La operación del síntoma

Jean-Louis Gault
Psiquiatra, psicoanalista

mascaradehierro
Máscara de hierro

Freud nos ha hecho descubrir una dimensión del síntoma a la que sólo da acceso la experiencia psicoanalítica. Por mi parte, hice la experiencia de esta exigencia clínica la primera vez que encontré al doctor Lacan en persona.
Cuando iba para su consultorio, no sabía que iba a pedirle un análisis. Le había llamado por teléfono, me había propuesto una cita para el día siguiente, y he aquí que me recibía con una exquisita delicadeza. Era yo la persona a quien esperaba. Fui a verlo para presentarle un trabajo que había terminado poco tiempo antes y que quería regalarle. Se trataba de mi tesis de medicina. Había tomado como tema de estudio la cuestión de la palabra y su ambigüedad, tema que había explorado a partir del descubrimiento freudiano del inconsciente y rudimentos de la enseñanza de Lacan, con los que comenzaba a familiarizarme. Yo pensaba que mis cogitaciones tenían el objetivo de retener la atención del propio Lacan.
Ahora bien, después de dejarme exponer el motivo de mi visita, se dirigió a mí para preguntarme:  «Usted es médico, ¿no es cierto?». Le respondí que en efecto lo era. ¿Por qué me preguntaba eso? —pensaba yo—, ¿acaso esta tesis no lo probaba lo suficiente? Agregó: «Usted sabe lo que es un síntoma, ¿no es cierto?». Asentí. Yo creía saber en efecto lo que era un síntoma, por haberlo aprendido en la Facultad de Medicina. Prosiguió: «¿Puedo permitirme hacerle una pregunta?». Le dije que podía. Me preguntó entonces: «¿Usted tiene síntomas?».
La pregunta me sorprendió. No me esperaba para nada una interrogación personal tan directa. No estaba allí para eso. Había ido para recoger su opinión sobre mi trabajo, y quería entrevistarlo en profundidad sobre las paradojas de la palabra, cuyos principios había descubierto leyéndolo. Había tenido más suerte de la que esperaba, y lo notaba a mi pesar. Lacan, al interrogarme sobre mis síntomas, me hacía descubrir el reverso de la demanda que me había llevado hasta el 5 de la calle de Lille.
Al entrar a su despacho, antes de sentarme frente a él, había puesto en sus manos el volumen de la famosa tesis doctoral que estaba tan orgulloso de presentarle. Lacan no lo había agarrado y sin siquiera dignarse a echarle una ojeada, aunque no fuera más que al título de la cubierta, me lo había devuelto sin una palabra, indicándome con la mirada el sillón que me tendía los brazos.
La larga espera que había precedido a ese momento acababa de conocer en un instante su epílogo. Yo había vuelto a agarrar la tesis, y de golpe todo eso me pareció lejano. Me encontraba ante el doctor Lacan que me preguntaba si tenía síntomas. Respondí sin una sombra de duda. Tenía un catálogo listo, y cuando comencé a describir los que más me hacían sufrir en ese momento, inicié mi análisis con él.
Salí perturbado de esta primera sesión. Aferrado al ideal paterno del silencio estoico frente al sufrimiento, había aprendido a callar toda queja personal y, a la manera del filósofo que admiraba, avanzaba enmascarado sobre la escena del mundo. La audacia de Lacan había dado razón de esta postura, él había conseguido aflojar la máscara de hierro, y la verdad había abierto la boca. No podía creerlo. Desde ese momento ya no me detendría e iría a hablarle cada semana hasta el día anterior a su desaparición, en septiembre de 1981.
Repensando más tarde en lo que había sido esa primera entrevista, medí lo que Lacan quería decir cuando definió el psicoanálisis como la operación del síntoma. El psicoanálisis, como procedimiento terapéutico opera, es cierto, sobre el síntoma y pretende con eso modificarlo para aliviar al sujeto, pero hay una segunda operación, que es la que ejerce el mismo síntoma en el interior del dispositivo de palabra que constituye la experiencia analítica como tal. El síntoma despliega allí su acción y desarrolla sus efectos.
Es el análisis el que, por su acción, hace entrar al síntoma en el diálogo analítico. Lacan me había hecho una demostración ejemplar interrogándome, contra toda previsión, sobre mis síntomas. Por esa razón también el analista soporta la operación del síntoma, dado que para analizarlo e interpretarlo es necesario que el mismo analista participe en su constitución.
En el psiconálisis, el síntoma no es una realidad objetiva que el analista podría observar desde el exterior, como puede hacerlo el médico frente a los síntomas de la medicina. Hay, pues, una dificultad en la medicina para reconocer, abordar y tratar cierta categoría de síntomas que no responden a los criterios de la observación científica objetiva. Estos síntomas los encontramos en el psicoanálisis.
Debemos a Freud el haber aislado cierta categoría de síntomas que se desarrollan únicamente en esta realidad transindividual —la realidad del discurso— que él llamó «transferencia». Le ha dado su dignidad a ciertos síntomas que no pueden ser vistos en una imagen del cerebro, pero que, sin embargo, hacen sufrir y son susceptibles de desarrollar un poder de acción considerable en la relación con el otro. Basta pensar en los fenómenos de identificación que pueden desencadenar sorprendentes epidemias de síntomas y hacer temblar el cuerpo social. Tomando la iniciativa de interrogarme sobre mis eventuales síntomas, Lacan actualizaba al mismo tiempo una realidad hasta ese momento obstinadamente callada y que permanecía para mí mismo desconocida, y de la que él aceptaba asumir por una parte la carga. El enunciado de mis síntomas había respondido a la pregunta que Lacan me había hecho. Dando curso a su pregunta, yo había dado mi acuerdo para tomar por cuenta mía lo que saldría a la luz. El síntoma del que se queja en análisis se inscribe en esa realidad de discurso que se despliega en el lazo del sujeto con el otro. Ese síntoma del sujeto no puede ser revelado por un equipo técnico, como puede hacerse en medicina cuando se trata de un síntoma del organismo. Se expresa en la palabra y sólo puede abordarse por la palabra.
Al someterse a la operación del síntoma, que él mismo ha desencadenado, el analista complementa el síntoma del sujeto, se convierte en una parte de ese síntoma y termina siendo el partenaire-síntoma del sujeto. Lacan dio el primer paso en esa dirección invitándome a hablar de mis síntomas. A partir de ese momento dejaba de ser el famoso Jacques Lacan, director de l’Ecole Freudienne de París, personaje idealizado hacia el que me llevaba una transferencia masiva y al que iba a ver para que reconociera el valor de mi trabajo. Se despojaba de esos trastos para convertirse en un personaje enigmático que hundía su mirada en mí. Perdía su identidad para transformarse en algo que yo no conocía. Penetraba en el interior de preciosos síntomas hasta entonces celosamente protegidos, los molestaba, y se transformaba en una parte de mi ser. Por su pregunta, por responderle, me llevaba a alzar el velo que cubría la parte íntima de mi persona para encarnar ese trozo rechazado de mí mismo. Alojado en lo más íntimo de ese núcleo del ser más inaccesible a él mismo, sin embargo, sentado halló, frente a mí, preguntándome, se me hacía extrañamente éxtimo.
Arrancándome de la satisfacción silenciosa de mis síntomas, Lacan hacía saltar un primer cerrojo, volvía a poner el deseo sobre sus rieles, la vida encontraba sus derechos, la aventura podía comenzar.

 


Bernard Henri-Lévy, Jacques-Alain Miller (Comp.): La regla del juego, Editorial Gredos, Madrid, 2008, página 121.

Ya-Nadie y vociferación

Jacques-Alain Miller

«Todo el mundo es loco, es decir, delirante.» Hablando de esta frase terminaré el curso de este año, en el que me dejé llevar por lo que tenía a mi alcance. Lo que perdiera en sistematicidad, pensé, lo ganaría en autenticidad. Tengo la sensación de haber estado por momentos más cerca de aquello que me ocupaba. Y concluir con este «todo el mundo es loco» me da la clave, el título de este año. ¡En hora buena!

Esta frase es de Lacan, pero, como lo dije la última vez, fue proferida desde ninguna parte, desde un no lugar, desde la nulibiedad para actualizar un neologismo que pueden encontrar en los Escritos, inventado por Lacan al referirse a un texto de Jorge Luis Borges.

Nulibiedad

Reconocí la última vez en este lugar aquel del Ya-Nadie. Y ese también hubiese podido ser el título de este año, ya que de alguna forma, yo fui eso este año, Ya-Nadie. Acepté ser atravesado por el momento y me serví de ello. Fui fiel , sin demasiado aparato, a aquello que me pasaba por la cabeza, como debe hacerlo todo analizante digno de este nombre, es decir, conforme a su definición y a su estatuto. Ya-Nadie, ¡qué personaje! Entre paréntesis es un nombre del sujeto, del sujeto tachado, pero con un acento particular puesto en su relación natal con el goce. Ya-Nadie es un personaje que aun no formaba parte del casting lacaniano, sin embargo, podría decir que es el portavoz de Lacan.
Aquello que Lacan llamaba su enseñanza y que yo retomé en forma repetida hasta borrar el nombre de libros, de obras, de trabajos, de teorías. Lo dije después de Lacan, pero con una insistencia unívoca: la enseñanza de Lacan. Enfatiza que su trabajo sea un work in progress, según la expresión de James Joyce, un trabajo en curso, en el que las conclusiones, por tan afirmadas que sean, siempre son transitorias. Hablamos de las tesis de Lacan solo por razones de comodidad a la hora de enseñarlo en el Departamento de Psicoanálisis, ese espacio que promoví en la universidad.
Aunque nunca de manera definitiva, hablé se su enseñanza. Esto es lo que tenemos que revisar ahora al comentar la frase «todo el mundo es loco», puesto que la enseñanza no sale indemne de este comentario, en tanto ataca la posibilidad misma de un matema del psicoanálisis. Lo cual muestra el aspecto patético del camino recorrido por Lacan. Al decir esto, estoy retomando la misma expresión asignada por él  en este texto al nombre de Freud. Esta enseñanza —ya que desde el comienzo de este curso la llamé así— es aquello que se dice, se profiere, se profesa, se vocifera. Y para vociferar hay que tener un cuerpo, hay que dar de su persona y no solamente de su sujeto, esta enseñanza se vocifera desde  el lugar de Ya-nadie.
Allí es, diría hoy, donde Lacan se plantó. Y lo que revienta en este último texto ya estaba allí a la espera de desarrollar sus consecuencias y sus estragos desde el momento en que Lacan tomó la palabra. Palabra es un término que en realidad apaga el estallido que comporta la palabra vociferación. La vociferación le añade a la palabra el valor, la dimensión, el peso de la voz, es decir, lo que viene de sobra en lo que llamamos tan amablemente la relación del analista con el analizante. El término relación permite disimular aquello de lo que se trata, esta frase permite restituirlo. El lugar de Ya-Nadie es seguramente el lugar del sujeto, pero concebido, nombrado, en tanto redondel quemado de la maleza del goce.
Y tomar la palabra, el simple hecho de hablar, es ya repercutir, hacer rodar, esa parte extraída en la maleza que es el objeto a como voz. Habría que añadir que la voz va más lejos que el objeto a, al estar siempre bajo la sospecha de solo ser un semblante de goce debido al aparato del significante. El lugar del Ya-Nadie es el lugar del sujeto pero designado desde antes, si así se puede decir, desde antes que el significante desenrolle sus volutas capciosas des las que les doy aquí el ejemplo al forzar la elocuencia. Esas volutas capciosas que hacen olvidad que ahí donde se sufre, se goza.
Se dice que escuchar es una política, un medio de dominación, ya nada más común, incluso cuando se interpreta lo que se escucha, cuando lo que se dice se interpreta como significado de otra cosa, significando más, significando algo que está dejado de lado. El psicoanálisis está lo suficientemente expandido como para que haya clínicos que escuchen interpretando. Pero la frase «todo el mundo es loco» apunta a eso que, como analista, se trata de escuchar en lo que se enuncia en la boca del paciente, lo que se vocifera del lugar de Ya-Nadie. Y la vociferación no es un enunciado. Un enunciado , a su vez, no es una proposición. Una proposición puede ser dicha verdadera o falsa, o si se quiere ampliar el binarismo, contradictoria o paradójica. Fundamentalmente, una proposición está subordinada a la matriz de lo verdadero y lo falso. Un enunciado, por el contrario, es un hecho, no un valor. Pero un enunciado está subordinado a la matriz binaria del enunciado y de la enunciación, que forma un par.
Hoy diré que la vociferación, que acabo de colocar como el tercer término después de la proposición y el enunciado, supera la división del enunciado y la enunciación, que es enunciado y enunciación como indivisibles; que, a diferencia del enunciado, la vociferación no se suspende, no se distancia de quien la pronuncia, incluso cuando no hay semejante quien, no se distancia de donde se pronuncia. es decir que incluye su punto de emisión.
A pensarlo, esto significa recordar que lo que consideramos como enunciados de Lacan sólo tienen instancia justa desde aquel lugar en el que se dijeron. Lacan lo recordaba una y otra vez, a menudo bajo la forma de la reivindicación, del quejarse del plagio y del robo, cuando se tomaban sus dichos como enunciados para deformarlos, enseñarlos en su nombre, lo cual se hace hoy día a gran escala, y algo tengo que ver con ello. Pero va mucho más allá de la queja o de la reivindicación, significa pedir que aquello que hemos recibido como su enseñanza tenga estatuto de vociferación. Es así que nos acercamos a lo que podría llamar «cómo escuchar a Lacan.» Hay una vociferación que debemos entender como dicha desde el lugar de Ya-Nadie, una vociferación que sirve para orientar —para retomar así un término del que hice el título general de este curso desde que lo empecé antaño y con los años que de acumulan— la escucha psicoanalítica y que pone esta práctica aparte a tal punto que me vi obligado por momentos a señalar su inhumanidad. En efecto, no es humanista, aunque pueda hacerse valer como una parodia del humanismo, que me gustaría mostrarles al terminar, si llego.

Jacques-Louis David – The Death of Socrates, 1787

Jacques-Alain Miller: Todo el mundo es loco, Buenos Aires, Paidós, página 331.

 

Racismo 2.0

Éric Laurent

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“Los debates recientes que han tenido lugar alrededor de la interdicción del espectáculo de Dieudonné hacen resonar de manera muy actual una de las anticipaciones lacanianas sobre la función del psicoanálisis en la civilización. Las últimas palabras del seminario 19, en junio de 1972, apuntan precisamente sobre nuestro porvenir. La salida de la civilización patriarcal le parecía (a Lacan) entonces superada. De la época post-68 zumban aún palabras sobre el fin del poder de los padres y el advenimiento de una sociedad de hermanos, acompañadas del hedonismo feliz de una nueva religión del cuerpo.
Lacan arruina un poco la fiesta añadiendo una consecuencia que entonces no se advertía: Cuando regresamos a la raíz del cuerpo, si revalorizamos la palabra hermano, […] sabed que lo que asciende, que aún no se ha visto hasta sus últimas consecuencias, y que, este, se enraíza en el cuerpo, en la fraternidad del cuerpo, es el racismo. La idolatría del cuerpo tiene consecuencias totalmente distintas que el hedonismo narcisista al cual algunos creían poder limitar esta religión del cuerpo. Anuncian en la modernidad otras figuras de la religión que aquellas de las religiones seculares, como se expresaba Raymond Aron, quien marcaba la época y que suministraba, según él, el opio de los intelectuales.
“En el mismo momento en que Lacan preveía el ascenso del racismo, subrayado con insistencia desde 1967 a 1970, la atmósfera era de regocijo ante la perspectiva de integración de las naciones en conjuntos más vastos que lo que los mercados comunes autorizaban. Se estaba entonces, más que hoy, por Europa. Lacan acentúa esta consecuencia inesperada con una precisión que, en la época, sorprendió. Interrogando a Lacan en Télévision en 1973, Jacques-Alain Miller se hacía eco de esta sorpresa y valorizaba la importancia de esta tesis. ¿De dónde saca usted, por otra parte, la seguridad para profetizar el ascenso del racismo? ¿Y por qué diablos lo dice? Lacan respondía: Porque no me parece divertido y porque sin embargo, es verdad. En el extravío de nuestro goce, solo el Otro lo sitúa, pero es en la medida en que estamos separados de él. De ahí unos fantasmas, inéditos, cuando no nos mezclábamos.
“La lógica desarrollada por Lacan es la siguiente. No sabemos lo que es el goce con el que nos podríamos orientar. Sólo sabemos rechazar el goce del otro. Por el hecho de mezclarse, Lacan denuncia el doble movimiento del colonialismo y de la voluntad de normalizar el goce del que es desplazado en nombre de su así llamado bien. Dejar a ese Otro en su modo de goce, es lo que solo podría hacerse si no le impusiéramos el nuestro, si no lo considerásemos un subdesarrollado[…] ¿Cómo esperar que prosiga aquella humanitería (humanitairie) de cumplido con la que se revestían nuestras exacciones? No es el choque de las civilizaciones, sino el choque de los goces. Esos goces múltiples fragmentan el lazo social, de ahí la tentación del llamado a un Dios unificante.
“Lacan anuncia ahí también algo: el retorno de los fundamentalismos religiosos. Dios, al recuperar con ello fuerza, acabaría por ex-sistir, eso no presagia nada mejor que un retorno de su pasado funesto. En sus palabras sobre la lógica del racismo, Lacan toma en cuenta la variación de formas del objeto rechazado, sus formas distintivas que van del antisemitismo de antes de la guerra, que conduce al racismo nazi, al racismo postcolonial para con los inmigrantes. El racismo, en efecto, cambia sus objetos a medida que las formas sociales se modifican, pero según la perspectiva de Lacan, siempre yace en una comunidad humana el rechazo de un goce inasimilable, resorte de una barbarie posible.Banksy Aves racistas
“Lacan evoca este problema del racismo en su Proposition du 9 octubre 1967 sur le psychanalyste de L’École y en su Allocution sur les psychoses de l’enfant, durante ese mismo año. En la  Proposition…, evoca lo que el racismo nazi tenía, en su barbarie, de precursor: “Abreviemos diciendo que lo que vimos emerger, para nuestro horror, representa la reacción de precursores en relación con lo que se irá desarrollando como consecuencias del reordenamiento de los agrupamientos sociales por la ciencia y especialmente, de la universalización que esta introduce en ellas. Nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su contrapeso en la expansión cada vez más dura de los procesos de segregación. Y en la Allocution precisa el nudo entre la posición del psicoanalista y el movimiento de la civilización: Cómo nosotros, quiero decir los psicoanalistas, vamos a responder a eso: la segregación puesta a la orden del día por una subversión sin precedentes.
“En realidad, la lógica por la que Lacan construye un conjunto humano es para saber operar una torsión sobre las Psicología de masas freudiana. En 1921, después de haber formulado la segunda tópica, Freud vuelve a tomar la cuestión del destino pulsional a partir del modo de identificación que rige la vida psíquica: Y en total oposición a lo que es habitual, nuestra indagación no escogerá como punto de partida una formación de masa relativamente simple, sino masas de alto grado de organización, duraderas, artificiales. Los ejemplos más interesantes de tales formaciones son la Iglesia -la comunidad de los creyentes- y el ejército.… Las masas con conductor son las más originarias y completas, y si en las otras el conductor puede ser sustituido por una idea, algo abstracto, respecto de lo cual las masas religiosas, con su jefatura invisible, constituirían la transición; si ese sustituto podría ser proporcionado por una tendencia compartida, un deseo del que una multitud pudiera participar {…} El odio a determinada persona o institución podría producir igual efecto unitivo. Para Freud, el odio y el rechazo racista se unen, pero quedan conectados al líder que toma el lugar del padre o, más exactamente, del asesinato del padre. Lo ilimitado de la exigencia subsiste en la masa y el establecimiento del lazo social queda fundado sobre el asentamiento pulsional de la identificación. La masa estable conlleva el mismo principio ilimitado liberado para la masa primaria. Freud puede así dar cuenta del ejército como masa organizada y del poder de matanza salvaje que lo acompaña. El odio común puede unificar una masa, ella queda ligada a una identificación segregativa con el líder.
“Para construir la lógica del lazo social, Lacan, en cambio, no parte de la identificación con el líder, sino de un primer rechazo pulsional. Su tiempo lógico acaba en proponer para toda formación humana tres tiempos lógicos según los cuales se articulan el sujeto y el Otro social:
1) Un hombre sabe lo que no es un hombre; 2) Los hombres se reconocen entre ellos; 3) Afirmo ser un hombre, por temor de ser convencido por los hombres de que no soy un hombre.

“Esos tiempos no parten de un saber sobre lo que es un hombre después de un proceso de identificación, sino que parten de lo que no es un hombre -un hombre sabe lo que no es un hombre. Eso no dice nada sobre lo que es un hombre. Luego, los hombres se reconocen entre ellos por ser hombres: no saben lo que hacen pero se reconocen entre ellos. Por último, afirmo ser un hombre. Allí está la cuestión de la afirmación o la decisión junto a la función de la prisa, la función de la angustia -del miedo de ser convencido por los hombres de no ser un hombre.
“Esta lógica colectiva está fundada sobre la amenaza de un rechazo primordial, de una forma de racismo: un hombre sabe lo que no es un hombre. Y es una cuestión de goce. No es un hombre aquel al que rechazo como teniendo un goce distinto del mío. Movimiento que da la forma lógica de toda asimilación ‘humana’, en la medida en que, precisamente, se formula como asimiladora de una barbarie, y que, sin embargo, reserva la determinación esencial del ‘yo’…
“Cuando Lacan escribió este texto, la barbarie nazi estaba próxima. Comenzó por tomar con pinzas al judío como el que no goza como el ario: un hombre no es un hombre porque no goza como yo. A la inversa se puede subrayar que si los hombres no saben cuál es la naturaleza de su goce, los hombres saben lo que es la barbarie. A partir de allí, los hombres se reconocen entre sí, casi sin saber cómo. Y después, subjetivamente, uno por uno, precipito. Me afirmo como hombre, por temor a ser denunciado por no ser un hombre. Esta lógica va a anudar al conjunto, a partir de una ausencia de definición del ser-un-hombre, el yo que se afirma y el conjunto de los hombres que cortocircuitan al líder.
“Esta forma lógica va a ser proseguida a lo largo de la obra de Lacan. Estará complicada por la teoría del deseo y la teoría del goce, pero va a funcionar en la lógica del pase. La lógica de la constitución de la colectividad psicoanalítica será abordada según la misma lógica anti-identificatoria o más exactamente de identificaciones no segregativas, como las ha llamado Jacques-Alain Miller en su Teoría de Turín:
1) Un psicoanalista sabe lo que no es un psicoanalista -esto no dice de ningún modo que el psicoanalista sepa lo que es un psicoanalista.
2) Los psicoanalistas se reconocen entre ellos para ser psicoanalistas -es lo que demandamos en la experiencia del pase, que un cartel reconozca: este es de los nuestros.
3) Para presentarse al pase, el sujeto debe afirmarse, decidir ser psicoanalista por temor de ser convencido por los otros psicoanalistas de no ser un psicoanalista.

“Si Lacan insistió sobre esta dimensión del racismo es para subrayar que todo conjunto humano conlleva en su fondo un goce extraviado, un no saber sobre el goce que correspondería a una identificación. El psicoanalista es simplemente aquel que debe saber para constituir la comunidad de aquellos que se reconocen como psicoanalistas
“El goce en juego en el discurso racista desconoce esta lógica. El crimen fundador no es el asesinato del padre, sino la voluntad de asesinato de lo que encarna el goce que yo rechazo. El antirracismo reinventa para seguir las nuevas formas del objeto del racismo, deformándose a medida que se manipulan las formaciones sociales. Sin embargo, nuestra historia valoriza especialmente, en los modos del racismo, el lugar central del antisemitismo, a la vez precursor y horizonte. Bernard-Henri Lévy: «El antisemitismo tiene una historia. Tomó, en el curso de los años, formas diferentes pero que corresponden, cada vez, a lo que el espíritu de los tiempos podía o quería entender. Y creo que, por razones de las que en detalle es imposible retomar aquí, solo el antisemitismo es susceptible de ‘avanzar’, el único capaz de abusar y de movilizar, como lo hizo en otras épocas, un gran número de mujeres y de hombres; el que podría anudar el triple hilo del antisionismo (los judíos sostenes de un Israel asesino), el negacionismo (un pueblo sin escrúpulos, capaz, para llegar a sus fines, de instrumentalizar el martirio de los suyos), y la concurrencia de las víctimas (la memoria de la shoah funcionando como pantalla que esconde las otras masacres del planeta). Y bien, Dieudonné estaba operando la conjunción de esos tres hilos. La respuesta que le dirige Nicolás Bedos abre una pregunta, sobre el estatuto de lo cómico y de poner el estómago en nuestra civilización del individualismo de masa democrático. No es suficiente con poner el estómago. Es necesario poner las vísceras para hacerse entender. Consecuencia inesperada: la televisión se vuelve un medio cada vez menos suave, y todos se acercan a la violencia de Internet”.

Banksy (2014)

Fuente: Télam

La «acción analítica»

Jacques-Alain Miller

¿De qué se trata en «La dirección de la cura y los principios de su poder»?
Para empezar, podemos decir que se trata de la acción analítica, entendida como la acción del psicoanalista. Ese texto es el testimonio de un analista que trata de pensar lo que hace en su práctica, sin prejuicios, en su autenticidad. Y eso implica primero, para un analista, reconocer que se queda  una parte oscura, de misterio, para él mismo, en los efectos que produce. Puede ser en los mejores casos lo que estimula a los analistas a pensar y a repensar de manera interminable el psicoanálisis. Uno se puede burlar de los analistas, es una de las cosas más fáciles en el mundo —sus analizantes se burlan del analista, ¿cómo no?—; se puede burlar de los analistas en grupo, que repiten de manera interminable las referencias de Freud y de Lacan, again and again, buscando una verdad que escapa en esa repetición. Pero se puede también tener respeto por esa repetición que a veces traduce el sentimiento que se queda para ellos mismos, en su propia acción, en los propios efectos que produce, algo que los traspasa. Y eso es también lo específico de lo que llamamos el inconsciente gracias a Freud y a Lacan, porque después de Freud se había olvidado el concepto mismo de inconsciente. Parecía un concepto arcaico de Freud y en la psicología del yo era muy poco utilizado y descartado. Lo que llamamos inconsciente es algo con lo cual no hay una buena comprensión, no tiene, el analista tampoco, manera de entenderse bien con el inconsciente, no es un amigo leal, un compañero al lado del cual uno puede sentirse cómodo; al lado del Dr. Mansur me siento muy cómodo, pero al lado de su propio inconsciente uno no se siente muy cómodo. Freud ha presentado el inconsciente como algo que siempre traiciona al sujeto; el lapsus, el acto fallido, son manifestaciones de traición. El inconsciente es traidor y cada uno desconfía del suyo.
Esto hace también a la dificultad de improvisar charlas en el ámbito del psicoanálisis: la audiencia no perdona al conferencista, psicoanalista, sus eventuales lapsus, lo que hace de eso cada vez una partida con su propio inconsciente. Además, cuando es en otra lengua que la lengua materna, tiene también su dificultad. Pueden referirse al texto  de Lacan, cap. IV. «encontrar la comprehensión, en contra de entender», para desvalorizar el hecho de entender, y eso es un tema fundamental por cuanto, finalmente, uno no entiende el inconsciente. Se repiten cosas pero eso no constituye una comprehensión. Entonces, en este texto, Lacan siempre presenta proposiciones asertivas, pero hay que captar también el patetismo de su búsqueda, aunque no lo pone él mismo en evidencia.
¿Qué hace exactamente el analista? Ésa es su pregunta a él mismo. ¿Qué debe hacer para obrar conforme a la esencia del psicoanálisis? Hay cierta paradoja al centrar la pregunta sobre la acción del analista, porque si hay en el mundo un personaje que no parece hacer mucho, es el analista, a tal punto que hay como un aspecto, un aura de pereza alrededor del analista; no parece trabajar. Incluso, muchos años después de este texto, Lacan dirá: bien, evidentemente el paciente trabaja, el analista hace el acto analítico, pero el trabajo analítico lo hace el paciente, el analista en cierto modo lo pone a trabajar. Cuando vemos un cirujano o un trapecista, trabaja; el analista es más complicado, nos obliga a repensar lo que es el trabajo. En cierta medida el analista no hace nada y pueden encontrar, en las primeras páginas de ese texto también, la teoría que retoma Lacan del no hacer del analista. Lacan mismo en textos anteriores ha teorizado el no hacer del analista, que para lograr mantenerse en el no hacer y, eventualmente, en el no decir, es necesaria una formación; porque la agitación corporal, la compasión, ir a buscar al otro, dar un consejo, moverse, ver al otro, pegarle, acariciarlo, todo eso produce cierto placer al ser humano; se puede entender que hay una forma superior del no hacer que es como el colmo de una formación, y que solamente a los ignorantes parece una pereza común. Lacan busca referencias en las sabidurías orientales. Por ejemplo, en su texto anterior que se llama «Variantes de la cura tipo», se refiere a la vía del analista, la vía es el tao, habla del parentesco que hay entre el tao y la posición analítica del no-hacer. Pueden encontrar en el cap. I de este texto, punto V, la comparación que hace Lacan entre el análisis y el bridge y dice que el analista se apoya en lo que se llama en el bridge «el muerto»; en textos anteriores Lacan compara al analista con el muerto del juego, y habla de la caracterización de la posición del analista. Pero en cierta medida en este texto Lacan habla contra esa teoría del él mismo; es decir no se satisface con la idea de la posición analítica como una posición de no hacer y, al contrario, elabora como novedad una teoría de la acción analítica, más allá de la descripción de la posición analítica como de un no hacer, con la idea de que el analista, en su modo propio de no hacer, revela algo de la verdad de cada acción humana. Ahora bien, este texto no es de teoría pura y en realidad el analista no es un contemplativo; en eso por lo menos se distingue del taoísta o del filósofo «al estilo de Platón» como contemplativo. Y el analista no es un contemplativo, porque el inconsciente no se contempla, porque ya no se queda inmóvil suficiente tiempo para que uno lo pueda contemplar; se mueve, como el deseo: un momento acá, otro momento allá. Y es difícil casarse con el deseo; uno se casa con una persona del otro sexo, pero no se casa con el deseo, y a veces confundir las dos cosas produce algunos problemas.
No es un contemplativo y en este texto Lacan trata de elaborar la teoría de la «praxis analítica», el término que vuelve también en el título del capítulo IV del texto cuando se pregunta: «¿Cómo actuar?», y responde: «con su ser.» Pero «¿cómo actuar?» es la pregunta del texto. Por supuesto, trata de ubicar esa acción con referencia a una estructura muy precisa que no aparece de manera evidente en el texto, que hay que recomponer, cosa que haremos. La expresión «la acción analítica» se encuentra varias veces en el texto. A veces hay que leer un poco a Lacan como se leyeron los jeroglíficos, y también como Freud descifró el inconsciente, es decir, estando atento a las repeticiones. «La acción analítica» entonces es una preocupación, una expresión que vuelve regularmente en este texto; por ejemplo, en el capítulo V, punto 16, tercer y cuarto parágrafos, ahí, en la última parte del texto, Lacan dice: «Es increíble que ciertos rasgos que sin embargo desde siempre han saltado a los ojos de la acción del hombre como tal no hayan sido aquí sacados a la luz por el análisis.» Y después describe cómo percibe la acción humana a partir del punto de vista analítico: «Nos referimos a aquello por lo cual esa acción del hombre es la gesta que toma apoyo en su canción. Esa faceta de hazaña, de realización, de resultado estrangulado por el símbolo […] aquello en fin por lo cual se habla de un paso al acto, ese Rubicón cuyo deseo propio está siempre camuflado en la historia en beneficio de su éxito, todo aquello a lo que la experiencia de lo que el analista llama el acting-out le da un acceso casi experimental, puesto que él domina todo su artificio, el analista lo rebaja en el mejor de los casos a una recaída del sujeto, en el peor a una falta del terapeuta.»
Se queda uno estupefacto ante esa falsa vergüenza del analista ante la acción en la que se disimula sin duda una verdadera —una verdadera vergüenza—, «la que tiene de una acción, la suya —la acción analítica—, una de las más altas cuando desciende a la abyección.» Resulta difícil seguirlo cuando se lo lee o escucha por primera vez, estoy tratando de ver o de sentir si perciben el sentido. Lo voy a tomar solamente como testimonio, que es realmente lo que está en las últimas páginas del texto, nodal, un hilo conductor en la lectura de ese texto de Lacan, la preocupación por la acción y el cómo de la acción analítica, que parece un no-hacer, que devela algo de la acción humana. Ese tema Lacan lo va a continuar muchos años después en un seminario que se llama «El acto analítico» y ese seminario complementa esta «Dirección de la cura…» La preocupación por la acción humana es anterior en Lacan y, la ha estudiado en lo que llama «sofisma de los tres prisioneros», en «El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma.» Ese análisis del tiempo lógico es sobre la estructura de la acción humana, porque demuestra, mediante el sofisma, que si los personajes del cuento no actúan, nunca van a poder descubrir la verdad. Deben actuar sin saber la verdad para poder descubrirla; es decir , deben actuar, precipitar una conclusión sin tener la conclusión lógica ya hecha. Por eso habla de tiempo lógico, porque introduce un factor temporal en la búsqueda de la verdad. Hay que anticipar con la acción la posesión de la verdad y después verificar esa certeza en una precipitación. En ese texto de 1944, «El tiempo lógico…», es decir, catorce años antes de «La dirección de la cura», Lacan escribe: «La verdad se manifiesta avanzando sola en el acto que engendra su certidumbre.» La verdad depende de un acto, eso es lo que trata de demostrar. «Inversamente el error, como confirmándose en su inercia y engarzándose difícilmente para seguir la iniciativa conquistadora de la verdad.» Una verdad que va conquistando, y más allá del saber que detenta antes.
El texto «La dirección de la cura…» de manera velada se apoya en ese tiempo lógico, en esa doctrina de la acción, del acto, que anticipa sobre el saber que uno detenta y que abre el camino conquistador de la verdad. Uno no puede solamente someterse a la realidad. La verdad es de un orden , un registro distinto y en cierto modo superior a la realidad.»

(1992)

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Herbert James Draper, Ulises y las sirenas. 1909

Jacques-Alain Miller: Conferencias porteñas, tomo 2, Buenos Aires, Editorial Paidós, página 177.

Imagen: Wikipedia

Una lectura injustamente olvidada

Sebastián A. Digirónimo

Cuando leí por primera vez ese ejemplar de la revista Maya, una revista hindú publicada en la ciudad de Bombay en idioma inglés, no reparé de inmediato en los recovecos del azar. De a poco me di cuenta cómo se habían cruzado nuestros caminos (el de la revista y el mío) y el encuentro perdió naturalidad.

Yo tenía dieciocho años, era un estudiante del primer año de la universidad y había salido antes de tiempo de una de mis clases. Esperando la hora en que partiría el tren que debía abordar, me dirigí a la zona de la ciudad que menos me disgustaba, y fue entonces que la revista y yo nos encontramos.

Hasta allí todo parecía normal, un encuentro común en un día corriente, pero la revista había llegado desde Bombay y yo desde la Argentina y estábamos… en Milán. En la única zona de la ciudad de Milán que no llegaba a desagradarme (hoy recuerdo una ciudad esencialmente gris, incluso durante los días soleados, gris y fría, aunque la recorrí también en calurosos días de verano.) La revista y yo nos encontramos en una librería que estaba en la galería Vittorio Emanuele, a la izquierda de la piazza Duomo (si uno se para frente a la catedral, mirándola.) Se trataba del número 12, de octubre de 1967. En ella había un artículo que constituye una lectura del cuadro más famoso de Diego Velázquez, Las Meninas, firmado por un holandés de apellido Cryftz. Me llamó la atención desde el primer momento y no pude encontrar hasta ahora, en otro lugar, una lectura del cuadro análoga a la de Cryftz. El artículo escrito por un holandés, publicado en una revista hindú, y leído en inglés por un argentino que por esa época pisaba suelo italiano. ¡Y yo que no reparé de inmediato en los recovecos del azar!

He aquí la traducción de algunos de los pasajes del artículo de Cryftz:

«Era el año mil novecientos cincuenta y seis. En Madrid, en el Museo del Prado, mi padre observaba, a través de un espejo, la tela de Velázquez que más fama ha adquirido. El cuadro estaba en un rincón poco iluminado de la sala. Cerca de él había unos cortinados y un espejo. El público, buscando el ángulo correcto, podía observar la tela como lo hacía mi padre en ese momento, a través del espejo. Y él la observaba de esa manera, y la observaba algo absorto, con la sensación de que en cualquier momento los personajes representados en la tela se moverían, porque a través del espejo el cuadro era más una habitación que un cuadro. A través del espejo el espectador podía ingresar en la pintura, casi literalmente.
»Eso fue lo que me contó cuando yo tenía doce años. Creo que lo oí interesado, aunque sólo ahora entiendo mejor ese interés que creo recordar en el pasado. Once años también es pasado.
»Le ocurrió a mi padre que con el espejo se había amplificado, casi hasta el infinito, el efecto que la obra de Velázquez tiene sobre el espectador que la observa con detenimiento y con especial predisposición de espíritu. Se amplifica casi hasta el infinito, como se repiten infinitas veces las imágenes que devuelven dos espejos que se reflejan mutuamente.
»Los espejos han sabido fascinar a muchos artistas a lo largo de la historia. La extraña magia que cumplen con su labor ha sabido hacer temblar a muchos y los ha inspirado, como suelen inspirar los temblores a los verdaderos artistas. El artista verdadero agradece el temor, porque sabe que la Musa siempre se acerca amenazante a sus amanuenses. Y muchas veces ella llega a través de los espejos.
»El libro que Foucault publicó el año pasado, Las palabras y las cosas, difama la famosa obra de Velázquez. Y, lamentablemente, por cómo van las cosas, se perfila como una interpretación del cuadro que será capaz de volverse la interpretación fundamental repetida por todos. Pero Foucault yerra el tiro colocando el espejo en el lugar inadecuado del cuadro. (Sí acierta en decir que se le ocurrió escribir su libro al leer cierto ensayo del argentino Borges. Se podría llegar a decir que, con respecto a los espejos, Velázquez es a la pintura lo que Borges a la literatura.)
»Como es sabido Foucault (y otros) considera que en su obra, Velázquez se pinta a sí mismo entre varios personajes y que los dos personajes que son su modelo no son visibles. Sostiene la mayoría (y también Foucault), que son el rey Felipe IV y su esposa Mariana. De esa forma, el espectador de la obra estaría situado en el lugar de esos modelos.
»Ahora bien. Es todo ello lo que yo quiero poner en duda y ofrecer una hipótesis que me parece mucho mejor para explicar el efecto que tiene el cuadro sobre el espectador. Según Foucault, por otra parte, en la pared que está detrás del pintor y los personajes que se ven en primer plano, hay, entre varios cuadros, un espejo en el cual se ven los dos reyes. Allí está el espejo mal colocado por Foucault. Se trataría, además, de un espejo un poco raro, capaz de reflejar las figuras de los reyes pero incapaz de reproducir todo lo que hay entre los ellos y él mismo. Hay un espejo, pero no allí donde lo ve Foucault.
»Sí podemos retener lo que dice Foucault acerca del entrecruzamiento de miradas que se genera entre la pintura y el espectador, entrecruzamiento en el cual no se sabe bien dónde está el cuadro y dónde está el observador del cuadro. El espectador está por momentos fuera de la pintura, como verdadero espectador, pero por momentos queda atrapado en ella. Se pierden las referencias entre espectador y obra. Según Foucault, además, hay dos cuadros fundamentales: el que observa el espectador, y el que está pintando el Velázquez representado en su propio cuadro, que queda fuera de la mirada del espectador. Esos dos cuadros de Foucault no son dos, y en ello se explica en parte la pérdida de referencias entre el espectador y la obra.
»Tenemos los datos: 1) en general se sostiene que en el lugar del espectador están los modelos del pintor que está representado por sí mismo en el cuadro. 2) La pintura se caracteriza por generar una pérdida de las referencias espaciales entre ella y el espectador. 3) Foucault sostiene que hay dos cuadros fundamentales: el que vemos y el que sólo ve el Velázquez de la pintura. 4) Foucault sostiene también que hay un espejo en la pared del fondo, detrás de los personajes pintados, y que en él se pueden entrever a esos dos modelos que supone son el rey Felipe IV y su esposa. Sostiene que eso contribuye al extraño espacio que genera la pintura, pues crea otro espacio dentro de la pintura misma. 5) El efecto fundamental en el espectador, a través de esa pérdida de las referencias espaciales, es una sensación de vacío e impotencia bastante difícil de describir.
»Quien observara con detenimiento y con especial predisposición de espíritu, seguramente sentiría eso tan difícil de describir y que tiene algo de ominoso, o tétrico. Es que la pintura le hace sentir al espectador que él es un fantasma en la habitación allí representada. He allí, a mi criterio, lo que debemos retener: el espectador es un fantasma dentro de la pintura.
»Hasta aquí, con los puntos que señalamos antes, no queda claro cuál sería la diferencia entre mi lectura y la de Foucault, pues también en sus argumentos (dados por Foucault y por todos los demás) el espectador es un fantasma dentro de la pintura. Y ello porque ocuparía el lugar de los modelos y porque, en el entrecruzamiento de miradas, se pierden las referencias espaciales.
»Detengámonos, entonces, por un momento, en aquel cuadro que Foucault sostiene que se trata de un espejo. Es ciertamente distinto que los otros cuadros que hay en aquella pared del fondo. Mucho más brillante y está justo en el centro. Pero, ¿un espejo? ¿Podemos en serio suponer que Velázquez pintó allí un espejo? Es cierto que a Velázquez lo atraían los espejos, basta recordar su Venus ante el espejo, y es que los espejos son ciertamente el ideal del pintor. Pero es justamente esa atracción que sentía Velázquez la que nos hace pensar en algo más. Y debemos decir que, mirándolo con detenimiento, podríamos llegar a aceptar que se trata de un espejo en el cual, además, se reflejan las figuras de los dos modelos que son los que captan las miradas de los demás personajes del cuadro y que son los que están en el lugar que ocupa el espectador. Pero hay algo…
»Podríamos llegar a aceptarlo si no hubiera una lectura mejor, que explicara con mayor claridad y sencillez los efectos que el mismo Foucault descubre.
»Detengámonos, entonces, en la sensación de fantasma que hemos descrito y observemos con gran atención las miradas de todos los personajes que están representados en la tela, incluso la del mismo Velázquez. En esas miradas hay algo que ayuda a la sensación del espectador. En esas miradas hay algo que hace, del espectador, un fantasma. Es que ninguno de los personajes que miran hacia el lado del espectador lo están mirando. Es decir, ninguno de los personajes representados en el cuadro está mirando a los supuestos modelos.
»Velázquez, con ese cuadro raro que hay detrás y que podríamos pensar que es un espejo, creo que nos da las claves del efecto del cuadro. Porque la clave del cuadro es ciertamente un espejo. Un espejo que hace que el cuadro observado por nosotros y el cuadro dentro del cuadro, ése que pinta el Velázquez de la pintura, sean el mismo cuadro (así, mientras Foucault dice que hay dos cuadros fundamentales yo digo que hay uno solo.) Y el espejo que despeja los efectos de la pintura está, justamente, entre la pintura y el espectador. El espejo fundamental es el que miran los personajes del cuadro de Velázquez. Los personajes del cuadro se están mirando a sí mismos, y el Velázquez del cuadro pinta en el cuadro el cuadro que nosotros vemos desde el espejo. Es decir, todos miran un espejo, y Velázquez se pinta, reflejado en él, pintando (por eso los dos cuadros son uno solo.)
»Y allí la clave del efecto, en esas palabras que señalan el lugar desde el cual Velázquez pinta su cuadro: desde el espejo. Es allí que surge la sensación de ser un fantasma dentro del cuadro, de estar del otro lado del espejo. Los personajes nos miran, pero no nos ven, porque se ven ellos mismos. La sensación que eso genera es quizá la misma que describen algunos pacientes quirúrgicos al salir de las operaciones. Dicen que despertaron en la sala y allí estaban, oyendo o viendo, pero sin poder hablar ni moverse. “Era un verdadero fantasma”, dicen… Como lo somos todos en el cuadro. La sensación tétrica, ominosa, se debe a ello, pues, como no podemos pensar qué se sentiría al estar muerto, no podemos más que imaginar algo cercano a estar del otro lado del espejo. Ser un fantasma es lo único que podemos imaginar de nuestra propia muerte, porque no podemos imaginar no ser. Las meninas, al mismo tiempo, asusta y atrapa, porque es muerte y es también refutación de la muerte.»

La hipótesis de Cryftz, como él mismo dice, es la única que explica los detalles más interesantes del cuadro de Velázquez y sus efectos sobre el espectador, y lo hace por su sencillez. Uno de los efectos fundamentales es, como dice Cryftz, la sensación de fantasma que al espectador lo recorre bajo la mirada de los protagonistas del cuadro. Esa mirada atraviesa al espectador, fundamentalmente porque se mira a sí misma. Mira más allá del espectador (o más acá.) Si se acepta la lectura de Cryftz, el psicoanalista puede aprovecharse de ella. Queda para otro momento. Sin embargo, el artículo de Cryftz tiene el mérito de ser el acto de una voz, de una pasión, eso que, según Steiner, hace al libro que merece la pena vivir. Con esto volvemos al título y a aquello de una lectura injustamente olvidada. He aquí un poco de justicia.

Las Meninas -Diego Velázquez-

Revista Litura no-todo psicoanálisis, n° 3, 2011, página 97.

La fascinación mecánica

 por Miquel Bassols I Puig

Introduzco ahora una pregunta que tiene todo su sentido para el psicoanálisis: ¿de dónde proviene esta fascinación del sujeto moderno por reducir a la persona a una máquina, a un organismo mecánico o a un sistema cibernético? Es una tradición que se origina de manera contemporánea al nacimiento de la ciencia moderna. Hubo en el siglo XVII un autor, Julien Offray de La Mettrie, que escribió un libro titulado El hombre máquina, ficción que se suponía continuación de un mecanismo cartesiano. Radicalizando la posición de Descartes , que consideraba el cuerpo de los animales como una máquina y extendiendo esta idea a las condiciones del ser humano, rechazó el dualismo cartesiano entendido como un dualismo entre cuerpo y alma. Concibió así todas las funciones subjetivas como algo que debería explicarse mecánicamente. Correlativamente, podrían construirse entonces máquinas que fueran indistinguibles del ser humano. El tema es largo, está presente en la mejor tradición de la ciencia-ficción y hay quien lo ha estudiado muy bien.¹ El problema planteado por La Mettrie sigue hoy vigente en el debate mente-máquina. Hay una evidencia que haría suponer que una máquina no sólo podría pensar sino que además podría saber, y lo que sería todavía más complejo, saber lo que piensa y pensar lo que sabe. Diré al pasar que en algún lugar Lacan señala que está dispuesto a considerar la idea de que una máquina piense —lo que ya es toda una apuesta—, pero que no tenemos ninguna constancia de que una máquina sepa algo. De saber, nada de nada.
Alan TuringEl problema ha producido los debates más apasionantes, especialmente a partir
del matemático Alan Turing, de su famosa Máquina de Turing y del test que lleva su mismo nombre. Dicha prueba estaba destinada a comparar las respuestas dadas por un sujeto y por una máquina, encargada entonces en un rudimento de programa cibernético, a una serie de preguntas para saber hasta qué punto serían distinguibles. Hasta el momento ninguna máquina ha superado la prueba pero su propio principio supondría una posible identidad entre sujeto y máquina.
Al respecto, hay una brutal ironía en la vida del sujeto Alan Turing. Viene a cuento resumirla aquí. Después de haber descubierto y descifrado el código «Enigma» de la marina alemana, el gobierno británico quiso «recompensar» a Alan Turing con un tratamiento para corregir su homosexualidad. En realidad, fue primero procesado por su condición homosexual, y se le dio a escoger entre la cárcel o el tratamiento entonces aconsejado desde una perspectiva reduccionista: la llamada «castración química.» La idea, tan cientificista, era corregir un supuesto error de programación en su organismo con una inyección de hormonas. Eso era en 1952. Hoy, desde una perspectiva igualmente cientificista, algunos lo atribuirían a un (d)efecto de programación de su ADN, lo quisieran corregir o no. Alan Turing eligió seguir el tratamiento. Torturado por sus diversas consecuencias, murió comiendo una manzana envenenada. Se lo consideró oficialmente un suicidio. Hay razones para pensar que su destino habría sido otro de haber sido escuchado, no sólo desde una posición no moralista sino sobre todo desde una orientación no reduccionista del sujeto. Podríamos titular este trágico episodio: «Cómo el sujeto Alan Turing fue reducido y tratado él mismo como una Máquina de Turing.»
Sin duda hay una fascinación en el intento de reducir lo subjetivo a una máquina, a algo que pueda funcionar únicamente con una serie de algoritmos. Tiene su vertiente fascinante y, a la vez tiene su vertiente siniestra. Cuando comprobamos que una máquina puede confundirse con un sujeto que habla, pero sobre todo con un sujeto que puede gozar, entonces es fácil que aparezca el fenómeno de la angustia. Es lo siniestro, lo extrañamente familiar, que Freud ya había estudiado en su famoso texto de 1919 titulado así, «Lo siniestro.» La referencia de Freud son allí los cuentos de E. T. A. Hoffman en los que la frontera entre la máquina y el ser que habla y goza se diluye de manera especialmente sensible. Hoy vivimos en un mundo donde esta frontera desaparece muchas veces. Atribuimos funciones subjetivas a máquinas del mismo modo que atribuimos al sujeto un funcionamiento mecánico, de modo que «el hombre máquina» de La Mettrie ha entrado a formar parte de lo imaginario de nuestra propia realidad. Hay siempre un goce escondido en jugar con esta confusión, goce que a veces se transforma en angustia.

Fingir que finge

Sin embargo, no parece nada simple distinguir a un sujeto que habla y que goza de una máquina. Una primera idea para ir más allá del Test de Turing sería comprobar si esa máquina puede engañarme. ¿Puede fingir una máquina? Los que recuerden aquella película de Stanley Kubric, «2001, una odisea en el espacio», tendrán presente el interesante problema que se planteaba en el momento de saber si HAL —el ordenador de la nave cuyas letras son las tres letras anteriores a las de IBM—, engañaba o no a la tripulación. Es una primera manera de plantear el problema. A veces uno puede tener la impresión de que el ordenador está engañando, a veces aparece algo así como lo que Lacan llamaba un semblante, la máquina puede hacer apariencia de algo. Pero el verdadero test no es si la máquina puede engañar o fingir, sino, como indica Lacan, si puede «fingir que finge.» Deténganse un momento en esta expresión. No se trata simplemente de fingir, sino de fingir que finjo. Este es un verdadero problema que, a mi juicio, dirimiría si allí hay o no hay un sujeto del lenguaje y del goce.
Hay bonitos ejemplos para entender esto. En la sexualidad humana, hombre y mujeres no fingen ni pueden fingir de la misma manera en el campo del goce sexual. A un hombre le resultará muy difícil fingir una erección y un orgasmo, y más bien imposible fingir una eyaculación: o hay o no hay. es algo que funciona siguiendo una lógica binaria, del tipo 1 / 0, la lógica fálica y métrica en la que o bien hay o bien no hay. En el caso de la mujer, la cosa es a todas luces más compleja a la hora de localizar el goce. Puede haber y puede no haber, puede empezar ahí o un poco más allá también. Sin duda, puede fingirse un orgasmo, puede hacerse semblante de un goce. Pero el verdadero problema empieza cuando elevo la pregunta, por decirlo así, a la segunda potencia: ¿puede la mujer fingir que finge un orgasmo? esa es la pregunta por el goce del Otro, el goce que, al decir de Lacan, si existiera como Otro del goce fálico «haría falta que no fuera ese» —entiéndase con todas las ambigüedades y equívocos de esa expresión—, ese goce que no sigue ya la lógica binaria ni la métrica fálica y que requiere de los conjuntos abiertos en la topología evocada por Lacan.²
Lo que es indudable es que una cosa es fingir y otra fingir que finjo, o hacer pasar una verdad por engaño para engañar finalmente al otro. Cuando hay posibilidad de fingir que se finge, entonces estamos seguros de que ahí hay un sujeto. Es una prueba que podríamos llamar el «Test de Freud» —más certero por el momento que el Test de Turing—, muy bien expuesto en el ejemplo freudiano de un famoso chiste judío, un ejemplo que permite entender la dimensión del sujeto humano distinta al de cualquier máquina imaginable. Se trata de aquellos dos judíos que van en tren y uno le pregunta al otro: «—¿Por qué me dices que vas a Lemberg para que yo crea que vas a Cracovia, cuando es a Lemberg realmente a donde vas?» En la medida que supongo que el otro puede fingir que me engaña supongo también un sujeto en su mensaje. Es un sujeto supuesto, por supuesto —valga la redundancia— pero no es menos sujeto por ello. Fingir que finjo hace pasar una verdad por una mentira para engañar al otro. El día que yo crea que una máquina hace algo así, ese día es posible que me angustie. El día que yo capte que una máquina introduce de algún modo esta dimensión de lo subjetivo, dirigiéndose a mí como sujeto —como alguien que también puede fingir que finge— tendré razones para angustiarme porque inmediatamente deberé concluir que ahí también hay un sujeto, un sujeto que puede fingir que finge, seguramente no con las mejores intenciones. Es el sujeto del lenguaje que puede dirigirse a mí tomándome como sujeto… sin que yo lo sepa. Es la posibilidad fundamental, sin la que habría psicoanálisis, de lo que Lacan llamó en un primer momento de su enseñanza «la intersubjetividad»³ y es algo que no hemos llegado a constatar que ninguna máquina pueda realizar… todavía —encore—. Es un punto fundamental para poder captar la dimensión subjetiva, la clave con la que el psicoanálisis puede tratar hoy al sujeto de la propia ciencia, aquello que la ciencia realiza, sin saberlo, con su método.


Miquel Bassols I Puig: Tu Yo no es tuyo, Tres Haches, Buenos Aires, 2011, página 80.


Notas:
¹Nos remitimos aquí al reciente estudio de Wolff, F. (2012.) Notre humanité. D’ Aristote aux neurosciences.
² Especialmente en los primeros capítulos de El Seminario, libro 20, Aún, Lacan, J. (1972.)
³El término será recusado por el propio Lacan. No hay, finalmente, intersubjetividad posible como no hay tampoco Otro del Otro. Y ello por las mismas razones por las que ese sujeto es siempre un sujeto supuesto. Supuesto al saber en prime rlugar. La propia ciencia no escapa nunca a ese supuesto que tiene valor de axioma. Veremos en otro lugar cómo un Erwin Schrödinger pudo localizarlo de manera tan precisa en su breve texto de 1935, «Algunas observaciones sobre las bases del conocimiento científico.» Schrödinger, E. (1935.)

 

Cómo criar a los niños

Entrevista a Éric Laurent, por Verónica Rubenseric8

Lejos de estar encerrado en un consultorio, viaja por el mundo dictando conferencias que son escuchadas por gente dentro y fuera del ámbito psi, encarnando lo que él ha postulado como el analista-ciudadano: aquel que elabora lo que dice de manera tal que pueda incidir en la civilización.

-Usted ha dicho que allí donde no hay más familia, ella subsiste a pesar de todo. ¿Qué es lo que subsiste?
-A partir de un momento que se puede pensar como el fin de una cierta forma tradicional de familia, y desde la igualdad de los derechos, sea entre hombres y mujeres, entre niños y padres o entre las generaciones, se desplazó la manera como se articulaba la autoridad. Además, con la separación entre acto sexual y procreación, y con la procreación asistida, vemos una pluralización de formas de vínculos que permiten articular padres y niños fuera de la forma tradicional. Una de las discusiones entre las civilizaciones de los países hoy es qué es lo que se puede llamar familia alrededor de un niño. Esto se puede hacer tanto con familias monoparentales como cuando hay dos personas del mismo sexo o varias personas que se ocupan de él. Es lo que queda de lo que era la oposición, en un momento dado, entre un modelo de familia tradicional o nada, nada que se pudiera llamar familia según la definición del código civil napoleónico, desde el punto de vista laico: una cierta forma que permitía transmitir los bienes y articular los derechos, pero afuera no había ni bienes ni derechos. Ahora hay pluralización completa y se sigue hablando de familia porque es una institución que permite bienes y derechos y la articulación entre generaciones. Entonces, es lo que queda; en ese sentido, creo que hay una conversación a través de nuestra civilización, un interrogante que da muchas respuestas, que algunos aceptan, otros rechazan y otros quieren mantener una forma definida, con un ideal determinado.


Laurent afirma que pensar la figura del padre hoy es un asunto crucial. Y que, incluso cuando el padre falta, lo que hoy no falta es un discurso acerca de lo que para ella es un padre, aun si está ausente. Además, la madre a su vez ha tenido un padre. Lacan trató de separar el padre del Nombre del Padre, es decir, de esta función paradojal prohibición-autorización, que puede funcionar o no más allá de las personas presentes.


-Actualmente, los nuevos roles de las mujeres en el mercado de trabajo y las innovaciones producidas por la ciencia llevan a escenarios impensables hace algunos años en cuanto a los modos de reproducción. ¿Qué tiene para decir el psicoanálisis ante esto?
-En todas estas variaciones o creaciones diversas, distintos discursos van a entrar en conflicto sobre lo que son el padre o la madre en esta ocasión. Pero lo que vemos es que nadie quiere tener hijos sin padres. Es muy llamativo, pero las peleas jurídicas de las comunidades gay y lesbiana para ser reconocidos como padres y madres de hijos, son para poder utilizar los nombres de la familia. El niño es confrontado al hecho de que fuera de la familia circulan otros discursos. ¿Cómo orientarse entonces cuando, por ejemplo, el niño es concebido por fertilización asistida con donante anónimo? Los chicos en la escuela le dicen: «¿Dónde está tu padre?» Y el niño contesta: «Yo no tengo padre». ¿Cómo no va a tener un padre? Eso es imposible… Y entonces, ¿cómo va a contestar y sostenerse con eso? ¿Cómo va a inventar una solución, un discurso posible? El psicoanálisis puede, precisamente, ayudar a que en estas circunstancias el niño, la madre, puedan orientarse en un espacio en el cual sea posible usar los términos padre-madre de una manera compatible con el discurso común.

-Usted ha dicho que en los momentos de grandes cambios los chicos son las primeras víctimas, son los primeros en sufrir el impacto de estos cambios. ¿Cuáles son las cuestiones en juego para los chicos que están creciendo?
-Múltiples. Las formas de patología del lazo social con los chicos y entre los chicos se ven a través de las quejas de los que están a cargo de ellos, especialmente de los pedagogos, con el papel esencial que ahora desempeña la escuela en la civilización. No hace mucho que la escuela tiene este papel tan importante para criar a los niños. Antes, la articulación con la religión, la moral, el Estado, el ejército, tenían un peso, había una variedad de instituciones. Cada vez más se reduce el peso de éstas para centrarse en la gran institución escolar, que recoge a los niños y trata de ordenarlos a partir del saber. Una dificultad para los chicos de hoy (y lo vemos en la enorme cantidad de niños diagnosticados con déficit de atención o hiperactividad) es la de poder quedarse sentados cinco horas en una escuela, lo que no sucedía en otras civilizaciones. Lo curioso es que parece como una epidemia el hecho de que hay más y más chicos que no pueden renunciar a este goce de cuerpo a cuerpo, de las peleas, la agresión física, sin hablar de la violencia desproporcionada, característica de las pandillas de adolescentes. Todo este sufrimiento funda la idea de una patología de la infancia y la adolescencia. Se dice que los chicos no soportan las prohibiciones, no toleran las reglas.

-¿Podría aclarar un poco más qué pasa ahora en las escuelas?
-Al poner la educación universal y decir que todos los niños tienen iguales derechos, al meterlos a todos en el mismo dispositivo, hay patologías que entran dentro de este dispositivo escolar que no estaban antes. Por otro lado, con la precarización del mundo del trabajo cada vez más niños son abandonados por la presión que hay. Antes tenían madres para ocuparse de ellos. Ahora se ocupa el televisor. La tevé es como una medicación, es como dar un hipnótico: hace dormir… Es una medicación que utilizan tanto los niños como los adultos para quedarse tranquilos delante de las tonterías de la pantalla. Pero el televisor en común para toda la familia no es la oración común de la tradición, aquella que permitía vincular a los miembros de la familia a través de rituales. Cuando el único ritual es la televisión, comer delante de ella, hablar sobre ella o quedarse en silencio frente al aparato, esto permite articular poco esta posición del padre entre prohibición y autorización. La escuela es precisamente la que articula entonces esta función: los maestros aparecen como representantes de los ideales y esto agudiza la oposición entre niño y dispositivo escolar, transformando las patologías, que no pueden reducirse estrictamente a algo biológico ni a algo cultural, en la imbricación de éstos dentro del dispositivo de la escuela.

-Usted ha mencionado a Lewis y a Tolkien como dos personas que desde la literatura quisieron proponer modelos identificatorios posibles. En una época de caída de los ideales, ¿cómo orientar a los niños en ese sentido?
-La literatura es siempre una excelente vía para orientarse. Después del derrumbe de la Primera Guerra Mundial, del derrumbe de los ideales, los intelectuales estaban preocupados por cómo orientarse y orientar a la generación que venía. Algunos escritores explícitamente pensaron en elaborar con su obra una manera de proteger al niño de la tentación del nihilismo y orientarlo en la cultura y en las dificultades de la civilización, presentar figuras en las cuales el deseo pudiera articularse en un relato. Con El señor de los anillos, Tolkien hizo un intento de proponer a los chicos, a los jóvenes, una versión de la religión, un discurso sobre el bien y el mal, una articulación sobre el goce, los cuerpos, las transformaciones del cuerpo, todos esos misterios del sexo, del mal, que atraviesa un niño; versiones de la paternidad. Tolkien consiguió algo: hay muchos niños para los cuales el único discurso que han conocido y que les interesa sobre esto es El señor de los anillos en los tres episodios. De la misma manera, un escritor católico, como C. S. Lewis, hizo con las Crónicas de Narnia una versión de la mitología cristiana sobre el abordaje de los temas del bien y del mal, de la paternidad, de la sexualidad. Gracias al cine, Tolkien salió de sus años treinta, pero para una generación fue Harry Pot­ter, que articula la diferencia entre el mundo de los humanos y el mundo ideal de los brujos, poblado de amenazas, donde el bien y el mal se presentan como versiones del discurso.

-¿Qué pueden encontrar los chicos en la literatura?
-Harry Potter fue, para muchos chicos, incluso los míos, una compañía: ir creciendo de la infancia a la adolescencia a lo largo de los cinco o seis tomos de la historia. Además, presentó figuras de identificación muy útiles.

Ilustraciones de Harry Potter

Un niño podía prestar atención por lo que le decía Harry Potter, precisamente, sobre cómo se articulan el bien y el mal, sobre cómo hay que comportarse en la vida y cómo manejarse en las apariencias y en los sentimientos contradictorios que uno puede conocer al mismo tiempo. Son herramientas para salvar a las generaciones de la tentación del nihilismo, del pensar que no hay nada que valga la pena como discurso. Cuando nada vale como discurso, hay violencia. El único interés, entonces, es atacar al otro. La crisis de los ideales que se abrió con el fin de la Primera Guerra no se ha desvanecido. ¿A qué deberíamos prestarle atención? Hoy vemos un llamado a un nuevo orden moral, apoyado en el retorno de la religión como moral cotidiana. Cuando en Europa hay violencia en los suburbios, se hace un llamado a los imanes musulmanes para que dirijan un discurso de paz a los jóvenes de la inmigración. También a los curas, para tratar de ordenar un poco el caos engendrado por estos jóvenes desamparados que manifiestan conductas estrictamente autodestructivas por la desesperanza en la que están sumidos. En la esfera política, a través de la famosa oposición entre las cuestiones de issues (temas) y values (valores), vemos que ahora el tema es moral. Hay una tendencia a pensar que para volver a obtener una cierta calma en la civilización se necesita multiplicar las prohibiciones, que la tolerancia cero es muy importante para restaurar un orden firme, que la gente tenga el temor de la ley para luchar contra sus malas costumbres. Los analistas, frente a esta restauración de la ley moral, saben que toda moral comporta un revés, que es un empuje superyoico a la transgresión. Precisamente, la idea de los analistas en su experiencia clínica es que saben que cuando la ley se presenta sólo como prohibición, incluso prohibición feroz, provoca un empuje feroz, sea a la autodestrucción, sea a la destrucción del otro que viene sólo a prohibir. Hay que autorizar a los sujetos a respetarse a sí mismos, no sólo a pensarse como los que tienen que padecer la interdicción, sino que puedan reconocerse en la civilización. Esto implica no abandonarlos, hablarles más allá de la prohibición, hablar a estos jóvenes que tienen estas dificultades para que puedan soportar una ley que prohíbe pero que autoriza también otras cosas. Hay que hablarles de una manera tal que no sean sólo sujetos que tienen que entrar en estos discursos de manera autoritaria, porque si se hace esto se va a provocar una reacción fuerte con síntomas sociales que van a manifestar la presencia de la muerte.

-¿Cómo criar a los niños en esta época?
-Hay que criar a los chicos de una manera tal que logren apreciarse a sí mismos, que tengan un lugar, y que no sea un lugar de desperdicio. En la economía global actual, el único trabajo que puede inscribirse es uno de alta calificación, al cual no siempre van a tener acceso. No podemos pensar que vamos a salir adelante sólo con la idea de que si uno trabaja bien y tiene un diploma va a encontrar un trabajo. Hay niños que no van a entrar y, a pesar de esto, tienen que tener un lugar en nuestra civilización. No hay que abandonarlos. Y éste es el desafío más importante que tenemos, el deber que tenemos nosotros frente a ellos. Concebir un discurso que pueda alojarlos dentro de la economía global.

(2007)

Fuente: La Nación