Un nuevo amor, frente a la decadencia del amor

Entrevista a Mercedes de Francisco

De Francisco es miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, también es docente del Nuevo Centro de Estudios Psicoanalíticos (NUCEP).

-¿Hay un nuevo amor, propio del siglo XXI, o hay una nueva manera de vivir el amor? En cualquier caso, ¿cuál sería el rasgo diferencial de ese nuevo amor?

El diagnóstico que sociólogos, politólogos, filósofos hacen del siglo XXI, es que el amor ha perdido intensidad, se ha devaluado, está en decadencia y ello preocupa. Sin embargo, parece haber un acuerdo en considerar que el amor es parte fundamental de la vida para los seres hablantes. Freud afirmó que una civilización donde el amor pierde su valor, es una civilización en decadencia, y desde luego en este momento dichos signos no pueden ignorarse. Los estudios de campo que realiza la socióloga Eva Illouz le sirven para constatar los cambios en las costumbres amorosas y el impacto que la técnica está teniendo en ellas. Se buscan causas, donde se invoca a la psicología y al psicoanálisis como si se tratara de la misma cosa, y cuando hay una mención más específica (al psicoanálisis) se apela a los posfreudianos, dejando de lado el camino que abrió Jacques Lacan. Estos sociólogos oscilan entre la constatación de los hechos, la nostalgia por tiempos pasados y la dificultad para encontrar una salida frente a los efectos que está teniendo la tecnociencia sobre los cuerpos, el discurso y los afectos. Hace años comencé a interesarme por este nuevo amor que Lacan extrae del poema de (Arthur) Rimbaud, A una razón, y al que Jacques-Alain Miller alude en varios de sus cursos para mostrar cómo el amor es una suplencia frente a la imposibilidad de proporción sexual.
Es evidente que si sólo existiera esta imposibilidad y la respuesta de goce sinthomático que cada uno tiene, no podríamos hacer ningún tipo de lazo que hiciera posible la existencia. Lacan muestra que en todas las épocas el amor ha tenido la función de suplir esa imposibilidad, taponándola, olvidándola detrás de los velos fálicos de la significación.
En el capitalismo salvaje que se basa en eliminar todo eco de lo imposible lo nuevo del amor será lacaniano. Un nuevo amor que hunda sus raíces en dicho imposible.

-El libro está ilustrado por cantidad de referencias a libros y a películas. Pero te nombro tres, más o menos nuevas, que quizá ayuden a pensar este nuevo aire de época: La gran belleza, de Paolo Sorrentino; Jeune et jolie, de Francois Ozon; y Don Jon, de Joseph Gordon-Levitt. No sé si la figura del varón aparece degradada. Pero creo que a la figura de la mujer, en los tres casos, se le supone un saber, pero un saber incognoscible. Si agregamos Nymphomaniac, de Lars von Trier, completamos un pequeño cuadro.

-Dejo de lado Nymphomaniac, que todavía no he visto, sólo se ha estrenado la primera parte en Madrid. La gran belleza y Jeune et jolie creo que son ejemplo de los momentos que estamos transitando y no considero que las mujeres salgan mejor paradas que los hombres. En la película de Sorrentino, que pinta la decadencia de una determinada clase social italiana, las mujeres están inmersas, como los hombres, en un mundo de banalidad y de goce cínico donde no se diferencian unos de otras. La voz del relato, que coincide con el protagonista, lo reconoce y avanza hacia su decrepitud. En este film, a mi parecer, la única mujer que tímidamente da signos de su feminidad es la criada. Desde luego, no entro aquí en consideraciones estéticas, aunque creo que Roma, con sus fuentes, plazas, puentes y palacios, o la monja mística que hace una clara alusión a la madre Teresa de Calcuta, ni siquiera sirven como antídoto o barrera a una decadencia fútil y obscena.
Algo distinta es Don Jon. Sin ser una película pretenciosa, con ese tono de comedia al uso… parece tratar con bastante inteligencia las dos posiciones solipsistas, tanto la del protagonista, Jon, con su adicción a la pornografía, como la que interpreta Scarlett Johansson, y su adicción a la idea de un novio hecho a su imagen y semejanza. Bajo la apariencia de que el encuentro se torne significativo, ella esconde su afán de dominarlo en cada una de las facetas de su vida. Amigos, familia, sexualidad, hobbies, todo tiene que quedar sometido a la mirada de esta aparente mujer.
Diré, con cierta ironía, que gracias a que descubre el historial de visitas a páginas porno, y por eso rompe con él, Jon logra liberarse. Me gustaría señalar el papel que cumple su hermana, que en todas las escenas familiares, incluso en la iglesia, está presente, siempre absorta en su iPhone; sin embargo, es la única que ha sabido apreciar el tipo de mujer que era Scarlett Johansson. Y es gracias al encuentro con una mujer, Julianne Moore, que se abre para Jon la posibilidad de amar, de hacer el amor y asumir una posición masculina que nada le debe a la versión edípica. Jon nos dirá que cuando está con ella, lo demás se esfuma y entonces él puede perderse, sentir el encuentro como real. Y el porno queda atrás no por obligaciones maritales o indicaciones terapéuticas sino por el encuentro con una mujer.

-La prostitución a la que se entrega la protagonista de Ozon, ¿tiene alguna relación con la clandestinidad a la que hacés referencia en uno de los capítulos del libro?

-En el capítulo amores clandestinos hago una distinción entre el secreto y lo clandestino como atributo del amor. Justamente, la protagonista de Jeune et jolie lleve en secreto sus prácticas en el mundo de la prostitución, que es lo que más se aleja a lo que trabajé como lo clandestino. En esta película, a mi entender, se trata del encuentro con el otro sexo de una joven de 17 años. Su primera relación está marcada porque el varón va a lo suyo, y lo que ella repite cada vez que se cita con sus clientes a través de su iPhone, es eso. ¿Qué mejor que la prostitución para encontrar este va a lo suyo del macho, una y otra vez?… con la salvedad de que en estas citas ellos pagarán y cuanto más, mejor. Es con la aparición de la contingencia dramática que su embrollo, fundamentalmente edípico, de rivalidad con la madre saldrá a la luz. Pero para tener algún atisbo de lo clandestino, hay que amar, esta joven no ama. Por eso su personaje es tan actual, no por su experiencia como prostituta. Su desapego, incluso ese estilo algo cínico y provocador en sus lazos familiares y de pareja, trae ecos de la actualidad. Cuando surge la chispa del encuentro amoroso, sentimos, por un lado, una certeza y por otro, un desconocimiento de las razones que nos llevan a elegir a esa persona. Lo desconocido para nosotros lo nombré clandestino, tomándolo de una novela de Philippe Sollers.

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-Pregunto eso porque paradójicamente, cuando esa práctica se extiende (pienso también en la película donde Juliette Binoche hace de una periodista que cede a la tentación), también se extiende la violencia de género -esto es, la impotencia masculina.

-Son varias las cuestiones que planteás en esta pregunta. Es evidente que la prostitución es algo que atraviesa las épocas. Y la mal llamada violencia de género, pues hablamos violencia contra la mujer, no es un fenómeno nuevo. Los maltratos por parte de los hombres en las relaciones de pareja han existido en épocas pasadas, incluso estaban legalizadas pues la mujer era una pertenencia del marido o del padre. El momento donde matrimonio y amor, que estaban separados, se unieron, afectó a la institución familiar que se vio zarandeada por los avatares del amor. A mitad del siglo XX, el avance del control de la natalidad unido a los derechos conseguidos con el voto y en el trabajo, supuso un vuelco definitivo. Este cambio ha sido incomparable respecto a los anteriores. Considerar a la mujer como un ser en pie de igualdad con el hombre desde el punto de vista civil, filosófico y espiritual, es algo inédito. Hasta el siglo XX -y no debe ser casual que nazca en este siglo el psicoanálisis-, las diferencias anatómicas, psicológicas, etcétera, entre hombres y mujeres, servían para justificar la no igualdad de derechos civiles, políticos, laborales.
Y ahora que se sigue luchando por la igualdad, se está corriendo el riesgo de querer borrar estas diferencias. Las igualdades innegables de los derechos humanos no pueden subsumir las diferencias subjetivas y tampoco la diferencia que introduce en el mundo el cuerpo de la mujer. Muchos movimientos feministas critican al psicoanálisis porque consideran que nuestra insistencia en no soslayar esta diferencia sexuada, implicaría un tratamiento discriminatorio. Nada más lejos de nuestros planteos, sobre todo desde la perspectiva de Lacan, que en su retorno a Freud subvirtió la consideración de lo femenino. Posiciones conservadoras y progresistas en el capitalismo actual promueven una homogeneización de los sujetos, que tiende a borrar la diferencia existencial y la posición sexuada de cada uno. Lo homogéneo, lo idéntico, aunque pueda creerse que llevará a algo armónico, lo que genera es un aumento de la agresividad y de la violencia en los vínculos.
Esta violencia está ligada con la diferencia de sexos. Se trata de cómo asume cada sujeto su posición sexuada, y cómo se las arregla con la alteridad que representa una mujer. 
Frente a la incapacidad de amar esa alteridad que supone el cuerpo de la mujer, el hombre está tentado a violarlo, degradarlo, humillarlo, en un intento desesperado de hacerlo todo suyo, como lo expresa Marguerite Duras en El mal de la muerte. Pero la relación con esa diferencia es problemática para hombres y mujeres. No hay un saber ni una técnica que diga cómo afrontar lo traumático de la sexualidad. Ni un modelo para saber cómo ser hombre o mujer.
El goce, en el hombre, está referido al órgano que porta, su condición de amor es fetichista, parcializada, metonímica. Y en la mujer (su condición) es erotómana, su amor depende del signo del Otro. Para la mujer, su satisfacción, su goce sexual pasa por el amor. Las diferentes formas de goce sexual implican una imposibilidad irreductible, que solamente puede ser tratada por la vía del amor. Pero si este amor no tiene en el horizonte esta diferencia con la imposibilidad, si no está advertido, la guerra de los sexos pasará a la escena.

-Sabrás corregirme. ¿Cómo pensar al amor cortés, incluso al amor en la época que Lacan habla de Antígona y más tarde, durante mayo del 68, frente a estos nuevos fenómenos?

-La historia deja sedimentos simbólicos, vigentes en el presente. Somos platónicos, aristotélicos, ocurre lo mismo con el amor. Sobre el Banquete de Platón, Lacan hace un análisis de gran finura, muestra esto mismo. En el seminario sobre la psicosis, dice que el amor cortés sigue teniendo vigencia a través de la sala oscura del cine. La nouvelle vague que tiene a Françoise Sagan y a Bonjour tristesse, de 1954, como un exponente, a través de la relación de una joven y su padre, muestra el declive de la posición viril, a la vez que el nudo rígido de la histérica, de enorme vigencia. Encontramos a hombres y mujeres desorientados frente a lo femenino. Si en los hombres esto es una impotencia cuya consecuencia en la vida sentimental actual se nombra fobia al compromiso, en las mujeres encontramos la deriva hacer de hombre. Hombres y mujeres, cómplices del capitalismo que llama a la erradicación de lo imposible, con el apoyo de la evaluación y del conductismo.
El amor se aleja de la poesía, de su intensidad y valor como tratamiento de lo imposible, se transforma en una mercancía más, a la cual se aplican un sinnúmero de técnicas. Existen ya aplicaciones para el iPhone que evaluarán nuestras relaciones sexuales, o un sujetador con un mecanismo que solamente se abre cuando se trata de un amor verdadero, es la forma que en la actualidad se instala la medida fálica por medio del objeto técnico y su anudamiento con la neurociencia.
Si consideramos la definición de Lacan de lo real como lo imposible de escribir, los nuevos desórdenes de lo real que padecemos tienen que ver con el afán de aniquilar la imposibilidad. Y si el amor es la suplencia de esta imposibilidad, es en ese campo donde se experimentan desórdenes inéditos. La intervención del capitalismo en su maridaje con la ciencia sobre el campo de la sexualidad genera enorme dividendos, pornografía, prostitución, estética. ¿Cuál será el futuro de los seres hablantes si no contamos con lo imposible y con el amor como su suplencia?

(2014)


Fuente: Télam

Mil amigos en Facebook, solos en el día del cumpleaños

Gustavo Dessal tiene “62 años jóvenes”. Y los tiene, dice, “porque cada día invento una razón para desear algo”. Nació en Buenos Aires y se define así: “Soy tozudo. Soy un agnóstico, pero judío, porque creo en el saber. Tengo dos hijas y voy a ser abuelo: eso es estar cerca de la felicidad”. Pero además de tozudo, agnóstico, judío y abuelo, Dessal es psicoanalista y recientemente publicó un libro –El retorno del péndulo– con uno de los grandes pensadores contemporáneos, Zygmunt Bauman.

–Bauman y usted coinciden en que vivimos en el apogeo del principio del placer, pero que eso… ¡nos hace sufrir!

–La historia de la humanidad oscila entre el principio del placer y el de realidad, que lo modula. Y hoy estamos en el apogeo del placer y sufrimos.

–¿En qué lo observa?

–En que ya no vemos la felicidad como la mera aspiración que es sino como un derecho. Y eso no puede sino frustrarnos.

–La felicidad son momentitos.

–Antaño ser feliz era poder comer, y antes bastaba con no ser comido. Pero hoy creemos que si no somos felices es o porque hacemos algo mal o porque nos lo están haciendo. Los pacientes llegan frustrados el lunes porque el fin de semana se las prometían muy felices… y no pasa nada. Ese malestar tiene un denominador común: malinterpreta el amor.

–¿En qué sentido?

–Hablo de otra ilusión: el enamoramiento; ese momento fugaz en el que crees haber encontrado en otro lo que te falta y al unirte a él alcanzas la plenitud que es sólo una chispa, pero suficiente para encender la pasión, que a veces lleva a la locura y a la muerte.

–¿Lo de “locura y muerte” es retórico?

–Para muchos, me temo que no. Me he especializado en pacientes que sufren, mueren y matan por lo que confunden con amor.

–¿Por qué enferman?

–Buscando la felicidad que creen merecer sufren otra patología de esta época: la adicción. Se atan hasta la esclavitud a relaciones y conductas que los hacen gozar y sufrir con tal intensidad que les resulta insoportable dejarlas.

–¿Por qué enganchan tanto?

–Porque todo placer lleva aparejado su displacer. Hay quien se vuelve adicto a una relación tóxica y soporta ser humillado por un espejismo de goce. Y también quien abandona frívolamente a una pareja sólida porque ya no soporta “que tenga tanto vello”.

–La relación extraña es la que dura.

–Porque a la relación de pareja se le exige autenticidad, y antaño, en cambio, se le permitía al otro conciliar realidad y deseo discretamente por otros canales.

–Eras libre mientras el otro no supiera.

–Hoy no se tolera esa dualidad. Y la intensidad exigible en pareja contrasta con las relaciones digitales: tengo pacientes con mil amigos en Facebook que se quedan solos en su cumpleaños.

–¿Por qué el mundo online es leve?

–En el mundo digital lo que decís sólo dura el tiempo en que lo estás diciendo, por eso resulta tan vacuo y conduce a la banalidad y el déficit de atención. La comunicación universal tiene su correlato en una soledad universal.

–¿Cómo se cura la relación patológica?

–El psicoanálisis no persigue la curación, sino un diálogo que te ayude a conocerte para que toleres la frustración ante la adversidad. Paradójicamente, el adicto, al alcanzar la madurez que le libra al fin de su esclavitud, experimenta una sensación de vacío…

–¿El amor también se ha vuelto líquido?

–Como la pareja, ha cambiado mucho, pero su fondo sigue siendo el mismo. Seguimos creyendo en el amor sólido, por eso aspiramos a relaciones sinceras, leales y estables.

-¿Y también ilusorias?

–El amor participa siempre de algo ilusorio que le es irrenunciable y que lo emancipa de la biología para hacerlo singularmente humano. El amor es ilusión o no es.

–¿Cómo lo sabe?

–La inmensa mayoría de los separados aún esperan encontrar una relación genuina.

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Psique reanimada por el beso del amor -1793, Antonio Cánova-

(2014)

Fuente: Diario Clarín

Las nuevas virilidades

Mónica Torres

“Amor, deseo y goce. Cada uno encuentra su solución”

-Fragmentos del capítulo «Soluciones masculinas»-

Voy a desarrollar ahora el tema de las nuevas virilidades. Este es un tema que yo he trabajado bastante. Quiero que ustedes entiendan que las nuevas virilidades que se dan en nuestro tiempo son correlativas de las nuevas mujeres, o de las nuevas patronas. Las mujeres de Sex and the city son las nuevas patronas: trabajan, tienen casa propia, auto, se mantienen. Ante estas mujeres los hombres sienten que su terror a la castración se agudiza terriblemente porque esas mujeres ya lo tienen todo. Pero, ¿qué les falta? Les falta el amor. De eso se trata en Sex and the city. No es el caso de Amas de casa desesperadas donde, salvo una, las mujeres no trabajan, viven en countries, donde se producen crímenes. En Amas de casa desesperadas hay también muchos hombres asesinados, a la manera de la manzana que aplasta a Adán.
Las nuevas virilidades uno las puede encontrar en cualquier lado. El otro día un paciente de alrededor de cincuenta años me decía que no entendía bien cómo se daban las relaciones hoy día, que se quedó mudo porque ocurría que las mujeres toman la iniciativa. Mujeres de veintipico que tenían tanto empuje que, para decirlo en términos de Lacan, «les quitan los pantalones»¹ a los hombres.

En la última parte del Seminario 4, La relación de objeto, en el capítulo 24 titulado «De Juan el fetiche a Leonardo el espejo», Lacan aborda el tema de las nuevas virilidades.
Es increíble que Lacan se haya dado cuenta de las nuevas virilidades en esa época. En su trabajo sobre Juanito trata de discernir si Juanito va a ser o no heterosexual. La fobia la trabaja a partir de Juanito y la homosexualidad a partir de Leonardo o de Gide. Toma esos tres casos: Juanito, Leonardo y Gide, para hablar de hombres que encontraron una cierta legalidad  en su función de hombres, no por vía de la función del padre sino por la vía de la doble madre. Esto que es muy común en nuestro tiempo y Lacan ya avizoraba. Se trata de hombres que encuentran una solución, una respuesta, a la cuestión de la virilidad por la vía del ideal materno. Dice textualmente Lacan: «Juanito se sitúa en determinada posición pasivizada, y cualquiera que sea la legalidad heterosexual de su objeto…» —porque Juanito va a ser heterosexual— «no podemos considerar que agote la legitimidad de su posición». Por un lado dice que la legalidad es heterosexual, pero la legitimidad no lo es necesariamente, su virilidad no es del todo legítima. Quizás es una manera un poco prejuiciosa de decirlo. Podríamos preguntarnos entonces ¿qué tipos de hombres piensa Lacan que son los únicos posibles? Dice así: «Se acerca en este sentido a determinado tipo que no les parecerá ajeno a nuestra época, el de la generación de cierto estilo que conocemos, el estilo de 1945». Lacan había visto en 1945 que los hombres ya no llevaban las botas puestas. «Esta gente encantadora que espera que las iniciativas vengan del otro lado. Esperan para decirlo todo que les quiten los pantalones. En este estilo debe dibujarse el porvenir de este encantador Juanito por muy heterosexual que parezca.» Porque Juanito es heterosexual pero necesita que la iniciativa venga del lado de las mujeres. Las nuevas virilidades de nuestro tiempo cada vez se acercan más a que la iniciativa venga del lado de las mujeres. No estoy diciendo todas las virilidades, porque seguimos teniendo obsesivos, seguimos teniendo la elección particular, pero también hay las nuevas virilidades, como hay nuevas feminidades. Ahora, las nuevas virilidades ¿son histéricas? Lo dejo como pregunta. Obsesiones no son. ¿Son fobias? ¿Son histerias masculinas?
Lacan dice que legalmente los hombres como Juanito van a ser heterosexuales, pero que esa virilidad, de alguna manera no es legítima. Podemos preguntarnos, porque pasaron muchos años desde el Seminario 4 hasta ahora, si podríamos seguir diciendo que no es legítima esa virilidad.

Distintas figuras de la masculinidad

Yo he llamado a esta cuestión, y es de mi cosecha «Juanito, el dandy», para ubicar estas nuevas virilidades. Se ven hoy como nunca antes lo que son los metrosexuales. Tenemos hoy, en lo que es el lado izquierdo de las fórmulas, en la lógica del «existe uno que dice que no a la función fálica», que falta ese existente, hay una caída estrepitosa. Es lo que plantea Miller en «Buenos días, sabiduría». ¿Qué pasa si borramos ese «no»? ¿Cómo se ve afectada la virilidad si quitamos la excepción del padre? Hay cada vez más familias en la que es la madre la que las lleva adelante. Porque cada vez falta más el padre, el padre tradicional, el padre obsesivo, el padre con las botas puestas. Además hay un empuje social a que los padres sean muy comprensivos, como el padre de Juanito. No es lo que decimos los lacanianos y lo digo para que estén advertidos. ¿Qué sucede con las virilidades si quitamos la excepción? Puede que se presenten bajo la modalidad de la fobia de Juanito, puede ser la homosexualidad de Gide. Se trata en todo caso de sujetos que tuvieron que encontrar la solución a su virilidad por el lado de la madre.

Finalmente Kojève empieza a reírse de los nuevos hombres, sin botas, sin armadura, sin bata. Pero es irónico con todos, desde Hegel hasta Napoleón. Ironiza sobre los nuevos tiempos y la caída del padre. Dice: «Antes los hombres tomaban a las mujeres sin pedirles su opinión, más tarde las mujeres les daban su opinión y se entregaban, y ahora estamos en una época en la que son los hombres tomados por las mujeres».² Las nuevas virilidades tienen algo de Brummel, quien era llamado «el árbitro de la elegancia» por su exquisitez en el vestir. Hay un artículo de Henry Rey-Flaud llamado «Sublime vanidad o el enigma del dandismo».³ Y es que la vanidad en las nuevas virilidades está muy puesta en juego, desde que pueden maquillarse, depilarse, etc. Todavía escucho lo que Lacan dice y Kojève en 1956, algo del orden de cierta crítica a este tipo de virilidad, que ¿por qué no sería legítima? En nuestro tiempo, en el 2008, ¿seguiríamos diciendo que estas virilidades no son legítimas? ¿Que las virilidades legítimas son las de la obsesión? Evidentemente este tipo de virilidades deberíamos situarlas del lado de la histeria. Y con esto me contesto la pregunta que hice antes, pero quisiera dejarlo abierto. Porque en efecto estamos en tiempos en que las nuevas patronas, como las chicas de Sex and the city, les bajan los pantalones a los hombres. Una de las protagonistas, la más exitosa profesionalmente, la abogada Miranda, se casa finalmente con el barman, o sea que hay una inversión de la situación. Hay cierta degradación de la masculinidad, si podemos llamar a eso degradación, porque lo que nos trata de demostrar la serie es que es una buena solución que ella encuentra. Y en el caso de El sabor de la noche muchísimo más. Porque es ella la que hace todo el periplo de Ulises, mientras él, como Penélope, se queda esperándola. Sin embargo es un encuentro amoroso y la posición de él nos parece del todo viril. Pero es cierto que no es la virilidad del obsesivo que hubiera dicho: «¿Qué le pasa a esta mina?, o la voy a buscar y la encuentro o le digo adiós para siempre. No me voy a quedar acá esperándola, sirviéndole toda la noche la torta de arándanos por si viene». Pareciera que las nuevas virilidades tienen este otro costado, muy bien señalado por Alejandro Daumas: son los hombres que podrían soportar quedarse esperando a una mujer. En ese sentido, estas nuevas virilidades también  podrían tener una cara de hombre sin ambages.

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11 de setiembre de 2008


¹ Lacan, J.,  El seminario, Libro 4, La relación de objeto, Paidós, Buenos Aires, 1994, p. 418.

² Kojève, A, «Fraçoise Sagan: El último mundo nuevo», Revista Descartes, N° 14, Anáfora, Buenos Aires, 1995, p. 128

³Rey Flaud, H., «Sublime vanidad -o- El enigma del dandismo», Revista Enlaces, N° 4, Buenos Aires, 200, p. 22.


Mónica Torres, “Amor, deseo y goce. Cada uno encuentra su solución”, página 144.

Marie-Hélène Brousse, sobre el amor

 «El amor real es el amor sin piedad»

Marie-Hélène Brousse
Entrevista de Sara Carreira

-Dice que el «pegamento» que une a las familias es ahora el amor y no la biología, que era lo que ocurría antes.
-Sí. Durante siglos, una pareja formaba una familia y el amor era algo deseable, pero no fundamental. Ahora, todas las familias contemporáneas, múltiples, se fundamentan sobre el amor.

-¿Eso es mejor?
El amor es problemático porque jamás está garantizado. Por eso muchas parejas buscan algo más, que es el matrimonio, y ya vemos que les pasa también a los homosexuales.

-¿Qué le parece que su unión se llame matrimonio?
-Es importante para ellos. A mí lo que me sorprende es que quieran casarse. Mi generación puso en cuestión el matrimonio porque era un modelo paternalista, no nos parecía importante la necesidad de casarse. Pero poco a poco voy entendiendo por qué lo reivindican. El amor no garantiza nada, no permite una permanencia en el marco en el que el sujeto vive, y creo que los homosexuales reivindican este marco, esta garantía.

-¿Existe el amor verdadero?
-Lacan distinguía entre el amor imaginario, el simbólico y el real. El primero es el flechazo, donde el otro es lo que menos importa porque es algo de nuestra imaginación; el simbólico era, para Freud, el amor al padre; y después está el amor real, que es el amor sin piedad. Es un amor que no busca reciprocidad y que no se engaña, uno conoce los defectos del otro pero aún así lo quiere.

-¿La pareja está en crisis?
-Antes la unidad básica de relación social era la familia y ahora es la pareja, pero hay que entender la pareja separándola de la satisfacción sexual, hay muchos modelos de pareja compatibles con ser célibe [Brousse prepara un artículo sobre las parejas y el celibato].

-El deseo es salud, decía Lacan.
-El deseo implica el manejo de la pérdida, se desea lo que no se tiene. El goce, en cambio, no localiza la pérdida de una manera que permita utilizarla, y su único límite es la sobredosis. Pero, bueno, algo de goce también es necesario (risas).

(2012)

Fuentes:

¿Por qué se quejan las mujeres?

Entrevista a Gabriela Grinbaum, por Pablo E. Chacón

Orgullo, Maitena

—¿Se quejan las mujeres, de qué (haciendo la salvedad de que las mujeres existen una por una?
— ¿Y de qué se quejan las mujeres? ¡Hoy y siempre! ¡De los hombres! Ya sea porque no hay, ya sea porque el que hay no la cuida o no la mira o no la escucha o la aburre o no la desea lo suficiente o la corre del espejo para mirarse él (habitual en la época). Las mujeres siempre se quejan, la queja es femenina para la cultura. Pero no lo es para el psicoanálisis. Para el psicoanálisis la queja es histérica y no un rasgo de femineidad. Para las mujeres es fundamental el reconocimiento. Ser reconocidas por el partenaire, por la jefa, por la amiga, por los hijos. Y cuando una mujer no se siente reconocida en su ser se queja por eso, lo sufre. La mujer actual, lo sabemos, no se satisface con ser madre, quiere tener un lugar de reconocimiento que no pasa en absoluto por la maternidad. No todas las mujeres quieren hijos hoy, muchas esperan su realización personal y si después de eso y aseguradas de no perder su libertad acceden al hijo, bueno. Pero no es aquello que las mueve verdaderamente en la vida.

—Estos días leí que los hombres se suicidan más que las mujeres, en una proporción de 4 a 1. ¿Qué puede decir de eso una psicoanalista lacaniana?
—No tengo esa data pero entiendo que sea así. Un hombre puede decidir quitarse la vida por haber perdido el trabajo, por ejemplo. Eso no lo creería posible en el campo de las mujeres. Aun cuando en la época del Otro que no existe, tal como la bautizó Jacques-Alain Miller, las mujeres tienen un lugar de acceso a los ámbitos laborales, desde las conducciones en las empresas, en la cultura hasta en las direcciones políticas de los países. Una mujer puede quitarse la vida por amor, no importa la edad que tenga; te sorprenderías cuán lejos puede ir una mujer en su dolor por no ser amada por ese hombre. Pero no va a suicidarse porque no llega a fin de mes o a mantener a su familia o porque no consigue trabajo. A ese nivel podría decir que es el narcisismo la trampa mortal. La relación del hombre al trabajo es una relación a su falo. Si es tocado ahí puede que el narcisismo no lo resista y eso lo lleva a identificarse a un deshecho y producir un pasaje al acto como el suicidio. Una mujer es más flexible y menos narcisista en esos casos. Desde chica ya sabe que no tiene (el falo) y eso le da más libertad, más audacia, no tiene que cuidar tanto lo que tiene porque en el fondo sabe que no tiene nada que perder. Una mujer sabe mucho más que un hombre cómo funcionar con el no tener. Aun las mujeres más identificadas a lo masculino. La labilidad de los hombres en muchos casos los deja sin recursos frente a las contingencias de pérdidas y por eso entiendo que haya más suicidios masculinos que femeninos.

—¿Cómo entender el apartado pornografía que aparece en el volumen preparatorio del próximo congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) Descartamos la cosa moral, ¿cómo lo entiende una mujer, que además es psicoanalista?
—No podía faltar pornografía en el volumen del próximo congreso Un real para el siglo XXI. Si lo que más se consume en Internet es pornografía. Lo único que le preocupa a los padres de los chicos es la facilidad de acceso a la pornografía que proviene de la misma máquina que los tiene atrapados todo el día. Hay mujeres que revisan el historial de la computadora del día de sus parejas para comprobar -una vez más- que la infidelidad se ha jugado ahí. La pornografía que consumían mis compañeros de colegio rateándose a los cines de Lavalle una vez cada tanto, hoy está con una facilidad apabullante. Comodísimo. Y obvio que va de la mano con la inmediatez de la satisfacción que la hipermodernidad impone. Goce-express, sin hacer nada de nada, ni levantar el tubo, nada. Goce del idiota. Goce del soltero lo llama Lacan, es la satisfacción masturbatoria que no requiere el pasaje por el cuerpo del otro, viene de perillas para la época. Menos esfuerzo, mayor goce. En mi adolescencia había que conseguir Trópico de cáncer o algún cuento de Anais Nin o de D.H Lawrence. Y casi leerlos a escondidas. No soy de melancolizarme añorando aquellos tiempos pero respecto a esta pregunta, no puedo evitarlo.

—Esta es mi experiencia: cierta cobardía del hombre frente a la nueva mujer. ¿Esto es así? ¿Cómo pensar no hay relación sexual en la época de la agitación de lo real?
—La cobardía es masculina, la audacia es femenina. ¡Al revés del pepino! Pero no tengo dudas que es así. Si a eso le sumamos las mujeres contemporáneas, que avanzan, con todo esto se evidencia más. Lo ilimitado es desde la audacia hasta el goce en las mujeres, contra la limitación masculina. Y eso no es un rasgo contemporáneo, mirala a Antígona en su acto, a Medea en su venganza, y ya en el siglo XIX el portazo final que da Nora en Casa de muñecas (la pieza teatral de Henrik Ibsen), y no porque Torvaldo Helmer no la amaba, es porque no supo amarla, la amaba en tanto madre de sus hijos y no como mujer y fue eso que la decide a la protagonista a abandonar la casa. Y esto nos orienta respecto a las dificultades de los hombres para amar, porque solo es posible amar si se ha pasado por la falta. Eso las mujeres lo sabemos muy bien. ¿Cómo puede amar un hombre? Hay algo de la feminización en el hombre, necesaria para que ame. Y eso no muchos lo toleran. Claro que el estilo y los semblantes de las nuevas femineidades dejan a los hombres muchas veces turbados, incluso castrados; las nuevas mujeres no esperan que sea él quien invite, proponga… Y el amor es una respuesta al no hay relación sexual. Las dificultades para amar son un síntoma de la época, por la inconsistencia, la liquidez, la prisa, los imperativos de ¡hay que gozar ya! Es un asunto.

—Roman Polanski acaba de estrenar su versión de La venus de las pieles. Acabo de leer un libro -de una mujer- titulado Defensa del masoquismo. ¿Cómo entender estos fenómenos político-culturales?
—¡Amo a Polanski! ¡Incluso con todo su prontuario! No vi su versión de Sacher Masoch. Simplemente te voy a decir que Lacan nunca aceptó la idea freudiana del masoquismo femenino. Lacan respondió a Freud diciendo que el masoquismo femenino es un fantasma del hombre. Es decir, es el hombre que goza creyendo que la mujer goza del masoquismo. Que la mujer tolere más el sufrimiento en el cuerpo, muchísimo más que el hombre, no habla de su gusto por el dolor en el cuerpo. Lo tolera más. Todo el mundo sabe lo que un hombre hace cuando algo lo aqueja en su cuerpo. Los recorridos que hace por los médicos, el mal humor que eso le produce, la intolerancia al dolor en el cuerpo es ya graciosa, mirá como Woody Allen armó de eso un personaje. De una mujer ni te enteras si está a punto de ser intervenida mañana. Hoy muchos hombres se depilan, ¡pero cómo gritan! Volviendo a la cuestión del masoquismo y las mujeres. Lo que ocurre es que al contrario que el hombre, las mujeres tienen una gran elasticidad en su fantasma. En especial la histérica, que puede llegar a identificarse al fantasma del hombre que coloca a la mujer en el goce masoquista y terminar en ese lugar.

—En la entrevista que le hiciste a Maitena, ella hace una reflexión muy a fondo sobre el amor. ¿Creés que una idea como esa puede nacer de alguien que no haya pasado por un análisis?
—Maitena sabe del amor y tiene la genialidad de saber decir lo que las mujeres sufren por amor y además nos lo cuenta con humor. En la entrevista que le hicimos para Registros Mujeres, ella nos decía que finalmente encontró como la solución frente a las penurias amorosas por las que transitó en su vida, la tolerancia y la distancia. Eso le permitió sostener lo que llama su encuentro amoroso de los últimos 15 años. No tengo la menor idea si hubiera encontrado esa solución sin un análisis. Ella se analizó, se sigue analizando, supongo que el análisis habrá hecho lo suyo. El amor fue siempre lo que la movió al análisis, no el tema laboral, al que le encontró salida muy tempranamente en la vida. Cuando en la entrevista se refiere a la distancia y a la tolerancia me parece que hace hincapié a dejarse tomar, dejarse mirar por el partenaire pero no quedarse capturada persecutoriamente en esas miradas. Da el ejemplo de las parejas que terminan matándose simplemente porque ella pregunta ¿por qué me miraste así? Frente a la cual él responde por que vos me miraste así. La distancia es una buena solución para no aplastar el amor con la demanda, y la tolerancia de la diferencia: no es posible el estado de enamoramiento siempre, hay que trabajar para inventar cada vez porque el amor no dura porque sí toda la vida.

Nos enamoramos del Che Guevara y después le pedimos que se afeite la barba, Maitena

(2014)

Fuentes:

Télam
Maitena


Gabriela Grinbaum
Psicoanalista. Está diplomada en Estudios Superiores por el Departamento de Psicoanálisis de París VIII, y es docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
Es codirectora de la revista Registros.

La tiranía de la felicidad

La época empuja, en un ritmo vertiginoso y constante, al consumo y a la obligación de la felicidad. Un mandato: ser feliz a toda hora, en todo momento. Lo vemos en las publicidades, lo oímos en los que nos rodean, lo padecemos si no somos felices…

Hace dos años se conoció la noticia de un novio fugitivo. El joven desapareció dos días antes de su casamiento, el motivo fue porque aparentemente no podía pagar los costos de la fiesta.
El hecho abre preguntas, señala lo obvio: hay cierta tiranía de la felicidad.

Compartimos un pequeño relato, muy lúcido, del escritor Martín Kohan acerca de esa noticia.

 

plates and wine glass on table
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No, quiero

Por Martín Kohan

14/03/2014 

La tiranía de la felicidad se ha cobrado una nueva víctima. Me urge reivindicar, diré incluso que solidariamente, el nombre de Fernando Marengo. El novio que el otro día, el día de su boda, no apareció donde se lo esperaba.

La historia del novio que el día de su casamiento se escapa es tan vieja como incesante, y se presta para la tragedia no menos que para la picaresca, para la comedia romántica no menos que para el thriller, para la fábula del desamor no menos que para el policial de enigma. Esa historia ha vuelto a ocurrir. El día de las nupcias llegó, y de Marengo ni noticias hubo. Se lo vio tomar un taxi en su ciudad, Santa Fe. Y no se supo más de él hasta que un primo lo encontró, por casualidad, lejos de ahí, deambulando por las calles de Rosario. Yo supongo que taciturno, aunque las noticias del caso no lo especifican.

¿Qué le pasó? ¿Tuvo dudas? ¿Tuvo miedo? ¿Tiene a otra? Nada de eso. Fernando Marengo huyó al ver que no podía afrontar el pago de la fiesta de bodas. Sucumbió, hasta desesperarse, a ese mandato implacable y cruel que obliga al que está feliz a expandir esa felicidad; a garantizar, organizar y solventar la alegría, hasta hacerla colectiva y lograr que quepan en ella los amigos, los parientes cercanos y lejanos, los allegados, los conocidos.

El festejo, por lo visto, importa más que lo festejado. La pura celebración, como tal, se impone por sobre el hecho que se celebra. Y llega a ser, según se ha visto, capaz hasta de suprimirlo. La fiesta ya no es consecuencia, sino principio y razón. Para la felicidad impuesta siempre existe alguna excusa: un casorio, por ejemplo, suele funcionar bastante bien. Pero semejante conminación fatalmente cuesta plata: como Marengo no la consiguió, tuvo que darse a la fuga.

La que sufrió de más fue Virginia, novia en vano, que supuso, por error, que él ya no la amaba más. Y la verdad es que la adora.

2014


Fuente: Perfil