Ansiolíticos: por qué se toman tanto (y deberían tomarse menos)
Enric Berenguer
Las personas, en todas las épocas y en todas las culturas, han tomado substancias que tienen efectos sobre cómo se sienten. Para “sentirse mejor” o en algunos casos experimentar sensaciones novedosas. Alcohol, café, tabaco, etcétera, demuestran lo que es una tendencia muy arraigada: conseguir por la vía rápida esos efectos actuando directamente sobre el cuerpo, en vez de conseguirlos tomando la vida como un conjunto.
No es un problema si se trata de divertirse o estar algo más despierto. Sí lo es cuando se convierte en un sistema de vida, basado en ignorar que los estados de ánimo son efectos de nuestra mayor o menor satisfacción vital, de causas más profundas para estar contento o tranquilo.
Así, cuando la medicina moderna descubrió drogas particularmente eficaces para regular ciertos estados de ánimo, por un lado consiguió una importante contribución al tratamiento de algunos trastornos, en los que esos estados resultan difíciles de controlar y afectan de un modo importante a la capacidad de la persona para hacerles frente, incluso para poder seguir con su vida y actividades. Pero, por otro lado, abrió toda una serie de posibilidades para el mal uso de esos remedios.
Alguna cuenta pendiente
El problema de pastillas como los ansiolíticos es precisamente que son eficaces y consiguen, a menudo, eliminar las sensaciones desagradables que acompañan a la angustia. Y eso, que en principio está muy bien, tiene sus inconvenientes.

En primer lugar, porque, como dijo Freud, la angustia es una señal, y como tal nos indica que hay alguna cuenta pendiente con nosotros mismos, con una situación vital o decisiones que esperan. Como señal que es, debe ser escuchada y atendida. Ya sólo por este motivo, los ansiolíticos no deberían ser nunca tomados como la solución única y completa a un problema, sino como un apoyo para afrontarlo, recurriendo a quienes nos puedan ayudar a hacerlo consciente y entenderlo mejor.
En segundo lugar, porque acostumbrarse a combatir la angustia sólo con pastillas hace que los recursos propios de la persona para enfrentarse a ella se debiliten (de la misma forma que quien se habitúa a los somníferos acaba perdiendo la capacidad natural para dormirse). Y eso produce una gran dependencia psicológica, además de la física – que también existe y es por sí misma peligrosa.
Pero lo que por nuestra parte destacaremos es que, al abusar de esa muleta para ir por la existencia, la persona, sin darse cuenta, puede volverse cada vez más cobarde, renunciando ya de antemano a enfrentarse a los retos de la vida sin una ayuda química. Este es el otro motivo por el que los ansiolíticos nunca deben tomarse confundiéndolos con una panacea y sin contar con el apoyo de un tratamiento que ayude a desarrollar las propias formas de sobreponerse a la angustia, que es un sentimiento existencial aunque sus manifestaciones sean en buena parte corporales.
Hay que escuchar el mensaje que la angustia contiene, no acallarlo del todo.
(2016)
Fuente: La Vanguardia
Estoy totalmente de acuerdo con el escrito. La lucha contra esta filosofía de administrar ansioliticos sin terapia en paralelo es muy difícil. Para el poder político, los laboratorios, se alían con la «comodidad» o, dicho de otra manera, la resistencia del afectado.
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¿Alguna vez te has visto en la necesidad de tomar un ansiolítico?
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Qué tipo de terapia sería la más eficaz u acorde para acompañar dicho tratamiento?
Cómo nos damos cuenta cuando comenzamos a ser «dependientes» de su efecto?
Con respecto al artículo está muy bien explicado, es una problemática actual que cada vez aumenta más cuántitativamente a través del tiempo.
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Una terapia que haga uso de la palabra. El uso de medicamentos aplaca algunos síntomas, pero no los hace desaparecer. En un primer momento calma la angustia, pero la causa que hace que ésta surja no desaparece, es similar a esconder la suciedad bajo la alfombra.
Si a la eficacia terapéutica que surgen con el medicamento se le añaden los efectos analíticos que el psicoanálisis produce, el tratamiento es mucho más completo; y puede que luego no haga falta continuar con la medicación. La medicación es una herramienta no un fin en sí mismo. El uso de la palabra permite encontrarse con aquello que angustia y enfrentarlo, y también decir que no cuando uno quiera decir que no.
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