Pasar las fiestas

Mercedes Ávila
Sebastián A. Digirónimo

Cada fin de año se renueva un ciclo en el que podemos observar, si prestamos atención, cómo progresivamente la gente en las calles se va crispando cada vez más.
El ciclo se inicia en octubre, cuando en algunos centros comerciales ya pueden comenzar a verse ofertas de productos y decoraciones navideñas. En diciembre el ciclo está en su pico máximo, para luego decaer en enero y trocar su lugar con otro ciclo, el de las vacaciones.
Esta es sólo una somera descripción que cualquiera, prestando un poco de atención, puede observar: la gente se ve alterada, apurada, sin paciencia.
En el consultorio esto se refleja en que suelen ser los meses de mayor flujo de consultas nuevas: es que hay un tema que se repite y que empuja a la angustia, en las fiestas ocurren tres cosas juntas: hay que ser feliz, hay que comprar regalos y, además, hay que compartir el tiempo propio con la familia. Tres deberes que se imponen desde los ideales de la época de una forma aplastante: gozar, consumir y estar con otros. La clave es la imposición: no hay elección posible.
No importa si uno no es feliz, no importa si uno no tiene dinero, no importa si uno tiene una familia a la que deberían exiliar a una isla deshabitada.
¿Y por qué hay que responder a esos ideales? Esa es la pregunta que hay que hacer. Pero lo que ocurre es que no suele hacerse porque todas estas supuestas obligaciones se perciben como normales, como parte de la vida, y parecería que a la vida no hay que vivirla, hay que soportarla. Y soportarla en lugar de vivirla implica trocar el deseo por el goce, y ese intercambio angustia con la obscenidad del superyó.
Por allí se van a colar, además, los ideales y las fantasías de cada uno, que nos defienden mal del sin sentido y nos aplastan, porque los humanos estamos mal hechos: el hijo preferido, la oveja negra, el protector, la solterona, la mejor madre…
El movimiento que necesitamos es el opuesto: cambiar el goce por el deseo, y ello empieza por cuestionar todo eso que se nos presenta como “natural”, “normal”, necesario y comprensible. Sólo así podemos adueñarnos de las cadenas que nos sujetan.
Por supuesto que dicho movimiento no es fácil, porque implica que se acepte que es uno mismo el que consiente activamente a ser sujetado por esos ideales, no hay otro que obligue y, aunque lo hubiera, todavía uno podría negarse, decir que no, y con más firmeza y con más fuerza si ya creemos haberlo hecho.
Si no lo hacemos, pasar las fiestas estará tomado por la repetición, y las pasamos, soportándolas mal, sólo para encontrarnos con ellas el año próximo… y así hasta la muerte. Se puede hacer otra cosa con ello, éticamente, y eso sólo se consigue por medio de un psicoanálisis orientado llevado hasta sus últimas consecuencias.

 


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