La «libertad de elección»

Gustavo Dessal

Hoy en día nos parece inaudito concebir que los hombres y las mujeres de Occidente puedan fundar sus vínculos en algo que no sea el deseo, el amor, la satisfacción erótica, o cualquier otro modo de nombrar la libertad de elección (incluso cuando esa “libertad”, por supuesto, esté totalmente hipotecada al inconsciente). Sin embargo, los testimonios históricos demuestran que esta idealización del amor no era lo habitual en el pasado, cuando los vínculos se justificaban en la necesidad de afrontar la lucha por la subsistencia mediante un reparto definido de los roles y las obligaciones, y la comunión de trabajo ocupaba el espacio social que hoy es patrimonio de la comunión sentimental. Desde nuestra perspectiva actual estos factores pueden resultar extraños, pero debemos tomar en cuenta los inmensos beneficios subjetivos que suponía para nuestros antepasados el hecho de sentirse parte de una tradición que establecía de forma rígida e inobjetable los semblantes considerados legítimos. La tradición y el discurso que la expresaba ofrecían al mismo tiempo protección, estabilidad e identidad interior. Ello implicaba sentirse parte de un todo, que alejaba la vivencia de la soledad, la incertidumbre y el desamparo de la vida. Con el paso a la sociedad moderna y el consiguiente proceso de individuación, es decir, de desprendimiento del sujeto de los lazos históricamente desarrollados que lo sometían a las creencias religiosas y sociales, surge por primera vez en la historia el sentimiento de una soledad interior nunca antes experimentada. Existe una contrariedad que, hasta cierto punto, puede considerarse como la matriz del malestar contemporáneo del amor. Por una parte, y a falta de referentes exteriores sólidos y consistentes, muchos sujetos tienden a buscar en el terreno íntimo de la relación amorosa un asidero para el sentido existencial que se desdibuja. Pero por otra, la complicidad con el semejante que de ello habría de esperarse se da de bruces con el imperativo de la autorrealización, un ideal que el discurso actual eleva al grado superlativo. Lejos de que el se convierta en el complemento imaginario que da sentido a lo insoportable del vivir, el resulta ser a menudo el obstáculo a mi autorrealización, el impedimento para que mi yo alcance el significado pleno que, en todos los mensajes que me rodean, soy cada vez más estimulado a desarrollar. Lo que podríamos denominar el espíritu o la mentalidad contemporánea propone la satisfacción de las aspiraciones del yo como irrenunciables, y una auténtica moral del narcisismo (eso que llaman la autoestima, significante que se ha vuelto indispensable en el vocabulario cotidiano) se instala no sólo como un derecho sino también como una obligación ineludible. Desde luego, los psicoanalistas consideramos que los síntomas contemporáneos del amor no hacen más que renovar una falla originaria de la estructura, el fabuloso lapsus que el lenguaje comete en materia de sexo. Pero podemos aprender algunas cosas sobre el modo en que el inconsciente balbucea hoy en día los embrollos de la vida amorosa. La ideología que el discurso social fomenta en torno a la necesidad de tomarse a sí mismo como bien soberano es, por un lado, una fórmula relativamente eficaz para encubrir las nuevas modalidades de servidumbre que el capitalismo impone en las reglas del mercado; y por otro, la promesa de que todo está sometido a los dictámenes de nuestra elección. La vida concebida como una infinita sumatoria de decisiones personales se aleja definitivamente de la creencia en una narración de índole superior que, a título de tradición, iglesia o ideología política, podía servir como marco de referencia universal donde disolver la particularidad subjetiva. En la actualidad el sujeto es forzado a concebirse como artífice de su propio destino, y se lo intima a resolver de forma personal incluso los desarreglos cuyo origen se encuentra en causas que lo trascienden por completo. Debe, por tanto, trabajar doblemente, puesto que la libertad de la que ahora disfruta lo volvería sospechoso de incapacidad para alcanzar la felicidad que se ha puesto a su disposición. Paradojas de un tiempo en que la irresponsabilidad subjetiva convive con el mensaje de una culpabilidad sin atenuantes.

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Francesco Hayez, Il bacio, 1859.  http://www.artspecialday.com

2018


Fuente: Gustavo Dessal


Agradecemos a Gustavo Dessal su generosidad por compartir sus artículos en la Red.

«El amor es una invención feliz que nos permite soportar la existencia»

Gustavo Dessal

– ¿El amor es para nosotros como el cristal para las moscas?
– Me parece una imagen excelente. En su pregunta usted ha introducido un concepto fundamental para el psicoanálisis, que es la idea de repetición en el sentido de que tendemos a repetir cosas que nos producen placer, como el niño pequeño que disfruta cuando le contamos el mismo cuento una y otra vez y además con las mismas palabras.

– No sé si es el caso de las moscas.
– Hay otra repetición. Tendemos a repetir algo que va más allá del placer, que nos proporciona sufrimiento y sin embargo nos vemos arrastrados como por una especie de fototropismo extraño hacia amores que matan. Tendemos a idealizar el amor de verdad, pero no necesariamente tiene las connotaciones románticas y de plenitud con las que solemos asociarlo. El amor también puede tener un componente trágico. Eso lo han sabido los poetas desde tiempos inmemoriales.

– ¿El verdadero amor tiene que doler?
– Es difícil definir qué es el verdadero amor pero, sin entrar en esto, yo creo que tiene un componente de dolor y de sufrimiento incluso en el estado más magnífico, más ideal, que es el enamoramiento y que es algo diferente del amor. Incluso en esos momentos el sujeto se encuentra en un estado de máxima vulnerabilidad porque en el enamoramiento el otro cobra una grandeza, una idealización, un nivel sublime tal que el enamorado, el que ama, queda en un lugar de muchísima vulnerabilidad. Ni en el mejor de los casos existe un amor que pueda contener solo el placer y la armonía.

– ¿Es una forma de locura?
– Freud definió el enamoramiento como un estado patológico en el sentido de que se trata de una exaltación de las características del otro que no concuerda con el principio de la realidad. Con el paso del tiempo suele ocurrir que del enamoramiento se pase a un estado más acorde con lo que podemos entender con la realidad. Es una especie de locura, pero necesaria.

– ¿Necesaria para qué?
Incluso en su estado de no plenitud el amor es en muchos casos una invención feliz que nos permite soportar la existencia. No todo el mundo lo necesita o lo pone en el plano más importante como asidero para las inclemencias de la vida, pero es bastante habitual que el amor sea un refugio importante. En muchos casos puede llegar a ser una verdadera locura y en otros esa pequeña fantasía nos permite encontrar un refugio frente al desamparo al que todos estamos expuestos.

– Si el amor es una invención, ¿cuánto de cierto hay en él? ¿Es una ilusión que perseguimos?
– Sí, sí, es una ilusión. Por lo menos desde el punto de vista del psicoanálisis, el amor no tiene nada de objetivo, es decir, no amamos al otro por ninguna cualidad que se pueda objetivar, sino que amamos en tanto le suponemos al otro algo que es consustancial a nuestro deseo. Todo eso funciona a nivel absolutamente inconsciente. Un buen encuentro amoroso es aquel en el que, debido a ciertas contingencias, el otro tiene alguna característica que de alguna forma entra en sintonía con algo que estamos buscando en nuestro deseo.

– Al final el amante ama a una persona imaginada.

El beso en Siria Tammam Azzam

(2016)


Fuente: El diario Vasco
Imagen: El beso, de G. Klimt en ruinas de Siria. Fotomontaje de Tammam Azzam

La pregunta de la época es: ¿Qué vas a hacer hoy para gozar más?

Entrevista a Éric Laurent, eric8por Héctor Pavón

No todos los días un lacaniano habla sin límites. Por eso esta entrevista tiene algo de excepcional. Lo es, básicamente, porque Eric Laurent, psicoanalista francés, combina sus múltiples saberes para interpretar la sociedad más allá del diván. Laurent estuvo en Buenos Aires y dio una conferencia en el Instituto Clínico de Buenos Aires; presentó el seminario de Jacques-Alain Miller titulado Extimidad y se reunió con sus discípulos locales. Ex presidente de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, es uno de los psicoanalistas más prestigiosos del mundo lacaniano franco argentino.

Las jornadas de la Escuela de Orientación Lacaniana que usted presidió en Buenos Aires llevaron como título “El amor y los tiempos del goce”. ¿A qué se refiere esta expresión?

Significa que el discurso amoroso se modifica a medida que algo de lo real se desplaza en la civilización. El goce es la palabra que designa el hecho. Alude al hecho de que para el sujeto parlante la experiencia del placer siempre incluye un más allá del principio de placer, como decía Freud. Es decir, uno se engancha con algo y puedo incluso pasar a una adicción con la comida, el sexo, el trabajo, la tele, la pantalla, el juego. Un modo de adicción que va mucho más allá del placer. Y es esta zona que designa el goce. Y como estamos en una época de post-liberación sexual, en referencia a la llamada liberación sexual que tuvo lugar en los 70 y con la que hubo un cierto alivio del peso de las prohibiciones, estamos ahora en una experiencia que incluye esto y que nos da una cierta época de pornografía generalizada, más o menos chic, estetizada, con una oferta de representaciones del sexo mucho más amplia que lo que había antes. Así, el sujeto contemporáneo tiene que levantarse cada mañana preguntándose a sí mismo qué va a hacer para gozar más.

Porn por Tom Nulens
Porn por Tom Nulens

¿Y qué hace el sujeto ante semejante demanda?

Al tener que decidir qué va a hacer para que su vida tenga más placer y más goce se desplaza el discurso amoroso que se vuelve una barrera contra los excesos del goce. Y a medida, precisamente, que existe este empuje superyoico, tipo “qué haces tú para gozar más”, cada vez que el sujeto está enfrentado con esto, para protegerse, el discurso amoroso viene a poner una barrera: que no se puede gozar del todo del objeto amado, y que hay una cierta barrera: la de la dificultad de reconciliar amor y goce, del pudor, la admiración, respeto.

Eso también implica reinventar una época. Para el psicoanálisis, ¿esta época tiene un nombre?

Es la época del otro que no existe; una cierta descreencia en el otro como tal. Y al mismo tiempo, surgen procedimientos de remiendos con cierto corpus moral o legal, o ética, en el cual se confunde o se mezclan el nivel de prescripción legal y de prescripción moral. Que son como estos procedimientos de remiendo del agujero que se ha generado.

Usted hablaba del goce como adicción, o viceversa. ¿Allí entran síntomas sociales como los de la bulimia y la anorexia?

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Karl Lagerfeld /Fuente de la imagen: WHATSTRENDY.NET

Para que se produzca esta epidemia, primero hay que salir de la escasez, del hambre. Una vez que se sale de la necesidad, la pregunta es qué voy a hacer para gozar más. Inmediatamente dice que no hay que vivir para comer. Y vivir para comer puede ser también vivir para rechazar lo que te proponen comer. Karl Lagerfeld decía: “tenemos que exigir de la moda que tengan modelos que tengan un peso normal y no estas anoréxicas”. Pero al mismo tiempo sostenía: “nadie quiere ver mujeres gordas”. Surge un conjunto de cosas que van desde las prescripciones médicas, dietéticas, el discurso de la higiene, la industria de la moda. Todo esto construye un circuito pulsional muy amplio, que va mucho más allá de lo que era completamente taponado por las prohibiciones, del modo de vivir tradicional.

(2011)

Fuente: Clarín

«No deseamos lo que queremos ni queremos lo que deseamos»

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Isabellle Durand foto de Alex García

Entrevista a Isabelle Durand, por Lluís Amiguet

¿Le pregunto desde su diván?
El diván no es imprescindible en la terapia. Carla Bruni, que se psicoanaliza, dijo el otro día en una entrevista que le parece algo incómodo, artificial.

¿Por qué se usa el diván entonces?
Porque el no ver la mirada del psicoanalista puede ayudar a hablar más libremente.

¿Cuál ha sido el paciente más raro que se le ha sincerado?
Todos somos raros. O, si prefiere, nadie es normal. La normalidad no existe: es un invento para quien necesita aferrarse a algo; siempre es relativa y depende de prejuicios que varían según la época y el sitio donde estés. Por eso creo, al igual que Lacan, que todos estamos locos.

¿Y si el paciente es un loco perverso?
Es muy raro que un perverso se psicoanalice por la sencilla razón de que el psicoanálisis requiere del paciente la decisión de enfrentarse al lado oscuro de sí mismo y los perversos suelen eludir ese enfrentamiento.

Cuente su primer caso que recuerde.
Una mujer vino a verme, porque se sentía deprimida y tenía ataques de angustia. Y descubrimos que su malestar empezó cuando abandonó su vocación artística para dedicarse a una carrera universitaria que había elegido sólo para complacer a su padre, y es que retroceder sobre el propio deseo tiene consecuencias.

¿Trata usted a adictos?
Atendí a un hombre de treinta años con una adicción al alcohol y tratamos de averiguar la causa. Bebía cada vez que se sentía inferior y rechazado por los demás. La bebida era su modo de responder a ese complejo.

¿Por qué se sentía inferior?
De niño se creía el preferido de su madre y se quedó fijado en ese deseo de ser el predilecto. Cada vez que no se sentía el más querido, acababa por sentirse rechazado y haciéndose rechazar. Idealizaba a los demás, porque era el modo de seguir creyendo en un otro perfecto. La neurosis, ya ve, acaba siendo una religión y no es fácil ser ateo.

¿Le curó usted?
Dejó de beber. Pero el psicoanálisis no es una terapia más que sólo busca corregir un comportamiento perjudicial. El psicoanálisis no pretende normalizar a nadie, sino ayudar al paciente a encauzar sus excesos hasta convertirlos en energía creativa, como logran hacer los artistas.

¿Por qué somos neuróticos?
Lacan decía que siempre somos responsables de nuestra posición subjetiva…

¿Puede decírmelo y que lo entienda?
Lacan decía que no somos responsables de todo lo que nos sucede, pero sí del sentido que le damos y de cómo sentimos y reaccionamos ante lo que nos sucede.

No decidimos todo lo que nos pasa, pero decidimos si pasamos o no.
Muchos pacientes suelen intuir que la causa de lo que les ocurre tiene que ver con ellos mismos. Y me repiten: “Siempre me sucede eso y no entiendo por qué”; o: “Quisiera hacer aquello, pero hago lo contrario”.

¿Cómo les ayuda?
Vienen para entender por qué siguen haciendo lo que no quieren y el analista con su interpretación transforma esta queja en un deseo de saber. Es lo que llamamos síntoma analítico, y tiene un significado oculto. Para desentrañarlo, los analistas introducimos un “¿Qué quiere decir?” para que el paciente pase de quejarse a querer saber más sobre lo que le ocurre.

A menudo no hacemos lo que queremos ni queremos lo que hacemos.
Ya Ovidio decía: “Veo lo mejor y lo apruebo. Pero hago lo peor”. Es la división entre lo que te conviene y lo que te apetece: exceso de comida, drogas, determinadas conductas sexuales… Y tal vez sea más paradójico aún: no deseamos lo que queremos ni queremos lo que deseamos.

¿Puede ser más concreta?
Por ejemplo, un hombre engaña a su mujer, pero la quiere y en cambio desea a otra que no ama. O una mujer busca ser querida, pero puede en sus fantasías desear ser despreciada por un hombre. Amamos a quien no nos conviene y no a quien deberíamos.

La vida misma… Y no tiene curación.
La vida es lo que hacemos con ella: cada una de nuestras elecciones comporta una pérdida. No es difícil querer algo, lo difícil es querer sus consecuencias. En efecto, siempre queda algo que cojea.

¿Por qué a un hombre le cuesta desear a la que quiere y querer a la que desea?
Es difícil desear lo que ya se tiene. Y eso serviría también para todos, pero para la mujer parece ser menos complicado hacer coincidir el amor y el deseo en un mismo hombre. En cambio, para excitarse sexualmente, muchos hombres necesitan degradar en sus fantasías a la mujer con quien se acuestan.

Parece que nos busquemos problemas.
Los psicoanalistas sabemos que en el sufrimiento hay una satisfacción escondida e inconsciente que hace sufrir y que Lacan llama goce. Es una especie de masoquismo que nos atrapa y del que nos cuesta mucho deshacernos. Cuesta separarse de lo que te hace sufrir, porque también hay un “placer” en ese dolor.

(2014)

Fuente: La Vanguardia

«Lacan propone un amor con reglas para que sea posible un amor menos tonto»

Entrevista a Carmen González Taboas sobre su libro Un amor menos tonto, por Pablo E. Chacón

 

El libro, publicado por la editorial Grama, es un compilado erudito pero de lectura amable, que poco le debe a cierta jerigonza psi. González Taboas es miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).

-¿Por qué razón elegiste el Seminario 21?
-Había escrito antes Mujeres, con el Seminario 20, Aún, otro seminario sobre el amor. Deseaba seguir en ese surco de Lacan, lo cual no era fácil pues el seminario 21, «Los no incautos yerran», no ha sido establecido ni traducido (corre una traducción que no facilita las cosas). Trabajé en su traducción; cada una de las clases me ponía en la proximidad de un Lacan apasionado, intenso; «no soy yo, es el discurso al que sirvo». En este seminario Lacan habla de los desastres del amor, cuando al amor se lo sueña parecido a una fusión milagrosa de dos que hacen uno. Los sexos humanos no se aparean, cada uno entra en la conjunción sexual con sus fantasías y sus goces; por eso no hay relación-proporción sexual; ignorar el bache de los goces que nos separan y alentar ilusiones de eternidad conduce al desastre (ejemplo: los femicidios.) Lacan propone en cambio un amor más real; no es cualquier amor sino un amor con reglas (reglas que no existen, que los amantes tendrán que reinventar cada vez) para que sea posible un amor menos tonto.

-Hablás de «los desastres del amor». Es cierto. Sucede. El psicoanálisis ¿puede inmunizar a un sujeto de caer, o de volver a caer bajo ese embrujo?
-Es una pregunta divertida porque contiene los elementos de la respuesta. El psicoanálisis ni inmuniza, ni cura, ni ayuda, ni garantiza, ni salva, ni hace ninguna otra cosa. Lacan dijo alguna vez: si no hubiera existido Polonia no habría polacos. Si Freud no hubiese descubierto el psicoanálisis (la tierra extranjera en cada uno de nosotros), no existirían los psicoanalistas. En el lugar del analista se juega, por la transferencia, el acceso al inconsciente donde se traman los embrujos. Los desastres del amor, los dolores o los fracasos de la vida amorosa se repiten; siempre un nuevo embrujo puede arrebatar al individuo, inmerso en sus imaginaciones, sin poder llevar a ellas una mirada más lúcida. ¿Para qué ver a un analista? Para eso, para llevar la mirada al deseo inconsciente que nos fabrica los objetos inexistentes e imposibles. Hará falta el tiempo del análisis (la apuesta de cada uno) para reconocerse en los propios engaños y en los beneficios de goce que de ahí se extraen.

-¿Por qué «un amor menos tonto’? ¿Es que hay amores tontos? ¿Cuál sería la diferencia, al menos desde la orientación lacaniana?
-El enamoramiento, decía Freud, es un cierto estado patológico que puede pasar como una ráfaga, o cobrar la dimensión del acontecimiento amor. Hay amores locos, trágicos, dramáticos, imposibles. Amores que se vuelven ineludible tormento del espíritu (en la «Divina Comedia», Dante imaginó el infierno de los amantes como un abrazo eterno). Si el amor irrumpe, impredecible, contingente, dice Lacan, queremos atraparlo, soñarlo necesario con promesas y garantías de eternidad; de ahí sale un «embrujado» por el espejismo de un destino, es ella, es él. En este seminario, ¿quiénes son los que yerran (los que se equivocan)?: los no incautos del inconsciente. Es decir, si no le buscan a los desastres del amor su trama inconsciente se equivocan. Se equivocarán, porque el amor se anuda para cada uno a partir de una lógica de la sexuación. La lógica común, la «normalidad», hace agua. Desborda de ella la poesía, las artes, el capricho, lo raro, todo lo cual la complica, fastidia, contradice, enfurece. Lacan lo llama goce femenino (que no es sólo de las mujeres) rechazado por quien juzga desde la supuesta normalidad dictada por el lenguaje. El amor menos tonto es un amor más real, que suple (hace un lazo) donde una fractura real (necesaria) separa los goces de uno y el del otro.

-¿Cómo explicar, en breve síntesis, las diferencias entre el inconsciente freudiano y el inconsciente lacaniano, el del último Lacan?
-No podría tratarlo en términos de semejanzas y diferencias. Quizás es una divisoria que no existe. Freud abrió lo que llamaba la «zona de las larvas», el inconsciente de las palabras, en cuya trama de goce y deseo se forman los síntomas. Por eso, a partir de los dichos del paciente, la interpretación de las formaciones del inconsciente producía efectos terapéuticos. Freud vislumbró más, pero los analistas se apegaron a la interpretación, en lo cual Lacan vio que se redoblaba el trabajo interpretativo del propio inconsciente (lapsus, chiste, sueños). En lugar de abrir en el inconsciente las vías hacia las inercias del goce silencioso que mortifica los cuerpos, esa vía se cierra con más palabras. Por eso no hay un inconsciente freudiano y un inconsciente lacaniano, hay un inconsciente palabrero y una travesía que lleva de las palabras a la fijeza de la letra, es decir, lo que en cada uno es un modo a veces insoportable de gozar-sufrir.

-¿Y cómo sería una ‘República de analistas’?
-Es simple. En este seminario, Lacan menciona a los científicos de siglo XVII que inventaban la ciencia moderna (Fermat, Descartes, Pascal, padre e hijo, Desargues, Huygens); sus trabajos y ellos mismos se comunicaban mucho, a veces viajando entre países. Lacan invita a los analistas a continuar la búsqueda de un psicoanálisis capaz de tocar lo real que afecta a los cuerpos y escapa a las palabras. Para eso escribió sus matemas, transitó la topología (una geometría no plana) y después la topología de los nudos. La República de los analistas es el conjunto de los dispositivos de Escuela (el cartel, el análisis, el pase) cuya función es mantener, no sin las palabras, la abertura de lo que puede ser aplastado por las palabras.

(2016)


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The storm, de Pierre Auguste Cot. 1880

Fuente: Télam

Goce femenino

 Lêda Guimaraes

Una mujer, al referirse a su primer amor en la adolescencia, dice que ella experimentaba algo muy extraño en el cuerpo. Cuando su pareja –un hombre mayor que había sido escogido como objeto de amor a partir de una referencia paterna– se acercaba, a una cierta distancia donde sus cuerpos aún no podían tocarse, todo su cuerpo comenzaba a temblar, sus piernas se debilitaban y sólo con dificultad se mantenía en pie, porque, como ella misma decía, todo su cuerpo comenzaba a gozar locamente. Esa pasión no duró mucho. El efecto de esa experiencia fue una defensa radical contra ese goce. Pasó a vivir dedicada al amor materno por su hija y descartaba constituir una pareja con un hombre porque “es difícil para un hombre vivir conmigo, pues cuando tengo un hombre preciso tener relaciones sexuales todos los días”. La defensa era: vivir sin un hombre.

Ese goce del cuerpo fue nombrado por Lacan como “goce femenino” a diferencia del “goce fálico”. Este último se experimenta de un modo puntual, localizado en un determinado contexto o en zonas específicas del cuerpo; está articulado con lo simbólico, marcado por la castración, por un límite. Es muy diferente del goce femenino, que no conoce límites ni zonas específicas del cuerpo, instituyéndose así como un goce desmedido.

Éxtasis de Santa Teresa, Bernini

Tanto las mujeres como los hombres pueden aproximarse al goce femenino. Sin embargo, como las mujeres no tienen pene se encuentran más abiertas a la posibilidad de experimentar ese goce del cuerpo. Los hombres tienden a ocuparse y a embrollarse con el funcionamiento de sus penes, que toman como referencia para su masculinidad, poniendo así una distancia al goce del cuerpo. Las mujeres, cuando comienzan a experimentar ese goce del cuerpo, tienden a asustarse por su fuerza incontrolable: ¿será que me estoy volviendo ninfómana? ¿Van a pensar que soy una puta? Temor muy presente en las mujeres ya que la voz del superyó toma, comúnmente, la forma de la injuria: “Puta”.

Son muchas las ocasiones en que una mujer podrá escuchar, desde la voz del superyó, la injuria silenciosa “puta”: cuando se presente muy disponible a las demandas sexuales de los hombres, o si son muchos los hombres con los que transó, o cuando es mujer de un solo hombre pero disfruta del placer sexual por demás, o si la frecuencia con la que desea tener sexo es mucha, o si es infiel al marido, o si usa ropa provocativa, en fin, una lista infinita de situaciones donde una mujer es tomada por su sexualidad. La voz silenciosa del superyó tampoco descansa cuando una mujer desiste de su sexualidad, sea por la vía de la maternidad, sea intentando ser santa o haciéndose la niña ingenua. Freud decía que los grandes moralistas que buscan la santidad son atormentados por la culpa y se sienten los peores pecadores, es decir que reprimir los impulsos sexuales no libra al sujeto de la culpabilidad impuesta por el superyó.

En las mujeres histéricas, la culpabilidad superyoica generalmente se mantiene en el registro del inconsciente. Aun cuando una mujer venga a decir “soy una mujer moderna y, por la tanto, soy dueña de mi cuerpo”, eso no significa que esté liberada de su superyó. La injuria superyoica puede advenir en el temor “pero ¿qué va a pensar él de mí?” o “¿qué va a pensar todo el mundo de mí?”. Así las mujeres proyectan en su pareja, o en “todo el mundo”, la voz de su propio superyó.

El goce femenino es solidario de una vivificación de la mujer, mientras que el goce del superyó conduce a la mortificación. El problema es que la gran mayoría de las mujeres se defiende del goce femenino porque el superyó, vertiente mortífera de este goce, tiende a infiltrarse fácilmente cuando se lo experimenta. En otras palabras, hay en las neurosis femeninas lo que Lacan denominó “estrago”, que corresponde exactamente a la infiltración de ese goce mortífero del superyó en el campo del goce femenino.

Hay relatos de mujeres en los que, si bien dicen de su experiencia en relación con el goce femenino, se trata de un goce femenino fuertemente infiltrado por el superyó y, como resultado, a la experimentación de un profundo éxtasis le sigue un estado de mortificación, culpa o devastación. Otros relatos de mujeres hablan de la experiencia de un estado avasallador poco común. Se trata de fenómenos que indican la entrada en la dimensión de la vertiente mortífera del goce del cuerpo. Así, una mujer no experimentaba ninguna sensación de libido con relación a sus actividades diarias: dar clases en la universidad, atender pacientes, ocuparse de su hijo. Su sensación era que ella no existía, era apenas un semblante de lo que intentaba demostrar para los otros, pues nada sentía en su cuerpo. Ella se sentía una cáscara vacía sin su ser. A la noche, cuando se desocupaba de sus quehaceres y se encontraba sola, experimentaba en su cuerpo la sensación de un horror tan profundo, tan terrorífico que sólo le advenía una significación: voy a morir. Así alternaba dos estados: un estado de ausencia de sí misma, también cuando estaba en contacto con sus parejas; y, cuando se encontraba sola, en contacto consigo misma, experimentaba todo su cuerpo tomado por una sensación de muerte. Este tipo de experiencia no es común: se trata de una travesía en el campo del goce mortificante, lo que generalmente resulta en un efecto de decisión subjetiva de salida del campo del estrago, operando una separación del goce femenino del goce mortificante al que estaba enganchado. Así, una mujer podrá usufructuar la experiencia del goce femenino extrayendo de allí una vivificación, además de pasar a tener condiciones subjetivas para no alojarse en el estrago.

“Sínthoma”

Lacan define el sínthoma (sinthome) como el modo singular de goce de cada uno. Se trata del goce del cuerpo, un goce sin ley que reside en el silencio, un goce esencialmente singular, privado, no transmisible ni compartido. En las neurosis, ese modo singular de goce se mantiene recubierto por la fantasía, al tiempo que es desvirtuado por las defensas, aunque manteniéndose como el eje que subsiste en lo real. Hablaré ahora de la mujer como sínthoma de otro cuerpo: la mujer como sínthoma del cuerpo del hombre. Pero, si ese goce es singular, ¿cómo una mujer podrá ser sínthoma del cuerpo de un hombre?

Cuando un hombre elige como pareja una mujer adecuada a sus condiciones de goce, esa mujer asume para este hombre la condición de funcionar como su sínthoma. Les traigo un ejemplo clínico. Un hombre, que tenía fuertes dificultades para asegurarse su virilidad, se casó con una mujer que le permitía sustentar frente a ella una posición viril. Sin embargo, restaba una cuestión inquietante: el temor de que ella deseara tener un hijo suyo, ya que él no se sentía en condiciones subjetivas para sustentar una paternidad. Cuando la conoció, ella ya tenía un hijo con quien él estableció una relación de compañerismo, satisfactoria para ambos pero que no correspondía exactamente a una posición de paternidad. El sólo pudo apaciguar el tormento relativo al temor de la paternidad cuando su mujer hizo una menopausia precoz, antes de los 40 años. ¿De qué modo esta mujer es sínthoma del cuerpo de este hombre? En la subjetividad de ella tiene que haber algo, ya que sólo después de conocerla pasó a experimentar una posición viril en el campo del sexo y el amor, y se decidió a casarse. Y ella respondió de modo efectivamente acogedor, al encarnar en su propio cuerpo la marca del sínthoma de él, cuando la menopausia precoz instituyó en su cuerpo el impedimento a la paternidad.

De este modo, ellos establecieron una pareja muy bien fijada, de tal manera que podríamos decir que, en este caso, hay una relación sexual, como dice Lacan en el Seminario 23: “Allí donde hay relación (sexual) es en la medida en que hay sinthome, esto es, en que el otro sexo es soportado por el sinthome. Me permito afirmar que el sinthome es precisamente el sexo al que no pertenezco, es decir, una mujer”.

En un texto más antiguo, «La dirección de la cura y los principios de su poder», Lacan mencionó el ejemplo clínico de un paciente suyo que había presentado una impotencia frente a su amante y entonces “le propone que se acueste con otro hombre a ver qué pasa”. Esa misma noche ella tiene un sueño e inmediatamente se lo cuenta a él: “Ella tiene un falo, siente su forma bajo su ropa, lo cual no le impide tener también una vagina, ni mucho menos desear que ese falo se meta allí”. Lacan agrega: “Nuestro paciente, al oír tal, recupera ipsofacto sus capacidades y lo demuestra brillantemente a su comadre”. El inconsciente de la mujer produjo un sueño que funcionó para el hombre como una interpretación analítica reasegurándole su virilidad. Lacan señala, en ella, “la concordancia con los deseos del paciente, pero más aún con los postulados inconscientes que mantiene”. Al formular esta concordancia entre la mujer y los postulados inconscientes de los deseos del hombre, Lacan anticipaba lo que posteriormente formuló como mujer sínthoma del hombre.

Casados con el superyó

Hay otros casos de pareja sinthomática en los que se verifica una prevalencia de goce superyoico en la fijación del lazo. Algunos hombres buscan análisis subyugados por las quejas proferidas por su mujer, al punto de presentarse como culpables de todas las cosas de las que son acusados: se presentan alienados en el discurso de su mujer, sintiéndose siempre en deuda con ella, una deuda eterna, inextinguible, frente a la cual sólo él encuentra una posibilidad: torturarse. Uno de estos hombres, cuando se dio cuenta de las artimañas de su mujer para hacerlo sentir siempre culpable, y conociendo algunos términos psicoanalíticos, dijo: “Ahora sé que me casé con mi superyó”, nombrando así la vertiente sinthomática que su mujer encarnaba; él mantenía la convicción de su culpabilidad a pesar de ofrecerle a su mujer amor, sexo, fidelidad, los hijos que ella quería y su trabajo desmedido para aumentar el patrimonio para uso de ella. Este ejemplo clínico da noción del usufructo que la mujer extraía de la posición de sínthoma del hombre. Aunque tal usufructo puede cuestionarse desde una perspectiva ética, es también evidente que la culpabilidad cultivada en él era la condición para que se mantuviera la pareja. No siempre las mujeres se dan cuenta de la importancia que ellas tienen para el hombre en la condición de sínthoma.

Las mujeres, en su propia neurosis, pueden terminar encerrándose en el campo de la devastación. En ese mismo Seminario 23, Lacan dice: “Si una mujer es un sinthome para todo hombre, queda absolutamente claro que hay necesidad de encontrar un otro nombre para lo que el hombre es para una mujer (…) Se puede decir que el hombre es para una mujer todo lo que les guste, a saber, una aflicción peor que un sinthome (…) Incluso es un estrago”. El estrago es el gran tormento femenino en las neurosis, y lleva a la mujer a sentir, pensar y actuar contra su propio deseo de ser feliz en el amor.

En el estado de enamoramiento el estrago podrá advenir bajo el modo de un temor a sufrir, a perder el amor, a ser engañada, desvalorizada, temores superyoicos inconscientes sobre la sexualidad femenina. El estrago acaba produciendo un estado tan aprensivo que la estrategia utilizada por algunas mujeres para apaciguar ese tormento acaba siendo una trampa peligrosa. Muchas veces piensan que, para no perder el amor de su pareja, lo mejor sería convertirse en la Mujer que él desea, respondiendo a las demandas de él, a sus exigencias, y entregarse a ese servilismo de modo incondicional, otorgando a la mortificación su vida, sus posesiones, su ser, su cuerpo y su existencia.

Recibí en mi consultorio una mujer que no entendía por qué no había continuado su carrera universitaria en dirección al doctorado. Se presentó como feliz en su matrimonio, diciendo que había compañerismo y que las decisiones sobre la vida de la pareja eran siempre tomadas democráticamente en diálogos amistosos. El análisis le permitió constatar que esa versión sobre su casamiento, en la cual ella había creído hasta entonces, era una gran mentira. A través de la subjetivación de elementos hasta entonces inconscientes descubrió que los muebles y la decoración de su casa, que había decidido en conjunto con su marido, no correspondían en nada a su gusto, sino exclusivamente al gusto de él. Advirtió que los diálogos que mantenía con su marido eran sólo oportunidades para descubrir lo que él quería a fin de decidir conforme al deseo que ella suponía ser de él. Se dio cuenta de que no había hecho el doctorado para que su marido no se sintiera avergonzado con su propia carrera profesional, que ella consideraba mediocre. También se dio cuenta de que había engordado mucho para no sentirse bonita, intentando evitar el riesgo de desear y ser deseada por otros hombres. Un síntoma que la atormentaba y que había sido motivo de la demanda de análisis –despertaba en la madrugada sintiendo que estaba muriendo– mudó radicalmente: percibió que las reacciones corporales que experimentaba como preanuncio de muerte correspondían a intensos orgasmos, vividos en los sueños. Comenzó así a distanciarse del impulso de entregarse ciegamente a las demandas de su pareja, admitiendo para sí misma sus sueños y deseos olvidados, avanzando en la dirección de vivificar su cuerpo de mujer, antes mortificado por la devastación.

* Texto extraído del trabajo “Mujer, sínthoma del hombre”, que puede leerse completo en Virtualia, revista digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Nº 28, julio de 2014, Virtualia

Fuente: Página 12

 

Un nuevo amor, frente a la decadencia del amor

Entrevista a Mercedes de Francisco

De Francisco es miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, también es docente del Nuevo Centro de Estudios Psicoanalíticos (NUCEP).

-¿Hay un nuevo amor, propio del siglo XXI, o hay una nueva manera de vivir el amor? En cualquier caso, ¿cuál sería el rasgo diferencial de ese nuevo amor?

El diagnóstico que sociólogos, politólogos, filósofos hacen del siglo XXI, es que el amor ha perdido intensidad, se ha devaluado, está en decadencia y ello preocupa. Sin embargo, parece haber un acuerdo en considerar que el amor es parte fundamental de la vida para los seres hablantes. Freud afirmó que una civilización donde el amor pierde su valor, es una civilización en decadencia, y desde luego en este momento dichos signos no pueden ignorarse. Los estudios de campo que realiza la socióloga Eva Illouz le sirven para constatar los cambios en las costumbres amorosas y el impacto que la técnica está teniendo en ellas. Se buscan causas, donde se invoca a la psicología y al psicoanálisis como si se tratara de la misma cosa, y cuando hay una mención más específica (al psicoanálisis) se apela a los posfreudianos, dejando de lado el camino que abrió Jacques Lacan. Estos sociólogos oscilan entre la constatación de los hechos, la nostalgia por tiempos pasados y la dificultad para encontrar una salida frente a los efectos que está teniendo la tecnociencia sobre los cuerpos, el discurso y los afectos. Hace años comencé a interesarme por este nuevo amor que Lacan extrae del poema de (Arthur) Rimbaud, A una razón, y al que Jacques-Alain Miller alude en varios de sus cursos para mostrar cómo el amor es una suplencia frente a la imposibilidad de proporción sexual.
Es evidente que si sólo existiera esta imposibilidad y la respuesta de goce sinthomático que cada uno tiene, no podríamos hacer ningún tipo de lazo que hiciera posible la existencia. Lacan muestra que en todas las épocas el amor ha tenido la función de suplir esa imposibilidad, taponándola, olvidándola detrás de los velos fálicos de la significación. En el capitalismo salvaje que se basa en eliminar todo eco de lo imposible lo nuevo del amor será lacaniano. Un nuevo amor que hunda sus raíces en dicho imposible.

-El libro está ilustrado por cantidad de referencias a libros y a películas. Pero te nombro tres, más o menos nuevas, que quizá ayuden a pensar este nuevo aire de época: La gran belleza, de Paolo Sorrentino; Jeune et jolie, de Francois Ozon; y Don Jon, de Joseph Gordon-Levitt. No sé si la figura del varón aparece degradada. Pero creo que a la figura de la mujer, en los tres casos, se le supone un saber, pero un saber incognoscible. Si agregamos Nymphomaniac, de Lars von Trier, completamos un pequeño cuadro.

-Dejo de lado Nymphomaniac, que todavía no he visto, sólo se ha estrenado la primera parte en Madrid. La gran belleza y Jeune et jolie creo que son ejemplo de los momentos que estamos transitando y no considero que las mujeres salgan mejor paradas que los hombres. En la película de Sorrentino, que pinta la decadencia de una determinada clase social italiana, las mujeres están inmersas, como los hombres, en un mundo de banalidad y de goce cínico donde no se diferencian unos de otras. La voz del relato, que coincide con el protagonista, lo reconoce y avanza hacia su decrepitud. En este film, a mi parecer, la única mujer que tímidamente da signos de su feminidad es la criada. Desde luego, no entro aquí en consideraciones estéticas, aunque creo que Roma, con sus fuentes, plazas, puentes y palacios, o la monja mística que hace una clara alusión a la madre Teresa de Calcuta, ni siquiera sirven como antídoto o barrera a una decadencia fútil y obscena.
Algo distinta es Don Jon. Sin ser una película pretenciosa, con ese tono de comedia al uso… parece tratar con bastante inteligencia las dos posiciones solipsistas, tanto la del protagonista, Jon, con su adicción a la pornografía, como la que interpreta Scarlett Johansson, y su adicción a la idea de un novio hecho a su imagen y semejanza. Bajo la apariencia de que el encuentro se torne significativo, ella esconde su afán de dominarlo en cada una de las facetas de su vida. Amigos, familia, sexualidad, hobbies, todo tiene que quedar sometido a la mirada de esta aparente mujer.
Diré, con cierta ironía, que gracias a que descubre el historial de visitas a páginas porno, y por eso rompe con él, Jon logra liberarse. Me gustaría señalar el papel que cumple su hermana, que en todas las escenas familiares, incluso en la iglesia, está presente, siempre absorta en su iPhone; sin embargo, es la única que ha sabido apreciar el tipo de mujer que era Scarlett Johansson. Y es gracias al encuentro con una mujer, Julianne Moore, que se abre para Jon la posibilidad de amar, de hacer el amor y asumir una posición masculina que nada le debe a la versión edípica. Jon nos dirá que cuando está con ella, lo demás se esfuma y entonces él puede perderse, sentir el encuentro como real. Y el porno queda atrás no por obligaciones maritales o indicaciones terapéuticas sino por el encuentro con una mujer.

-La prostitución a la que se entrega la protagonista de Ozon, ¿tiene alguna relación con la clandestinidad a la que hacés referencia en uno de los capítulos del libro?

-En el capítulo amores clandestinos hago una distinción entre el secreto y lo clandestino como atributo del amor. Justamente, la protagonista de Jeune et jolie lleve en secreto sus prácticas en el mundo de la prostitución, que es lo que más se aleja a lo que trabajé como lo clandestino. En esta película, a mi entender, se trata del encuentro con el otro sexo de una joven de 17 años. Su primera relación está marcada porque el varón va a lo suyo, y lo que ella repite cada vez que se cita con sus clientes a través de su iPhone, es eso. ¿Qué mejor que la prostitución para encontrar este va a lo suyo del macho, una y otra vez?… con la salvedad de que en estas citas ellos pagarán y cuanto más, mejor. Es con la aparición de la contingencia dramática que su embrollo, fundamentalmente edípico, de rivalidad con la madre saldrá a la luz. Pero para tener algún atisbo de lo clandestino, hay que amar, esta joven no ama. Por eso su personaje es tan actual, no por su experiencia como prostituta. Su desapego, incluso ese estilo algo cínico y provocador en sus lazos familiares y de pareja, trae ecos de la actualidad. Cuando surge la chispa del encuentro amoroso, sentimos, por un lado, una certeza y por otro, un desconocimiento de las razones que nos llevan a elegir a esa persona. Lo desconocido para nosotros lo nombré clandestino, tomándolo de una novela de Philippe Sollers.

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-Pregunto eso porque paradójicamente, cuando esa práctica se extiende (pienso también en la película donde Juliette Binoche hace de una periodista que cede a la tentación), también se extiende la violencia de género -esto es, la impotencia masculina.

-Son varias las cuestiones que planteás en esta pregunta. Es evidente que la prostitución es algo que atraviesa las épocas. Y la mal llamada violencia de género, pues hablamos violencia contra la mujer, no es un fenómeno nuevo. Los maltratos por parte de los hombres en las relaciones de pareja han existido en épocas pasadas, incluso estaban legalizadas pues la mujer era una pertenencia del marido o del padre. El momento donde matrimonio y amor, que estaban separados, se unieron, afectó a la institución familiar que se vio zarandeada por los avatares del amor. A mitad del siglo XX, el avance del control de la natalidad unido a los derechos conseguidos con el voto y en el trabajo, supuso un vuelco definitivo. Este cambio ha sido incomparable respecto a los anteriores. Considerar a la mujer como un ser en pie de igualdad con el hombre desde el punto de vista civil, filosófico y espiritual, es algo inédito. Hasta el siglo XX -y no debe ser casual que nazca en este siglo el psicoanálisis-, las diferencias anatómicas, psicológicas, etcétera, entre hombres y mujeres, servían para justificar la no igualdad de derechos civiles, políticos, laborales.
Y ahora que se sigue luchando por la igualdad, se está corriendo el riesgo de querer borrar estas diferencias. Las igualdades innegables de los derechos humanos no pueden subsumir las diferencias subjetivas y tampoco la diferencia que introduce en el mundo el cuerpo de la mujer. Muchos movimientos feministas critican al psicoanálisis porque consideran que nuestra insistencia en no soslayar esta diferencia sexuada, implicaría un tratamiento discriminatorio. Nada más lejos de nuestros planteos, sobre todo desde la perspectiva de Lacan, que en su retorno a Freud subvirtió la consideración de lo femenino. Posiciones conservadoras y progresistas en el capitalismo actual promueven una homogeneización de los sujetos, que tiende a borrar la diferencia existencial y la posición sexuada de cada uno. Lo homogéneo, lo idéntico, aunque pueda creerse que llevará a algo armónico, lo que genera es un aumento de la agresividad y de la violencia en los vínculos.
Esta violencia está ligada con la diferencia de sexos. Se trata de cómo asume cada sujeto su posición sexuada, y cómo se las arregla con la alteridad que representa una mujer. Frente a la incapacidad de amar esa alteridad que supone el cuerpo de la mujer, el hombre está tentado a violarlo, degradarlo, humillarlo, en un intento desesperado de hacerlo todo suyo, como lo expresa Marguerite Duras en El mal de la muerte. Pero la relación con esa diferencia es problemática para hombres y mujeres. No hay un saber ni una técnica que diga cómo afrontar lo traumático de la sexualidad. Ni un modelo para saber cómo ser hombre o mujer.
El goce, en el hombre, está referido al órgano que porta, su condición de amor es fetichista, parcializada, metonímica. Y en la mujer (su condición) es erotómana, su amor depende del signo del Otro. Para la mujer, su satisfacción, su goce sexual pasa por el amor. Las diferentes formas de goce sexual implican una imposibilidad irreductible, que solamente puede ser tratada por la vía del amor. Pero si este amor no tiene en el horizonte esta diferencia con la imposibilidad, si no está advertido, la guerra de los sexos pasará a la escena.

Sabrás corregirme. ¿Cómo pensar al amor cortés, incluso al amor en la época que Lacan habla de Antígona y más tarde, durante mayo del 68, frente a estos nuevos fenómenos?

-La historia deja sedimentos simbólicos, vigentes en el presente. Somos platónicos, aristotélicos, ocurre lo mismo con el amor. Sobre el Banquete de Platón, Lacan hace un análisis de gran finura, muestra esto mismo. En el seminario sobre la psicosis, dice que el amor cortés sigue teniendo vigencia a través de la sala oscura del cine. La nouvelle vague que tiene a Françoise Sagan y a Bonjour tristesse, de 1954, como un exponente, a través de la relación de una joven y su padre, muestra el declive de la posición viril, a la vez que el nudo rígido de la histérica, de enorme vigencia. Encontramos a hombres y mujeres desorientados frente a lo femenino. Si en los hombres esto es una impotencia cuya consecuencia en la vida sentimental actual se nombra fobia al compromiso, en las mujeres encontramos la deriva hacer de hombre. Hombres y mujeres, cómplices del capitalismo que llama a la erradicación de lo imposible, con el apoyo de la evaluación y del conductismo.
El amor se aleja de la poesía, de su intensidad y valor como tratamiento de lo imposible, se transforma en una mercancía más, a la cual se aplican un sinnúmero de técnicas. Existen ya aplicaciones para el iPhone que evaluarán nuestras relaciones sexuales, o un sujetador con un mecanismo que solamente se abre cuando se trata de un amor verdadero, es la forma que en la actualidad se instala la medida fálica por medio del objeto técnico y su anudamiento con la neurociencia.
Si consideramos la definición de Lacan de lo real como lo imposible de escribir, los nuevos desórdenes de lo real que padecemos tienen que ver con el afán de aniquilar la imposibilidad. Y si el amor es la suplencia de esta imposibilidad, es en ese campo donde se experimentan desórdenes inéditos. La intervención del capitalismo en su maridaje con la ciencia sobre el campo de la sexualidad genera enorme dividendos, pornografía, prostitución, estética. ¿Cuál será el futuro de los seres hablantes si no contamos con lo imposible y con el amor como su suplencia?

(2014)


Fuente: Télam