Operación analítica, operación femenina

Jacques-Alain Miller

En la experiencia analítica, ¿cuáles son las posiciones del analista y del paciente? Es seguro que el analista tiene, tiene poder, hay una falicización de la posición del analista, por eso gusta mucho a las mujeres y es una posición que les conviene, mientras que el paciente se experimenta del otro lado.
Pero, si la posición del analista tiene que ver con la posición femenina, no con la varonil, es en tanto que el analista logra hacer algo con nada. Que teniendo solamente un semblante de saber —producido por tener una nada, con eso produce una causa de deseo. Ésta es exactamente la operación femenina: con un no tener, o con tener una nada, producir una causa de deseo.
¿Qué debe pasar al final del análisis? Es posible cambiar la condición de amor. Y ¿qué pasa con el amor y el odio después de haber atravesado el fantasma? Entre los efectos conocidos de la experiencia analítica está el cambio de partenaire. A veces ocurre con una rapidez que puede sorprender al analista, e indica, efectivamente, si no un cambio fundamental de la condición de amor, por lo menos un cambio de su traducción en la realidad.
¿Qué se abre a este nivel? Uno podría pensar que se abre el amor universal; que el analista, una vez separado de su condición particular de amor, estaría preparado para trabajar la humanidad. No son los que pasan tanto tiempo al servicio de la causa analítica los que pueden desconocer que la transferencia de trabajo desemboca en algo que tiene que ver con el x: para todos. Pero el psicoanálisis siempre ha sospechado de la solución del amor universal, del amor del «para todos», que es también el amor del cura y que significa para el sujeto: «Tú eres cualquiera para mí». De tal manera el amor universal produce el odio, porque desconoce en cada uno su particularidad de sujeto. A pesar del filantropismo que a veces surge en sus escritos, Freud daba la razón a las mujeres, ya que consideraba que eran ellas las que recordaban a los hombres que el otro que cuenta es el que se tiene al lado.

Amor, odio e ignorancia

Quizá la solución al final del análisis sea la desaparición del amor: «No más amor». Quizá menos las desaparición del odio, porque si lo real merece un afecto es más el odio que el amor. Pero creo que podemos inspirarnos en la transformación de la ignorancia: al final del análisis ya no hay pasión de ignorancia sino que ésta se transforma en deseo de saber, que es otra forma de la pasión de ignorancia, pues solamente un ignorante puede tener el deseo de saber. De tal manera que, al final del análisis, podría decirse: «No más odio sino lucha» y «No más amor que sea repetición o pasión, sino un amor que sea una voluntad».
¿Cómo pensar la transformación de cada uno de los términos de la lista de pasiones que Lacan ha tomado de lo más clásico — amor, odio e ignorancia— al final del análisis?
¿Cómo se transforma el amor, una vez que su condición es conocida? Eso se logra en un análisis, con más o menos precisión, puede decirse que cada sujeto, a lo largo de un análisis, formula su condición de amor —formula lo que une sus diferentes elecciones amorosas y únicas — y logra ubicarla con referencia a su familia o, si es más sutil, a valores fantasmáticos fundamentales para él.
Pero una vez percibido esto, ¿cómo se transforma el flechazo mismo, por ejemplo? Cuando ya no es más un flechazo engañado: ¿El hecho de saber la condición de amor, destruye la posibilidad del amor? ¿El amor solamente puede existir engañado o, por el contrario, el saber es compatible con el enamoramiento? Es una vieja cuestión. Una solución para los analistas habría sido decir: son demasiado sabios para estar enamorados, o describir un amor tan rebajado que no tuviera nada que ver con el amor, describir el amor como un contrato.
En cuanto al odio, por lo menos en la práctica, los analistas demuestran una capacidad de odio muy superior a la capacidad de amor. La historia del psicoanálisis demuestra que éste parece un efecto de la experiencia analítica sobre los practicantes, que tienen una capacidad y una duración del odio notables.
Para la ignorancia se trata de transformar la pasión de la ignorancia, que es lo que Freud llamó represión: hay dos cosas que el sujeto no desea saber, o que desea no saber, no reconocer. Es la definición misma del inconsciente, como en términos clásicos se puede llamar a la pasión de la ignorancia: el odio a la castración. Una vez que la represión está vencida da lugar, abre la puerta, a un deseo de saber. Se pasa de la pasión al deseo.¹
Hay una transformación de la pasión en deseo. Se pasa de algo que se sufre, de algo en lo que el sujeto está sumergido —y subvertido—, a una iniciativa, a algo que le da un margen de iniciativa.
Esta transformación ocurre también en el amor. El sujeto puede consentir a ampliar la condición de amor, una condición que es muy estrecha. Creo que cuando Lacan habla de invención, se entiende la diferencia entre un sujeto sometido a su condición de amor y un sujeto que supuestamente ya no está sometido a ella, de tal manera que tiene una posibilidad de invención en este campo que no tenía antes. Es decir, pasa de la necesidad a la contingencia. Para decirlo sin emplear la palabra deseo pero apuntando a un deseo decidido, he utilizado la palabra voluntad. Una voluntad de amor.

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Cleopatra, John William Waterhouse, 1888.

«Sobre fenómenos de amor y odio en psicoanálisis», Intervención en las primeras jornadas de la EEP en el País Vasco. Bilbao, 1992.


Jacques-Alain Miller: Introducción a la Clínica Lacaniana, RBA libros, Barcelona, 2007, página 303.


¹ Comentario de la Red: El pasaje es del no-querer-saber de la neurosis al atreverse a saber (que el saber está agujereado) del final del análisis.

De un encuentro afortunado

Hilario Cid Vivas

Psiquiatra, psicoanalista

En 1970, asistía a las clases de literatura que en la Facultad de Filosofía y Letras de la Facultad de Granada, impartía el profesor Juan Carlos Rodríguez. Recomendó como paradigma de lo que es la Crítica, entre otros libros, Introducción al psicoanálisis, de Freud. Estudiante de medicina y alumno interno en un hospital quirúrgico, la lectura de aquel libro cambió por completo el destino de mi vida. Descubrí que existía aquello que Freud llamaba el inconsciente. Esa perspectiva subvertía radicalmente la concepción que el ser humano puede tener de sí mismo, ubicando además en esa Otra escena, la causa de tantas cosas que hasta entonces aparecían oscuras, misteriosas o inexplicables.
Este encuentro llega en un momento clave de mi vida, pues la cirugía no colmaba mis expectativas, y aparecía en un primer plano tanto que la relación médico-paciente era un continuo malentendido como que el cuerpo, para el ser humano, era algo bastante distinto a una lección de anatomía.
Desde un primer momento, el psicoanálisis aparece para mí como una práctica. La lectura de Freud me convencía de la efectividad de lo que promovía. Lo tuve claro al poco tiempo del encuentro de la obra de Freud. Decidí ser psicoanalista. El problema fue que además de Freud,vía Althusser, se había introducido un tal Lacan. Mi decisión era la de ser un psicoanalista lacaniano.
Había que empezar como hay que empezar, o sea psicoanalizándose. No era fácil en la España de los setenta encontrar un psicoanalista. Pero que además fuese lacaniano era sencillamente imposible. Quizá hay que ser muy «ingenuo» para no darse cuenta de esto. Yo tardé diez años en darme cuenta.
Mientras tanto, hice lo que pude. Me «analicé» con quien pude, hice psiquiatría y trabajé como psiquiatra. Freud y Lacan eran las referencias en mi práctica cotidiana con mis pacientes. Y lo más interesante era que en esa práctica cotidiana el psicoanálisis funcionaba.
Había otros colegas con inquietudes parecidas y fuimos uniéndonos en grupos de trabajo que multiplicaban actividades y contactos.
Por fin me di cuenta de que Lacan existía en carne y hueso, que había formado a una gran cantidad de psicoanalistas y que yo podía seguir mi formación con discípulos directos de Lacan. Mereció la pena.
La formación de un psicoanalista exige una largo recorrido y de hecho, aunque uno lleve su análisis hasta el final, la formación de un analista es una formación continuada. Siempre se puede ir un poco más allá. El psicoanálisis, en tanto teoría, lo es de una práctica viva, en continuo movimiento. Es lo que leí en la obra de Freud y capté en la enseñanza de Lacan.
Desde que empecé a interesarme por el psicoanálisis conocí un fenómeno realmente curioso. Aún sin necesariamente haber leído nada de un psicoanálisis, aun sin haber tenido ninguna experiencia de ningún tipo con el psicoanálisis uno puede odiarlo a muerte. Podemos entender que uno haya hecho un tratamiento psicoanalítico y se sienta defraudado y se convierta en antipsicoanálisis. Incluso es bastante comprensible que tras horas y horas de estudio sobre psicoanálisis uno concluya que es un fraude, que no hay nada peor. Pero que sin tener la menor noción de la teoría o la práctica psicoanalítica uno desee que el psicoanálisis desaparezca, admitamos que es un poco fuerte. Y sin embargo es así. Y desde el principio.
Que el psicoanálisis despierte odios no impide que no cese de propagarse, y cuando parecía que podía extinguirse llegó un Lacan que le ha dado fuelle para mucho tiempo.
No sólo odio despierta el psicoanálisis. El amor es otra pasión que puede despertar. Eso me pasó en mi encuentro con la Introducción al psicoanálisis. Ese amor por el psicoanálisis me hizo entender que hay cosas a las que merece dedicar toda una vida y desear transmitirles a otros ese valor.

Tyche_Antioch_Vatican filtro
Tyche de Antioquía- Mármol, copia del original de bronce- Eutíquides, 300 A.C.

Jacques-Alain Miller, Bernard-Henri Levy (Comp.): La regla del juego – Testimonios de encuentros con el psicoanálisis, Gredos, Madrid, 2008, página 62.

Fuente de la imagen: Wikipedia