“Las guerras actuales, como las del porvenir, son guerras civiles”

Entrevista a Marie-Hélène Brousse

En El psicoanálisis a prueba de la guerra, la psicoanalista francesa Marie-Hélène Brousse -y una serie de antologados- introduce algunas ideas inquietantes, heredadas y trabajadas a partir de los textos de Freud pero más específicamente de Jacques Lacan, entre las que se destaca la que asegura que (como efecto de la mundialización) las guerras contemporáneas no son más que variaciones de una guerra civil permanente.

Por Pablo E. Chacón

El libro, publicado por la editorial Tres Haches, tiene un posfacio de Eric Laurent, y está compuesto por textos de Yolanda Arciniega, Laura Caneda, Gil Caroz, Angela González Delgado, Francis Ratier, Antoni Vicens, Jacques-Alain Miller y Gerard Wacjman, entre otros.
Brousse también es Doctora en Psicoanálisis, profesora en la Universidad de País VIII y agregada en Filosofía. Además, es miembro de la Escuela de la Causa Freudiana (ECF) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).

Seguramente usted conoce el texto de André Glucksman, El discurso de la guerra. ¿Cómo pensar ese libro, desde una orientación lacaniana, treinta y pico de años luego de haber sido escrito?

-Sin comentarios.

-Si la civilización es un dique contra la guerra, en contraposición, la pulsión de muerte trabaja contra la civilización. Esta suerte de aporía, ¿conoce algún estado de equivalencia?

-La tesis que el libro desarrolla va precisamente en contra de ese lugar común. La guerra es un logro de la civilización. No hay guerra sin discurso, sin lenguaje, sin  palabras. La guerra no es la lucha que organiza la vida animal, que es la lucha organizada por la dimensión de lo imaginario. No hay ninguna guerra humana sin la dimensión de lo simbólico, sea bajo la forma de los ideales o de los saberes. La pulsión de muerte es la civilización. En Lacan, la teoría de la pulsión permite demostrarlo claramente. La guerra es una actividad que jamás se detuvo, empezó con los primeros grupos humanos, sin discontinuidad hasta hoy. Sus formas cambiaron con el avance de los saberes técnicos y desde el siglo XVI, con los saberes científicos; también, de acuerdo al discurso del amo, a sus variaciones. Estos saberes no sólo estuvieron ligados a las guerras, pero nacieron de ellas. El discurso del amo siempre implica un empuje a ir más allá de la vida. Al menos, Lacan lee así la dialéctica del amo y el esclavo en Hegel.

-La paz es un delirio, dice alguno de sus antologados, haciéndose eco de Freud. El estado de excepción permanente, que viene de Schmitt, y pasa por Agamben, ¿es una de las mutaciones de nuestra época, o esa supuesta mutación es una ilusión que la época he vuelto más notoria?

-El texto clínico de referencia para sostener esta proposición -provocadora- es el escrito de Freud sobre el Presidente Wilson, en el cual su diagnóstico es muy claro. Podríamos decir también que la paz es un sueño, un ideal, algo que no existe en ningún lazo social.

-En el libro, el discurso del capital, como el de la guerra, parecen producir un mundo sin afuera, dónde casi todas las relaciones sociales son susceptibles de convertirse en luchas a muerte, sordas o explosivas. ¿Esto es así? ¿Desde cuándo es así? Pierre Clastres también habla de la violencia en las sociedades sin Estado. 

-Su pregunta hace un paralelo entre el discurso de la guerra y el discurso del capitalismo. Yo no creo que se puedan clasificar de la misma manera, en una misma categoría: la del discurso. Hay un discurso capitalista en el sentido lacaniano, preciso, del término discurso. Pero no hay un discurso de la guerra en este mismo sentido. La guerra no tiene un discurso propio. Siempre viene aparejada con un discurso dado, es decir, una forma del lazo social que la determina en las distintas formas que toma en función del período en la cual aparece.

-Como sea, ¿qué es lo que puede introducir el psicoanálisis de orientación lacaniana cuando las garantías del Otro no existen y cuando la masa -que ya no parece la de Freud, tampoco la de Canetti- se sigue estrellando en guerras soterradas o manejadas desde distintos gadgets, ninguno de los cuales respeta, no ya las fronteras sino los protocolos de convivencia internacional?

-La ruptura que señala  Lacan es la del desvanecimiento del Nombre del Padre, su fragmentación. La forma moderna de la guerra no es solamente una adecuación a las novedades introducidas por las tecnociencias. Lo nuevo es que las guerras actuales, como las del porvenir, son guerras civiles: como lo enfatiza Lacan en la Nota sobre el Padre,  el universalismo del Uno se debilita frente a la multiplicación de los límites, barreras, fronteras, cada vez más independientes de los territorios nacionales. Hasta producir nuevas  formas estratégicas  de la guerra que implican una definición del espacio como interpretación.

-En su opinión, ¿es posible un sistema financiero global, extorsivo, asesino, sin las recaudaciones millonarias o más que entran al mismo por medio de la industria de las drogas legales e ilegales y de la exclusión de bienes y servicios de una parte de la humanidad que queda afuera o bien se reformatea hacia el fundamentalismo?

-También sobre este punto Lacan dijo lo que está pasando hoy. Se ha abierto un período confuso donde la mayoría de las ciencias produce un real sin sentido, y son las religiones las que proponen sentidos. Es imprescindible releer el artículo de la entrevista dada por Lacan en 1974 titulado por Jacques-Alain Miller El triunfo de la religión. Y sin olvidar que estas nuevas formas, integristas, de las religiones monoteístas, no operan a partir del Nombre del Padre sino del superyó como modo único de identificación. En el texto, fundamental, de 1946, sobre la psiquiatría inglesa y la guerra, Lacan lo anuncia. El período actual de reorganización del mundo a partir del dominio del número en lugar del Nombre, implica una progresiva caída del poder de los estados frente a las empresas multinacionales  y la mutación del lazo social: del orden de la ley pasamos al orden de la función. Las guerras modernas lo demuestran.

(2015)


Fuente: Télam

La civilización como fracaso: foto sin shop

Gustavo Dessal

En un texto escrito especialmente para la agencia Télam, el escritor y psicoanalista argentino Gustavo Dessal, radicado en España desde 1982, reflexiona sobre algunos efectos de la cultura de la imagen, cuando en nuestras sociedades, huérfanas del sentido de la tragedia, se enfrentan, sin desear, menos a la brutalidad del dolor que a una “ignorancia” que lo promueve y promociona, y que lo hace circular como valor de cambio y de uso.
Por Pablo E. Chacón

Aylan Kurdi, de tres años, muerto en la playa de Bodrum
Ayer era solo la imagen de un niño sirio de tres años, pero hoy sabemos su nombre. Se llamaba Aylan. En el naufragio, a su padre se le escapó de las manos, y de esas manos se escapó la vida del niño y también la del padre, a quien más le habría valido morir en vez de convertirse en el espectro de un superviviente. No cualquier muerte es el límite absoluto: Lacan sugirió que es la de un hijo. La varia boca del mar, que es infinita, tuvo al menos la piedad de devolverlo intacto, con su ropa compuesta, su mejilla apoyada sobre la arena blanda, como si durmiese. Los hombres no tuvieron esa compasión.

Desde el ángulo que esa foto fue tomada, casi no vemos el rostro de Aylan. Vemos, en primer plano, las suelas de sus zapatillas. La crónica del mundo se escribe en los libros, y también en las suelas de unas zapatillas, solo que esta vez el relato se interrumpió demasiado pronto. No sin razón Borges calificó de universal la historia de la infamia: porque no conocemos la fecha de su inicio, pero estamos seguros de su eternidad. Todos los días se añade una página, del mismo modo que todos los días mueren miles de niños y nos hundimos un palmo más en la ignominia.

Continuando con el repaso del espanto, leo que los medios de prensa discuten sobre la conveniencia o no de publicar la foto. Notable y docto debate, en una época donde la obscenidad de la imagen se ha convertido en un valor sagrado. La prensa del país que hace unos meses se partía el pecho por la defensa de la libertad de expresión, ayer manifestó contención y pudor en sus portadas. El argumento es compartido por muchos: no comerciar con el dolor. Por supuesto. ¿Por qué dar especial relieve a esta tragedia cuando centenares se suceden diariamente sin que una foto las registre? Tal vez exista una objeción válida a este atendible argumento. Porque de tanto en tanto necesitamos un uno. No el Uno de la unificación, el de la totalidad, o el de la globalización, sino el uno que podemos extraer de un conjunto. Desgraciadamente, una montaña de cadáveres, una sucesión interminable de horrores, acaba por reactivar la función más primaria de los sentidos: la función de no querer saber. ¿Acaso no es eso lo que Lacan enseñaba cuando solía recordar las palabras del Eclesiastés: Tienen ojos para no ver, oídos para no escuchar? Por eso hemos necesitado la foto del niño judío con los brazos en alto, detenido junto a su familia por las SS, y también la foto de Kim Phuc, la niña vietnamita de nueve años que corre desnuda quemada por el napalm, esa foto que abrasó la conciencia de una buena parte del pueblo estadounidense. Hemos necesitado esas fotos -y otras tantas- porque tienen la propiedad de desencadenar un efecto de identificación, sin el cual el otro es solo un número vacío, invisible en la contabilidad de las víctimas, o el espejo negro de lo peor de nosotros mismos, que nos obliga a apartar la mirada.

Kim Phuc
«Napalm girl» de Nick Ut, 1972

Freud refundó la condición humana, y la situó en el sorprendente espacio de la infancia. Si Shakespeare inventó al ser humano, según la famosa y provocadora afirmación de Harold Bloom, Freud inventó al niño. La infancia freudiana no es un período evolutivo. Es la subjetividad misma que perdura inalterable a lo largo de la vida, suspendida por siempre del hilo del desamparo radical. Aylan es el retrato de una derrota, la fotografía de la civilización como fracaso irremediable, el que se muestra cuando lo real hace trizas el velo ilusorio del progreso. Lacan advirtió que el hombre ha perdido el sentido de la tragedia. En su lugar, es la tragedia del sentido lo que se apodera de la colectividad humana. Que actualmente el sentido haya alcanzado su nivel crítico en el fratricidio islámico, es un avatar histórico: los otros monoteísmos también aportarán su veneno, como siempre han sabido hacerlo.

Por fortuna, la hipocresía no ha llegado esta vez a la playa turca, y no veremos una nueva foto de los mandatarios europeos desfilando tomados del brazo mientras una multitud de imbéciles aplaude embargada de emoción y patriotismo a los defensores de la libertad. Esa otra foto, que bien podría ser la cubierta del catálogo de la Europa teratológica, ha servido para una cosa distinta: recordarnos que existen distintas calidades de víctimas y de muertos, que hay crímenes que ofenden a la Humanidad, y masacres que en cambio se consideran actos de legítima defensa.

Como tantos otros, Aylan no ha podido cumplir el sueño de alcanzar la Tierra Prometida. ¡Qué mueca grotesca de la Historia! Hoy el Paraíso tiene su sede central en Alemania.

 

(2015)

Fuente: Télam

Racismo 2.0

Éric Laurent

eric8
“Los debates recientes que han tenido lugar alrededor de la interdicción del espectáculo de Dieudonné hacen resonar de manera muy actual una de las anticipaciones lacanianas sobre la función del psicoanálisis en la civilización. Las últimas palabras del seminario 19, en junio de 1972, apuntan precisamente sobre nuestro porvenir. La salida de la civilización patriarcal le parecía (a Lacan) entonces superada. De la época post-68 zumban aún palabras sobre el fin del poder de los padres y el advenimiento de una sociedad de hermanos, acompañadas del hedonismo feliz de una nueva religión del cuerpo.
Lacan arruina un poco la fiesta añadiendo una consecuencia que entonces no se advertía: Cuando regresamos a la raíz del cuerpo, si revalorizamos la palabra hermano, […] sabed que lo que asciende, que aún no se ha visto hasta sus últimas consecuencias, y que, este, se enraíza en el cuerpo, en la fraternidad del cuerpo, es el racismo. La idolatría del cuerpo tiene consecuencias totalmente distintas que el hedonismo narcisista al cual algunos creían poder limitar esta religión del cuerpo. Anuncian en la modernidad otras figuras de la religión que aquellas de las religiones seculares, como se expresaba Raymond Aron, quien marcaba la época y que suministraba, según él, el opio de los intelectuales.
“En el mismo momento en que Lacan preveía el ascenso del racismo, subrayado con insistencia desde 1967 a 1970, la atmósfera era de regocijo ante la perspectiva de integración de las naciones en conjuntos más vastos que lo que los mercados comunes autorizaban. Se estaba entonces, más que hoy, por Europa. Lacan acentúa esta consecuencia inesperada con una precisión que, en la época, sorprendió. Interrogando a Lacan en Télévision en 1973, Jacques-Alain Miller se hacía eco de esta sorpresa y valorizaba la importancia de esta tesis. ¿De dónde saca usted, por otra parte, la seguridad para profetizar el ascenso del racismo? ¿Y por qué diablos lo dice? Lacan respondía: Porque no me parece divertido y porque sin embargo, es verdad. En el extravío de nuestro goce, solo el Otro lo sitúa, pero es en la medida en que estamos separados de él. De ahí unos fantasmas, inéditos, cuando no nos mezclábamos.
“La lógica desarrollada por Lacan es la siguiente. No sabemos lo que es el goce con el que nos podríamos orientar. Sólo sabemos rechazar el goce del otro. Por el hecho de mezclarse, Lacan denuncia el doble movimiento del colonialismo y de la voluntad de normalizar el goce del que es desplazado en nombre de su así llamado bien. Dejar a ese Otro en su modo de goce, es lo que solo podría hacerse si no le impusiéramos el nuestro, si no lo considerásemos un subdesarrollado[…] ¿Cómo esperar que prosiga aquella humanitería (humanitairie) de cumplido con la que se revestían nuestras exacciones? No es el choque de las civilizaciones, sino el choque de los goces. Esos goces múltiples fragmentan el lazo social, de ahí la tentación del llamado a un Dios unificante.
“Lacan anuncia ahí también algo: el retorno de los fundamentalismos religiosos. Dios, al recuperar con ello fuerza, acabaría por ex-sistir, eso no presagia nada mejor que un retorno de su pasado funesto. En sus palabras sobre la lógica del racismo, Lacan toma en cuenta la variación de formas del objeto rechazado, sus formas distintivas que van del antisemitismo de antes de la guerra, que conduce al racismo nazi, al racismo postcolonial para con los inmigrantes. El racismo, en efecto, cambia sus objetos a medida que las formas sociales se modifican, pero según la perspectiva de Lacan, siempre yace en una comunidad humana el rechazo de un goce inasimilable, resorte de una barbarie posible.Banksy Aves racistas
“Lacan evoca este problema del racismo en su Proposition du 9 octubre 1967 sur le psychanalyste de L’École y en su Allocution sur les psychoses de l’enfant, durante ese mismo año. En la  Proposition…, evoca lo que el racismo nazi tenía, en su barbarie, de precursor: “Abreviemos diciendo que lo que vimos emerger, para nuestro horror, representa la reacción de precursores en relación con lo que se irá desarrollando como consecuencias del reordenamiento de los agrupamientos sociales por la ciencia y especialmente, de la universalización que esta introduce en ellas. Nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su contrapeso en la expansión cada vez más dura de los procesos de segregación. Y en la Allocution precisa el nudo entre la posición del psicoanalista y el movimiento de la civilización: Cómo nosotros, quiero decir los psicoanalistas, vamos a responder a eso: la segregación puesta a la orden del día por una subversión sin precedentes.
“En realidad, la lógica por la que Lacan construye un conjunto humano es para saber operar una torsión sobre las Psicología de masas freudiana. En 1921, después de haber formulado la segunda tópica, Freud vuelve a tomar la cuestión del destino pulsional a partir del modo de identificación que rige la vida psíquica: Y en total oposición a lo que es habitual, nuestra indagación no escogerá como punto de partida una formación de masa relativamente simple, sino masas de alto grado de organización, duraderas, artificiales. Los ejemplos más interesantes de tales formaciones son la Iglesia -la comunidad de los creyentes- y el ejército.… Las masas con conductor son las más originarias y completas, y si en las otras el conductor puede ser sustituido por una idea, algo abstracto, respecto de lo cual las masas religiosas, con su jefatura invisible, constituirían la transición; si ese sustituto podría ser proporcionado por una tendencia compartida, un deseo del que una multitud pudiera participar {…} El odio a determinada persona o institución podría producir igual efecto unitivo. Para Freud, el odio y el rechazo racista se unen, pero quedan conectados al líder que toma el lugar del padre o, más exactamente, del asesinato del padre. Lo ilimitado de la exigencia subsiste en la masa y el establecimiento del lazo social queda fundado sobre el asentamiento pulsional de la identificación. La masa estable conlleva el mismo principio ilimitado liberado para la masa primaria. Freud puede así dar cuenta del ejército como masa organizada y del poder de matanza salvaje que lo acompaña. El odio común puede unificar una masa, ella queda ligada a una identificación segregativa con el líder.
“Para construir la lógica del lazo social, Lacan, en cambio, no parte de la identificación con el líder, sino de un primer rechazo pulsional. Su tiempo lógico acaba en proponer para toda formación humana tres tiempos lógicos según los cuales se articulan el sujeto y el Otro social:
1) Un hombre sabe lo que no es un hombre; 2) Los hombres se reconocen entre ellos; 3) Afirmo ser un hombre, por temor de ser convencido por los hombres de que no soy un hombre.

“Esos tiempos no parten de un saber sobre lo que es un hombre después de un proceso de identificación, sino que parten de lo que no es un hombre -un hombre sabe lo que no es un hombre. Eso no dice nada sobre lo que es un hombre. Luego, los hombres se reconocen entre ellos por ser hombres: no saben lo que hacen pero se reconocen entre ellos. Por último, afirmo ser un hombre. Allí está la cuestión de la afirmación o la decisión junto a la función de la prisa, la función de la angustia -del miedo de ser convencido por los hombres de no ser un hombre.
“Esta lógica colectiva está fundada sobre la amenaza de un rechazo primordial, de una forma de racismo: un hombre sabe lo que no es un hombre. Y es una cuestión de goce. No es un hombre aquel al que rechazo como teniendo un goce distinto del mío. Movimiento que da la forma lógica de toda asimilación ‘humana’, en la medida en que, precisamente, se formula como asimiladora de una barbarie, y que, sin embargo, reserva la determinación esencial del ‘yo’…
“Cuando Lacan escribió este texto, la barbarie nazi estaba próxima. Comenzó por tomar con pinzas al judío como el que no goza como el ario: un hombre no es un hombre porque no goza como yo. A la inversa se puede subrayar que si los hombres no saben cuál es la naturaleza de su goce, los hombres saben lo que es la barbarie. A partir de allí, los hombres se reconocen entre sí, casi sin saber cómo. Y después, subjetivamente, uno por uno, precipito. Me afirmo como hombre, por temor a ser denunciado por no ser un hombre. Esta lógica va a anudar al conjunto, a partir de una ausencia de definición del ser-un-hombre, el yo que se afirma y el conjunto de los hombres que cortocircuitan al líder.
“Esta forma lógica va a ser proseguida a lo largo de la obra de Lacan. Estará complicada por la teoría del deseo y la teoría del goce, pero va a funcionar en la lógica del pase. La lógica de la constitución de la colectividad psicoanalítica será abordada según la misma lógica anti-identificatoria o más exactamente de identificaciones no segregativas, como las ha llamado Jacques-Alain Miller en su Teoría de Turín:
1) Un psicoanalista sabe lo que no es un psicoanalista -esto no dice de ningún modo que el psicoanalista sepa lo que es un psicoanalista.
2) Los psicoanalistas se reconocen entre ellos para ser psicoanalistas -es lo que demandamos en la experiencia del pase, que un cartel reconozca: este es de los nuestros.
3) Para presentarse al pase, el sujeto debe afirmarse, decidir ser psicoanalista por temor de ser convencido por los otros psicoanalistas de no ser un psicoanalista.

“Si Lacan insistió sobre esta dimensión del racismo es para subrayar que todo conjunto humano conlleva en su fondo un goce extraviado, un no saber sobre el goce que correspondería a una identificación. El psicoanalista es simplemente aquel que debe saber para constituir la comunidad de aquellos que se reconocen como psicoanalistas
“El goce en juego en el discurso racista desconoce esta lógica. El crimen fundador no es el asesinato del padre, sino la voluntad de asesinato de lo que encarna el goce que yo rechazo. El antirracismo reinventa para seguir las nuevas formas del objeto del racismo, deformándose a medida que se manipulan las formaciones sociales. Sin embargo, nuestra historia valoriza especialmente, en los modos del racismo, el lugar central del antisemitismo, a la vez precursor y horizonte. Bernard-Henri Lévy: «El antisemitismo tiene una historia. Tomó, en el curso de los años, formas diferentes pero que corresponden, cada vez, a lo que el espíritu de los tiempos podía o quería entender. Y creo que, por razones de las que en detalle es imposible retomar aquí, solo el antisemitismo es susceptible de ‘avanzar’, el único capaz de abusar y de movilizar, como lo hizo en otras épocas, un gran número de mujeres y de hombres; el que podría anudar el triple hilo del antisionismo (los judíos sostenes de un Israel asesino), el negacionismo (un pueblo sin escrúpulos, capaz, para llegar a sus fines, de instrumentalizar el martirio de los suyos), y la concurrencia de las víctimas (la memoria de la shoah funcionando como pantalla que esconde las otras masacres del planeta). Y bien, Dieudonné estaba operando la conjunción de esos tres hilos. La respuesta que le dirige Nicolás Bedos abre una pregunta, sobre el estatuto de lo cómico y de poner el estómago en nuestra civilización del individualismo de masa democrático. No es suficiente con poner el estómago. Es necesario poner las vísceras para hacerse entender. Consecuencia inesperada: la televisión se vuelve un medio cada vez menos suave, y todos se acercan a la violencia de Internet”.

Banksy (2014)

Fuente: Télam

“Freud lamentaba que la cultura no lograra su obra civilizatoria”

Guy Briole

 

 

 -Si las formas actuales de la guerra han sufrido una mutación inmensa, una de las características, creo, es que pocas veces se declaran. Como sea, ¿cuáles serían las mutaciones más notables de esas formas desde la segunda guerra mundial, y de esas mutaciones, cuáles se registran en la clínica?

-Usted se refiere a mutaciones inmensas. Tiene razón, pero si hay una cosa que no ha cambiado es que la guerra se hace siempre con los cuerpos reales, cualesquiera sean lo medios utilizados, pasados o actuales. Lo que ha cambiado es que las guerras ya no son mundiales: es el mundo el que está en guerra por todas partes. Sin discontinuidad, está recorrido por una contaminación de la onda que se pretende purificadora y salvadora, y que se propaga acentuando cada vez mas lo religioso, el rasgo racial, la diferencia de pertenencias.
Las guerras ya no tienen nombre. Se elimina en beneficio de operaciones que no apuntan a restablecer la paz o a considerarla en un marco legal renovado, sino que apuntan a la destrucción total del enemigo, designado a partir de pequeñas diferencias. Es decir, las cosas se desarrollan según una lógica genocida: segregación a partir del rasgo distintivo, luego designación y reagrupamiento, y eliminación sistemática. Se procede mediante pequeñas obras. Cuando una se acaba, se transporta la moral purificadora a otra parte. Ya nada limita el imaginario cuyo desbordamiento se agrava debido a la potencia unilateral de los armamentos y de la referencia a la conciencia moral.
Esta deriva, que en cierto modo, no ha dejado de acentuarse desde el fin de la segunda guerra mundial, fue señalada por Lacan como ligada a una disolución del sentido moral.

-Según entiendo, las guerras contemporáneas se desarrollan en diversos frentes: computadoras, drones, ejércitos irregulares, virus informáticos, narcotráfico, delincuencia interna, migraciones masivas, inseguridad: todos contra todos y de tanto en tanto algún desastre (Chernobyl, ISIS, etcétera). En ese escenario, ¿con qué cultura sobrevive el sujeto?

La guerra no es una cultura. Ataca toda forma de cultura. Ninguna cultura la transmite, porque la guerra las devasta a todas. Lleva su violencia al seno de todas las culturas, de forma brutal e insidiosa, destruyendo lo que hace lazo social entre los hombres: desde un estado, hasta lo más íntimo de una familia.
La guerra afecta ante todo a los hombres que la hacen, los que la sufren. Es para todos. Para el cibercombatiente como para el que emplea un machete, siempre se trata de eliminar al otro. Cualquiera sea la tecnología, la violencia sigue siendo la misma, y no son los deslizamientos semánticos hacia una terminología médico-quirúrgica los que podrán vendar las heridas abiertas por las atrocidades de la guerra. La expresión moderna golpes quirúrgicos evoca la extirpación de un mal alojado en el corazón de una sociedad, a la que se quiere devolver la salud y la libertad. Sin embargo, el sujeto se siente afectado por ese mal alojado dentro suyo, que le hizo decir a Freud en su carta a Einstein (¿Por qué la guerra?) que los hombres no cesarán de desencadenar la violencia en la relación con sus semejantes.
Freud lamentaba también que la cultura no lograra su obra civilizatoria. Por lo tanto, imagínese lo que sería el mundo si existiese una cultura de la guerra. Es una expresión muy aproximativa que no conservaría. Así, se trata menos de todos contra todos que del uno por uno que hay que separar de la masa.

-Las tecnociencias, ¿han pasado por encima las leyes, los convenios internacionales? En ese sentido, los dispositivos periodísticos y sus intereses, ¿no forman parte también del problema?

-Usted evoca las leyes, las convenciones internacionales, la ciencia, las tecnociencias. Tengamos presente, de manera viva, la Shoah e Hiroshima. El exterminio es de masa. La ciencia participa en ello, pero su participación está encarnada por hombres que la emplean para hacer desaparecer a otros. Es el punto ineludible. Después de eso, ya nada es igual. El mundo deriva, y ya no son los nombres, ni los motivos que se dan a los conflictos -guerra fría, de liberación, preventiva, religiosa, étnica, etc.- lo que valen como amarras.
Los hombres tienen una fe en la ciencia que puede inquietar, especialmente cuando se trata de la guerra y la historia de los pueblos. La obsesión es el borramiento. La incomodidad provocada por el descubrimiento del inconsciente es tal que desde los comienzos del siglo XX, la memoria sigue obsesionando a los investigadores y la perspectiva localizadora anima cada vez más a los científicos del cerebro. En el primer número de Scilicet, revista creada por Lacan en 1968, encontramos el informe de un debate científico cuyo contenido muestra un objetivo claro: borrar la memoria. El profesor Henri Laborit, entre otros, soñaba ya con la droga última que lograría borrar en el individuo su pasado, que no es otra cosa -según él- que inscripción, trazos en las proteínas y  ácidos nucleicos del cerebro. La ciencia ha progresado desde entonces, pero en el fondo siguen siendo las mismas cuestiones candentes que retornan hoy día, en que la historia sigue estorbando al hombre: ¿qué hacer con el pasado?, ¿cómo deshacerse de él? Eso empuja a los que toman decisiones, los científicos, los psi, a realizar miles de contorsiones para intentar quitar la incomodidad de la transferencia, la del psicoanálisis, que respecto del pasado no procura liquidarlo sino llevarlo a una ética del bien decir.

-El suicida, el adicto, alcohólico, otaku, etcétera, ¿libra una guerra, quizá perdida de antemano?

-Para hablar claro, conservemos el verdadero sentido de la palabra y no le demos una acepción edulcorada que pueda calificar a cualquier cosa como guerra. Por supuesto, cada uno según su historia, sus propias dificultades, sus malos encuentros, tiene que llevar a cabo su lucha. Empezando por la cotidiana, que no es poca, contra los efectos negativos que ejerce la propia neurosis sobre el deseo. Cada sujeto puede encontrar, en la serie que usted evoca, una respuesta. También puede ocurrir que esos sujetos encuentren la vía del psicoanálisis, que no es la de la esperanza, sino un camino arduo que nos enfrenta a nuestra propia verdad. Allí no se trata de una guerra sino de comprometerse, batirse, luchar, abrir los conflictos reprimidos, etc. En suma: orientarse hacia un acto más conforme con una ética de vida.

-Las neurosis de angustia (el panic attack, hoy un trastorno, según el DSM), ¿por qué razón se ha vuelto un fenómeno tan habitual en las urgencias?

-¡La neurosis de angustia, dice usted! Es notable percibirlo: el progreso de la ciencia no hace evolucionar el pensamiento, al menos el de los psiquiatras exclusivamente ocupados con la ciencia. La neurosis de angustia fue descrita por Freud de una manera magistral en su relación con la guerra y sus efectos psíquicos devastadores. Esa clínica daba cuenta de la sideración producida por ese real al que el sujeto se confronta brutalmente, su propia muerte y la de otros, la destrucción de todo aquello que le era familiar.
Denominarlo panic attack no le aporta un valor científico. Sólo permite hacer un diagnóstico simplista y completar una base de datos que refuerza la ilusión de una aproximación científica. La gran mistificación es que, también allí, todo se acelera y nadie se toma el trabajo de escuchar lo que el consultante, en las urgencias u otros lugares, intenta decir acerca de su sufrimiento.

-Su opinión, como ex militar, como médico y psicoanalista, sobre las teorías, tal vez apocalípticas (no lo sé) de Paul Virilio, su ciudad pánico, y las explosiones depresivas tan a la orden del día.

-Paul Virilio ha conservado la huella del terror que le produjeron en su infancia los bombardeos de la ciudad de Nantes. Ha estado siempre atento a la fragilidad de los reagrupamientos urbanos, obsesionado por la posibilidad de su destrucción. Existe una paradoja en el hecho de vivir en la seguridad de las grandes aglomeraciones, cuando el  progreso nos expone a la explosión de los espacios por una promiscuidad que estigmatiza el rechazo del otro diferente y el repliegue depresivo sobre uno mismo. Una de las respuestas, que favorece la aceleración a toda máquina de la numerización y de la información, es la uniformización, el pensar para todos que barre las diferencias y mantiene la ilusión del compartir. Esta subjetivación a marchas forzadas -el machaque mediático por la repetición incesante de un mensaje que se quiere imponer-  uniformiza y desgasta las emociones. El acostumbramiento de los egoísmos hace que uno ya no vea más lo que nos mira. Es preciso el Uno de una foto, la de un niño muerto sacudido por las olas de una playa, para descompletar el conjunto de la masa de emigrantes rechazados a priori. Este uno, que perfora la pantalla compacta del rechazo, los humaniza a todos.

Vivimos siempre en ese desconocimiento sistemático del mundo que Lacan identificó y reconoció -lo cito de su texto «La psiquiatría inglesa y la guerra»- esos modos de defensa que el individuo utiliza en la neurosis contra su angustia, y con un éxito no menos ambiguo, también paradójicamente eficaz, y que sella del mismo modo, ¡ay!, un destino que se transmite a través de las generaciones.

Cómo no tener presente, incluso hoy en día, esta interpretación que Lacan hace del hombre, a menos que no queramos saber nada sobre lo que anuncia para la humanidad, no como profecía, sino como consecuencia lógica de lo que un analista que no cede en su ética debe transmitir. Nos corresponde a nosotros darle todo su alcance.

(2015)


Fuente: Télam

El tres de mayo de 1808 en Madrid, Francisco de Goya, 1814