– El congreso internacional de 2012 se centró en el orden simbólico. Este, que empieza en unos días (2014), tal como indicó Jacques-Alain Miller, sobre un real. Sin embargo, en ambos casos se incluye la perspectiva siglo XXI. ¿Cuáles serían las diferencias respecto al siglo pasado?
– La diferencia esencial con el siglo pasado es que estamos en una época de triunfo de los poderes del cálculo; entramos en the digital age. Como dijo Jacques-Alain Miller, esto fue anunciado por Lacan en su fórmula Hay l’ Uno, en francés Y’a dlun. Con esta contracción, quienes piensan que el individualismo democrático de masa está fundamentado sobre el uno del cuerpo, se equivocan. Lo nuevo es la manera con la cual los cuerpos se articulan con el uno del cálculo. Esto se puede ver en el libro de los responsables de Google , Jared Cohen y Eric Schmidt, The new digital age, como en Big Data, de Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Niel Cukier. Ambos exploran cómo la acumulación de los cálculos cambian nuestra relación con el mundo. El horizonte del cálculo es una utopía. Un mundo puramente calculable, sin nada que pueda quedar afuera. Si nada escapa al cálculo, estaríamos en un mundo sin contingencia, un mundo sin Real. El psicoanálisis propone, al revés de esta utopía, el reconocimiento de un real: un real vinculado con el hecho de que la relación sexual como tal no se puede calcular.
– Precisamente, uno de los últimos seminarios de Miller en castellano se titula El ultimísimo Lacan. ¿Qué hay más allá de ese ultimísimo?
– Las consecuencias clínicas que hay que explorar. La articulación de los cuerpos con el cálculo de las máquinas permite el sueño de una transparencia total del uso de los cuerpos. Se sueña un yo cuantificado, quantified self. Pero esta articulación con las máquinas, con los smartphones, que pueden saber todo del funcionamiento del cuerpo, sólo sostienen el discurso del superyó contemporáneo. Un superyó a medida que nos grita ¡Goza!, o «Tenés que mejorar tu performance.» El goce se revela aún más como lo que escapa al cálculo. Lo que huye.
– El discurso de la ciencia, ¿en qué relación cree usted está con las infinitas variantes de la religión (incluso laicas) y con cierto agotamiento epocal de las formas republicanas de la política?
– El discurso de la ciencia nos promete the theory of everything. Lo que hay de común con las promesas del Big Data es el sueño de un mundo completamente simbolizado, pero sin sentido. El sentido es de lo que se ocupa la religión. Es la nueva complementariedad entre ciencia y religión. No fue siempre así. En el siglo XVII, cuando surgió la ciencia, era considerada un peligro para las creencias. Ya no es el caso.
La época del todo político, en la cual la política daba respuestas a las preguntas sobre el sentido, está terminada. Las religiones laicas que cumplían esa función son cosas del siglo XX. El individualismo de masa no permite más estas creencias absolutas. Hay una fragmentación de los modos de vivir la pulsión. Pero subsisten trozos de común. El problema de la política mundial, como dice Paul Krugman, es saber si la concentración oligárquica del capital no pone en peligro todo el espacio de lo común. Parece que la política ha perdido su poder de regulación. Hay una llamada a un más allá de la política. Es un síntoma de la época.
Psicoanalista. Fue analizante de Jacques Lacan. Del 2006 al 2010 presidió la Asociación Mundial del Psicoanálisis, cuya acta de fundación se firmó en Buenos Aires el 3 de enero de 1992.
Entre sus libros figuran El goce sin rostro, La batalla del autismo, Ciudades analíticas, Psicoanálisis y salud mental, Lost in cognition, El sentimiento delirante de la vida y Los objetos de la pasión.
Desde su presentación en Atenas del tema del futuro Congreso en Gand en 2014, las presentaciones del Seminario VI que ha hecho Jacques-Alain Miller le han permitido desarrollar en qué se convierte la práctica psicoanalítica cuando esta aspira a arreglárselas sin la función del Otro del Otro.
Esta función de la garantía estuvo en un principio ocupada en la enseñanza de Lacan por el Nombre-del-Padre. Una vez marcada con el sello del S(A), esta garantía ha aparecido simplemente como un síntoma. Este desplazamiento ha permitido despejar el lugar de la sustancia gozante como tal, sobre la cual la garantía de lo simbólico se queda sin influencia.
Los intersticios de lo simbólico se convierten entonces en los lugares propicios para que la sustancia gozante pueda deslizarse en los pocillos que pueden acogerla, localizarla. Estos lugares del goce están articulados en el circuito pulsional y en el fantasma.
Bajo este aspecto, el fantasma se presenta como un aparato apropiado para organizar el goce. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿hasta qué punto el fantasma en su uso fundamental consigue organizar efectivamente el goce?
En el Seminario 6, para hacer oír la función reguladora de la construcción del objeto fálico en el fantasma, Lacan toma el ejemplo de la puesta a punto del fantasma de la joven en lo que él llama la primera parte de la novela de Nabokov, Lolita. Esa parte en la que Humbert Humbert construye su fantasma de Dolores, antes de su fuga.
Vladimir Nabokov, Lolita (Paris: Olympia Press, 1955).
Subraya entonces cómo la elucubración de H.H le lleva a erigir un ídolo inaccesible, prohibido. También se podría acercar esta puesta a punto del fantasma como función reguladora, que tiene en su seno un objeto prohibido, a la construcción del fantasma de la joven por Lewis Carroll y su ídolo Alicia, tan inaccesible como Lolita.
La metáfora de la puesta a punto está, bien entendido, reforzada por el uso de la fotografía por el abate Dodgson. Se podría añadir también la técnica del amor cortés, que erige un objeto en su centro permitiendo regular los circuitos del goce. Fantasma y amor cortés organizan y ponen al día el campo del goce ligando lo inaccesible y la recuperación del goce. Son técnicas eróticas que colocan lo prohibido en otro lugar distinto al de las dependencias del Nombre-del-Padre.
Estas diversas construcciones serán agrupadas por Lacan alrededor de la creencia que puede enunciarla como creer en la mujer. En este sentido, el fantasma tiene una doble cara. Por un lado construye el objeto fálico, por el otro permite recuperar la potencia que no es fálica, la del objeto (a).
Bajo este doble aspecto, el fantasma escribe (−j⁄a). Se trata de otro uso cuando el fantasma consigue apuntar a una mujer prescindiendo de la creencia en la mujer. La experiencia del pase permite interrogar muy precisamente en los testimonios de la experiencia del psicoanálisis hoy, la manera en la que el sujeto masculino cesa de creer en la garantía del Nombre-del-Padre y en la garantía que daría la creencia en la mujer.
Del lado femenino de la sexuación, la creencia en la mujer puede tomar la forma de ser la única mujer para un hombre. La única (la seule)[1], quiere decir a menudo la única en la vida amorosa del hombre, pero no únicamente. Más allá de la exigencia de unicidad de los celos femeninos, la única (la seule) puede tomar la forma de ser la única que verdaderamente le comprende, la única que sabe lo que él quiere verdaderamente y que puede dárselo.
Siempre es posible un deslizamiento entre sola y la única. Lacan denuncia estos espejismos del conocimiento fundados sobre el fantasma: «Como, aunque me esfuerzo, es un hecho que no soy una mujer, no sé de qué se trata respecto a lo que una mujer conoce de un hombre. Es muy posible que sea mucho.»[2]
Esta solución da a una mujer una solución que podríamos llamar el estatuto de una falsa excepción. La verdadera experiencia de la singularidad de la posición subjetiva, sin garantía, pasa por la travesía de este mismo fantasma para alcanzar la posición de realización de la excepción y de su soledad.
Los testimonios de AE (analistas de la Escuela) mujeres permiten discernir esta balanza, este cambio de régimen. Del lado del hombre y del lado de la mujer, más allá del punto de regulación, de garantía, encontramos un más allá de toda regulación que puede dar el programa de goce.
No hay cosmos del goce como no hay universo de la falta. Este goce fuera de garantía, in-forme, es también el que se cuestiona con la pregunta sobre la interpretación que desprende Jacques-Alain Miller; aquel que está más allá de la relación lineal causal que permitiría dar cuenta de su efecto. Tenemos que distinguir varios regímenes de interpretación, que no se excluyen mutuamente. Existe la interpretación según el sentido o según la multiplicidad de la dimensión del sentido. No está sin embargo abierta a todos los sentidos. La interpretación según el sentido no debe olvidar el objeto (a) que circula entre líneas y que se opone a la concepción de una totalidad del sentido.
En la interpretación que apunta al objeto (a) entre líneas, hay que distinguir además la zona en la que se puede dar cuenta de una interpretación y su razón en el espacio subjetivo, y la zona en la que no es posible describir este punto. En esta dimensión, la interpretación se encuentra realmente fuera de sentido. El fantasma se revela como un montaje, un aparato que puede ser situado como defensa contra el goce que queda y que escapa a todo montaje para mantenerse en la iteración.
Abordar la práctica del psicoanálisis a partir de la dimensión de la no-garantía en su dimensión radical, nos lleva a tener en cuenta lo que de la sustancia gozante no se articula ni en el circuito pulsional, ni en el aparato del fantasma. Es lo que, del goce, permanece no negativizable y no se comporta más como una cuasi letra en su iteración.
Es así como puede abordarse lo que sería la consistencia de lo real en la experiencia del psicoanálisis. Para lo real, lo importante es que lo mismo sea lo mismo materialmente, la noción de materia es fundamental en tanto que funda lo mismo. El desmontaje de la defensa es un desmontaje no solo del ídolo comprometido en el lugar de la falta fálica, sino también del circuito del objeto (a) para encontrar el borde de goce que estos circuitos ciernen.
Alrededor de este borde, las consistencias se anudan. Tengo que tratar con el mismo material que todo el mundo, con ese material que nos habita.Material está tomado en el sentido de lo real del goce. Lacan propone aquí otra versión de un inconsciente que no está hecho de los efectos de significante sobre un cuerpo imaginario, sino un inconsciente que incluye la instancia de lo real que es la pura repetición de lo mismo, lo que Miller, en su último curso, ha aislado en la dimensión de El-uno-completamente-solo que se repite. Ahí está verdaderamente la zona sin sentido y fuera de garantía.
Traductora Carmen Cuñat
N.del T: Como señala el autor, en francés hay un deslizamiento entre «sola» (seule) y «la única» (la seule). Hemos optado por poner entre paréntesis el término que corresponde en francés.
Lacan J., El Seminario, libro xxiv, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre. Lección del 16 de noviembre de 1976, in: Ornicar?, diciembre de 1977, n°12-13, p. 6.
Ibíd., Lección del 14 de enero de 1976, p. 10.
Ibíd., Lección del 11 de enero de 1977, in: Ornicar?, Pascua de 1978, n 14, p. 5.
Contra las certezas universales, el psicoanalista francés Éric Laurent reivindica el lugar desacoplado de su práctica en el régimen de discurso dominante en la época, el de la ciencia. Y cuestiona los resultados de las “soluciones” globales al dolor de vivir, aplastado por un optimismo mercantilista que no hace más que generar nuevos inconvenientes y una angustia que a falta de brújulas singulares, se oscurece por medio de fármacos, drogas, soluciones inmediatas, compulsión y placebos como el consumo sin freno y la felicidad obligatoria. Esta es la conversación que sostuvo en un aparte de su participación en el VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) que sesionó la semana pasada en Buenos Aires.
La crisis financiera global, ¿cómo encuentra a los analizantes, sometidos cada vez a efectos más nocivos que se venden como soluciones?
Los encuentra de manera más grave, más angustiados, perdidos. Diría que en los analizantes, el “efecto crisis” provoca una incertidumbre masiva. Esa angustia puede escucharse. Las cosas aparecen ensombrecidas. Existen más depresiones, una notable ausencia de deseo, según cada sujeto. Pero hasta los que están más animados, incluso los hipomaníacos, los que desafían al fetichismo del contexto, también están marcados.
Los síntomas ¿cambian, han cambiado en este año y medio?
Los síntomas son los que aparecen, los que ya aparecen: toxicomanías en general; todo (o casi todo) puede transformarse en algo adictivo; el juego, el sexo, el trabajo, etcétera; y como respuesta, al interior del discurso del amo, una mayor voluntad de vigilar, castigar, prohibir, que provoca en el sujeto, lógicamente, una creciente voluntad de destrucción. ¿Quieren prohibir? Entonces quiero más. Esto es muy común entre los jóvenes. Pero no sólo entre los jóvenes. Pero los jóvenes, de esa manera, demuestran la impotencia del otro, su megalomanía, sus maneras de sobrevivir a la punición. Porque también es evidente la transformación del ideal de juventud: ahora se trata de conseguir una juventud “eterna”.
¿Eso es lo que se llama la “infantilización generalizada”?
Digamos que la desagregación del lazo social es contigua a la caída de las representaciones de la autoridad y a las prohibiciones que implica. A pesar de que Freud dijo que en la cultura existe algo que no anda, un malestar, ahora hay un plus, un “más” que se intenta civilizar sin éxito, y que provoca el retorno de una voluntad de goce nueva, imparable. Y que por esa razón, de estructura, se produce un llamado de más vigilancia y más prohibición.
El sujeto del tardocapitalismo, inerme, desamparado, ¿cómo enfrenta la angustia?
El recurso más difundido hoy día es el uso de alcohol y drogas. Existen antecedentes: la prohibición del alcohol en los Estados Unidos durante un tiempo el siglo pasado. Esa política multiplicó los mercados negros y el consumo. Y lo mismo pasó con las drogas: prohibición, “permisividad”. Después, guerra contra las drogas. Y el efecto resultó el contrario al buscado. ¿Es una política? No lo descartaría. Ahora mismo, el consumo de drogas está globalizado. Y aparecen nuevas sustancias todo el tiempo. Además de mafias y armas a un nivel nunca visto. Y Estados de Derecho en peligro. México, por ejemplo, que está al borde de la catástrofe.
Legalizar el consumo, ¿no sería un principio de solución?
Es relativo. Pero sí cambiar de perspectiva. En la reciente cumbre de Colombia, el presidente de Guatemala dijo sobre este tema que habría que empezar a pensar en otro sistema. Y después lo hizo el presidente colombiano. Porque de atender a la dialéctica estadounidense sobre alcohol y drogas, el efecto es tanto un llamado al goce como a una mayor vigilancia. Pero liberalizar sin control es tan absurdo como soñar que se terminará la producción de sustancias. A mi juicio, no se trata de liberalización o prohibición total sino de adaptación: cómo puede ser regulada cada sustancia, para reducir el daño a los estados, a la gestión policial y a los sujetos. Eso implica un cálculo político. Entre el empuje al goce y la prohibición, el problema no se resolverá por una dialéctica que ya mostró sus resultados. Es necesario inventar instrumentos de orientación, incluso instrumentos legales nuevos para salir de esa falsa oposición, que es la doble cara de la pulsión de muerte.
¿Y qué está sucediendo con los llamados trastornos alimenticios, la anorexia, la bulimia, la obesidad?
Están en la misma serie anterior. Pero aclarando que esos males son propios de países que han “resuelto” el problema de la alimentación. Porque no es lo mismo en las zonas donde la comida casi no existe y lo que está en juego es la supervivencia. Pero en el caso de estar “resuelto”, puede verse que la pulsión oral es imposible de domesticar. Y tenemos también las dos caras: restricción o producción. Del lado femenino, existe una industria de la “belleza” anoréxica. Y del otro, la bulimia: en los Estados Unidos, en el lapso de una generación, se ha multiplicado el número de personas obesas. Y los factores son similares y distintos, y múltiples las determinaciones, como en el caso de las toxicomanías: destrucción del lazo social, ansiedad, demasiada azúcar, demasiada sal, producción de alimentos artificiales, etcétera. Y un dato nuevo: la voluntad de hacer desaparecer el tabaco… está muy bien: limitó el número de los cánceres de pulmón, pero sorpresa, aumentó la cantidad de casos de diabetes. Porque el tabaco era una manera de controlar el peso. Y el peso es un factor central en la diabetes.
Pero ¿no se hicieron estudios previos?
Existen médicos que reconocen que esos efectos -colaterales- no se calcularon. La diabetes, ahora, es la causa de muerte más común en los países centrales. Esto no se puede resolver con una prohibición: prohibir el azúcar, el tabaco, la sal, las grasas. Esos son sueños… sueños de la razón que producen monstruos. Entre el empuje al goce y la prohibición, se producen impasses…
¿Cómo resolver esos impasses?
Creo que con soluciones “a medida”, para cada uno. Pensar soluciones globales, leyes universales que resuelvan esta situación, normas de salud impuestas por burocracias sanitarias, es otro sueño. Pero encontrar, cada uno, un camino entre estos impasses, eso es posible, de acuerdo a la relación particular que se tenga con el goce. Aclarando que el psicoanálisis no está en todos lados. Y que su dignidad como práctica implica cierto desajuste respecto a las normas de la civilización. El psicoanálisis no produce buenas noticias. No promete la felicidad inmediata. Pero lo más importante es que no es una ciencia. Y el régimen de discurso dominante es la ciencia. El psicoanálisis es una disciplina crítica, que constata los efectos de la ciencia. Es el discurso que comenta los efectos de la ciencia sobre la civilización. Y sobre los sujetos, uno por uno. Pero el modo de certeza del psicoanálisis también es criticado, es odiado, rechazado, porque no puede ser alcanzado fuera de la cura analítica.
¿Criticado, odiado, rechazado?
Efectivamente. Porque para obtener una certeza (singular), hay que pasar por la experiencia analítica. Eso es lo que se rechaza. La ciencia, en cambio, no supone ninguna experiencia singular. Supone la razón, el cálculo y el trabajo. El psicoanálisis ocupa un lugar extraño, como el de un inmigrante. Porque el orden simbólico, tal como se lo conocía, no existe más. Existen sólo las leyes de la ciencia. Pero la ciencia no puede dar cuenta de todo. La teoría de todo no existe. La difusión de la ciencia en este nuevo orden, hace que el sujeto sea enviado a sus angustias fundantes, sin saber cómo orientarse. Y la salida, en esta visible oscuridad, no parece pasar por las buenas intenciones, las religiones privadas o las variaciones new age.-