inconsciente. No digo de amarlo…”.[3]

Omisión y rechazo de Freud por un lado y cólera y vanidad de Woolf por otro, ambos en posición de analistas de su propio inconsciente. Ambos en un esfuerzo común en ir más allá del rechazo espontáneo que genera el efecto de división subjetiva, esa escisión necesaria para la aparición del inconsciente, del deseo y su interpretación.

 

III.

Escher Snakes detalle
Snakes (detalle) Maurits Cornelis Escher- Grabado, 1969, 49.8×44.7 cm

Todos somos potencialmente analistas, por haber nacido seres hablantes, somos potencialmente analistas de nuestro propio inconsciente. La experiencia de un análisis, la experiencia de creer en el inconsciente, de ser efecto de él, de atravesarlo por un psicoanálisis, no es algo posible sólo para una minoría o determinado sector geopolítico, no es algo que sólo la élite intelectual podría llegar a alcanzar.

La posición analítica no es cuestión de economía monetaria o poder mediático, es una posición ética, subversiva siempre a todo poder que atente contra ella. Un psicoanalista es entonces alguien que se anima a ocupar ese lugar siempre éxtimo, ese discurso poético, esa ética de no retroceso frente al propio horror. Un psicoanalista es alguien que se deja morder por la propia serpiente negra.


[1] Jaques-Alain Miller, Sutilezas analíticas, Paidós, página 48.

[2] Virginia Woolf, Un cuarto propio, Austral, página 49.

[3]  Jaques-Alain Miller, Sutilezas analíticas, Paidós, página 49.


Presentado el 26/11/2022 en la actividad introductoria al curso 2023 ¿Qué hace un psicoanalista?


“Desde el sentido hacia el efecto poético”

Laura García Cairoli

Todo poema se cumple a expensas del poeta.
Octavio Paz

 

Que el tema de nuestro primer “Tres contra uno” sea el Psicoanálisis presenta sus ventajas y desventajas.  Podría seleccionar al azar cualquier página de las obras de Freud o los seminarios de Lacan y señalara donde señalara podríamos estar hablando de psicoanálisis. Cientos de definiciones seguramente circulan por todos lados. ¿Cómo lograr saber entonces, y lo que es aún más complicado de pensar, cómo explicar, qué es el psicoanálisis?
En una sesión de mi análisis, le cuento a mi analista, un poco quejándome de mí misma, que hablar no era algo que me gustara mucho, y que incluso, cuando encuentro que los otros se ponen algo charlatanes, me puedo llegar a fastidiar un poco. Pero le decía que en el diván era distinto, que las palabras se soltaban, que el “no querer hablar” se borraba hasta desaparecer. Y me señaló algo que marca el horizonte de cualquier análisis y de la experiencia que creo que estamos intentando repetir con estos encuentros. Me dijo que, en una sesión de psicoanálisis, “hablar era escribir”. Y estas palabras me golpearon. Inmediatamente se volvieron mías. Ya no era lo que el analista dijo, sino lo que escuché y lo que ahí mismo pudo escribirse. ¡Eso era el psicoanálisis! El pasaje de una narrativa verborreica a un texto inédito vaciado de goce. Un movimiento ético, siempre audaz, desde la propia biografía a la poesía.

Acá nos encontramos ya con una especie de definición: El psicoanálisis es el camino que cada uno puede decidir recorrer desde la biografía a la poesía. Son de esas definiciones que sirven porque no están repletas de sentido teórico, pero al mismo tiempo no deja de ser un intento de definición, y de ese lugar más vale siempre intentar moverse, al menos por ahora.

En lugar de “¿qué es?” me pregunté si no sería mejor decir algo relacionado con “¿para qué sirve?”. Pero inmediatamente apareció una pregunta más, quizás escondida detrás de las otras y que tal vez permita orientarme un poco mejor: “¿para quién?”. Esta parece un poco más problemática, lo que significa que vamos en la dirección correcta, o al menos en la dirección que a mí me gusta.
Puedo decir en principio que el psicoanálisis es para aquel que esté dispuesto a no retroceder frente al propio e incurable no querer saber que nos funda como seres del lenguaje. Para pensar esto deberemos dinamitar por un rato los ideales románticos del Iluminismo y suspender la creencia de que el ser humano es un ser racional cuyo centro es eso llamado “yo”. También hagamos el intento de no dejarnos engañar por lo que el discurso universitario pueda llegar a ofrecernos, por más tentador que sea. No por acumular cursos, licenciaturas o doctorados sabremos mejor que otros acerca de lo que se trata el psicoanálisis. Hay que moverse del academicismo cínico o del cientificismo estéril. Podemos incluso ir más allá y sostener que la cultura misma es un saber contra lo real, para defendernos de él, una elucubración para velar un radical “no hay”. Estamos a un paso ya de animarnos a pensar que el inconsciente mismo es el saber no sabido que cada uno inventa en el lugar del desajuste entre la verdad y lo real.

Cito lo que Lacan decía en la Nota italiana: “el saber por Freud designado del inconsciente es lo que inventa el humus humano para su perennidad de una generación a otra. Hoy que se lo ha inventariado, se sabe que da pruebas de una falta de imaginación terrible. Hay recurrir a lo simbólico y lo real que lo imaginario anuda e intentar agrandar los recursos para prescindir de esa molesta relación y hacer que el amor sea más digno que la abundancia del parloteo que constituye hoy día”. Entonces: desde el amor del lado del parloteo hacia al de la invención y la poesía. Desde el descifrado infinito del inconsciente a lo que hace efecto de ausencia. De lo real que cesa de no escribirse en el síntoma a una escritura que haga temblar al síntoma y resuene algo más que el sentido.

Volvamos a la pregunta “¿para quién?”. ¿Para la neurosis? ¿Para la psicosis? ¿Para los que sufren? ¿Los que sueñan? ¿Para algunos? ¿Para cualquiera? El psicoanálisis apunta siempre al sujeto y, como analistas, debemos suponer que siempre lo hay. Pero psicoanalizarse sólo es posible si existe una demanda. Una demanda que será formulada por cada cual de manera distinta pero que, indefectiblemente, deberá llevar una forma parecida a la ya famosa intervención que Freud le hace a Dora y que empuja a un movimiento analítico siempre inaugural: “¿que tienes que ver tú en esto de lo que te quejas?”. Umbral con el que deberemos encontrarnos no sólo con cada analizante, cada vez, sino también en nosotros mismos. Y allí, se retrocede o se avanza. Digamos que sólo atravesando uno mismo la experiencia analítica se logra llegar a saber de qué saber de trata ahí. Si afirmamos que no hay pulsión de saber, que no hay deseo de saber, sino sobre todo horror al saber, entonces conviene sostener esto otro: el saber viene al lugar de velar la falla fundamental. Paradoja que sólo el psicoanálisis supo mostrar: sabemos para desconocer y comprendemos para mantenernos ignorantes.


El psicoanálisis propone una manera única de preguntarse acerca del síntoma. Lo aborda de una manera distinta a cualquier otro tipo de terapéutica del sufrimiento. Se abstiene de la necesidad de los tiempos actuales que demandan brevedad en los tratamientos y resultados eficaces acordes a lo que la época propone como normalidad. No considera el síntoma como una anomalía a deshacerse, sino como signo. Signo de lo que no funciona. ¿Y qué es lo que no funciona? La relación del sujeto con el lenguaje. Porque allí hay un desarreglo fundamental, una relación siempre asintótica entre el saber y el sujeto. El psicoanálisis es la posibilidad de volver al inconsciente el aparato de lectura del síntoma. Es hacer legible el síntoma a través de coordenadas éticas que tienen que ver con la manera en que cada uno ha afrontado la sexualidad, lo impensable, la castración, la muerte y todo lo que podamos poner del lado de lo que espontáneamente le resulta insoportable al ser hablante. Lo vuelve legible porque intenta situar la manera singular en que cada uno se las tuvo que arreglar con lo que no funciona. Y para ello es necesario un deseo que va más allá de cualquier idea de voluntarismo. Con una ética imposible de reducir a la moral y con un saber distinto al de la idea clásica de conocimiento. Frente al “¿para quién el psicoanálisis?” debemos responder entonces que no es para todos pero puede llegar a serlo. No es una experiencia de erudición o de curación, es una experiencia de constante búsqueda del encuentro con la causa de lo que somos. Con lo ineliminable, incurable. Una experiencia de sabiduría, pero no de saber. Porque un análisis produce un sabio, sabio de su deseo, pero sólo de su deseo.

Volvamos al inicio una vez más, como tantas veces hacemos en un análisis, un intento más por captar el movimiento de un análisis, este que denomino de la autobiografía a la poesía. Al comienzo de la experiencia analítica vemos florecer la primavera del inconsciente y reordenamos el mundo de acuerdo con esta nueva relación simbólica con él. Luna de miel de la transferencia. Nos atrevemos a descubrir el sentido oculto detrás del sentido mismo. Hablamos, narramos, relatamos, soñamos. Ponemos a funcionar la maquinaria significante. Pero algo viene a hacer obstáculo a esta narrativa incesante. Algo debe advenir al lugar de ese funcionamiento imparable del significante. Un vaciamiento, una violencia ejercida sobre lalengua, un forzamiento para hacer sonar otra cosa que el sentido. Un uso de la palabra que pueda producir efecto poético y le haga freno al parloteo gozoso, al de la aprisionante y voraz maquinaria fantasmática. Un efecto de agujero. Un nuevo significante que no tenga sentido pero que pueda ser usado. Un buen uso del sin sentido. La utilidad del vacío, de lo que hace efecto de ausencia. Ese que sólo el psicoanálisis y la poesía pueden lograr.

Por último, quería finalizar con unas líneas de un poema de Octavio Paz con el que me encontré mientras iba leyendo y escribiendo para hoy y que creo logra decir algo de lo que significa ser habitantes del lenguaje y algo también de lo significa atravesar una experiencia de análisis. Una invitación a tomar la palabra para luego poder deshacerse de ella y crear algo distinto:
“…Gran abrazo mortal de los adversarios que se aman: cada herida es una fuente. Los amigos afilan bien sus armas, listos para el diálogo final, el diálogo a muerte para toda la vida. Cruzan la noche los amantes enlazados, conjunción de astros y cuerpos. El hombre es el alimento del hombre. El saber no es distinto del soñar, el soñar del hacer. La poesía ha puesto fuego a todos los poemas. Se acabaron las palabras, se acabaron las imágenes. Abolida la distancia entre el nombre y la cosa, nombrar es crear, e imaginar, nacer…”

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Poeme maudit, Santiago Caruso


Presentado en “Tres contra uno”, el 25 de julio de 2020, en la plataforma Zoom.