El artesano

Esthela Solano-Suárez

Psicoanalista

En un pueblo ubicado en el hueco de un valle en una lejana provincia de Argentina, vivía un señor que poseía el arte de reconstruir la cabeza y el cuerpo de muñecas rotas. En su taller, se podían admirar las muñecas deliciosamente expuestas, una vez salidas de la operación de reconstrucción. Uno llevaba trozos y se iba con una muñeca nueva y sonriente.
Para la niña de cuatro años que yo era, el arte de ese señor formaba parte de la creación divina. Ahora bien, a pesar de su edad, no dejaba de saber que este pensamiento era un «pensamiento malo»: no se podía comparar la obra de un hombre cualquiera con la del Señor. Pero, después de todo, ¿no le habían explicado que con barro se creó un hombre y que de una costilla de éste emergió de la nada una mujer? Si el cuerpo del primer hombre y de la primera mujer había sido creado a partir de elementos, el artesano de su pueblo, ¿no hacía lo mismo, volviendo a crear las muñecas a partir de piezas sueltas, incluso de pedazos?
Si para ella el artesano era un dios y su hacer un misterio, era porque, al recomponer su muñeca rota, este hombre la había curado, a ella, de una profunda pena. Efectivamente, a los cuatro años ella había tenido la experiencia del encuentro con el accidente, el choque, la rotura, la contingencia que introduce en un instante la ruptura, la rotura de la consistencia y hace aparecer, allí donde había una imagen, un agujero. Entonces había comprendido seguramente que bastaba nada para que, al instante, el cuerpo y la vida que lo anima se separen para siempre dejando aparecer el abismo de la muerte.
No sería exagerado suponer que el encuentro con el psicoanálisis ya estaba prefigurado en el encuentro con el saber hacer enigmático del artesano.
Muchos años después, en la adolescencia, un encuentro desafortunado la precipitó hacia el lado de la caída. Fue un encuentro con una palabra desafortunada. Esa palabra había sido provocada seguramente por ella, ella había querido oír su propio mensaje invertido, poniéndolo en la boca de otro, de un pequeño otro. Esa palabra tuvo el poder de hacerle captar, en el fulgor del instante, todo el peso de los dichos que la aprisionaban, de los dichos provenientes de las generaciones que la precedían y que se estrechaban en ese momento a su alrededor, como una maldición. Esa palabra desafortunada quebró el acuerdo del cuerpo y del sentido con la vida que la habita, haciendo aparecer el agujero del sinsentido, un puro real, donde todo apetito de vida se consume en su anulación.
De ese momento de catástrofe subjetiva, de ruptura, de rotura, extrajo la enseñanza del enigma doloroso de su propia vida y del misterio de la relación entre el cuerpo, la vida y el sentido. En el fondo, cuestiones que giraban en torno a este enigma la habían habitado siempre. Antes, por el apoyo encontrado en la religión, cuestiones atinentes a la vida y a la muerte encontraban un andamiaje simbólico y un arreglo sensato. Ahora bien, como había dejado de creer, ya no contaba con el aparato casuístico del dogma religioso, este enigma se le apareció en plena adolescencia en su valor de cifra pura, encerrando en su encandescencia el límite del soporte fundamental que le procuraban sus pensamientos. Se le hizo urgente entonces descifrar el enigma que ella era para ella misma y, en consecuencia, se dirigió a un psicoanalista. Ella encontró un primer análisis. El efecto mayor de este encuentro fue el que la llevó a tomar la decisión de abandonar su país, con el fin de encontrar un segundo analista.
Ese segundo analista, ella lo había encontrado leyendo los Escritos. Esa lectura le hizo comprender que el psicoanálisis era algo más que hablar estirada sobre un diván. Algo más que una experiencia de palabra donde el sentido recubriría todo y donde la búsqueda de sentido estaría abierta al infinito. En ese caso, el síntoma se nutre del sentido para ejercer mejor su tiranía sobre el sujeto, llevando en su cortejo más inhibición y más angustia.
Empujada por su deseo de conocerlo, ella fue a París. Ella le pidió una cita y él se la acordó. Ella le expuso su demanda de análisis y, después de una larga entrevista, él acepto ser su analista. Como ella no tenía muchos medios, él le propuso que le diera lo que quisiera. Él era así, abierto a acoger una demanda que parte del que o la que sufre.
Y con él, por medio de su acto analítico, ella encuentra el psicoanálisis y su eficacia. Con él, no era cuestión de hablar para no decir nada o para no oír nada o para complacerse en la queja. No, con él, se hacía la experiencia de lo que se dice sin saber, de lo que insiste a la manera de una melodía secreta y que no se oye, porque no se quiere saber nada. Para poder oír, había que romperse a una experiencia muy penosa al principio, que se vuelve alegre seguidamente, una experiencia de disyunción de sonidos con el sentido de las palabras. Este analista llevaba la experiencia de palabra hacia la zona donde la palabra se anuda al real. En ese diseño, él desarticulaba el lenguaje con el fin de hacer emerger el rumor de lalangue.
Agujereando los enunciados, hacía brotar los sonidos que estaban incrustados en la carne, los sonidos del dolor, los sonidos parásitos de los pensamientos dolorosos, los sonidos de cosas entendidas o más bien de los malentendidos soldándose por tantas trabas que hacen girar en falso. Así, gracias a ese trabajo, uno podía desasirse del goce ruinoso, del goce que es sufrimiento y que sólo se admite en tanto que satisfacción. Ese goce muestra no ser más que un resto, un residuo cuya consistencia lógica se deduce como objeto. Ese objeto, una nada, comanda silenciosamente la puesta en escena sostenida por el sujeto en su teatro más íntimo, ese de donde provienen las representaciones que dan consistencia a su mundo.
Así, poco a poco, tuve la impresión de haber sido dada vuelta como un guante por este analista. Allí donde había habido dolor, se instalaba la alegría, allí donde la inhibición reinaba como principio de detención, una energía ignorada de mí misma aparecía por la experiencia del análisis, uno puede pensar de sí mismo que no es más que una respuesta, bricolé a la buena de Dios, con restos de cosas dichas, oídas, olvidadas, para llenar el agujero en lo real.
En ese análisis, cuya conducción no pasaba por la solidificación de un sentido que explicara todo, hice la experiencia de lo imposible. Pude saber que hay imposible y que es eso la respuesta última al enigma. Pude hacer la experiencia de un análisis que no hacía del sentido sexual la clave última del pensamiento inconsciente, sino que permitía captar que ese sentido está en el lugar de eso que, en lo referente a lo sexual, se desprende de lo imposible de escribir, como escritura de un saber que no hay, relativo a los asuntos del sexo. Hacer la prueba de lo imposible abre hacia todos los posibles, que por otra parte residen solamente en el saber hacer allí con los recursos que se tiene.
La presencia de este analista, su forma de operar con la lengua, su saber hacer con el tejido, el trenzado de las palabras de donde proviene el sujeto, me han hecho recordar por supuesto en varias oportunidades al artesano de mi infancia pero en su reverso. Si aquel recomponía las muñecas rotas a partir de pedazos, el analista en cambio operaba una puesta en pedazos, una pulverización de la materia del lenguaje para aislar los elementos, los Unos constitutivos del nudo del sujeto. Aislar el nudo del sujeto hace posible no tropezar todo el tiempo con él, incluso tener una idea del carozo constitutivo entre el amor y el deseo de donde se nace.
Por todas esas razones y muchas más, puedo decir que mi análisis con Lacan me ha dejado un saldo de alegría y de urgencia. Ese saldo nace de un saber hacer allí con la vida que se nos escapa todo el tiempo y de la que no se tiene la menor idea, pero ajustada a partir del límite cierto de la muerte que nos apremia a cada instante con su paso apresurado. Pero no se sabe hacer allí para siempre, en una suerte de continuidad sin corte. No, no hay eternidad prometida en la tierra, porque lo más cómico del asunto es que, a cada momento, hay que volver a empezar.


Bernard Henri-Lévy, Jacques-Alain Miller (Comp.): La regla del juego, Editorial Gredos, Madrid, 2008

Life, de Shira Barzilay -Koketit-

Esthela Solano-Suárez, sobre el orden simbólico y lo real en el siglo XXI

El Congreso de 2012 estuvo dedicado al orden simbólico en el siglo XXI. Este, que tendrá lugar en París, al real. ¿Podría usted establecer las diferencias entre ambos conceptos, respecto del siglo XX y en la perspectiva abierta por el siglo XXI?

-En efecto, el VIII° Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis nos Aficheconvocó en Buenos Aires  alrededor del tema El orden simbólico en el siglo XXI, y ahora en París, nuestro IX° Congreso, bajo la dirección del profesor Guy Briole, girará en torno de la problemática de Un real para el siglo XXI.  ¿Por qué este tema reuniría a psicoanalistas de todo el mundo, durante una semana, para presentar el resultado de dos años de trabajo y de elaboración? No se trata de un conciliábulo que discurrirá sobre el estado del mundo en el siglo actual. Por el contrario, se trata  de extraer las consecuencias de lo que nuestra práctica nos enseña, con relación a los nuevos síntomas que florecen en este siglo, como nuevas respuestas al malestar actual de la civilización. La confrontación en la praxis  con cada una de las subjetividades sintomáticas de la época, conlleva para el psicoanalista una actualización de su lectura, es decir de los conceptos como de su práctica misma.Afiche amp2014
La gestación de los efectos a los cuales nos confronta este siglo no data de hoy, aunque podamos constatar una aceleración y una proliferación inédita. Estos son el resultado de la combinación del discurso de la ciencia y del discurso capitalista que barren y liquidan los usos y costumbres tradicionales haciendo pasar a un primer plano el imperativo de los modos de gozar. ¿Cómo podemos leer esta mutación? El discurso de la ciencia inauguró un saber inédito, extrayendo del vientre de los fenómenos naturales las fórmulas que dan cuenta de ellos. El uso de los números los matematiza, explicándolos. La ciencia extrae del lenguaje el Uno numérico con el que opera. La operación de la ciencia a su vez, derrumba el uno del cosmos finito de las esferas celestes, construido a imagen y semejanza del uno del cuerpo. Con el tiempo caerá también el uno del Imperio, el uno de la autoridad celeste que unge al uno terrenal., el uno de la autoridad y su soporte paterno. El discurso de la ciencia es iconoclasta y destructor de mitos. Por esta razón, el corazón del orden simbólico se desordena. Los usos y costumbres relativos al significado cambian, los semblantes caen o son substituidos por otros. Por ejemplo, algo que parecía inmutable hasta ahora, como el significado de la palabra madre ya no lo es: la ciencia ha hecho posible que hoy no se pueda afirmar que madre hay una sola.
Pero otra de las consecuencias mayores del discurso de la ciencia es el de haber producido objetos que estaban fuera del alcance de la percepción, de nuestros sentidos, del ojo y del oído. La ciencia ha poblado los alrededores de nuestro planeta con ondas que a su vez son captadas y emitidas por aparatos de su invención. La aplicación tecnológica ha hecho posible que el ojo o el oído capten los primeros rumores y temblores del Big Bang, por ejemplo, o que los  aparatos al servicio de la tecnología médica introduzcan en nuestro cuerpo la transparencia. El discurso capitalista a su vez, se ampara en los progresos de la ciencia para producir masivamente e introducir en el mercado los  gadgets que se han convertido en nuestra ortopedia cotidiana. ¿Cómo no constatar que el malestar de nuestra posmodernidad cobra nuevos matices?FreeVector-Modern-Technology Vivimos una época en la cual el imperativo de transparencia derrumbó la barrera de la intimidad. Donde afectos tales como el pudor o  la vergüenza se han esfumado. La subjetividad se reduce a las cifras y a lo cuantificable y los sujetos se confunden con un objeto descartable, un gadget que se usa y se tira a la basura. Correlativamente, lo real -que no debe ser considerado desde la perspectiva de Lacan como equivalente de la realidad-: lo real sin ley y fuera de sentido, se impone con una crudeza sin velos.

-En su opinión, ¿cómo está situada hoy día la práctica psicoanalítica respecto de la religión, de la que parece haber un reverdecer, y de la forma republicana de la política, de la que parece haber señales de agotamiento?
-El psicoanálisis surge como consecuencia del malestar engendrado en la civilización. Es un discurso inédito inaugurado por Freud. Discurso en el sentido de un nuevo lazo social que rige la relación entre un analizante y un analista. En cierto modo se retuvo del psicoanálisis la idea de que los síntomas tienen un sentido, que puede descifrarse y que éste remite a lo sexual reprimido. Si bien ésta es una de las vertientes de la lectura freudiana, Freud puso en evidencia sobre todo que el síntoma procura al sujeto una satisfacción: que se goza de aquello de lo cual se sufre. Esa secreta satisfacción, que se condensa en un objeto pulsional, es una solución de compromiso. ¿Quién reprime, quien prohíbe? ¿La sociedad, el padre o sus substitutos? Lacan llevó al psicoanálisis más allá del padre, poniendo en evidencia que el síntoma, para cada sujeto, es una forma de hacer con el imposible. El imposible es sexual. Un cuerpo goza o se goza de forma autística sin poder jamás hacer uno con el goce de otro cuerpo sexuado. El síntoma se escribe en el lugar de esta imposibilidad. Y este imposible es del orden de un real. La singularidad del síntoma en la que se apoya cada sujeto excluye un para todos universalizante. La religión insufla un sentido a lo real de la vida, la muerte y lo sexual. Lacan predijo el triunfo de la religión católica, como respuesta al desorden impuesto por el sin sentido que la ciencia genera en el orden natural. Asistimos hoy a un reverdecer de la esperanza. Otra vertiente que se impone es la del fanatismo religioso mortífero. Mientras tanto las instituciones civiles republicanas se fragilizan. Una caída de la creencia las carcome. El discurso capitalista, bajo la modalidad del capitalismo financiero, impone sus imperativos  de rentabilidad desplazando el eje del poder fuera de los gobiernos. El psicoanálisis  puede sobrevivir en el margen que lo define: como una práctica que no es religiosa, como una práctica de derecho ciudadano, sin ser absorbido por los  mandatos de la sumisión a las reglamentaciones que emanan de la política de las cifras. La relación de cada sujeto con lo real de su síntoma escapa a la cuantificación y a la neo-religión de la transparencia.

-¿Cómo pensar al amor en la época del Otro que no existe?
-El amor confronta a cada sujeto con su falta. El amor sostiene la creencia en el Otro que no existe, por eso es una suerte de suplencia formidable de ese agujero. Los unos solos de este siglo, es decir, en la época en que el autismo del goce aparece a cielo abierto, sufren mucho de no poder acceder a la dimensión del amor. Se impone de más en más una vertiente narcisista del amor centrado en el poder de la imagen. No obstante, un análisis permite acceder no al triunfo del amor, pero a desentrañar la raíz sintomática de la elección amorosa, es decir, a lo real del amor.

-¿Qué clase de objeto es un psicoanalista luego de cumplir su función, digámoslo así, terapéutica, en este tiempo, el del discurso de la ciencia?
El psicoanalista no se caracteriza por su función terapéutica. Y esa es una diferencia fundamental entre psicoanálisis y psicoterapia. La función del analista, en el marco del discurso analítico, es la de servir de causa del deseo para el analizante, con el fin de cernir las trazas que la lengua ha inscripto en el cuerpo, trazas de las que se sufre y se goza. Que de esto se desprenda un beneficio, un sentirse mejor, es indudable. Pero lo principal es que se accede a un saber sobre la verdad de lo que el síntoma sostiene para cada uno. Se puede saber y saber hacer mejor  con esa respuesta a lo real que un síntoma condensa. Aislar esa singularidad radical es otra cosa que pretender anular el síntoma en un anhelo de adecuación a una universalidad ideal. ¿Cómo despojar a alguien de lo que lo constituye y que puede ser la fuente de su creatividad? Si el analista es un objeto para el analizante, lo es en la vertiente del objeto que causa su deseo, en una vertiente opuesta al objeto que es imperativo de goce, como lo son los objetos sustitutos de la pulsión y que provienen de la ciencia. El objeto analista es para cada analizante ese objeto oculto que el amor de transferencia recubre y que se desentraña en un análisis como la interioridad extranjera que sostiene nuestras mentiras frente a lo imposible de lo real. En ese sentido, el psicoanálisis abre hacia una ética que no es la del placer, sino la de responsabilizarse de la verdad mentirosa del goce.

-Finalmente, le pido un recuerdo de su análisis con Jacques Lacan.
-¡Ah! Ese sería otro capítulo, ¡el de mi análisis con Lacan! Un recuerdo, uno solo es difícil… Quizá el recuerdo más fuerte es el de aquel día en que por fin se me abrieron las orejas y escuché, después de haber ido cada día a sesión desde hacía un año, escuché por primera vez lo que (Lacan) dijo, que se desprendía del equívoco de lo que (yo) había querido decir. Hacer la experiencia de la  materialidad de la lengua, de lo que resuena como decir a partir del equívoco de los dichos, me abrió la vía a una práctica de lectura de la letra del síntoma. Hay encuentros que determinan en una vida un antes y un después rotundo. Es lo que ocurrió para mi con Lacan psicoanalista.

(2014)

Fuente: Télam