La interpretación oracular

Jacques-Alain Miller

Esto es algo muy preciso que designa bien el hecho de que el psicoanálisis supo ser un refugio contra el discurso de la ciencia que invade las diferentes actividades humanas, que invadió la medicina, y el psicoanálisis tomó a su cargo el residuo no científico, no cientifizable, de la medicina, o sea, lo que en ella -según dice Lacan en «Televisión»- operaba por medio de las palabras, por medio de la transferencia. El psicoanálisis tomó a su cargo ese residuo, es ese residuo.
Ahora bien, con Freud el psicoanálisis se presentó como científico, por cierto, ya que hoy  en día ése es el único modo de disponer de credenciales, lo cual no impidió al Ministerio de Economía colocar a los psicoanalistas junto a los videntes. Es pertinente. Por otro lado, si produje el acrónimo IRMA (Instance de recherche sur les mathèmes analytiques),* lo hice en homenaje al personaje de la señora Irma
Con Freud, pues, el psicoanálisis se presentó como científico, es decir, como propio de la era de la ciencia. Y, en efecto, su determinismo, el determinismo analítico, pertenece a la era de la ciencia. Es lo que necesitó para establecer su sujeto supuesto saber: apoyarse en el «Todo tiene una razón, nada carece de causa», de Leibniz, luego aplicado a las pequeñas cosas, a los pequeños hechos listados en Psicopatología de la vida cotidiana, y a continuación inventar un aparato que responda por todos ellos y que dé la causa.
Lacan fue a fondo en eso -él mismo no se arrepiente de ello-, pero al final da vuelta las cartas, y aunque confió en la lingüística e imaginó que la lingüística era una ciencia, a pesar de las construcciones de la era científica que el psicoanálisis aportó o remodeló, en su práctica éste es antinómico con el discurso de la ciencia.
El psicoanálisis sonsacó del discurso de la ciencia un sujeto supuesto saber, pero lo aplica de una manera totalmente diferente. Es mucho más verdadero decir que el psicoanálisis hizo revivir la palabra de los oráculos en la era de la ciencia. Ésta elucubra un saber que se mide con el saber inscrito en lo real o que incluso quiere confundirse con él, mientras que el oráculo tiene una verdad que es de un orden muy distinto. Es lo que Lacan subrayaba, por ejemplo, en la página 768 de «Subversión del sujeto…» -a menudo cité esta proposición, me alegra hacerlo una vez más en este lugar-: «Lo dicho primero decreta, legisla, ‘aforiza’, es oráculo, confiere al otro real su oscura autoridad». (Esta frase misma es del orden de lo dicho primero. No es la única en Lacan, por cierto.) El oráculo se confronta con la realidad de la vida cotidiana, da cuerpo a la autoridad como tal de la palabra. Autoridad como tal significa autoridad oscura. La autoridad es oscura porque lo dicho -que sea dicho- es una razón última, ultima ratio -en latín resulta más intimidante. Es evidente que la oscura autoridad es el exacto opuesto de la exigencia de las Luces, que es: Hay que dar razones.
El pensamiento conservador, contrarrevolucionario, vio muy bien cuán exorbitante era esta exigencia, y que, para que los discursos permanezcan unidos, resulta fundamental mantenerse a distancia de ella. En todo caso, tal es la sabiduría de un Descartes: el Discurso del método estaba muy bien dentro del orden de las ciencias, pero no había que ponerse a aplicarlo a las instituciones sociales. Él notaba el daño que produciría empezar a proceder así con las instituciones sociales, ya que toda autoridad es, en última instancia, oscura.
El oráculo, como modo de decir, ante todo consiste en no dar explicaciones. Explicar es desplegar, y el oráculo es algo plegado. En algún lugar Lacan observa que la palabra que se explica está condenada a la chatura. Es impactante decirlo, cuando él pasó diez años siendo el comentador de Freud; es , pues, alguien que sabía de qué hablaba cuando decía que la explicación se despliega en un discurso ya constituido, y lo oponía precisamente a Freud, cuyo texto -decía- transporta una palabra que constituye un surgimiento nuevo de la verdad. Eso constituye lo oracular: un surgimiento nuevo que produce un efecto de verdad inédito, un efecto de sentido inédito. Luego podemos explicárnoslo, pero la palabra que lo lleva a cabo está condenada a permanecer en este registro. En su primera ingenuidad, Lacan definía así la palabra plena, por su identidad con aquello de lo que habla. Mediante esta frase, designaba la palabra como constituyente -no como constituida-, autofundadora, si me permiten, y por eso mismo infalible, ya que está vacío el lugar desde el cual su verificación podría hallarse en falta.

Como contrapartida, no sabemos qué quiere decir, pero éste no es un defecto imperdonable. Heráclito -en quien Plutarco se apoya- dice: «el soberano del cual es propiedad el oráculo de Delfos ni dice ni calla», sino que hace signo. Plutarco cita esta frase en su diálogo «Los oráculos de la Pitia», y dice: Estas palabras son perfectas. ¡Sacerdote de Apolo, durante cuarenta años! Y Lacan retoma estos términos a su manera en «El atolondradicho», aun estableciendo sus reservas sobre el hecho de que Freud se relama los vaticinios presocráticos. No obstante, dice que éstos, que hablaban de manera oracular, eran para Freud los únicos capaces de testimoniar lo que él encontraba. Y también en los Otros escritos (página 584) verán otra vez la evocación de que, antes de Sócrates, «antes de que el ser imbécil tomara la delantera», otros, -no Sócrates-, nada tontos, enunciaban que el oráculo «no revela ni esconde: σημαíνει, hace signo». («Antes de que el ser imbécil tomara la delantera» significa antes de la ontología, antes de que lleguen Platón y Aristóteles con una reflexión sobre el ser y el culto del Uno. El culto del Uno es lo que, por excelencia, sirve de defensa contra lo real.)
Para que la posición enunciativa del analista se mantenga en este nivel -que no es el de la proposición, verdadera o falsa, sino el de una enunciación tercera, es decir, la que se presta a elucubrar-, es preciso eludir el modo de decir común. Y esto es lo más difícil para el psicoanálisis de hoy, si quisiéramos hacer la sociología del psicoanálisis actual -que no es asunto nuestro. La cuestión es saber qué ocurrió en el psicoanálisis con lo oracular, con el tono, con el modo de decir; en definitiva, a qué está adherida, clavada la interpretación, que no está constituida por contenidos, por enunciados, sino que es un modo de decir caracterizado por su gratuidad, por su esencia lúdica, y que supone reconducir el lenguaje -que es una regulación- a los juegos posibles en la lengua. En efecto, su modelo es la ocurrencia chistosa, el Witz, ese Witz que, según Lacan, permite cruzar la puerta más allá de la cual ya no hay nada que encontrar, es decir que revela una pérdida del objeto y sin duda también aporta una satisfacción, el goce de lo que hace signo, el goce de aquello que no está bajo el imperio de lo útil. Con eso tiene que vérselas el psicoanálisis hoy en día.

Retrato de Charles Baudelaire, por Etienne Carjat, alrededor de 1862.

Baudelaire es alguien a quien siempre retomo -me doy cuenta- como a un profeta o un adivino de los tiempos modernos. Para mí es como el soberano délfico que hace signos. Él había encontrado la figura de lo que le indicaba el problema de los tiempos modernos en Edgar Poe, es decir un estadounidense, y para él era absolutamente esencial que Poe fuera un estadounidense, o sea, que estuviese en la posición de interpretar a Norteamérica, esa Norteamérica tan fascinante para Baudelaire que, en uno de sus escritos sobre Poe -que muestra la paradójica excepción que éste constituye en la americanidad-, la describe así:

En esa efervescencia de mediocridades, en ese mundo apasionado por los perfeccionamientos materiales -escándalo de un nuevo tipo, que hace comprender la grandeza de los pueblos holgazanes-, en esa sociedad ávida de asombros, enamorada de la vida, pero sobre todo, de una vida llena de excitación, apareció un hombre que fue grande no sólo por su sutileza metafísica, por la belleza siniestra o fascinante de sus concepciones, por el rigor de su análisis, sino también grande y no menos grande como caricatura: […] Edgar Poe.

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«Desde el seno de un mundo tragón, hambriento de materialidades, Poe se elevó a los sueños» Charles Baudelaire

Y lo que él va a pescar en la boca de Poe es lo que éste despliega acerca del principio de la poesía y denomina la gran herejía poética de los tiempos modernos. Esta herejía -él lo dice así de claro- es la idea de utilidad directa: Que la poesía sea útil -dice Edgar Poe traducido, retocado por Baudelaire- es indudable, pero ése no es su objetivo; viene de yapa.
Tenemos el eco de esto cuando Lacan plantea, acerca de lo que es terapéutico en el psicoanálisis aplicado, que la cura viene por añadidura. Es la misma figura que Baudelaire y Poe aíslan aquí. Y el culto de la utilidad directa, si puedo decirlo así, es precisamente la causa de la extinción de la virtud oracular en el psicoanálisis. Es lo que puede escucharse en el escrito «Los oráculos de la Pitia», donde Plutarco se pregunta por qué la Pitia ya no presenta sus oráculos en verso, por qué el oráculo devino prosaico.
Lo retomaremos la vez siguiente, junto a dos preguntas: ¿por qué el psicoanálisis tiende a devenir prosaico?, y ¿qué hay que hacer para reavivar en él, si me permiten, el fuego de la lengua poética?


13 de noviembre de 2002

*Instancia de investigación sobre los matemas analíticos [N. de T.]

Godward,_L'Oracle_de_Delphes,_1899_(5613762473)
John William Godward, El oráculo de Delfos,1899.

Jacques-Alain Miller: Un esfuerzo de poesía, Paidós, Buenos Aires, 2016, página 21.

La «solución Lacan»

Jacques-Alain Miller

Hay que decir que el retorno a Freud, como se expresaba Lacan, era más bien hacerle una buena treta a Freud. La buena treta es que la solución Lacan no pasó en absoluto por los caminos de Freud. Pareció que pasaba por los mismo, pues Lacan creó una Escuela. Nos dijimos ¡Bravo, es un lugar! ¡Por fin un lugar de clasificación! Es un lugar donde manejaremos el sello, la estampilla, y podremos recomenzar para mejorar la operación que había fallado luego de Freud. Pero hete aquí que esa no era en absoluto la solución Lacan, y la prueba es que él llegó a la disolución de esa Escuela, la suya, la única que fuera suya. Su decir sostenía a esta Escuela, la perforaba. Y antes de que la Escuela del decir se volviera una Escuela de los dichos, en la que todos pudieran estar juntos, la hace volar en mil pedazos.
La conclusión que extraigo de esto y de algunos otros datos es que la solución Lacan no pasa por el lugar freudiano, no pasa por el lugar concebido en forma freudiana. La solución Lacan, la que él practicó e indicó, pasaba por hacer existir el psicoanálisis. Esto es algo totalmente diferente de guarecerse en un lugar.
¿Qué implica? Hacer existir el psicoanálisis de otra manera que por la historia, pues eso no es más que hacerlo existir por la tradición. ¡Tradición, traición! Para Lacan, hacer existir el psicoanálisis era claramente hacerlo existir por medio de la lógica, no de la historia, hacerlo existir por medio de su necesario y su imposible, y también alojar su posible y su contingente. Pero demos aquí a lo necesario el primer lugar. El filo de la enseñanza de Lacan consiste no obstante en plantear que el psicoanálisis conduce a algún lado, que, si comienza como es debido, también puede terminar como es debido, y que hay allí una determinación que pertenece a la esencia del psicoanálisis, una determinación esencial de la experiencia analítica. Es algo totalmente distinto de tomar nuestra taza de té con quien corresponda, pasearnos, saber que nos relacionamos con alguien que se relacionó con alguien, etc., hasta llegar a Freud.
En el psicoanálisis siempre se ocuparon mucho de las filiaciones, de hacerlo existir por medio de la tradición y de la filiación. A Lacan le interesó hacerlo ex-sistir mediante lo que por ahora llamo su lógica, por su necesario; despejar su esencia, pues aquí la ex-sistencia del análisis depende de su esencia.
Para él era muy poco el infinito freudiano, ese infinito que afectaría a la experiencia psicoanalítica, o la idea de que habría que retornar periódicamente a esa experiencia. Es una diferencia absolutamente esencial, que depende de la elección de Lacan. El infinito en Lacan existe, sí, pero es el infinito analizante. Y este infinito analizante tiene el nombre de enseñanza del psicoanálisis. Se basa en el lazo que él establece entre el psicoanálisis puro y la enseñanza del psicoanálisis. Para decirlo con mucha precisión, los remito a la página 228 de los Escritos, donde evoca, en modo imperativo, «la restauración del estatuto idéntico del psicoanálisis didáctico y de la enseñanza del psicoanálisis, en la abertura científica de ambos», fórmula de la que podemos decir que aún es ingenua, pero que muestra la dirección que tomó Lacan. Digo ingenua porque ella todavía habla de psicoanálisis didáctico, una expresión que Lacan abandonará porque implicaría que el psicoanálisis se aprende. Si eso fuera posible, sus operadores no necesitarían pasar por un análisis. De hecho, esta frase, esta ecuación formulada entre el psicoanálisis didáctico y la enseñanza del psicoanálisis significa exactamente lo mismo que decir que el psicoanálisis es intransmisible. El psicoanálisis no pasa como por un tubo. Tiene medios de transmisión, pero no pasa así. La prueba es que ustedes mismos deben pasar por él como una carta. No es que el muchacho vaya a depositar su pequeña misiva para que enseguida eso siga su curso, es él mismo quien se desliza allí dentro, como una carta; el sujeto es lo que se transmite y se transforma en esa transmisión, al menos para saber leer la carta que él es.
Podemos incluso hacer de ello una bella historia. Además es mucho mejor que esta historia sea buena antes que bella -es la tesis de Lacan. Es lo que denominó pase: cuando podemos contar la carta que somos, o que fuimos, como una buena historia. Y felizmente escuchamos buenas historias de este tipo. Si no las hubiera, nos preguntaríamos qué hacemos. Felizmente hay buenas historias, que nos cuentan quienes son invitados a hacerlo por haber cumplido un procedimiento -el pase- pero noten que esto nada dice aún acerca de lo que el sujeto de esta buena historia hará, a su turno, en el psicoanálisis. Por otra parte, a menudo se mantiene allí una distancia, un hiato, incluso podría decirse un hiatus irrationalis.


Jacques-Alain Miller: El lugar y el lazo, Paidós, Buenos Aires, 2013, página 19.


UN POEMA DE JACQUES LACAN

Hiatus irrationalis (1929)

Choses que coule en vous la sueur ou la sève,
Formes, que vous naissiez de la forge ou du sang,
Votre torrent n’est pas plus dense que mon rêve,
Et si je ne vous bats d’un désir incessant,

Je traverse votre eau, je tombe vers la grève
Où m’attire le poids de mon démon pensant;
Seul il heurte au sol dur sur quoi l’être s’élève,
Le mal aveugle et sourd, le dieu privé de sens.

Mais, sitôt que tout verbe a péri dans ma gorge,
Choses qui jaillissez du sang ou de la forge,
Nature –, je me perds au flux d’un élément :

Celui qui couve en moi, le même vous soulève,
Formes que coule en vous la sueur ou la sève,
C’est le feu qui me fait votre immortel amant.


Cosas, ya fluya en vosotras el sudor o la savia,
Formas, ya nazcáis de la fragua o de la sangre,
Vuestro torrente no es más denso que mi sueño;
y, cuando no os golpeo con un deseo incesante,

Atravieso vuestra agua, caigo hacia la arena
Donde me arroja el peso de mi demonio pensante.
Sólo, choca contra el duro suelo donde se eleva el ser
Al mal ciego y sordo, hacia el dios privado de sentido.

Pero, al perecer todo verbo en mi garganta,
Cosas, ya nazcáis de la sangre o de la fragua,
Naturaleza, -me pierdo en el flujo de un elemento:

Aquel que arde en mí, el mismo que os subleva,
Formas, ya fluya en vosotras el sudor o la savia,
El fuego me hace vuestro inmortal amante.¹

(Versión de Oscar Masotta)
¹ Publicado en la sección “Fronteras”, de la Revista El Caldero de la Escuela, N°51, mayo 1997


Diogenes buscando a un hombre
Diógenes buscando a un hombre, Castiglione, Giovanni Benedetto 1645 – 1655. Óleo sobre lienzo, 97 x 145 cm. Museo del Prado

 

El psicoanálisis: «políticamente es un señuelo»

Entrevista a Jacques-Alain Miller por Jean-Pierre Cléro y Lynda Lotte para Cités (fragmento)

J.-A. Miller: —Le responderé rápidamente. El psicoanálisis, ¿revolucionario o reaccionario? Es un Jano. Políticamente es un señuelo. ¿Se hace de él hoy en día un uso político explícito? En los debates de la sociedad se le hace decir lo  que está a favor y en contra. ¿Qué es que está implicado a través de su doctrina? Que un psicoanalista está ahí para hacer psicoanálisis, accesoriamente para hacer avanzar el psicoanálisis, y para expandirlo en el mundo, y si interviene en los debates públicos con ese fin, está muy bien. Ahora, detallémoslo.
Revolucionario, el psicoanálisis por cierto no lo es. Durante la época en la que se hablaba todavía de la revolución, hacia 1968, Lacan evocaba la revolución de las órbitas celestes. Una revolución está hecha para volver al punto de partida. El psicoanálisis es llevado a poner en valor lo que puede llamar las invariantes antropológicas más que a ubicar sus esperanzas en los cambios de orden político. Pretende operar en un nivel más fundamental del sujeto, el del inconsciente, y que no conoce el tiempo o, más bien, en el que los puntos del espacio y tiempo están en relación topológica y no métrica: lo más distante se revela de golpe como lo próximo. El psicoanálisis es por lo tanto con gusto del partido nihil novi, que profesa que cuanto eso más cambia tanto más es lo mismo, salvo que eso puede empeorar puesto que se creyó que sería mejor.
El psicoanálisis no es revolucionario, sino que es subversivo, lo que no es lo mismo, y por razones que yo he esbozado, a saber que va en contra de las identificaciones, los ideales, los significantes amo. Por otra parte, todo el mundo lo sabe. Cuando ustedes ven a alguno de sus próximos en análisis, temen que dejen de honrar a su padre, a su madre, a su esposo y al buen Dios. Se lo ha querido hacer más adaptativo que subversivo pero en vano. ¡Antes bien! Cuando el sujeto es subvertido, cuando es destituido de su dominio imaginario, sale de la caja de su narcisismo, y tiene una oportunidad de hacer frente a todas las eventualidades.
Ahora, atención, cuanto más cambia tanto más es lo mismo, sin duda, pero eso cambia. Que siga siendo lo mismo quiere decir que lo que usted gana de un lado, lo pierde del otro, y que eso no se reabsorbe. Entonces, si bien es subversivo, el psicoanálisis no es lo por lo tanto progresista, ni tampoco reaccionario. ¿Acaso es desesperado? Digamos que opera con la esperanza. Es la ablación del Príncipe Esperanza, para retomar el título para matarse de risa de Ernst Bloch. De ahí resulta un alivio seguro.
Con este hecho, los psicoanalistas no solamente no son militantes, salvo a veces, y no necesariamente para su felicidad, la del psicoanálisis, sino que más bien son llevados a decepcionar a los militantes. De ello resulta que están sobrepasados por las consecuencias de su operación. Eso hace vacilar los semblantes, en particular las normas que temperan la relación sexual insertándola en la familia y en el orden de la procreación. Los psicoanalistas hubieran querido que esos semblantes se mantengan hasta el fin de los tiempos. Y bien, para nada. El derecho natural, que se perpetuaba bajo formas diversas desde antaño, ha recibido el impacto. Junto con los daños sensacionales que el psicoanálisis hizo en la tradición se unieron, como por milagro, las posibilidades inéditas ofrecidas a través del progreso de la biología, la procreación asistida, la clonación, el desciframiento del genoma humano, la perspectiva que el hombre se vuelva él mismo un organismo genéticamente modificado.
Entonces, el Nombre-del-Padre no es más lo que era. Hace largo tiempo que aleteaba, Balzac hubiera dicho desde el regicidio francés, desde la desaparición de la sociedad del orden, y del coqueteo planteado hacia los asuntos del mundo por el capitalismo, como lo previó el Manifiesto comunista. Lacan notaba ya en 1938, como un hecho adquirido, el declive social dela imago paterna, luego en los años 1950, el complejo de Edipo no podría indefinidamente mantenerse en nuestras sociedades. Estamos en eso. La decisión de la Corte Suprema de la que hablaba al comenzar abre la vía del matrimonio gay y lesbiano. La derecha religiosa pide el voto de una sanción en la Constitución que define al matrimonio como un lazo heterosexual con finalidad reproductiva. La iglesia se moviliza. La guerra de la civilización, pero interna, será apasionante para seguirla.
El psicoanálisis es subversivo mientras que los psicoanalistas son espontáneamente conservadores. Con mucho derecho, puesto que el cambio simbólico se pagará. Pero de todas maneras, ¡qué ceguera será no reconocer allí las consecuencias de su acción!

Cités: —¿Pero qué es ahora entonces el primado acordado de falo?

J.-A. Miller: —¿Quién otorga este primado?

Cités: —El psicoanálisis

J.-A. Miller: —Si en el campo que es el de ustedes, proceden a un ordenamiento de los símbolos de poder, no tendrán duda sobre el primado inmemorial del falo y sobre el primado político viril. Esta configuración ha entrado en contradicción con el espíritu de la modernidad, los derechos del hombre, si puedo decirlo, el desarrollo de las fuerzas productivas, etc., y apenas hace cincuenta años que en Francia se renunció al monopolio electoral del falo, la mitad menos del tiempo con que el aborto fue legalizado. Fue ayer. ¿La nueva noticia ya alcanzó a un inconsciente que da vueltas en el mismo sillón desde hace tiempo y que, por lo demás, no conoce el tiempo? El psicoanálisis no otorga ningún primado al falo, lo reconoce puesto que es lo que le suministra su experiencia. Del cuerpo del macho es tomada la forma que simboliza por excelencia la turgencia del goce, forma gloriosa que sublima una realidad que lo es menos, para serlo por eclipses. Es sin duda por su carácter a la vez cautivante, visible y disipable, transformista, entre presencia y ausencia, que el órgano erigido del macho pasa al estado de significante y de significación.
Reconocerlo es al mismo reconocer la «significación fálica», como decía Freud, se va más lejos de su punto de partida. Esta significación y el órgano macho, eso hace dos. Nada está más facilizado que el cuerpo femenino, y especialmente cuando su falta está puesta en evidencia. Alrededor de esta falta, y en particular cuando se ha señalado sobre el cuerpo de la madre, Freud hace girar su clínica. Muestra que el encuentro con las modalidades de esta falta tiene una función decisiva en cuanto a la elección de la neurosis y de la orientación sexual.
Ahora bien, preguntémonos cuál ha sido de hecho el alcance político de los descubrimientos del psicoanálisis al respecto. ¿Fue jugado en el sentido de justificar el privilegio político viril por una especie de derecho natural? Es lo contrario. El psicoanálisis ha puesto a la luz el montaje significante del primado del falo. El falo es un semblante: lo real en juego es el goce; la norma sexual es un artificio; el deseo no tiene objeto natural como tal, es perverso. Como último término, Lacan dijo que no hay relación sexual, que el modo de gozar no está programado en la naturaleza a nivel de la especie humana, que se establece de forma diferente para cada uno de los sexos, y, en otro nivel, para cada uno, uno por uno. ¿Por qué, si no, el feminismo francés de los años 1970 se hubiera reagrupado alrededor de Lacan, para estudiar sus textos?
Sin duda los psicoanalistas, Freud mismo, estaban en retraso sobre el psicoanálisis, sin duda se han mostrado sobrepasados por las consecuencias de su acto, sin duda lo están todavía. Han abierto la caja de Pandora y, como Pandora, ellos querrían cerrarla, pero es en vano. No les pidan compartir las esperanzas de los militantes. Incluso el montaje «Nombre-del-Padre y significación fálica», que temperaba deseo y goce, está sometido ahora a una dura prueba en todos los niveles de la civilización, y da muestras de su insuficiencia. Para hablar como Lacan, su decadencia se acompaña del ascenso al cenit social del plus-de-gozar. Me parece que podríamos ponernos de acuerdo en decir que la persecución del goce, de ahora en adelante, es una idea nueva en política.

Señuelos ilustración(2003)


Jacques-Alain Miller: Punto cenit Política, religión y el psicoanálisis, Colección Diva, Buenos Aires, 2012, página 29.

En versión original (francés):
Miller Jacques-Alain, Clero Jean-Pierre, Lotte Lynda, «Lacan et la politique», Cités 4/2003 (n°16), p. 105-123.
URL : www.cairn.info/revue-cites-2003-4-page-105.htm.
DOI : 10.3917/cite.016.0105.

Por qué el psicoanálisis no es revolucionario sino subversivo

Por Pablo Chacón

En Punto cenit (ediciones Diva), el psicoanalista francés Jacques-Alain Miller reunió una serie de artículos –propuestos y ordenados por sus colegas locales Silvia Tendlarz y Carlos Gustavo Motta– que pivotean sobre las nociones de real en la época del Otro que no existe, la de la crisis contemporánea de las identificaciones que empuja al sujeto a un plus de goce y a una existencia que muchos consideran, perdida la referencia paterna por imperio de la certidumbre científica, desamparada o extraviada. El yerno de Jacques Lacan se sostiene en un texto de éste, “El triunfo de la religión”, para estudiar la innovación frenética del malestar en la cultura y sus consecuencias en la clínica del uno por uno.

Acostúmbrate, hijo, al desierto.
Joseph Brodsky

Poco menos de un año atrás, el psicoanalista francés Eric Laurent decía en Buenos Aires que con el régimen de certeza de la ciencia, la noción de autoridad paterna (característica del mito edípico freudiano) había quedado definitivamente desplazada. “En el mundo de la técnica, que es el nuestro, en el cual todo tiene que tener una función, el psicoanalista no es alguien que se ofrece como una herramienta útil (…) El psicoanalista trata de dirigirse a lo inútil de cada uno (…) Es imposible separarse de esa parte oscura que nos habita; esa parte desdichada, maldita, como la llamaba Georges Bataille. El psicoanalista tiene esa distancia sobre el discurso de la utilidad. Y tratar de transformar eso que no va en algo que vale es una tarea”.

La técnica avanza en la época de la inexistencia del Otro, sin control más que el ejercido por los comités de ética, retrasados siempre respecto de aquellos avances.

En estos textos, Miller, por otra vía retoma esa cuestión: en lugar de la falta en el Otro como constituyente de un sujeto, aparece un Otro sin falta que no se las ve con sujetos sino con objetos. Es una época de complicaciones del lazo social. El siglo XXI es la época del Otro que no existe, la del “ascenso al zenith” del objeto a, fórmula que Lacan usa por primera vez en Radiofonía (1974), y que su yerno, pasados los años bautiza “Punto cenit”, para hablar de las sucesivas mutaciones en el campo de la política, la religión y el propio psicoanálisis.

“Alcanzaría con el ascenso al zenith social del objeto llamado por mí pequeño a, por el efecto de angustia que provoca el vaciamiento con el que lo produce nuestro discurso, al faltar a su producción”, había dicho el autor de los Escritos. “La promoción del plus de goce que señala Lacan cobra sentido a partir del eclipse del ideal, desde donde se suele explicar la crisis contemporánea de la identificación”, completa Miller.

En la entrevista que abre el libro, éste despeja varias cuestiones. Frente al supuesto escepticismo político del psicoanalista, Miller no duda.

¿El hecho de decirse psicoanalista implica necesariamente una elección política?

Photo_JAM_400x400“Pero sí. Quien practica el psicoanálisis debe lógicamente querer las condiciones materiales de esta práctica. Lo primero es la existencia de una sociedad civil en sentido propio, distinta del Estado (…) El psicoanálisis no existe ahí si no se lo puede ironizar, poner en cuestión los ideales de la ciudad, sin tener que tomar la cicuta. Ella es entonces incompatible con todo orden de tipo totalitario que junta en las mismas manos la política, lo social, la economía e incluso lo religioso. Ella tiene la partida ligada con la libertad de expresión y con el pluralismo”.

A fines de los 60, el psicoanálisis apareció como portador de un ideal revolucionario. ¿Piensa usted que sea posible disociar el psicoanálisis del uso político que se hace? La intervención política del psicoanálisis, ¿está implicada en su doctrina? ¿El psicoanálisis se inscribe como una ideología reaccionaria?

“Le responderé rápidamente. El psicoanálisis, ¿revolucionario o reaccionario? Es un Jano. Políticamente es un señuelo. ¿Se hace de él hoy en día un uso político explícito? En los debates de la sociedad se le hace decir lo que está a favor y en contra. ¿Qué es que está implicado a través de su doctrina? Que un psicoanalista está ahí para hacer psicoanálisis, accesoriamente para hacer avanzar el psicoanálisis, y para expandirlo en el mundo, y si interviene en los debates públicos con ese fin, está muy bien.

“Revolucionario, el psicoanálisis por cierto no lo es. Durante la época en que todavía se hablaba de revolución, hacia 1968, Lacan evocaba la revolución de las órbitas celestes. Una revolución está hecha para volver al punto de partida. El psicoanálisis es llevado a poner en valor lo que puede llamar las invariantes antropológicas más que a ubicar esperanzas en los cambios de orden político (…) El psicoanálisis no es revolucionario, sino que es subversivo, lo que no es lo mismo, y por razones que yo he esbozado, a saber: que va en contra de las identificaciones, los ideales, los significantes amo. Por otra parte, todo el mundo lo sabe. Cuando ustedes ven a alguno de sus próximos en análisis, temen que dejen de honrar a su padre, a su madre, a su esposo y al buen Dios.

“Con este hecho, los psicoanalistas no sólo no son militantes, salvo a veces, y no necesariamente para su felicidad, la del psicoanálisis, sino que más bien son llevados a decepcionar a los militantes (…) El derecho natural, que se perpetuaba bajo formas diversas desde antaño, ha recibido el impacto. Junto con los daños sensacionales que el psicoanálisis hizo en la tradición se unieron, como por milagro, las posibilidades inéditas ofrecidas a través del progreso de la biología, la procreación asistida, el desciframiento del genoma humano, la perspectiva de que el hombre se vuelva él mismo un organismo genéticamente modificado”.

La diferencia entre revolución y subversión resulta inédita, tanto como el gran angular puesto sobre las invariantes antropológicas, sin descartar la suerte política de la práctica de acuerdo a los diversos regímenes políticos y a la caída de los ideales y del Nombre-del-Padre, que por cierto, genera una desorientación ideológica que redunda en grupos de pertenencia, labilidad electoral, grupos de intereses desenmascarados y anacronismos por izquierda y por derecha.

El Nombre-del-Padre no es más lo que era. Hace largo tiempo que aleteaba. Balzac hubiera dicho desde el regicidio francés, desde la desaparición de la sociedad del orden, y del coqueteo planteado hacia los asuntos del mundo planteados por el capitalismo, como lo previó el Manifiesto comunista. Lacan notaba ya en 1938, como un hecho adquirido, el declive social de la imago paterna; luego, en los 50, el complejo de Edipo no podría indefinidamente mantenerse en nuestras sociedades. Estamos en eso”.

El ascenso al cenit del objeto a provoca cambios desde hace años en las conductas, las orientaciones y elecciones sexuales porque se terminó la época de las identificaciones fuertes y la represión para dar paso a un horizonte permisivo, quizá tanto o más regulado que el anterior pero incontrolable cuando algo de lo real es tocado.

Antes que un mundo de deseo, éste es el mundo del goce. Y esa disyunción no implica necesariamente una mejora aunque sí un empuje a entender las mutaciones y la multiplicación de desorientaciones y estilos de vida, a riesgo de caer en arbitrariedades, fundamentalismos o explosiones de violencia, de género y de las otras.

El psicoanalista argentino Ricardo Nepomiachi destaca que entre otras consecuencias de la época aparece “lo que podemos calificar como ‘un tipo particular de degradación de la vida subjetiva’. Un tipo cuyos ejemplares son reflejo de nuestras sociedades laicas, democráticas y capitalistas que impugnan la autoridad de la enunciación y en las que reinan el saber y los productos de la ciencia. Se trata de un reino en el que se ofrece como ideal reducir la palabra a un enunciado sin enunciación, en el que no se reconoce a la excepción que haga posible transmitir la legitimidad, y es en esa medida en que el sujeto queda desamparado y sin posibilidad de encontrar una orientación en la vida y fundar un lazo social”.

Este es uno de los puntos donde la angustia juega su juego.

“El psicoanálisis –explica Lacan en una conferencia de prensa en Roma, también en 1974 –se ocupa muy especialmente de lo que no anda bien. Por eso, se ocupa de esa cosa que conviene llamar por su nombre –debo decir que hasta ahora soy el único que la llamó con este nombre: lo real. Esta es la diferencia entre lo que anda y lo que no anda, lo que anda es el mundo, y lo real es lo que no anda (…) De esto se ocupan los analistas, de manera que, contrariamente a lo que se cree, se confrontan mucho más con lo real que los científicos. Sólo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner el pecho todo el tiempo. Para ello es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia”.

Miller lo dice a su manera.

“Si se me concede que el goce se ha vuelto un factor de la política, ¿el psicoanálisis conservaría la misma distancia sarcástica en relación (a la política) que durase la edad de las ideologías? No creo que pueda hacerlo. Lo privado se ha vuelto público. Eso es un gran movimiento, un destino de la modernidad, y el psicoanálisis ha sido llevado a ello, para lo mejor y para lo peor.

(2012)

Fuente: Revista Ñ

Lacan, su enseñanza y su persona

 

La conversación de aquellas dos jóvenes giraba en torno a la difamación de la que Lacan era todavía objeto treinta años después de su muerte. La primera me reprochaba mi silencio sobre «una repugnante mezcolanza de inmundicias», la segunda «una complacencia que habrá permitido a las modernas Erinias sentirse autorizadas a decir cualquier cosa sobre aquel a quien Lacanperseguían con un odionamoramiento implacable y eterno». Si ambas amazonas me comunicaron sin dificultad su avidez febril por arrancar la túnica de Neso que consumía a Hércules, ¿cómo no iba a tener su deseo, convertido en mío, algo de perplejidad? Yo a Lacan lo había conocido, lo había frecuentado, lo había tratado durante dieciséis años, y sólo dependía de mí dar un testimonio. ¿Por qué haberme callado? ¿Por qué no haber leído nada de esa literatura?
Estudiando su enseñanza, redactando sus seminarios, siguiendo la estala de su pensamiento, había descuidado a su persona. Preferir su pensamiento, olvidar su persona, era lo que él deseaba que se hiciera, al menos eso decía, y yo le había tomado la palabra. Sin duda, por método, siempre tuve el cuidado de referir sus enunciados a su enunciación, de cuidar siempre el lugar del Lacan dixit, pero eso no era de ningún modo ocuparse de su persona. Por el contrario, no decir ni una palabra de su persona era la condición para apropiarme de su pensamiento, apropiar mi pensamiento al suyo, quiero decir, universalizar su pensamiento, operación donde lo tuyo y lo mío se confunden y se anulan.
Me había interesado en elaborar algo que, del pensamiento de Lacan —palabra que le daba risa— pudiera transmitirse a todos, sin pérdida, o con la menor pérdida posible, y que así cada uno podía hacer suyo. Esta vía era la que él llamaba, mediante un uso que le era propio, el matema. Ahora bien, esta vía implica por sí misma cierta desaparición del sujeto y una borradura de la persona. No conceder ninguna importancia a la personalidad singular de Lacan era, pues, algo que caía por su propio peso. Yo la indicaba en mis cursos, pero era para sustraerla, para dejarla caer, para sacrificarla, por así decir, al esplendor del significante. Al hacerlo, me sentía partícipe de aquel tiempo futuro que, en vida, él anhelaba, aquel en el que su persona ya no haría de pantalla a lo que enseñaba. En suma, la vía del matema me había conducido a guardar silencio cuando habría tenido que hacer algo que mis dos jóvenes amigas llamaban defenderlo.
Defenderlo, sin embargo, era algo que ya había hecho cuando estaba vivo, y hasta el final, cuando estaba acorralado, y después cuando estaba ya en las últimas. ¿Para qué hacerlo una vez muerto? Una vez muerto se defendía muy bien él solo —con sus escritos, con su seminario, que yo redactaba. ¿No bastaba esto para hacer ver el hombre que era?
Sollers me insistía para que consiguiera de Lacan que se dejara filmar en su seminario. Hubiera sido un documento para la historia y, sin duda, un vehículo para propagar la fe verdadera. Ahí estaba para él el verdadero Lacan. Yo sonreía, muy decidido a no pedírselo a Lacan, seguro como estaba de que él me desalentaría. En la escena del seminario, es cierto que Lacan concedía algo de cara al teatro pero, a su manera de ver, era finalmente para que eso pase, es que tenía que decir, en el momento de decirlo. Su apariencia, esa ninfa, no era algo a perpetuar. Era una concesión hecha a la «debilidad mental» de ese parlêtre (ser que habla) que hacía cautivar por medio de alguna «obscenidad imaginaria» para que retuviera algo del tema. Él decía que sólo lo entenderían al fin, en el sentido de comprenderlo cuando hubiera desaparecido.
Abordaba cada una de las sesiones del seminario como si tuviera que llevar a cabo una actuación, pero en aquella época las actuaciones no se grababan. Ya movilizar a una estenotipista para transcribir un curso era en aquellos tiempos algo extraño, algo que en la Sorbonne no se hacía. Con todo, incluso cuando se vieron aparecer los primeros pequeños magnetófonos, que se multiplicaron pronto alrededor del pupitre de Lacan, la estenotipista siguió allí, como un testimonio de siglos pasados.
Ya Jenofonte, según dicen, había utilizado este arte para trascribir las palabras de Sócrates.

Jacques- Alain Miller: Vida de Lacan, Madrid, Gredos, 2011, página 9.


 

Ya-Nadie y vociferación

Jacques-Alain Miller

«Todo el mundo es loco, es decir, delirante.» Hablando de esta frase terminaré el curso de este año, en el que me dejé llevar por lo que tenía a mi alcance. Lo que perdiera en sistematicidad, pensé, lo ganaría en autenticidad. Tengo la sensación de haber estado por momentos más cerca de aquello que me ocupaba. Y concluir con este «todo el mundo es loco» me da la clave, el título de este año. ¡En hora buena!

Esta frase es de Lacan, pero, como lo dije la última vez, fue proferida desde ninguna parte, desde un no lugar, desde la nulibiedad para actualizar un neologismo que pueden encontrar en los Escritos, inventado por Lacan al referirse a un texto de Jorge Luis Borges.

Nulibiedad

Reconocí la última vez en este lugar aquel del Ya-Nadie. Y ese también hubiese podido ser el título de este año, ya que de alguna forma, yo fui eso este año, Ya-Nadie. Acepté ser atravesado por el momento y me serví de ello. Fui fiel , sin demasiado aparato, a aquello que me pasaba por la cabeza, como debe hacerlo todo analizante digno de este nombre, es decir, conforme a su definición y a su estatuto. Ya-Nadie, ¡qué personaje! Entre paréntesis es un nombre del sujeto, del sujeto tachado, pero con un acento particular puesto en su relación natal con el goce. Ya-Nadie es un personaje que aun no formaba parte del casting lacaniano, sin embargo, podría decir que es el portavoz de Lacan.
Aquello que Lacan llamaba su enseñanza y que yo retomé en forma repetida hasta borrar el nombre de libros, de obras, de trabajos, de teorías. Lo dije después de Lacan, pero con una insistencia unívoca: la enseñanza de Lacan. Enfatiza que su trabajo sea un work in progress, según la expresión de James Joyce, un trabajo en curso, en el que las conclusiones, por tan afirmadas que sean, siempre son transitorias. Hablamos de las tesis de Lacan solo por razones de comodidad a la hora de enseñarlo en el Departamento de Psicoanálisis, ese espacio que promoví en la universidad.
Aunque nunca de manera definitiva, hablé se su enseñanza. Esto es lo que tenemos que revisar ahora al comentar la frase «todo el mundo es loco», puesto que la enseñanza no sale indemne de este comentario, en tanto ataca la posibilidad misma de un matema del psicoanálisis. Lo cual muestra el aspecto patético del camino recorrido por Lacan. Al decir esto, estoy retomando la misma expresión asignada por él  en este texto al nombre de Freud. Esta enseñanza —ya que desde el comienzo de este curso la llamé así— es aquello que se dice, se profiere, se profesa, se vocifera. Y para vociferar hay que tener un cuerpo, hay que dar de su persona y no solamente de su sujeto, esta enseñanza se vocifera desde  el lugar de Ya-nadie.
Allí es, diría hoy, donde Lacan se plantó. Y lo que revienta en este último texto ya estaba allí a la espera de desarrollar sus consecuencias y sus estragos desde el momento en que Lacan tomó la palabra. Palabra es un término que en realidad apaga el estallido que comporta la palabra vociferación. La vociferación le añade a la palabra el valor, la dimensión, el peso de la voz, es decir, lo que viene de sobra en lo que llamamos tan amablemente la relación del analista con el analizante. El término relación permite disimular aquello de lo que se trata, esta frase permite restituirlo. El lugar de Ya-Nadie es seguramente el lugar del sujeto, pero concebido, nombrado, en tanto redondel quemado de la maleza del goce.
Y tomar la palabra, el simple hecho de hablar, es ya repercutir, hacer rodar, esa parte extraída en la maleza que es el objeto a como voz. Habría que añadir que la voz va más lejos que el objeto a, al estar siempre bajo la sospecha de solo ser un semblante de goce debido al aparato del significante. El lugar del Ya-Nadie es el lugar del sujeto pero designado desde antes, si así se puede decir, desde antes que el significante desenrolle sus volutas capciosas des las que les doy aquí el ejemplo al forzar la elocuencia. Esas volutas capciosas que hacen olvidad que ahí donde se sufre, se goza.
Se dice que escuchar es una política, un medio de dominación, ya nada más común, incluso cuando se interpreta lo que se escucha, cuando lo que se dice se interpreta como significado de otra cosa, significando más, significando algo que está dejado de lado. El psicoanálisis está lo suficientemente expandido como para que haya clínicos que escuchen interpretando. Pero la frase «todo el mundo es loco» apunta a eso que, como analista, se trata de escuchar en lo que se enuncia en la boca del paciente, lo que se vocifera del lugar de Ya-Nadie. Y la vociferación no es un enunciado. Un enunciado , a su vez, no es una proposición. Una proposición puede ser dicha verdadera o falsa, o si se quiere ampliar el binarismo, contradictoria o paradójica. Fundamentalmente, una proposición está subordinada a la matriz de lo verdadero y lo falso. Un enunciado, por el contrario, es un hecho, no un valor. Pero un enunciado está subordinado a la matriz binaria del enunciado y de la enunciación, que forma un par.
Hoy diré que la vociferación, que acabo de colocar como el tercer término después de la proposición y el enunciado, supera la división del enunciado y la enunciación, que es enunciado y enunciación como indivisibles; que, a diferencia del enunciado, la vociferación no se suspende, no se distancia de quien la pronuncia, incluso cuando no hay semejante quien, no se distancia de donde se pronuncia. es decir que incluye su punto de emisión.
A pensarlo, esto significa recordar que lo que consideramos como enunciados de Lacan sólo tienen instancia justa desde aquel lugar en el que se dijeron. Lacan lo recordaba una y otra vez, a menudo bajo la forma de la reivindicación, del quejarse del plagio y del robo, cuando se tomaban sus dichos como enunciados para deformarlos, enseñarlos en su nombre, lo cual se hace hoy día a gran escala, y algo tengo que ver con ello. Pero va mucho más allá de la queja o de la reivindicación, significa pedir que aquello que hemos recibido como su enseñanza tenga estatuto de vociferación. Es así que nos acercamos a lo que podría llamar «cómo escuchar a Lacan.» Hay una vociferación que debemos entender como dicha desde el lugar de Ya-Nadie, una vociferación que sirve para orientar —para retomar así un término del que hice el título general de este curso desde que lo empecé antaño y con los años que de acumulan— la escucha psicoanalítica y que pone esta práctica aparte a tal punto que me vi obligado por momentos a señalar su inhumanidad. En efecto, no es humanista, aunque pueda hacerse valer como una parodia del humanismo, que me gustaría mostrarles al terminar, si llego.

Jacques-Louis David – The Death of Socrates, 1787

Jacques-Alain Miller: Todo el mundo es loco, Buenos Aires, Paidós, página 331.

 

La «acción analítica»

Jacques-Alain Miller

¿De qué se trata en «La dirección de la cura y los principios de su poder»?
Para empezar, podemos decir que se trata de la acción analítica, entendida como la acción del psicoanalista. Ese texto es el testimonio de un analista que trata de pensar lo que hace en su práctica, sin prejuicios, en su autenticidad. Y eso implica primero, para un analista, reconocer que se queda  una parte oscura, de misterio, para él mismo, en los efectos que produce. Puede ser en los mejores casos lo que estimula a los analistas a pensar y a repensar de manera interminable el psicoanálisis. Uno se puede burlar de los analistas, es una de las cosas más fáciles en el mundo —sus analizantes se burlan del analista, ¿cómo no?—; se puede burlar de los analistas en grupo, que repiten de manera interminable las referencias de Freud y de Lacan, again and again, buscando una verdad que escapa en esa repetición. Pero se puede también tener respeto por esa repetición que a veces traduce el sentimiento que se queda para ellos mismos, en su propia acción, en los propios efectos que produce, algo que los traspasa. Y eso es también lo específico de lo que llamamos el inconsciente gracias a Freud y a Lacan, porque después de Freud se había olvidado el concepto mismo de inconsciente. Parecía un concepto arcaico de Freud y en la psicología del yo era muy poco utilizado y descartado. Lo que llamamos inconsciente es algo con lo cual no hay una buena comprensión, no tiene, el analista tampoco, manera de entenderse bien con el inconsciente, no es un amigo leal, un compañero al lado del cual uno puede sentirse cómodo; al lado del Dr. Mansur me siento muy cómodo, pero al lado de su propio inconsciente uno no se siente muy cómodo. Freud ha presentado el inconsciente como algo que siempre traiciona al sujeto; el lapsus, el acto fallido, son manifestaciones de traición. El inconsciente es traidor y cada uno desconfía del suyo.
Esto hace también a la dificultad de improvisar charlas en el ámbito del psicoanálisis: la audiencia no perdona al conferencista, psicoanalista, sus eventuales lapsus, lo que hace de eso cada vez una partida con su propio inconsciente. Además, cuando es en otra lengua que la lengua materna, tiene también su dificultad. Pueden referirse al texto  de Lacan, cap. IV. «encontrar la comprehensión, en contra de entender», para desvalorizar el hecho de entender, y eso es un tema fundamental por cuanto, finalmente, uno no entiende el inconsciente. Se repiten cosas pero eso no constituye una comprehensión. Entonces, en este texto, Lacan siempre presenta proposiciones asertivas, pero hay que captar también el patetismo de su búsqueda, aunque no lo pone él mismo en evidencia.
¿Qué hace exactamente el analista? Ésa es su pregunta a él mismo. ¿Qué debe hacer para obrar conforme a la esencia del psicoanálisis? Hay cierta paradoja al centrar la pregunta sobre la acción del analista, porque si hay en el mundo un personaje que no parece hacer mucho, es el analista, a tal punto que hay como un aspecto, un aura de pereza alrededor del analista; no parece trabajar. Incluso, muchos años después de este texto, Lacan dirá: bien, evidentemente el paciente trabaja, el analista hace el acto analítico, pero el trabajo analítico lo hace el paciente, el analista en cierto modo lo pone a trabajar. Cuando vemos un cirujano o un trapecista, trabaja; el analista es más complicado, nos obliga a repensar lo que es el trabajo. En cierta medida el analista no hace nada y pueden encontrar, en las primeras páginas de ese texto también, la teoría que retoma Lacan del no hacer del analista. Lacan mismo en textos anteriores ha teorizado el no hacer del analista, que para lograr mantenerse en el no hacer y, eventualmente, en el no decir, es necesaria una formación; porque la agitación corporal, la compasión, ir a buscar al otro, dar un consejo, moverse, ver al otro, pegarle, acariciarlo, todo eso produce cierto placer al ser humano; se puede entender que hay una forma superior del no hacer que es como el colmo de una formación, y que solamente a los ignorantes parece una pereza común. Lacan busca referencias en las sabidurías orientales. Por ejemplo, en su texto anterior que se llama «Variantes de la cura tipo», se refiere a la vía del analista, la vía es el tao, habla del parentesco que hay entre el tao y la posición analítica del no-hacer. Pueden encontrar en el cap. I de este texto, punto V, la comparación que hace Lacan entre el análisis y el bridge y dice que el analista se apoya en lo que se llama en el bridge «el muerto»; en textos anteriores Lacan compara al analista con el muerto del juego, y habla de la caracterización de la posición del analista. Pero en cierta medida en este texto Lacan habla contra esa teoría del él mismo; es decir no se satisface con la idea de la posición analítica como una posición de no hacer y, al contrario, elabora como novedad una teoría de la acción analítica, más allá de la descripción de la posición analítica como de un no hacer, con la idea de que el analista, en su modo propio de no hacer, revela algo de la verdad de cada acción humana. Ahora bien, este texto no es de teoría pura y en realidad el analista no es un contemplativo; en eso por lo menos se distingue del taoísta o del filósofo «al estilo de Platón» como contemplativo. Y el analista no es un contemplativo, porque el inconsciente no se contempla, porque ya no se queda inmóvil suficiente tiempo para que uno lo pueda contemplar; se mueve, como el deseo: un momento acá, otro momento allá. Y es difícil casarse con el deseo; uno se casa con una persona del otro sexo, pero no se casa con el deseo, y a veces confundir las dos cosas produce algunos problemas.
No es un contemplativo y en este texto Lacan trata de elaborar la teoría de la «praxis analítica», el término que vuelve también en el título del capítulo IV del texto cuando se pregunta: «¿Cómo actuar?», y responde: «con su ser.» Pero «¿cómo actuar?» es la pregunta del texto. Por supuesto, trata de ubicar esa acción con referencia a una estructura muy precisa que no aparece de manera evidente en el texto, que hay que recomponer, cosa que haremos. La expresión «la acción analítica» se encuentra varias veces en el texto. A veces hay que leer un poco a Lacan como se leyeron los jeroglíficos, y también como Freud descifró el inconsciente, es decir, estando atento a las repeticiones. «La acción analítica» entonces es una preocupación, una expresión que vuelve regularmente en este texto; por ejemplo, en el capítulo V, punto 16, tercer y cuarto parágrafos, ahí, en la última parte del texto, Lacan dice: «Es increíble que ciertos rasgos que sin embargo desde siempre han saltado a los ojos de la acción del hombre como tal no hayan sido aquí sacados a la luz por el análisis.» Y después describe cómo percibe la acción humana a partir del punto de vista analítico: «Nos referimos a aquello por lo cual esa acción del hombre es la gesta que toma apoyo en su canción. Esa faceta de hazaña, de realización, de resultado estrangulado por el símbolo […] aquello en fin por lo cual se habla de un paso al acto, ese Rubicón cuyo deseo propio está siempre camuflado en la historia en beneficio de su éxito, todo aquello a lo que la experiencia de lo que el analista llama el acting-out le da un acceso casi experimental, puesto que él domina todo su artificio, el analista lo rebaja en el mejor de los casos a una recaída del sujeto, en el peor a una falta del terapeuta.»
Se queda uno estupefacto ante esa falsa vergüenza del analista ante la acción en la que se disimula sin duda una verdadera —una verdadera vergüenza—, «la que tiene de una acción, la suya —la acción analítica—, una de las más altas cuando desciende a la abyección.» Resulta difícil seguirlo cuando se lo lee o escucha por primera vez, estoy tratando de ver o de sentir si perciben el sentido. Lo voy a tomar solamente como testimonio, que es realmente lo que está en las últimas páginas del texto, nodal, un hilo conductor en la lectura de ese texto de Lacan, la preocupación por la acción y el cómo de la acción analítica, que parece un no-hacer, que devela algo de la acción humana. Ese tema Lacan lo va a continuar muchos años después en un seminario que se llama «El acto analítico» y ese seminario complementa esta «Dirección de la cura…» La preocupación por la acción humana es anterior en Lacan y, la ha estudiado en lo que llama «sofisma de los tres prisioneros», en «El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma.» Ese análisis del tiempo lógico es sobre la estructura de la acción humana, porque demuestra, mediante el sofisma, que si los personajes del cuento no actúan, nunca van a poder descubrir la verdad. Deben actuar sin saber la verdad para poder descubrirla; es decir , deben actuar, precipitar una conclusión sin tener la conclusión lógica ya hecha. Por eso habla de tiempo lógico, porque introduce un factor temporal en la búsqueda de la verdad. Hay que anticipar con la acción la posesión de la verdad y después verificar esa certeza en una precipitación. En ese texto de 1944, «El tiempo lógico…», es decir, catorce años antes de «La dirección de la cura», Lacan escribe: «La verdad se manifiesta avanzando sola en el acto que engendra su certidumbre.» La verdad depende de un acto, eso es lo que trata de demostrar. «Inversamente el error, como confirmándose en su inercia y engarzándose difícilmente para seguir la iniciativa conquistadora de la verdad.» Una verdad que va conquistando, y más allá del saber que detenta antes.
El texto «La dirección de la cura…» de manera velada se apoya en ese tiempo lógico, en esa doctrina de la acción, del acto, que anticipa sobre el saber que uno detenta y que abre el camino conquistador de la verdad. Uno no puede solamente someterse a la realidad. La verdad es de un orden , un registro distinto y en cierto modo superior a la realidad.»

(1992)

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Herbert James Draper, Ulises y las sirenas. 1909

Jacques-Alain Miller: Conferencias porteñas, tomo 2, Buenos Aires, Editorial Paidós, página 177.

Imagen: Wikipedia