¿Qué es un hombre?

Intelectuales y psicoanalistas analizan la nueva virilidad

por Pablo E. Chacón

Intelectuales como Georges Vigarello, Jean-Jacques Courtine y Alain Corbin aseguran que la virilidad es un “atributo” en decadencia. La pregunta freudiana ¿qué quiere una mujer? parece haber cambiado por ¿qué es un hombre?
Algunas reflexiones de psicoanalistas y del escritor francés Philippe Sollers al respecto.

En 1998, el sociólogo Pierre Bourdieu escribió una frase lapidaria: “La virilidad, entendida como capacidad reproductiva, sexual y social pero también como aptitud para el combate y el ejercicio de la violencia es, ante todo, un peso”. Sin caer en una sociología “feminista” que elogia la empatía, la capacidad de emprendimiento y la autonomía económica y formación intelectual de las mujeres, es cierto que el peso específico de los hombres en la dirección de la cultura contemporánea ya no tambalea sino que cayó por su propio peso. Los efectos son múltiples (y siempre singulares) aunque ciertas correlaciones destacan –entre los antiguos amos– un aumento de las depresiones, poca resistencia para soportar la equivalencia o la prescindencia, así como el disparatado protagonismo que tienen en los episodios de violencia de género, cada vez más habituales, en los países industrializados y en los otros.

La psicoanalista (y codirectora de la revista Registros, cuyo último número está dedicado a los hombres), Gabriela Grinbaum, es clara: “Lo vemos, es fenoménico. Los hombres hoy corren a las mujeres del espejo para mirarse ellos. ¿Qué pasó? Cuando nos encontrábamos en el régimen del Nombre del Padre, cuando el Otro contaba con una consistencia tal que no requería de la multiplicidad de identificaciones para responder a la pregunta ¿qué es un hombre?, la cosa era más clara. Hoy los medios dictaminan líneas identificatorias. Estamos en la “hipermodernidad”, como dijo Jacques-Alain Miller tomando a (Gilles) Lipovetsky. La igualdad laboral, incluso el dominio de las mujeres en las empresas, en el mundo, las mujeres presidentas, todo eso modificó el lazo entre unos y otras. Hay algo amenazador para muchos hombres que se enfrentan con estas mujeres, “las nuevas patronas”, como las bautizó Ernesto Sinatra. Estas mujeres que intimidan a los hombres invitándolos a sus departamentos, a tener sexo… Es un rasgo de la época. En ese sentido, existe una cierta inversión: el hombre es tomado como objeto sexual. Y muchos no lo soportan.

Carlos Gustavo Motta, psicoanalista y docente arriesga que “la época cambia. Sabemos que el significante Nombre del Padre se encuentra devaluado y eso, traducido a lo cotidiano, muestra la dificultad del hombre por insertarse en la dimensión simbólica. Hasta el superhéroe muestra sus estigmas cuando declara, como Linterna Verde, que es gay. Y en el film de Steve McQueen, ‘Shame’, el protagonista sólo confiesa sus debilidades y muestra su fuerza en la cama, hasta que se enamora y este afecto, cual kriptonita para Superman, lo vuelve impotente”.

También psicoanalista, Adriana Rubistein constata algunos “problemas” que obsesionan a los hombres contemporáneos: “Se podría hablar de una virilidad en el plano identificatorio, en donde cada época ofrece una combinación simbólico-imaginaria de los atributos masculinos. Pero no puede confundirse la virilidad sólo con eso y mucho menos confundir la virilidad con el machismo, que de hecho funciona como una impostura. Tener que demostrar que se es muy macho hace sospechar una fragilidad de la virilidad. La virilidad en un plano más real pone en juego el problema de cómo un hombre se las arregla con el otro sexo partiendo del hecho de que ‘no hay nada escrito sobre la relación sexual’, que hay un imposible, que es necesario inventar. La relación del hombre con el falo, con el objeto y con el Otro sexo permite entender las distintas soluciones que pueden encontrarse. Para acercarse a una mujer es necesario que el hombre apueste, juegue su castración, y esta época se caracteriza por un rechazo de la castración que afecta la posición viril (del hombre) y su relación con las mujeres. Pero es una época en que también hay una caída del Nombre del Padre, una pluralización y una pérdida de las referencias que hacían que la virilidad pudiera sostenerse. La virilidad, en esta perspectiva, está ligada al Nombre del Padre, y su crisis da lugar a una feminización. ¿Qué vemos? Que los hombres parecen haber perdido los sostenes imaginario-simbólicos que les aseguraban virilidad, que pierden la iniciativa frente al encuentro sexual y esperan que las mujeres lo hagan por ellos”.

Y Motta insiste: “Presenciamos el auge de lo que Lacan llamó ‘la ética del soltero’, de la que el propio Kant prescribió la exclusión de la mujer, estrategia de erradicación de lo femenino y acrecentamiento del concepto Uno (ese que atraviesa el Seminario ‘…o peor’): una mujer es Otra para un hombre. Un hombre, en su encuentro con una mujer, la pone a trabajar de lo Uno, sea por su propia soledad, ya que lo Uno no se anuda con nada de lo que parezca el Otro sexual”. El ejemplo ayuda: “Una nota en Clarín, del 24 de junio de 2012, responde en parte a este interrogante: la ola del autismo (y no de aquel que los laboratorios medicinales recomiendan medicalizar) se instala en  las llamadas Silent Sounds, fiestas silenciosas que son top en Nueva York y amenazan su aterrizaje por estas tierras ajenas a su folklore, a su música popular, a su tango. Fiestas donde cada uno tiene su auricular y baila con otro, quizás no sabiendo cuál es la armonía de su compañero. En el ambiente no se escucha música. Y por otro lado, aquello que era marginal y oprobioso ya no lo es. La homosexualidad se ha puesto a la par que la heterosexualidad: la bisexualidad se enuncia para aquellos que aún no han decidido mantener relaciones con su mismo sexo de manera franca. Las prácticas SM tienen sus boliches particulares, así como los swingers gozan de sus intercambios sin mencionar otras prácticas sexuales privadas o públicas compartidas, sectorizadas, aprobadas sólo por algunos en clubes de categoría, como muestra Kubrick en Ojos bien cerrados, basada en la novela de Arthur Schnitzler”.

Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick (1999)

Rubistein da otro paso: “En esta época, efectivamente, todos parecen ‘más libres’, cada uno goza a su manera, pero es tiempo de grandes soledades. El goce auto-erótico, el paso de un partenaire a otro, supuestamente un triunfo de la libertad, es engañoso, deja expuestos a hombres y mujeres a un goce peligroso. El matrimonio, con todos sus embrollos, da un marco de estabilización y acotamiento del goce que cuando no funciona produce angustia, propia de este momento, igual que las soledades del Uno a las que estamos expuestos”.

¿El buey solo bien se lame? No está tan claro. En Shame, Brandon, el protagonista, un puritano que no puede evitar los imperativos que lo empujan por más sexo y nada de amor, es uno de los ejemplos actuales de la “ética del soltero” que Lacan supo definir cuando habló del escritor Henri de Montherlant en 1974.

Michael Fassbender en Shame, de SteveMcQueen (2012)

Lo explica Grinbaum: “Lacan se refirió en Televisión a la ética del soltero para referirse al goce solitario, al goce idiota de la masturbación. Es cierto que hoy es más fácil satisfacer la pulsión sin tener que pasar por el partenaire sexual. Hay una oferta cibernética a ese nivel: la cosa marcha sin demasiado esfuerzo. Y es bien cierto que el hombre se las arregla solo mucho mejor que la mujer. Se las arregla con su órgano. En la actualidad vemos más hombres solos que conviven con un zapping de relaciones esporádicas pero también están aquellos que buscan el matrimonio. Es el hombre el que retrocede. Está turbado, se feminiza, empujado por las mujeres. Pero eso no responde a la pregunta por la virilidad. La virilidad, como dice Graciela Brodsky, no es la imaginaria de la barba o la campera de cuero. La verdadera virilidad implica creer que una mujer puede revelarle algo al hombre que le es absolutamente desconocido.”

Sobre la soledad, tiene sus dudas: “Yo no estoy segura que la diversificación de la oferta sexual acentúe la soledad. La soledad de la que en general hablan las mujeres, la sufren, se quejan, la sufren en relación al amor. Esto –creo– no sólo tiene que ver con su actual devaluación, aunque el amor contemporáneo consuena con la liquidez, como dice Zygmunt Bauman. Y cuando finalmente se asoma, la rapidez con la que se va está de la mano con la velocidad de la época”.

Rubistein es más clásica: “Lacan no habla del soltero como una categoría clínica, habla de una ética del soltero encarnada por Montherlant, uno de cuyos libros se titula, justamente, Los solteros, y es de 1934. Pero él se caracterizaba por su rechazo de lo femenino. Era homosexual y pedófilo. Su alegría era no haberse casado”.

Entonces, ¿cómo entender que Lacan hable de ética?

“Bueno, frente al exilio de los sexos, frente a la no inscripción de la relación sexual, cada uno encuentra o inventa algún modo de relación o no con el Otro. El soltero decide no casarse, es una ética. Pero más allá de su estado civil, la ética del soltero es el goce del idiota, el goce masturbatorio, el predominio de un goce auto-erótico. En el seminario 17 Lacan toma la frase de (Marcel) Duchamp, ‘el soltero se hace sólo el chocolate’. Hay un rechazo de lo Otro”.

Y ¿qué diferencia puede encontrarse entre el soltero de aquella época y el de ésta?

“Quizá no haya una respuesta única. Pero es posible que entonces el Nombre del Padre marcara de manera más clara ciertos caminos. Ahora, con la caída del Nombre del Padre y el predominio del Uno, del Uno solo, se alienta el autoerotismo. Y muchos hombres disfrutan del goce fálico eludiendo la relación amorosa, que requiere un paso al cuerpo del Otro que el goce auto-erótico rechaza. Las adicciones están en la misma dirección: eludir el encuentro con el otro sexo. Pero el tema no es unívoco, las posiciones entre los sexos presentan singularidades. No conviene generalizar sino  localizar la singularidad, la modalidad de goce”.

“Es cierto”, dice Motta, “el psicoanálisis tiene una respuesta singular, y la época actual la escabulle por falta de tiempo, de dinero, excusas que como señala Freud son mojigaterías que implican alejarse del compromiso con la palabra y que pueden neutralizar la percepción de la manera que cada uno es afectado por la soledad. En el horizonte se encuentra el interrogante: algo que es un embrollo pero que encierra la angustia de no saber hacer”.

Débora Rabinovich, codirectora, con Grinbaum, de Registros, dice no saber si la virilidad, pero “sí que los hombres han entrado en una época en la que parecen tomados por los semblantes femeninos”; y también que “el matrimonio fundado en el amor es un derecho que la época ha otorgado, y esto se extiende a la diversificación de parejas posibles, tanto hetero como homosexuales”. Pero siempre hay un pero: “Ni esta posibilidad, ni las múltiples ofertas sexuales, pueden suplir el agujero que existe por estructura, aquello que Lacan nombró diciendo ‘no hay relación sexual’”.

Philippe Sollers es ese escritor que parece saberlo casi todo de las mujeres. Así se llama uno de sus libros, Mujeres. Y desde hace años sostiene que el mundo está en manos femeninas. “Yo escribo Les zóms… no quiere decir nada, porque hay de todos los tipos, en cada continente. Es una abstracción, no podemos hablar de los hombres en general. Hay que hablar de tal o cual hombre en particular. Y no es necesario abundar. Para ser preciso, el tema de la sexualidad masculina no anda bien. Esto es porque ha sido despojada de su función reproductora, al menos en los países occidentales desarrollados. Despojada por la técnica. En ese sentido, las mujeres fueron despojadas de otra forma, pero todavía conservan el privilegio del embarazo. Nos estamos acercando al útero artificial. Si se está en el mundo occidental, el privilegio de ser el agente de la reproducción ya no es el mismo. ¿Qué es un hombre? Es un portador de reserva espermática. Es una reserva de esperma”, dice sin dudar quien fuera íntimo amigo de Jaques Lacan y hoy lo es de su yerno, Miller.
Sólo eso, y con suerte. Lo que resta es un personaje un tanto patético, atado a sus componentes de tribu, identitarios, básicos, sin funciones económicas, políticas o sexuales clave (todo eso puede reemplazarse); con la excepción, quizá, de cierto dandismo un tanto anacrónico, como el héroe de los récords, la inteligencia anormal, cierto estilo de femineidad animal o el monje que de vuelta al tabernáculo prescinde de otra compañía que no sea la del tiempo, el espacio y los animales, tal cual sucede en el último Don DeLillo.-

(2012)

Fuente:  Ñ

Señoras estupendas

¿Qué es una mujer? ¿Cómo se es una mujer? Una pregunta sin respuesta, que necesita una invención singular.


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Mónica Belucci, chica Bond a los 50 en Spectre
por Patricia Soley-Beltran

Una vez, en París, mi amante, treintañero como yo por aquel entonces, me dijo: “En esta ciudad hay mujeres mayores que son una obra de arte y nadie las mira, están solas”. Aterrorizada, puse a esas mujeres en mi radar de observadora y comprobé que tenía toda la razón. Hay señoras cuya presencia y saber estar se puede admirar al detalle y ponerles un excelente en una lección que te están dando ellas. Tienen estilo propio y está inextricablemente vinculado con sus vidas. Han sido madres o no, pero son ricas en experiencias, se conocen, están bien consigo mismas y eso se trasluce en su personalidad, su porte y su risa.

Veinte años más tarde las sigo buscando y las encuentro, trabajando y cargando con la compra, en la Feria del Libro, en terrazas y clubs de lectura, en centros deportivos, galerías de arte, plazas o supermercados. Son señoras con tiempo para arreglarse, o no. Señoras que van de pelirrojas o que tiñen sus canas con mechas rosas o azules y salen airosas. Señoras que no pretenden ser un lienzo en blanco, que guardan una impecable coherencia física porque no traicionaron ni carácter ni expresión. Señoras que visten con maestría una pieza vintage de cosecha propia o que recurren a la modista cuando quieren hacerse biquinis originales a su medida.

Esas señoras me miran a los ojos y yo a ellas. Nos reconocemos sin palabras, como si fuéramos miembros de una sociedad secreta. Ellas se descubren en mi mirada de admiración mientras yo pienso: chapeau! Las busqué para saber a quién desearía parecerme en ese invisible y vasto territorio que se abre pasados los cincuenta. Ahora, en mi pequeño pero fiero reino, llevamos el título de Señoras Estupendas, por la superación de los desengaños, por el refinamiento de la alegría, por las ganas de vivir.

Gracias a su espejo comprendí que el atractivo no reside en una piel tersa. Al fin y al cabo, la juventud no se puso de moda hasta la década de los sesenta para atraer al consumo a la generación del baby boom de la posguerra. Hasta entonces, ser una mujer de mundo, madura y sofisticada era lo más y así se estilaban las modelos. Y díganme ustedes, ¿qué vamos a hacer ahora? Propongo un boom de Señoras Estupendas que brillan siendo ellas mismas. Somos fieras, somos divinas, somos explosivas. Somos las SEs. Y no estamos solas. Vayan acostumbrándose.

(2015)

Fuente: El País

¿Por qué se quejan las mujeres?

Entrevista a Gabriela Grinbaum, por Pablo E. Chacón

Orgullo, Maitena

—¿Se quejan las mujeres, de qué (haciendo la salvedad de que las mujeres existen una por una?
— ¿Y de qué se quejan las mujeres? ¡Hoy y siempre! ¡De los hombres! Ya sea porque no hay, ya sea porque el que hay no la cuida o no la mira o no la escucha o la aburre o no la desea lo suficiente o la corre del espejo para mirarse él (habitual en la época). Las mujeres siempre se quejan, la queja es femenina para la cultura. Pero no lo es para el psicoanálisis. Para el psicoanálisis la queja es histérica y no un rasgo de femineidad. Para las mujeres es fundamental el reconocimiento. Ser reconocidas por el partenaire, por la jefa, por la amiga, por los hijos. Y cuando una mujer no se siente reconocida en su ser se queja por eso, lo sufre. La mujer actual, lo sabemos, no se satisface con ser madre, quiere tener un lugar de reconocimiento que no pasa en absoluto por la maternidad. No todas las mujeres quieren hijos hoy, muchas esperan su realización personal y si después de eso y aseguradas de no perder su libertad acceden al hijo, bueno. Pero no es aquello que las mueve verdaderamente en la vida.

—Estos días leí que los hombres se suicidan más que las mujeres, en una proporción de 4 a 1. ¿Qué puede decir de eso una psicoanalista lacaniana?
—No tengo esa data pero entiendo que sea así. Un hombre puede decidir quitarse la vida por haber perdido el trabajo, por ejemplo. Eso no lo creería posible en el campo de las mujeres. Aun cuando en la época del Otro que no existe, tal como la bautizó Jacques-Alain Miller, las mujeres tienen un lugar de acceso a los ámbitos laborales, desde las conducciones en las empresas, en la cultura hasta en las direcciones políticas de los países. Una mujer puede quitarse la vida por amor, no importa la edad que tenga; te sorprenderías cuán lejos puede ir una mujer en su dolor por no ser amada por ese hombre. Pero no va a suicidarse porque no llega a fin de mes o a mantener a su familia o porque no consigue trabajo. A ese nivel podría decir que es el narcisismo la trampa mortal. La relación del hombre al trabajo es una relación a su falo. Si es tocado ahí puede que el narcisismo no lo resista y eso lo lleva a identificarse a un deshecho y producir un pasaje al acto como el suicidio. Una mujer es más flexible y menos narcisista en esos casos. Desde chica ya sabe que no tiene (el falo) y eso le da más libertad, más audacia, no tiene que cuidar tanto lo que tiene porque en el fondo sabe que no tiene nada que perder. Una mujer sabe mucho más que un hombre cómo funcionar con el no tener. Aun las mujeres más identificadas a lo masculino. La labilidad de los hombres en muchos casos los deja sin recursos frente a las contingencias de pérdidas y por eso entiendo que haya más suicidios masculinos que femeninos.

—¿Cómo entender el apartado pornografía que aparece en el volumen preparatorio del próximo congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) Descartamos la cosa moral, ¿cómo lo entiende una mujer, que además es psicoanalista?
—No podía faltar pornografía en el volumen del próximo congreso Un real para el siglo XXI. Si lo que más se consume en Internet es pornografía. Lo único que le preocupa a los padres de los chicos es la facilidad de acceso a la pornografía que proviene de la misma máquina que los tiene atrapados todo el día. Hay mujeres que revisan el historial de la computadora del día de sus parejas para comprobar -una vez más- que la infidelidad se ha jugado ahí. La pornografía que consumían mis compañeros de colegio rateándose a los cines de Lavalle una vez cada tanto, hoy está con una facilidad apabullante. Comodísimo. Y obvio que va de la mano con la inmediatez de la satisfacción que la hipermodernidad impone. Goce-express, sin hacer nada de nada, ni levantar el tubo, nada. Goce del idiota. Goce del soltero lo llama Lacan, es la satisfacción masturbatoria que no requiere el pasaje por el cuerpo del otro, viene de perillas para la época. Menos esfuerzo, mayor goce. En mi adolescencia había que conseguir Trópico de cáncer o algún cuento de Anais Nin o de D.H Lawrence. Y casi leerlos a escondidas. No soy de melancolizarme añorando aquellos tiempos pero respecto a esta pregunta, no puedo evitarlo.

—Esta es mi experiencia: cierta cobardía del hombre frente a la nueva mujer. ¿Esto es así? ¿Cómo pensar no hay relación sexual en la época de la agitación de lo real?
—La cobardía es masculina, la audacia es femenina. ¡Al revés del pepino! Pero no tengo dudas que es así. Si a eso le sumamos las mujeres contemporáneas, que avanzan, con todo esto se evidencia más. Lo ilimitado es desde la audacia hasta el goce en las mujeres, contra la limitación masculina. Y eso no es un rasgo contemporáneo, mirala a Antígona en su acto, a Medea en su venganza, y ya en el siglo XIX el portazo final que da Nora en Casa de muñecas (la pieza teatral de Henrik Ibsen), y no porque Torvaldo Helmer no la amaba, es porque no supo amarla, la amaba en tanto madre de sus hijos y no como mujer y fue eso que la decide a la protagonista a abandonar la casa. Y esto nos orienta respecto a las dificultades de los hombres para amar, porque solo es posible amar si se ha pasado por la falta. Eso las mujeres lo sabemos muy bien. ¿Cómo puede amar un hombre? Hay algo de la feminización en el hombre, necesaria para que ame. Y eso no muchos lo toleran. Claro que el estilo y los semblantes de las nuevas femineidades dejan a los hombres muchas veces turbados, incluso castrados; las nuevas mujeres no esperan que sea él quien invite, proponga… Y el amor es una respuesta al no hay relación sexual. Las dificultades para amar son un síntoma de la época, por la inconsistencia, la liquidez, la prisa, los imperativos de ¡hay que gozar ya! Es un asunto.

—Roman Polanski acaba de estrenar su versión de La venus de las pieles. Acabo de leer un libro -de una mujer- titulado Defensa del masoquismo. ¿Cómo entender estos fenómenos político-culturales?
—¡Amo a Polanski! ¡Incluso con todo su prontuario! No vi su versión de Sacher Masoch. Simplemente te voy a decir que Lacan nunca aceptó la idea freudiana del masoquismo femenino. Lacan respondió a Freud diciendo que el masoquismo femenino es un fantasma del hombre. Es decir, es el hombre que goza creyendo que la mujer goza del masoquismo. Que la mujer tolere más el sufrimiento en el cuerpo, muchísimo más que el hombre, no habla de su gusto por el dolor en el cuerpo. Lo tolera más. Todo el mundo sabe lo que un hombre hace cuando algo lo aqueja en su cuerpo. Los recorridos que hace por los médicos, el mal humor que eso le produce, la intolerancia al dolor en el cuerpo es ya graciosa, mirá como Woody Allen armó de eso un personaje. De una mujer ni te enteras si está a punto de ser intervenida mañana. Hoy muchos hombres se depilan, ¡pero cómo gritan! Volviendo a la cuestión del masoquismo y las mujeres. Lo que ocurre es que al contrario que el hombre, las mujeres tienen una gran elasticidad en su fantasma. En especial la histérica, que puede llegar a identificarse al fantasma del hombre que coloca a la mujer en el goce masoquista y terminar en ese lugar.

—En la entrevista que le hiciste a Maitena, ella hace una reflexión muy a fondo sobre el amor. ¿Creés que una idea como esa puede nacer de alguien que no haya pasado por un análisis?
—Maitena sabe del amor y tiene la genialidad de saber decir lo que las mujeres sufren por amor y además nos lo cuenta con humor. En la entrevista que le hicimos para Registros Mujeres, ella nos decía que finalmente encontró como la solución frente a las penurias amorosas por las que transitó en su vida, la tolerancia y la distancia. Eso le permitió sostener lo que llama su encuentro amoroso de los últimos 15 años. No tengo la menor idea si hubiera encontrado esa solución sin un análisis. Ella se analizó, se sigue analizando, supongo que el análisis habrá hecho lo suyo. El amor fue siempre lo que la movió al análisis, no el tema laboral, al que le encontró salida muy tempranamente en la vida. Cuando en la entrevista se refiere a la distancia y a la tolerancia me parece que hace hincapié a dejarse tomar, dejarse mirar por el partenaire pero no quedarse capturada persecutoriamente en esas miradas. Da el ejemplo de las parejas que terminan matándose simplemente porque ella pregunta ¿por qué me miraste así? Frente a la cual él responde por que vos me miraste así. La distancia es una buena solución para no aplastar el amor con la demanda, y la tolerancia de la diferencia: no es posible el estado de enamoramiento siempre, hay que trabajar para inventar cada vez porque el amor no dura porque sí toda la vida.

Nos enamoramos del Che Guevara y después le pedimos que se afeite la barba, Maitena

(2014)

Fuentes:

Télam
Maitena


Gabriela Grinbaum
Psicoanalista. Está diplomada en Estudios Superiores por el Departamento de Psicoanálisis de París VIII, y es docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
Es codirectora de la revista Registros.

La tiranía de la felicidad

La época empuja, en un ritmo vertiginoso y constante, al consumo y a la obligación de la felicidad. Un mandato: ser feliz a toda hora, en todo momento. Lo vemos en las publicidades, lo oímos en los que nos rodean, lo padecemos si no somos felices…

Hace dos años se conoció la noticia de un novio fugitivo. El joven desapareció dos días antes de su casamiento, el motivo fue porque aparentemente no podía pagar los costos de la fiesta.
El hecho abre preguntas, señala lo obvio: hay cierta tiranía de la felicidad.

Compartimos un pequeño relato, muy lúcido, del escritor Martín Kohan acerca de esa noticia.

 

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Photo by Tembela Bohle on Pexels.com

No, quiero

Por Martín Kohan

14/03/2014 

La tiranía de la felicidad se ha cobrado una nueva víctima. Me urge reivindicar, diré incluso que solidariamente, el nombre de Fernando Marengo. El novio que el otro día, el día de su boda, no apareció donde se lo esperaba.

La historia del novio que el día de su casamiento se escapa es tan vieja como incesante, y se presta para la tragedia no menos que para la picaresca, para la comedia romántica no menos que para el thriller, para la fábula del desamor no menos que para el policial de enigma. Esa historia ha vuelto a ocurrir. El día de las nupcias llegó, y de Marengo ni noticias hubo. Se lo vio tomar un taxi en su ciudad, Santa Fe. Y no se supo más de él hasta que un primo lo encontró, por casualidad, lejos de ahí, deambulando por las calles de Rosario. Yo supongo que taciturno, aunque las noticias del caso no lo especifican.

¿Qué le pasó? ¿Tuvo dudas? ¿Tuvo miedo? ¿Tiene a otra? Nada de eso. Fernando Marengo huyó al ver que no podía afrontar el pago de la fiesta de bodas. Sucumbió, hasta desesperarse, a ese mandato implacable y cruel que obliga al que está feliz a expandir esa felicidad; a garantizar, organizar y solventar la alegría, hasta hacerla colectiva y lograr que quepan en ella los amigos, los parientes cercanos y lejanos, los allegados, los conocidos.

El festejo, por lo visto, importa más que lo festejado. La pura celebración, como tal, se impone por sobre el hecho que se celebra. Y llega a ser, según se ha visto, capaz hasta de suprimirlo. La fiesta ya no es consecuencia, sino principio y razón. Para la felicidad impuesta siempre existe alguna excusa: un casorio, por ejemplo, suele funcionar bastante bien. Pero semejante conminación fatalmente cuesta plata: como Marengo no la consiguió, tuvo que darse a la fuga.

La que sufrió de más fue Virginia, novia en vano, que supuso, por error, que él ya no la amaba más. Y la verdad es que la adora.

2014


Fuente: Perfil

Elogio de la maleta con ruedas, Claudio Steinmeyer

por Claudio Steinmeyer  / Intervención en la mesa redonda de la muestra artística “Valijas” celebrada en la Kamin Fabrik (Berlín) el 24 – 04 – 2014

Como de costumbre intentaré transmitir al público no habituado a nuestro lenguaje, alguna  reflexión que le permita familiarizarse con nuestros conceptos psicoanalíticos. En este caso, el sinthome que no hemos de confundir con el concepto de síntoma.

Estamos entonces hoy con las maletas, las valijas, el equipaje y su relación con la creación artística.

¿Qué se puede decir desde el psicoanálisis que no resulte necio sobre las valijas y el arte? Qué puedo decir yo, que mis conocimientos de las artes visuales son poco menos que los de un aficionado que se contenta simplemente con el goce estético. Voy entonces a los campos artísticos dónde me siento un poco más seguro, en este caso la literatura.

Es una pregunta que le hace decir Paul Auster a uno de sus personajes de la deliciosa novela Tombuctu, libro altamente recomendable para cualquiera que se haya encariñado alguna vez con un perro:

“ La maleta con ruedas… durante 30.000 años hemos llevado nuestra carga… con dolor de espaldas y agotamiento… ¿Por qué hemos tenido que esperar a fines del siglo XX para que ese chisme apareciera? ”

La pregunta por la invención de la valija con ruedas, por qué se tardó tanto. Esta claro que el hombre se ha tomado su tiempo para ponerse cómodo en la tierra. Quizás en los últimos tiempos se haya acelerado un poco acaso.

Esto siempre me asombra, el tiempo que tardamos en hacernos la vida un poco más cómoda. Y por favor no me entiendan mal, no me refiero a comprar un coche. Me refiero a la rueda interior.

La rueda, ya la pensemos como invención industrial, objeto tecnológico o como obra de arte. Que pertenece a la cultura no cabe duda, habría que incluírla en las polaridades de Levi Straus: naturaleza-cultura, dulce-salado, crudo-cocido y agregamos:  cargar-llevar sobre ruedas.

Un psicoanálisis es eso, la invención de la propia rueda, ¿para ir más de prisa? Puede ser. Pero sin duda para ir más cómodo, no hacer tanto esfuerzo para llevar la misma carga.

Notarán que en este breve escrito, inspirado por las valijas de la muestra, me refiero a la rueda como metáfora. Metáfora de aquello que se inventa / construye a lo largo de un psicoanálisis.  En psicoanálisis, a esa rueda metafórica, Lacan le puso un nombre: el sinthome (condensación de síntoma y fantasma) que despejó, articuló con la ayuda de la obra de otro escritor, James Joyce.

Pero además la rueda, la metáfora de la rueda, engancha precisamente los grandes campos de trabajo en un psicoanálisis: S, I, y R.

Lo Simbólico porque  hacen falta algunos significantes-amo para “pensar la rueda”: 360 grados, el número pi, etc. Lo Real, porque sin duda quien es el depositario de la satisfacción que el uso de la rueda acarrea es el propio cuerpo.

El apaciguamiento de lo Imaginario, con sus características resonancias especialmente agresivas, en favor de un anudamiento S-R en el que canalizar el eterno conflicto entre significante y significado, pulsión / realidad, aliviando al yo de la angustia.

Por supuesto el sinthome de cada uno es particular, y aquí entra en rigor la diferencia con la ciencia, no hay una respuesta universal, no funciona el “ruedas para todos.”

Tampoco se trata de la “promesa de la rueda al final” que es lo que ofrece la psicoterapia. De hecho el psicoanálisis es el único lugar donde la invención del sujeto, la creación que durante el  análisis realice el sujeto en la experiencia de su goce, resulte una verdad con la forma de “rueda cuadrada.”


 

Claudio Steinmeyer
Psicoanalista argentino residente en Berlín y adscripto al Campo Freudiano. Miembro de The LAcanian Transatlántica de InvestiGaciOn (LATIGO).

Fuente: PdpD – Platz des psychoanalytischen Diskurses

 


 

«Si recargar un iPhone nos descontara 10 minutos de nuestra vida, lo haríamos»

Entrevista a Charlie Brooker, creador de «Black Mirror»

POR BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ

Charlie Brooker, fotografía de Edu Torres

Beppe Grillo, el caso Greenwald, Rajoy en un plasma, las Google Glass (sobre todo las Google Glass), el mero hecho de que tu madre y tu pareja sepan a qué hora te acostaste mirando tu última conexión de Whatsapp. Todo esto es muy Black mirror (Espejo negro).

La serie, que emitirá su tercera temporada en 2014, tardó muy poco en convertirse en un adjetivo. Cualquiera que la ve, empieza automáticamente a detectar en su vida o en la prensa fenómenos “muy Black mirror”. Y esa era precisamente la intención de su creador, Charlie Brooker, una de las mentes más interesantes de la tele actual. “Me encanta que la gente diga eso, era mi ambición secreta. Lo pusimos ya en el primer briefing que le presentamos a la cadena. Queríamos crear el mismo efecto que cuando la gente decía ‘esto es muy La dimensión desconocida”, cuenta este productor, guionista y columnista, un francotirador semidomesticado empeñado en ser la carabina aguafiestas en nuestro sucio romance con la tecnología.

Cada uno de los capítulos de Black mirror –sólo tres por temporada– aborda un tema distinto, una “pesadilla plausible”, como las define él, derivada de los tiempos locos en los que vivimos. En el titulado The entire history of you, que ha comprado Robert Downey Jr para rodar un remake en el cine, todos los personajes llevan implantado detrás de la oreja un discreto dispositivo llamado Grain que permite grabar todas nuestras vivencias, rebobinarlas y borrarlas. Los pocos que confían en sus memorias orgánicas se ven como hippies asilvestrados, como ese tío que todo el mundo conoce que no tiene móvil. ¿Exagerado? Lean las instrucciones de las gafitas de Google y verán. En otro, Be Right Back, una joven viuda consigue resucitar virtualmente a su marido gracias a un software que replica su voz y su estilo, utilizando toda la huella digital que dejó en las redes sociales. ¿Raro? Pues ya existen aplicaciones como LivesOn, que mantiene vivo el Twitter de un fallecido gracias a la inteligencia artificial –el finado puede seguir comentando Quien quiere casarse con mi hijo desde el más allá y hasta interactuar con otros usuarios– y DeadSocial, que permite componer los estatus que se publicarán después de muertos.

“En realidad, a mi me encanta la tecnología», asegura Brooker, «Pero en estos momentos somos todos como niños en un planeta en el que todos los adultos se han marchado y nos han dejado sin supervisión. Los avances se nos presentan siempre como algo sólo positivo, pero no percibimos las cosas que vamos perdiendo ni el efecto que tiene en nuestras mentes. Es como un coche, puedes utilizarlo para ir rápido a los sitios, que es genial, pero también puedes atropellar a un montón de gente”. Como bonus, regala un ejemplo que no llegó a formar parte de la serie: “Si existiese un smartphone que sólo se pudiese recargar renunciando a diez minutos de vida, la gente lo haría. ¿Diez minutos? Claro, por qué no, tengo que llegar al siguiente nivel en el Angry Birds.

Los episodios quizá más inquietantes son los que se mueven en la esfera político-mediática, que Brooker disecciona también en el informativo satírico 10 o’clock live y en los especiales del programa Newswipe, que graba ocasionalmente en el salón de su casa. Se ha citado mucho el capítulo The Waldo effect, en el que un personaje virtual, una marioneta malcarada, acaba ganando unas elecciones a base de decir-las-verdades-a-la-cara y ser estudiadamente antisistema. “No lo veo tan lejos de la realidad”, dice el guionista, y cita a Boris Johnson, el alcalde de Londres y firme aspirante a primer ministro tory, que lucha por convertirse en un meme andante: “Se hace el payaso, sabe que cuánto más bufonesco sea, más popular resultará y más poder amasará”.

Black mirror no es la primera creación profética de Brooker. En 2004 firmó la telecomedia de culto Nathan Barley, en la que se cincelaba el perfil del hipster multitarea, un tipo con piso en Shoreditch que se autodefinía como “director de guerrilla, webmaster, gurú de la moda, promotor de clubes y nodo mediático autogestionado”. Un idiota, vamos ¿Qué haría Nathan hoy? “Estaría desarrollando aplicaciones, cultivando su presencia en las redes sociales y siendo generalmente insufrible. Lo mismo que entonces, pero peor”. La serie sigue dando risa pero también puede provocar un incómodo picor de autorreconocimiento en cualquiera que maneje perfiles en un par de redes sociales y que, por tanto, pase una porción significativa de su día dedicado al self-branding.

Brooker está cabreado con Spotify (“¿por qué tuvieron que convertirlo en un club social? No quiero que nadie sepa qué música escucho”), ha dejado Facebook y frecuenta menos Twitter, convertida en “un concurso de ver quien mea más lejos”. Debe formar todo parte de su promesa de “reducir sus emisiones de palabras”, que anunció en su columna de The Guardian el pasado verano y que, dice, ha conseguido cumplir sólo a medias. “Encuentro agotadora la constante necesidad de comunicar, hay veces que simplemente no tengo nada que decir.” Pues qué poco Black mirror.

(2013)

Fuente: El País

Éric Laurent: “El efecto crisis produce una incertidumbre masiva”

Éric Laurent
Éric Laurent, fotografía de David Fernández

Por Pablo E. Chacón, 2012


Contra las certezas universales, el psicoanalista francés Éric Laurent reivindica el lugar desacoplado de su práctica en el régimen de discurso dominante en la época, el de la ciencia. Y cuestiona los resultados de las “soluciones” globales al dolor de vivir, aplastado por un optimismo mercantilista que no hace más que generar nuevos inconvenientes y una angustia que a falta de brújulas singulares, se oscurece por medio de fármacos, drogas, soluciones inmediatas, compulsión y placebos como el consumo sin freno y la felicidad obligatoria. Esta es la conversación que sostuvo en un aparte de su participación en el VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) que sesionó la semana pasada en Buenos Aires.


La crisis financiera global, ¿cómo encuentra a los analizantes, sometidos cada vez a efectos más nocivos que se venden como soluciones?

Los encuentra de manera más grave, más angustiados, perdidos. Diría que en los analizantes, el “efecto crisis” provoca una incertidumbre masiva. Esa angustia puede escucharse. Las cosas aparecen ensombrecidas. Existen más depresiones, una notable ausencia de deseo, según cada sujeto. Pero hasta los que están más animados, incluso los hipomaníacos, los que desafían al fetichismo del contexto, también están marcados.

Los síntomas ¿cambian, han cambiado en este año y medio?

Los síntomas son los que aparecen, los que ya aparecen: toxicomanías en general; todo (o casi todo) puede transformarse en algo adictivo; el juego, el sexo, el trabajo, etcétera; y como respuesta, al interior del discurso del amo, una mayor voluntad de vigilar, castigar, prohibir, que provoca en el sujeto, lógicamente, una creciente voluntad de destrucción. ¿Quieren prohibir? Entonces quiero más. Esto es muy común entre los jóvenes. Pero no sólo entre los jóvenes. Pero los jóvenes, de esa manera, demuestran la impotencia del otro, su megalomanía, sus maneras de sobrevivir a la punición. Porque también es evidente la transformación del ideal de juventud: ahora se trata de conseguir una juventud “eterna”.

¿Eso es lo que se llama la “infantilización generalizada”?

Digamos que la desagregación del lazo social es contigua a la caída de las representaciones de la autoridad y a las prohibiciones que implica. A pesar de que Freud dijo que en la cultura existe algo que no anda, un malestar, ahora hay un plus, un “más” que se intenta civilizar sin éxito, y que provoca el retorno de una voluntad de goce nueva, imparable. Y que por esa razón, de estructura, se produce un llamado de más vigilancia y más prohibición.

El sujeto del tardocapitalismo, inerme, desamparado, ¿cómo enfrenta la angustia?

El recurso más difundido hoy día es el uso de alcohol y drogas. Existen antecedentes: la prohibición del alcohol en los Estados Unidos durante un tiempo el siglo pasado. Esa política multiplicó los mercados negros y el consumo. Y lo mismo pasó con las drogas: prohibición, “permisividad”. Después, guerra contra las drogas. Y el efecto resultó el contrario al buscado. ¿Es una política? No lo descartaría. Ahora mismo, el consumo de drogas está globalizado. Y aparecen nuevas sustancias todo el tiempo. Además de mafias y armas a un nivel nunca visto. Y Estados de Derecho en peligro. México, por ejemplo, que está al borde de la catástrofe.

Legalizar el consumo, ¿no sería un principio de solución?

Es relativo. Pero sí cambiar de perspectiva. En la reciente cumbre de Colombia, el presidente de Guatemala dijo sobre este tema que habría que empezar a pensar en otro sistema. Y después lo hizo el presidente colombiano. Porque de atender a la dialéctica estadounidense sobre alcohol y drogas, el efecto es tanto un llamado al goce como a una mayor vigilancia. Pero liberalizar sin control es tan absurdo como soñar que se terminará la producción de sustancias. A mi juicio, no se trata de liberalización o prohibición total sino de adaptación: cómo puede ser regulada cada sustancia, para reducir el daño a los estados, a la gestión policial y a los sujetos. Eso implica un cálculo político. Entre el empuje al goce y la prohibición, el problema no se resolverá por una dialéctica que ya mostró sus resultados. Es necesario inventar instrumentos de orientación, incluso instrumentos legales nuevos para salir de esa falsa oposición, que es la doble cara de la pulsión de muerte.

¿Y qué está sucediendo con los llamados trastornos alimenticios, la anorexia, la bulimia, la obesidad?

Están en la misma serie anterior. Pero aclarando que esos males son propios de países que han “resuelto” el problema de la alimentación. Porque no es lo mismo en las zonas donde la comida casi no existe y lo que está en juego es la supervivencia. Pero en el caso de estar “resuelto”, puede verse que la pulsión oral es imposible de domesticar. Y tenemos también las dos caras: restricción o producción. Del lado femenino, existe una industria de la “belleza” anoréxica. Y del otro, la bulimia: en los Estados Unidos, en el lapso de una generación, se ha multiplicado el número de personas obesas. Y los factores son similares y distintos, y múltiples las determinaciones, como en el caso de las toxicomanías: destrucción del lazo social, ansiedad, demasiada azúcar, demasiada sal, producción de alimentos artificiales, etcétera. Y un dato nuevo: la voluntad de hacer desaparecer el tabaco… está muy bien: limitó el número de los cánceres de pulmón, pero sorpresa, aumentó la cantidad de casos de diabetes. Porque el tabaco era una manera de controlar el peso. Y el peso es un factor central en la diabetes.

Pero ¿no se hicieron estudios previos?

Existen médicos que reconocen que esos efectos -colaterales- no se calcularon. La  diabetes, ahora, es la causa de muerte más común en los países centrales. Esto no se puede resolver con una prohibición: prohibir el azúcar, el tabaco, la sal, las grasas. Esos son sueños… sueños de la razón que producen monstruos. Entre el empuje al goce y la prohibición, se producen impasses…

¿Cómo resolver esos impasses?

Creo que con soluciones “a medida”, para cada uno. Pensar soluciones globales, leyes universales que resuelvan esta situación, normas de salud impuestas por burocracias sanitarias, es otro sueño. Pero encontrar, cada uno, un camino entre estos impasses, eso es posible, de acuerdo a la relación particular que se tenga con el goce. Aclarando que el psicoanálisis no está en todos lados. Y que su dignidad como práctica implica cierto desajuste respecto a las normas de la civilización. El psicoanálisis no produce buenas noticias. No promete la felicidad inmediata. Pero lo más importante es que no es una ciencia. Y el régimen de discurso dominante es la ciencia. El psicoanálisis es una disciplina crítica, que constata los efectos de la ciencia. Es el discurso que comenta los efectos de la ciencia sobre la civilización. Y sobre los sujetos, uno por uno. Pero el modo de certeza del psicoanálisis también es criticado, es odiado, rechazado, porque no puede ser alcanzado fuera de la cura analítica.

¿Criticado, odiado, rechazado?

Efectivamente. Porque para obtener una certeza (singular), hay que pasar por la experiencia analítica. Eso es lo que se rechaza. La ciencia, en cambio, no supone ninguna experiencia singular. Supone la razón, el cálculo y el trabajo. El psicoanálisis ocupa un lugar extraño, como el de un inmigrante. Porque el orden simbólico, tal como se lo conocía, no existe más. Existen sólo las leyes de la ciencia. Pero la ciencia no puede dar cuenta de todo. La teoría de todo no existe. La difusión de la ciencia en este nuevo orden, hace que el sujeto sea enviado a sus angustias fundantes, sin saber cómo orientarse. Y la salida, en esta visible oscuridad, no parece pasar por las buenas intenciones, las religiones privadas o las variaciones new age.-


Fuente: Revista Ñ