Una ética de la lectura. Borges y el psicoanálisis

Sebastián A. Digirónimo

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En otro lugar ya consignamos que existe una ética de la lectura enteramente análoga a la ética del psicoanálisis. Se trata, ahora, de intentar algunas precisiones sobre ello.
Para ello podemos partir, entonces, por los Nueve ensayos dantescos de Borges. Y la primera enseñanza que se puede extraer de allí es cómo leer. Sobre todo cómo le convendría leer al psicoanalista, que es exactamente igual a cómo le conviene leer al poeta. Se puede decir que al psicoanalista le conviene leer como poeta, aunque después falta explicar qué quiere decir leer como poeta. Y en primera instancia quiere decir, en términos del psicoanálisis, no comprender. Es decir, no agregar sentido. Es decir, que la lectura no fuera un agregado de un S2 al S1 del texto. Pero esto es sólo una primera aproximación que deberíamos de a poco poner en duda.
A esta lectura Borges la llama, en el prólogo de sus Nueve ensayos dantescos, lectura inocente. Se trata de leer con inocencia. Y agrega lo siguiente: “para Petrarca, o para Góngora, todo cabello de mujer es oro y toda agua es cristal; ese mecánico y grosero alfabeto de símbolos desvirtúa el rigor de las palabras y parece fundado en la indiferencia de la observación imperfecta. Dante se prohíbe ese error; en su libro no hay una palabra injustificada.” Y esta es la tesis que guía la lectura que Borges ejerce sobre la obra de Dante. Los nueve ensayos dantescos son la demostración de esto a través de la herramienta fundamental de la lectura inocente, que es una lectura ética que implica escribir la obra junto a Dante. Queda claro que la tesis de Borges hace estallar lo singular que se pierde en la universalidad de la interpretación que, desde su concepto vulgar, tendría la forma del S2 agregado al S1. Eso quiere decir que el lector de un poema tiene que ser poeta, que no debe resignarse a la universalidad que elimina el rigor de las palabras, sino que debe soportar no agregar sentido. El poeta es aquel que no atenta contra la ambigüedad de los vocablos y la lectura ética es poética. Anticipemos que el resultado que logra Borges, con esa forma de lectura que podemos llamar poética, es resaltar la poesía de la obra de Dante eliminando toda huella de literatura (literadura.) Esto se puede explicar de la siguiente manera teniendo en cuenta lo que se decía antes. Cualquiera puede decir que la obra de Dante se trata de una obra en la cual el amor está en juego. Alguna vez una psicoanalista escribió un breve artículo para descubrir sobre el final que la obra de Dante no era solamente una obra sobre el amor sino que Dante profesaba, además, amor por el lenguaje. Eso es lo que Unamuno llamaba descubrir Mediterráneos. Es fundar ciudades que ya estaban fundadas. Todo poeta profesa amor por el lenguaje y Dante era poeta. Queda claro que la lectura de Borges hace otra cosa que descubrir Mediterráneos.
Alberto Giordano escribió varias líneas sensatas pensando en el Borges de los Nueve ensayos dantescos y algunas de sus ideas pueden aprovecharse aquí. Giordano escribe que “el lector inocente es un lector impertinente.” Esta frase, ciertamente, señala la irreverencia que caracteriza tanto a la poesía como al psicoanálisis, y esa irreverencia no puede faltar en la lectura ética que ejerce Borges. Luego veremos de dónde surge esa irreverencia, pero por ahora tomemos nota de ella. Claro que es impertinente porque deshace universales y desnaturaliza lo que aparece natural. Giordano señala así que la lectura de Borges se ejerce “contra las supersticiones morales, que apartan al lector de lo que puede, por una ética de la lectura inocente.” Allí donde se lee supersticiones morales se puede escribir prejuicios del sentido. Agrega que esa característica “establece una diferencia radical entre los ensayos de Borges y cualquier modalidad de la crítica (hermenéutica, filológica, estilística, filosófica.)” Y podemos agregar en el paréntesis un adjetivo más: psicoanalítica. Pero psicoanalítica del mal psicoanálisis, pues la lectura psicoanalítica debería ser análoga a la lectura poética, es decir, inocente según Borges. Y hay una frase que muestra bien la distancia que hay entre esos dos tipos de lectura: “no se trata de razones que Borges buscó trabajosamente, forzando su ingenio, sino de razones que encontró misteriosamente envueltas en los detalles que, por un designio incierto, distrajeron su atención.” Claramente esta frase señala bien la posición de lectura que hace tanto al poeta como al psicoanalista. Por otra parte, diría alguien que Borges logra esa lectura porque es Borges y no se la puede lograr sin su talento. Se pueden responder dos cosas: primero que Borges no logra esa lectura porque es Borges sino porque es poeta; y segundo que efectivamente se necesita talento, ese que Stevenson llamaba talento para la lectura, y que está al alcance de todo lector, basta que se atreviera a poner en entredicho sus prejuicios (y Borges es Borges porque se atreve a ser poeta.)
En ese ensayo sobre los nueve ensayos de Borges hay, antes de todo eso, una especie de apología de la incertidumbre que se puede leer en la forma de lectura de Borges. Incertidumbre éticamente irreductible (es decir, que la lectura ética, en vez de reducir a un sentido, mantiene en su carácter de incertidumbre y ambigüedad –de esto se trata, en psicoanálisis, lo que se llama interpretación por el equívoco.) “Cada uno de estos modos de figuración, de aparición del sentido como radicalmente incierto (vacilante, en suspenso, desdoblado) nos dice claramente que la incertidumbre no es una forma de ser del sentido, que no está dada en las profundidades semánticas o en la superficie estilística del texto, sino que ocurre, como un devenir que arrastra simultáneamente al texto y a su lector. La incertidumbre no es un estado de indefinición del sentido, sino el devenir-indefinido de cierto sentido: un acontecimiento que ocurre en ciertos detalles de un texto (localizándolos como detalles inquietantes) cuando el lector se encuentra a sí mismo, como sujeto de una interrogación o una sospecha cuya resolución no termina de producirse, encontrándose con el texto convertido en objeto de goce: en un texto que entredice sólo para él un suplemento de sentido indecible.”
Todo esto está dado por la forma de lectura que ejerce Borges y que es la lectura con mayúsculas. Es la forma de lectura que hace al lector como poeta. Es la forma de lectura que implica la desaparición de los límites entre autor y lector (lo que importa es por qué implica esa desaparición más que la desaparición en sí misma.) Pero todo esto se entiende sólo si se parte de la fórmula que se escribe poesía//literatura, que surge de la ampliación de la fórmula que resume la última enseñanza de Lacan: real//sentido y que lleva a psicoanálisis//literatura. Esto lleva a considerar ese rigor que Borges señala en la palabra de la poesía. Porque la precisión no es un fruto de la pura lógica sino un fruto de la poesía. La precisión se desprende de un esfuerzo de poesía, no de un esfuerzo meramente lógico. Ese rigor es fruto de eso que, agregándole, con el último Lacan, un término a la dicotomía que genera el Lacan de “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, explica dónde queda la palabra en la triple fórmula anterior. Hay que escribirlo:

real//sentido

poesía//literatura

psicoanálisis//literatura

palabra agujereada//palabra plena-palabra vacía

La lectura ética de Borges respeta la palabra agujereada de la poesía de Dante. El resultado de ello es que, al contrario de lo que todos saben, es decir que Dante creó (según la psicoanalista que mencioné antes) una poesía de amor que contiene también una historia de amor (y eso la llevó a la conclusión aquella de que Dante amaba también al lenguaje), lo que creó Dante es otra cosa. Y es una lectura distinta (poética) de la obra de Dante la que la muestra en su aspecto insoportable. Ese aspecto intenta ser tapado por montañas de literatura. El último ensayo de Borges muestra este aspecto con total claridad, aunque ya está también en unos detalles que Borges lee en cómo Dante siente la historia de Paolo y Francesca. La obra de Dante puede estar cargada, como suele leerse, por el tema del amor, pero si no se borra la palabra agujereada de la poesía se lee, con total claridad, que si se trata de una historia de amor, es una historia de amor fallido. Cuando se la lee en serio, como un poeta, la Divina commedia es, desde el principio hasta el final, la historia de un desencuentro irreductible y, por lo tanto, infinito: una historia de la no-relación sexual.

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Es tiempo de hacer un esfuerzo por precisar eso que se puede extraer como enseñanza fundamental de los Nueve ensayos dantescos de Borges. Para ello nos conviene retener el concepto de lectura inocente y, al mismo tiempo, pasar de esa obra particular a la totalidad de su obra (o por lo menos intentar ese movimiento.) Esa lectura inocente es, como dijimos, la verdadera lectura, la que subvierte el concepto vulgar de lectura. Al principio de la conferencia titulada “Lacan con Joyce”, Miller señala, circunscribiendo su señalamiento a la última enseñanza de Lacan, que ella, como la obra de Joyce y, sobre todo, del último Joyce, es decir del Joyce del Finnegans wake, necesita otra economía de lectura. Otra con respecto a la economía de lectura que implica el concepto vulgar de lectura. Esa otra economía de lectura es la que necesita el psicoanálisis todo. Esa otra economía de lectura implica una ética de la lectura.
Para pensar en esto con alguna precisión es necesario enfocar los reflectores hacia el problema de la traducción. Es claro que toda teoría de la traducción implica una teoría de la lectura y una teoría de la escritura. Y es para considerar esto que nos alejamos un poco y pasamos de observar los Nueve ensayos dantescos a observar la obra de Borges como totalidad. Es que en Borges es claro que hay una teoría de la traducción que es una teoría de la lectura y una teoría de la escritura. Toda la obra de Borges es exactamente eso: una teoría de la traducción, de la lectura y de la escritura en acto.
Sería posible partir por otros lugares, tomando una perspectiva histórica, pues el problema de la traducción es un debate que lleva más de dos mil años. Pero la posición de Borges engloba la lectura histórica e implica una irreverencia que es la que nos importa. En alguna otra página, aprovechando una idea de Coleridge que Borges solía recordar, señalamos que habría que agregarle algo a esa idea de Coleridge-Borges. Los hombres nacen aristotélicos o platónicos, es la frase de Coleridge que Borges solía recordar. Esas dos posiciones se observan, efectivamente, siempre. Hoy están presentes en dos grandes corrientes epistemológicas que, sin embargo, lejos están de ser novedades. Una es la tendencia positivista del real sin sentido de la ciencia y la otra la relativista del sentido sin real de la retórica. Los psicoanalistas se inscriben, en general, en una de estas dos grandes tendencias. Como señala Bassols, la vía positivista de la ciencia sin sentido lleva a algunos psicoanalistas a desear que el psicoanálisis sea reconocido por los médicos, por los psiquiatras llamados biológicos, por los neurocientistas. Intentan así demostrar, es un ejemplo, cómo en el “Proyecto de psicología para neurólogos” Freud ya entreveía el surgimiento de los neurotransmisores. La vía relativista de la retórica desemboca en la idea de que hay tantos psicoanálisis como psicoanalistas; en la ideología del psicoanalista independiente del final del análisis como final de la transferencia y no de su engaño. Es claro que el psicoanálisis orientado, como la poesía, debería empujarnos a rehacer la frase de Coleridge y decir, aunque luego hubiera que explicar la frase porque cada cual va a entender algo distinto, que los hombres nacen aristotélicos o platónicos pero pueden volverse, por el psicoanálisis, lacanianos.

Borges, en acto, se vuelve lacaniano, aún sin saberlo. Decíamos que nos importa la irreverencia de la posición de Borges dentro del debate que implica el problema de la traducción. Esa irreverencia es la del psicoanálisis. Esa irreverencia es la de la poesía. Ni al psicoanálisis ni a la poesía les convienen la solemnidad. Sí les conviene la irreverencia. Se puede agregar a esto que la solemnidad es siempre del yo, es siempre del narcisismo.
El problema de la traducción, a lo largo de la historia, osciló entre dos respuestas fundamentales para la misma pregunta (que contiene, además, un aspecto aparentemente oculto y que es justamente el que nos interesa.) Una de las respuestas sostiene que debe traducirse lo más literalmente posible. La otra respuesta implica la posibilidad de introducir variaciones al traducir un texto. En ambos casos, sin embargo, la pregunta que intenta responderse es cómo ser fiel al texto original.
Borges señala, en un artículo titulado “Las dos maneras de traducir”, que la mentalidad clásica es la que introduce variaciones porque le interesa la perfección de la obra a despecho de los localismos, las contingencias y la personalidad del autor. La mentalidad romántica, en cambio, sostiene la literalidad porque encumbra al yo al costo de la obra de arte. Lo que nos interesa a nosotros es, sin embargo, la pregunta que origina estas dos posibles respuestas y que es, como dijimos, cómo ser fiel al texto original. Y es allí que tenemos que agregarle el aspecto aparentemente oculto (a la luz del día, sin embargo) que hay en ella. Este punto oculto a la luz del día es el punto en el cual se sitúa la irreverencia de Borges. Porque se postula, sin más, que hay un texto original. Borges no hace otra cosa, con su obra toda, que subvertir este postulado sosteniendo, en acto, que no hay originales sino sólo borradores. Cada página de la obra de Borges lleva a este postulado distinto al del sentido común: no hay textos originales en el sentido de originarios. Los ejemplos más claros de esto son, quizá “Pierre Menard, autor del Quijote” y “Kafka y sus precursores.” Un psicoanálisis orientado implica tomar, ante la presuposición de la existencia de un texto de origen, la misma posición de Borges. No hay textos originarios. Ello se inscribe en el mismo lugar que el axioma lacaniano del no hay relación sexual.
En “Las versiones homéricas”, Borges escribe lo siguiente: «presuponer que toda recombinación de elementos es obligatoriamente inferior a su original, es presuponer que el borrador 9 es obligatoriamente inferior al borrador H –ya que no puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio.»
Con la caída del concepto de texto definitivo tenemos que sostener la caída del concepto de texto original. Un crítico señala que Borges “nos invita a pensar la literatura como una serie de borradores pasible de extenderse indefinidamente.” Al notar que su obra toda es una puesta en acto de una clara teoría de la traducción, lectura, escritura, en seguida damos en pensar, por ejemplo, en cuentos como “El libro de arena” y “La biblioteca de Babel.”
¿Pero por qué al psicoanalista le interesaría el desdibujamiento del concepto de texto original en el sentido de originario? Porque nos remite rápidamente a varias preguntas acerca del quehacer del psicoanalista y nos aporta algunas respuestas. Alguna vez un practicante del psicoanálisis preguntaba, en conversación con otros practicantes, si el psicoanalista, en un psicoanálisis, lee o escribe. Como la conversación tenía la forma de las conversaciones actuales, las que permiten las redes sociales virtuales, el otro le respondió con el apresuramiento típico de esas conversaciones. Le dijo, sin pensarlo mucho, que lee hasta el dispositivo del pase y allí se pone a escribir. Las cosas no son tan sencillas. Es claro que, en el apresuramiento, sucumbió a los conceptos vulgares de lectura y escritura y, sin saberlo, había en su respuesta también una teoría de la traducción no menos vulgar. Lo que Miller llamó dispositivo joyceano, ayuda a entender algo de esto y a no sucumbir al apresuramiento.
Hay un axioma que se repite cada tanto sin que, al parecer, hiciera demasiada mella en los oídos en los cuales cae: un psicoanálisis es aprender a leer para que surja lo ilegible. En un libro de Sergio Waisman titulado Borges y la traducción, se señala que “como ha observado un buen número de críticos, cuando Borges lee, escribe.” Esto, que es ya un lugar común, parece no entenderse del todo, o parece no ser tomado en serio. Ocurre ello con Borges porque Borges era un poeta. Cuando Borges lee, escribe. No quiere decir que Borges lee en el tiempo 1 y escribe en el tiempo 2. Es así como entiende la mayoría este señalamiento que cualquiera podría hacer. Que no hubiera un tiempo de la lectura y después un tiempo de la escritura es el resultado del no hay texto original postulado en acto. Nótese que es lo contrario a lo que postulaba ese practicante del psicoanálisis que postulaba que hay un tiempo de lectura y luego uno de escritura. Lo que señalan los críticos agudos acerca de Borges lo acerca a lo que debería esperarse de un psicoanalista. Cuando un psicoanalista lee, escribe. Cuando un analizante lee, escribe. Y eso es lo que quiere decir que un psicoanálisis se trata de aprender a leer para que surja lo ilegible. No hay en esa idea un tiempo 1 de aprendizaje de la lectura y un tiempo 2 de surgimiento de lo ilegible. El problema es que se trata, ciertamente, de una forma de lectura distinta del concepto vulgar de lectura. Aunque el concepto vulgar de lectura es una ilusión. La lectura debería ser siempre la borgeana, poética, psicoanalítica. A esto es a lo que se refería Stevenson, en uno de sus bellos ensayos, postulando el talento para la lectura mencionado antes.
No hay texto original. Para un psicoanálisis tenemos que presuponer la misma idea, que claramente subvierte el pensamiento. Los psicoanalistas que, entre los lacanianos, se han dado en llamar imprecisamente postfreudianos, pierden la esencia del descubrimiento de Freud justamente por sucumbir a la idea de texto originario a ser leído-traducido. Y Freud mismo pega un resbalón, en ese punto, con su noción de neurosis de transferencia. ¿Por qué patina? Porque presupone un texto original sobre el que se fundaría el texto artificial a través de la transferencia. Otros han formulado la pregunta de esta manera: ¿hay un sujeto escrito que el psicoanálisis lee o el sujeto es escrito en el mismo momento de su lectura? La respuesta buena tiende, por supuesto, a eso último, y ello a través de la idea fundamental de que no hay texto original.
Que hubiera texto original es la ilusión de la neurosis. Borges es muy agudo al señalar que la idea de un texto definitivo pertenece a la religión o al cansancio. La presuposición de un texto original es un sueño neurótico. La neurosis postula la idea del destino, la idea de lo que está ya escrito. (Cuando Lacan señala que no hay destino humano que no sea disparatado hay que saber oír lo que señala acerca de lo disparatado de la neurosis.) Jorge Alemán escribió alguna vez un par de líneas que rápidamente vinieron a la mente al escribir las frases que están más arriba. Es que en ellas está parafraseada una frase de Verlaine que se relaciona estrechamente con la fórmula poesía//literatura. «El sueño de la neurosis y de la vana literatura imagina un goce sin fallas, mítico y absoluto, una cópula animal no interferida por la lengua y su modo siempre fallido y parcial de gozar.» Es por esto que la posición de Borges es la que le conviene al psicoanalista y es por esto que el no hay texto original está estrechamente vinculado con el no hay relación sexual.
Un día alguien señaló que sinónimo del concepto de rectificación subjetiva, que hace al movimiento que permite entrar en un psicoanálisis, es la creencia en el inconsciente. Y es desde allí que hay que entender la frase de Freud que señala que el deber de todo ser vivo es soportar la vida. Esto quiere decir que, ante el trauma de la lengua, parafraseando al mismo Jorge Alemán, surge una pregunta: ¿tendrá la existencia el coraje de aceptar su fractura, y sabrá leer en el inconsciente el modo singular en que habita el trauma de la lengua? Es con ese coraje que se relaciona la obra de Borges, es decir, esa teoría sobre la traducción, la lectura y la escritura en acto.
Por ser la obra de Borges la puesta en acto de este no hay texto original es que alguien como Piglia puede decir, textualmente, que “es como si hubiera entrado y salido siempre del mismo texto y lo hubiera reescrito a lo largo de su vida, un trabajo continuo de reescritura, de variantes y versiones.”
Jorge Luis Borges. HotelEn “Sobre el Vathek de William Beckford” Borges escribió esto: «sólo tres días y dos noches del invierno de 1782 requirió William Beckford para redactar la trágica historia de su califa. La escribió en idioma francés; Henley la tradujo al inglés en 1785. El original es infiel a la traducción.» Estamos en el extremo de ese no hay texto original. Borges postula que el idioma inglés es más favorable que el francés al ambiente de pesadilla de la obra de Beckford y que, por eso, el original en francés es infiel a la traducción en inglés. Detrás está, por supuesto, el postulado mucho más fuerte e irreverente de que no hay textos originales sino sólo borradores. Y un psicoanálisis hay que pensarlo desde allí, desde este no hay texto original. Y se trata de inventarlo. La frase de Borges acerca del Vathek de William Beckford es la que nos da la clave de la relación que hay entre lo que se escribe en un psicoanálisis y la neurosis. El supuesto texto originario (la neurosis vela el hecho de que no hay texto originario y se postula a sí mismo como tal, como destino ya escrito), es infiel a su supuesta traducción.


(2014)

Fuentes: LITER-a-TULIA / Letras-Poesía-Psicoanálisis

Sebastián A. Digirónimo
Es psicoanalista y escritor. Ha publicado artículos en diversos medios, es autor de  De sueños y sombras, La púrpura y el bronce de la espada, y Treinta monedas de plata en colaboración con Mercedes Ávila. Sus últimos libros son Elogio de la furia, El hombre sin forma y Antes del fuego.

¿Muerte del psicoanálisis?

El psicoanálisis es una disciplina que ha sufrido ataques desde su nacimiento porque es insoportable lo que tiene para decir. Para el ser hablante es insoportable descubrir su propia naturaleza.
En el año 2005 se publicó El Libro Negro del Psicoanálisis. Y fue una gran propaganda en contra del psicoanálisis, aprovechada rápidamente por el mercado, al cual el psicoanálisis no le conviene. Situaciones similares ya habían ocurrido antes y seguirán ocurriendo.
«Muerte del psicoanálisis» es el título de la carta que, ese mismo año, Fernando Polack envió al espacio de lectores del diario La Nación como respuesta a una entrevista a Mikkel Borch-Jacobsen, advertido de la propaganda y con temor de que se difundiera en Argentina.


A continuación compartimos una entrevista realizada (en el mes de septiembre de 2005) a Fernando Polack en la que desarrolla los motivos de su carta de lectores y habla de su experiencia de vida inmerso en la sociedad norteamericana, en la cual se espera la adaptación y el éxito. Por eso la psicología conductista es el modelo de tratamiento para casi todo malestar psíquico.


ENTREVISTA AL Dr. Fernando Polack

José Ioskyn: Para comenzar, ¿podrías contarnos sobre su traslado a Estados Unidos, tus motivaciones, tu expectativa con ese viaje?

Dr. Fernando Polack: Mi mujer y yo fuimos a Estados Unidos en 1993, porque surgió la oportunidad de hacer una formación pediátrica en Michigan. Yo había estudiado medicina en Argentina y tenía muchas dudas con hacer una carrera en infectología pediátrica en Buenos Aires, porque percibía que el foco total de la formación profesional en Argentina estaba en lo asistencial. Y un infectólogo pediatra debe tener un panorama más amplio en términos de biología, ciencias básicas y epidemiología, que yo no veía cómo obtener en Buenos Aires. La formación científica y médica, a nivel orgánico, es sin duda extraordinaria en los centros grandes de EE.UU., y es esa posibilidad de participar -a veces sólo leyendo los reportes diarios, a veces como consultor, o como agente directo- de procesos que suceden en otras partes del mundo -como la fiebre de los pollos en Hong Kong, el SARS, la eliminación del sarampión en partes de África, o hallazgos nuevos en áreas de ciencias básicas- lo que a uno lo deslumbra en las universidades como John Hopkins. Así que desde ese punto de vista, todas mis expectativas fueron cumplidas. EE.UU. es muy generoso e inteligente en proveer a extranjeros educados de oportunidades enormes de desarrollo profesional, y debo decir que no recuerdo ni una sola instancia en que ser extranjero ha jugado en contra mío en estos temas. Para los expatriados que viven su traslado como un ascenso casi étnico, acomodarse en el sistema es un deseo desesperado y, en general, resulta más fácil. Por ejemplo, a mi me sorprendía cómo mucha gente de los países de Europa del Este cambiaban sus apellidos por apellidos anglos, ponían la bandera americana en el jardín de su casa apenas podían, y adoptaban las costumbres más americanas con una devoción insólita. A veces es imposible conseguir que algunos centroamericanos de origen humilde te hablen en español. Hay otros grupos que tienen un nexo cultural/social muy fuerte con sus países de origen y no pueden ignorar ese vínculo fácilmente. Entre estos estamos los argentinos.

J.I.: En tu nota al diario La Nación hacés alusión a tu situación en tanto padre en esa sociedad que describís. ¿Podrías contarnos tu experiencia como padre allí, y tu impresión acerca de la intervención del estado a través de la escuela, el hospital, etc, sobre los niños?

F.P.: Sin duda la experiencia más difícil para los argentinos, que yo conozco y he conocido en doce años en EE.UU., es ejercer de padre. La diferencia de valores y costumbres jaquean las convicciones más sólidas y, si algo es para mí un orgullo, es haber sostenido a mis hijos a través de años durísimos en Maryland. Y te digo esto porque lo más fácil es ceder, ser convertido, y ver los resultados inmediatos de esa maniobra en la aceptación social y/o escolar. Pasar de ser un díscolo a ser un bobo bueno. Yo tengo muchos amigos argentinos cuyos hijos -chicos piolas y simpáticos, chicos al fin- se pasaron años en escuelas de educación especial por no portarse tan bien como se debe en las escuelas americanas. Y los he visto agradecer la decisión, porque por fin dejaban de suspender al hijo en el jardín de infantes, de llamarlos constantemente al trabajo para que vayan inmediatamente a buscarlo porque estaba llorando y la maestra tiene que ocuparse de enseñar, de llamarlos a la noche a sus casas para discutir la inadaptación de sus hijos al sistema, de discutir la conducta de sus hijos con gente que habla en otro idioma de vida y a la que jamás le podés llegar. Esta es una de las sensaciones más angustiosas, porque cuando la maestra del colegio te mira y te sonríe, pero no te escucha en absoluto, y no tiene ni un centésimo de la profundidad necesaria para entender algo bastante básico como el miedo de un nene a la primera semana de escuela, te das cuenta que estas muy jodido y solo. Hay una sonrisa impersonal terrible, que es una estrategia engranada en la cultura americana, y que se usa de inmediato ante cualquier personalización de la charla. En mi experiencia en EEUU, el chico debe transformarse en un adulto al entrar al jardín de infantes, y entra en una carrera para llegar a Harvard desde los tres años en los sectores más cultos y progres, para ser un good citizen en el resto del país. Las tardes que he pasado buscando libros educativos para mis hijos en las librerías de suburbio, buscando milestones de desarrollo psicomotor oscurísimos en libros especializados que atiborran las librerías, para ver si mi hijo mayor estaba on track -a pesar de que toda nuestra familia lo consideraba un genio– y parado entre docenas de padres socialmente presionados a angustias similares. Conozco personalmente gente que ha contratado asesores para que su chico de tres años esté a los dieciocho en las mejores condiciones de competir por una plaza en Harvard, Hopkins o Yale. Tengo amigos que tomaron una institutriz china para sus hijas de seis, cuatro y dos años -además de mandarlas por la tarde a un programa de inmersión en lenguaje chino- para prepararlas para comerciar con China en el futuro; y otros que a su hija de tres años le retiraron la batería de juguete para que practique con un violín, ya que este es un instrumento mejor visto en las entrevistas de ingreso a la universidad. Todas estas cosas no son ninguna broma cuando uno vive allí. El chico es un receptáculo vacío que hay que llenar de información. Y ese es tu deber como padre o madre. No importa si son los nombres de 50 dinosaurios, los volcanes del mundo, o las constelaciones estelares. Hay que llenar a ese chico de datos porque ese es nuestro deber para garantizar su éxito futuro. Así que una hora perdida en juego es una hora menos de información. Hasta una canción en la tele siempre debe tener datos. Y hay que bancarse tener una visión crítica sobre ese modo de vida, cuando todos alrededor tuyo lo ejercen sin parar y te miran como un abusador de menores por haber pasado la tarde mirando fútbol en la tele con tu pibe. Igualmente, el meollo de la historia está en otro tema. Esta carrera al éxito durante los primeros años no se basa en el rendimiento escolar sino en la observación de las reglas más estrictas de comportamiento. La disciplina es todo en la educación temprana americana. Los ingresos a la primaria se realizan con aplicación previa, entrevistas donde el chico se luce nombrando las lunas de Júpiter o los volcanes de Asia y cartas de recomendación a sobre cerrado escritas por las maestras del jardín. Luego la escuela publica un ranking -por los que esta gente muere- de niños de seis años. El que gana es un winner, y el que pierde un loser. Pero ante todo, un loser sabe que las cosas son así, porque «este es el sistema que nos hizo el mejor país del mundo«. Así que con esto no se bromea, porque si te caes del tren un par de veces posiblemente te caíste para siempre. A veces me entristecía mucho mirar la angustia con que las madres trataban de moldear a sus chicos para machacar esa expectativa. Igualmente, no hay nada más difícil que el absolutismo moral que rige la educación americana en los años iniciales, y esto es particularmente difícil para gente como nosotros, los argentinos, que venimos de una concepción muy cínica de la moral concebida en esos términos. Una cosa más. No quería ignorar esa pregunta sobre el rol del estado. Yo creo que esta concepción de vida que relato corta verticalmente a la sociedad americana, y no veo que el estado hoy necesite activamente ejercer ningún tipo de influencia para su cumplimiento. Aún más, no creo que haya empeorado ni mejorado con distintas administraciones porque es constitutivo a la dinámica social allí, y lo llevan puesto desde el progresista de la costa este hasta el conservador del sur profundo. Es casi como imaginar que el doble sentido, la irreverencia o la ironía en nosotros va a cambiar por el efecto de uno u otro gobierno democrático.

J.I.: En tanto pediatra que trabaja en EEUU, que tipo de síntomas resultan más frecuentes en la interfase entre pediatría y psiquiatría infantil. ¿Cuáles son los trastornos que merecen la derivación al especialista?

F.P.: Nosotros tenemos la suerte de recibir consultas de muchas áreas del país porque Johns Hopkins es enormemente prestigiosa y existe siempre la expectativa de que llegaremos a un diagnóstico que eludió a los médicos en otro lado. Eso genera un sesgo muy grande de los pacientes que asisten a nuestra clínica, ya que son los que «superaron» las instancias anteriores. Con esta introducción, uno imaginaría que no hay nada más interesante que practicar allí, pero esto es verdad solo en parte. Yo estimaría que el cincuenta por ciento de los pacientes pediátricos que yo veo en la clínica de infectología tienen como diagnóstico generador de los síntomas que los traen a la consulta una depresión.

J.I.: Entonces, ¿cuál es específicamente la orientación o la respuesta social en EE.UU. en cuanto al síntoma de un niño?

F.P: Todo problema psíquico es un estigma de tal magnitud en EEUU que los padres prefieren cualquier etiología orgánica infecciosa u oncológica con tal de no irse de la consulta con un diagnóstico de depresión. Esto me ha traído varios problemas, y he sido increpado muchas veces a los gritos por negarme a confirmar cánceres, encefalitis virales -que destruyen el cerebro-, enfermedad de Lyme -una enfermedad bacteriana muy bien delineada, pero también una gran bolsa diagnóstica para gente con cualquier neurosis en EEUU-, y otros deseos desesperados de la familia para esquivar lo más temido. Esto se complica aún más ya que la mayoría de los médicos comparte las aprehensiones de los pacientes, por lo que el que parece loco generalmente es uno. Quizás un ejemplo revelador es el de la clínica de SIDA pediátrico, que con más de doscientos pacientes pediátricos activos en la década del noventa, y todavía entonces con una considerable morbimortalidad, tenían una terapia de dos horas dos veces por mes. Imaginate que estos chicos son casi todos huérfanos de madre -o la pierden durante sus años de concurrencia a la clínica-, no tienen padre -o lo tienen en la cárcel- y viven con un estigma equivalente a la lepra en siglos anteriores -al punto que no pueden decirle a nadie en el barrio su diagnóstico. Sin embargo, el clásico problema era convencer al departamento de psiquiatría de siquiera ver a los chicos. Lo típico era que llegaran, y frente al chico angustiado y agresivo lo diagnosticaran como psicosis por SIDA y al deprimido moribundo como demencia por SIDA, recetaran un par de medicaciones y hasta más ver. Estos diagnósticos irreversibles descartaban el beneficio de toda intervención terapéutica y, como frecuentemente las intervenciones necesarias hubieran sido monumentales -dadas las condiciones familiares, sociales y financieras de estos chicos-, empezar a discutir desde si valía la pena siquiera ir a verlos hacía la tarea imposible. Sin ignorar que muy poca gente en salud allí -y menos a nivel poblacional- considera que haya algún beneficio en la terapia y la gran mayoría está convencida que todo se maneja desde la voluntad. Como la llegada al psicoanálisis es extremadamente rara y difícil en EEUU, toda persona que tenga un interés en analizarse o llevar a su hijo a terapia tiene enormes chances de terminar en el consultorio de una trabajadora social que aplica un abordaje conductista a todo problema. Siempre recuerdo cuando empecé a hacer pediatría en Michigan, y en la clínica ambulatoria vimos una chica que tenía una parálisis histérica. Yo estaba fascinado y llamé al supervisor muy entusiasmado. Casi me desmayo cuando el supervisor mandó llamar al kinesiólogo. Le dije, entonces, ¿cuál sería el plan si el síntoma se trasladaba a otro lado? Textualmente le dije: -«¿Y si mañana amanece ciega?» Y el hombre me miró sonriente y me dijo: -«Pues irá al oculista».

J.I.: En relación con lo anterior, ¿qué espera esa cultura de un niño en cuanto a su comportamiento y desenvolvimiento? ¿Para qué se supone que se prepara a una persona?

F.P.: Del chico se espera disciplina en la sociedad y éxito profesional y económico en lo familiar. Pero uno de los principales problemas de EEUU es la inmensa y desoladora soledad en la que vive todo el mundo. Yo he estado vinculado con cuatro personas que terminaron suicidándose o intentándolo, cuando jamás había visto una en veinticinco años en Argentina. El problema -refiriéndome a la carta de La Nación- no es sólo que la abuela venga a la reunión desde la otra punta del país por única vez en el año en la noche de Navidad, sino que a la abuela tampoco le importa. Yo tengo un compañero de trabajo muy bueno que contrajo paludismo en uno de nuestros viajes al África. Llegó al hospital casi moribundo y para la primera noche las cosas se veían aún peores. Sólo tres personas -incluyéndome a mí y a un guatemalteco- fuimos a acompañar a la esposa a la terapia intensiva. Nuestra jefa de entonces, que lo había mandado personalmente a Zambia, estaba muy ocupada en su oficina y no pudo cruzar al otro edificio donde estaba la terapia -eso que es monstruoso para nosotros es normal allí. Entonces a la noche yo me acerqué a la esposa -que también es infectóloga y sabía muy bien la situación que estábamos viviendo- y le sugerí que llamara a los padres de mi compañero. Ella me miró fijo y me dijo: «Yo sé muy bien lo que pasa, pero hoy es el día que sus padres comparten con la hermana mayor. Por lo tanto debo ser respetuosa de esto y de ninguna manera voy a entrometerme llamando para avisarles nada. Si pasa algo, ya vendrán mañana». Decime si te quedan ganas de enfermarte. El norteamericano se realiza esencialmente a partir de sus logros laborales. Estos se reflejan luego en adquisiciones materiales, prestigio social y confort. Esto a mi no me parece mal aunque como todo es muy superficial, todos están muy, pero muy solos. Un amigo mío los llama «los reyes tristes«. El americano medio educado cree absolutamente en la palabra hablada. Lo que intento decir es que si una persona hierve de odio contra otra, pero consigue decirle «I love you«, ambos creen que ese amor existe. Esto se liga a lo que llaman «transformational vocabulary«. Este es un tema fascinante donde enseñan a los profesionales y ejecutivos a reemplazar ciertas palabras por otras «menos malas». Por ejemplo, uno nunca está enojado sino perturbado. Enojado es malo. Uno nunca está disgustado sino confundido. Disgustado también es malo. Con una actitud positiva se arregla todo. Mi hermano es odontólogo en Washington DC, y nos revolcábamos de risa leyendo las instrucciones escritas que le daba el «motivador profesional» del trabajo. El problema era que todos los otros dentistas del trabajo se lo creían, o hacían como si se lo creyeran. Por lo que en el trabajo no había lugar para reírse. En estas sesiones confesionales entre odontólogos, algún director testimoniaba sus culpas y luego todos cantaban una canción que aún recuerdo de memoria. «Me levanto a la mañana con el sol en mi cara. Mis necesidades son metafóricas y el mundo es un lugar feliz«. El que no se rió tanto era mi hermano, cuando estaba inmerso en esa dinámica absurda y necesitaba el trabajo porque recién llegaba a la ciudad. Estos motivadores son los psicoanalistas de los ejecutivos exitosos de EEUU. Creo que no hace falta decir más.

J.I.: Una cuestión en relación con la incomodidad de escuchar al otro, que has mencionado en tu nota. Parecería por tus palabras existir un rechazo profundo del malestar del prójimo, malestar que sería necesario eliminar o desterrar del contacto intersubjetivo. ¿Los fármacos supuestamente ayudarían a eso, despersonalizando o tercerizando la relación al malestar y desalojándolo de las relaciones entre las personas?

F.P.: Fuera de las hordas de chicos en Ritalina -supuestamente por el ADD, pero miles de veces por problemas familiares, maestras neuróticas, conflictos escolares, neurólogo medicador, o vaya uno a saber por qué- yo no sé decir quién entre los adultos recibe fármacos o cuántos lo hacen. Pero esto que yo decía parte de una característica muy arraigada en EEUU. Personalmente creo que EEUU es un país cien por ciento protestante. Los judíos son protestantes, los católicos también lo son. Hasta la segunda generación de orientales se vuelve protestante y quienes más sed tienen de aceptación lo hacen antes que nadie, sin importar su origen. Y el protestantismo es muy, pero muy severo. No tiene el margen de las otras religiones y tiene una profunda raigambre moralista. En el protestantismo no se juega ni se jode, y por lo tanto en EEUU tampoco. He demorado diez años en aprenderlo. En este sentido, toda expresión de subjetividad es muy incómoda. No se discute casi nunca política, no se discute de nada personal, no se pregunta nada familiar. Levantar la voz es antihigiénico. El contacto físico es muy temido. De hecho, los chicos argentinos suelen recibir un diagnóstico conductista de sensorios, o sea chicos que necesitan mucho estímulo táctil dado que abrazan a sus compañeros, a sus padres y hasta a veces a las maestras. Pero no hay que temer. Eso se trata. Hay que comprar un cepillo de pelo grueso y cepillar en sentido longitudinal las piernas. Así que quien quiera estar a la vanguardia de la ciencia psíquica, vaya por su cepillo. Igualmente, no es fácil resistir la presión escolar de «cepillar» a tus chicos, ya que de negarte a hacerlo con la estúpida excusa de que «nosotros en Argentina nos abrazamos mucho», te encontrás con el subtexto que dice: «¿Y a mí qué me importa? Acá tu hijo es un sensorio, y si no querés problemas con nosotros en la escuela comprate el cepillo, inadaptado».

J.I.: Por último, ¿te podría preguntar si te has analizado aquí en Argentina? Si es así, ¿cuál ha sido tu experiencia en tanto analizante o paciente? ¿Te ha ayudado en un sentido concreto el análisis?

F.P.: Sin duda alguna el análisis actual en Argentina me ha ayudado mucho -yo viajo muchísimo ida y vuelta por motivos de trabajo- y en EE.UU. me mantuvo sano. Yo me analicé en Argentina varios años y lo hice en EE.UU. con un psicoanalista argentino al que veía tras manejar sesenta kilómetros los viernes de tarde. Alguien en algún lado, que no esta agarrado de la misma balsa, te tiene que reasegurar que no sos un chiflado y que tus decisiones, por raras que parezcan allí, tienen su lógica. Hay muchísimos chicos argentinos que se analizan desde EE.UU. por teléfono con terapeutas argentinos. Esto es bastante común y a veces mucho más importante desde tan lejos. No te imaginas la cantidad de mails de desconocidos argentinos que viven en EE.UU. que he recibido en estos días contándome brevemente experiencias por el estilo. Yo simplemente estaba laburando y cuando leí esa historia en el diario no pude concentrarme más. Pensaba algo así como que si bien yo había tenido que jugar con esas reglas en su casa, no podía consentir en que alegremente pensaran en imponerlas en la mía. Así que mandé una carta de cuatro páginas que terminó condensada en esas líneas. La ironía, que despertó tanto interés en Argentina, me hubiera generado una condena «moral» en un diario en Baltimore.

(2015)


Fernando Polack
Médico Pediatra Infectólogo, graduado con honores en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1990. Fue Residente de Pediatría en el Hospital Francés de Buenos Aires, Argentina y continuó su formación profesional en los Estados Unidos, donde fue Residente de Pediatría en el William Beaumont Hospital en Michigan y Fellow Post-Doctoral en la División de Infectología Pediátrica de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore, Maryland. Hasta fines de 2008 fue miembro del cuerpo de profesores de los Departamentos de Pediatría, Inmunología y Microbiología Molecular, y Salud Internacional de Johns Hopkins University, Baltimore, Estados Unidos. Actualmente, es Director Científico de la Fundación INFANT y profesor titular del departamento de Pediatría de la Universidad de Vanderbilt (Nashville, Tennesse EEUU).

José Ioskyn
Psicoanalista y escritor. Publicó artículos y ensayos en diversos medios periodísticos y en libros. Autor de Literatura y vacío (Letra Viva, 2013), y El mundo después (Paradiso Ediciones, 2013) Nunca vi el mar (Editorial HDJ, 2014), “Acerca de un imperio” (Ediciones del Dock, 2016); “Manual de jardinería” (Editorial Barnacle, 2016), “Un lugar inalcanzable” (Editorial Griselda García, 2018).

La chispa de un deseo puede cambiar a un sujeto, a una comunidad, a un país

Gustavo Dessal

Entrevista de Pablo E. Chacón


El psicoanálisis ¿cura o sólo es una máquina de producir psicoanalistas?

-El psicoanálisis cura, y es también una máquina de producir psicoanalistas. Podemos decir que el psicoanálisis cura, siempre y cuando pongamos en cuestión lo que eso significa. Freud imaginó su invento como algo capaz de lograr que un sujeto cambiase una existencia miserable por una infelicidad admisible. Jamás consideró que el fin del análisis consistía en curar en el sentido médico del término, devolverle al paciente la salud, puesto que forma parte de la esencia misma del discurso analítico cuestionar de raíz los conceptos de salud, bienestar, adaptación, normalidad, etcétera. Es una de las razones por las que el psicoanálisis se distingue de la psicología. Freud -y Lacan rescató este postulado ético fundamental, que estaba a punto de desaparecer del movimiento psicoanalítico- construyó una teoría de la subjetividad basada en el escepticismo lúcido. No creía en el progreso ni en la superación. No albergaba la más mínima esperanza sobre el ascenso de la razón, y aunque era un hijo de la Ilustración, se encargó de subvertir todos sus valores. La forma en la que concibió la cura se nutrió de esa posición. La curación analítica es el resultado de una experiencia, una experiencia en la que la elaboración de saber no es un simple medio para lograr un fin, sino que es ya un fin en sí mismo. Conocer algo sobre nuestro inconsciente, desprendernos de la ingenuidad que nos hace creer que nuestro malestar depende de condiciones que son ajenas a nosotros mismos, asumir la responsabilidad de al menos una parte del sufrimiento que padecemos, forma parte de la cura. El psicoanálisis no promueve la idea de que al final del camino nos espera la felicidad o la armonía, sino un modo diferente de habitar el desamparo, la soledad y la infelicidad de la condición humana. Una manera menos tonta. Por supuesto, quiero dejar bien claro que esto no está reñido con el hecho de que un psicoanálisis debe aportar efectos terapéuticos que se traduzcan en un alivio sustancial a muchos de los síntomas que traban la vida de una persona. Pero partiendo de la base de que jamás alcanzaremos un equilibrio que no sólo es imposible por definición (el conflicto es ineliminable) sino que supondría la disolución de lo que hace de un sujeto algo único, irrepetible. Y, como decía al principio, el psicoanálisis es también una máquina de fabricar psicoanalistas. Es, por así decirlo, la parte fundamental del proceso de producción. El psicoanálisis sólo perdura en tanto existen analistas. Es una praxis, y no una filosofía, por lo tanto requiere practicantes que deben formarse en el diván, además de cultivar los textos de su disciplina (en lo posible de algunas otras también). El éxito del psicoanálisis, es, por encima de todo, su supervivencia, lograda a partir de que continúa fabricando psicoanalistas, psicoanalistas que deben -ellos sí- curarse definitivamente de algo: del deseo de curar.

Se habla del estadio del espejo. ¿Cómo pensar ese estadio en los niños ciegos?

-A pesar de la importancia que Lacan le dio a la dimensión visual en sus primeras formulaciones sobre el estadio del espejo, hay que tener en cuenta que la constitución de la imagen del yo no es una experiencia empírica, puramente escópica. El espejo no es necesariamente un espejo real. Tengamos en cuenta que existen culturas que durante siglos no han tenido recursos ni técnicos ni naturales para observar el reflejo de su imagen. Ni en un ojo de agua, ni en un trozo de vidrio. Por otra parte, sujetos que ven perfectamente pueden padecer graves trastornos del yo y de su imagen corporal. El estadio del espejo es una fase que debe asegurar el modo en que lo imaginario se asienta en el sujeto humano, pero depende de una serie compleja de elementos. La vivencia de una imagen unificada del cuerpo requiere la intervención fundamental de la mirada, pero no tanto la del sujeto mismo, sino la del Otro, encarnada en particular por la madre, si tenemos en cuenta que la madre es para el psicoanálisis una función, y no una entidad biológica. Incluso un ciego puede tener la experiencia de sentirse mirado. La mirada es algo que se percibe en las palabras del Otro, en lo que dice y lo que no dice, en el lugar que su discurso nos ha reservado. En ese sentido, el valor que nuestro inconsciente percibe en el deseo de ese Otro primordial está interviniendo de forma radical, y entre otras cosas determina la constitución más fallida o lograda de la imagen del yo que, insisto, no se reduce a la captación visual de nuestro reflejo. De todos modos, lo dicho no invalida que los ciegos de nacimiento manifiestan en su mayoría trastornos importantes en el nivel de lo imaginario.

En la conferencia que dio Jacques-Alain Miller al cierre del congreso en Buenos Aires (y que abre esta compilación), dice que a Lacan, «la pasión por el nudo borromeo, le sirvió para llegar a esa zona irremediable de la existencia, la misma zona que Edipo en Colona, donde se presenta la ausencia absoluta de caridad, de fraternidad, la ausencia de cualquier sentimiento humano.» Una frase como ésta, ¿no daría lugar a ficciones distópicas, o apocalípticas? ¿Estamos viviendo en ese mundo?

-Para Lacan, la referencia a Edipo en Colona, que encontramos en su seminario 7, La ética del psicoanálisis, tiene un propósito muy específico. No es el Edipo de Tebas, en el que Freud se inspiró. Es una obra en la que vemos a Edipo luego de que se le revelase la verdad. Ciego, desamparado, vaga a tientas por el mundo.

Edipo y Antígona exiliados de Tebas / E. Ernest Hillemacher, 1843,

Es la metáfora de alguien que, habiendo franqueado todas las barreras (ha cometido parricidio e incesto), entra en una zona en la que ya no hay nada. ¿Por qué Lacan se interesa en esto? Por supuesto, no se trata de que el analizante deba ser empujado a llevarse por delante los límites de la civilización, sino que, de manera estrictamente simbólica, y sólo en el caso de que esté dispuesto a ello (un análisis solo prosigue hasta el extremo en que el analizante lo desea, o lo admite, o lo soporta) puede hacer la experiencia de alcanzar el fundamento mismo de su existencia: algo que carece de todo amparo, una soledad inaugural que no conoce atenuantes. Pero desde luego, el análisis no se detiene allí. No es una experiencia nihilista. Todo lo contrario. Atravesar esa zona tiene como función el despojarnos de las falsas ilusiones, de los espejismos de los ideales, y prepararnos para una nueva forma de apertura al mundo, un poco más advertidos de que existe algo que se llama lo real, lo que no se anuncia, ni se previene, ni se pronostica. En la actualidad, existen dos grandes modos de tratar lo real: el modo que impone la ciencia, consistente en imaginar que lo real puede ser reducido por completo, que puede llegar incluso a eliminarse de la vida (la muerte, la enfermedad, lo imprevisible, la locura, y todas las formas de encuentros fallidos que podamos poner en una lista), lo cual conduce al retorno de lo peor, es decir, de un mundo en el que el deseo absoluto del bien universal provoca efectos iatrogénicos monstruosos, y por otro lado ciertos autores que predican el apocalipsis, la idea de que la metáfora bíblica de Sodoma y Gomorra ya se ha realizado. Vivimos en un mundo que ha cambiado, pero creo que es un error tanto el ignorarlo como el suponer que nada ha quedado en pie. No comparto la idea de que caminamos hacia lo peor. Quiero decir que no comparto la idea de que eso sea algo nuevo. Siempre hemos caminado hacia lo peor (en definitiva es eso a lo que Freud llama la pulsión de muerte), pero no debemos desechar que existe otra cosa, algo que si bien no detiene eso por completo, al menos puede atemperar sus efectos: Eros. Supongo que a algunos les parecerá un término en desuso, pero yo no lo considero así. No me refiero a la creencia ingenua en el poder del amor, como en la época del flower power (que tuvo tanta dignidad como el Mayo del 68), sino a que el psicoanálisis no es una filosofía del pesimismo sin más. El psicoanálisis promueve el deseo, algo que está del lado de la vida. Y el deseo puede llegar a ser un arma increíblemente poderosa. La chispa de un deseo puede cambiar a un sujeto, a una comunidad, a un país, incluso a una era.

Uno de los apartados (del libro Un real para el siglo XXI) es sobre pornografía. ¿Qué es la pornografía para el psicoanálisis de orientación lacaniana en la época de la agitación de lo real?

-No tengo una reflexión al respecto, e ignoro si en el psicoanálisis de orientación lacaniana hay una elaboración importante sobre este tema, que la invención de Internet ha multiplicado de forma exponencial. Tampoco estoy seguro que hoy en día la pornografía cumpla un papel muy distinto al de antaño. Ha ido conquistando el mismo terreno que tantas otras cuestiones relacionadas con la sexualidad, y con el modo en que una sociedad admite determinadas prácticas. La tolerancia hacia la degradación es cada vez mayor. Lo vemos a diario en los medios, en los que la obscenidad ya casi no asombra a nadie. La pornografía es la demostración de que el deseo es en esencia perverso, en especial el deseo masculino. La imagen, y su tratamiento moderno gracias a las tecnologías de la red, la puso al alcance de cualquiera. Todo el que quiera puede buscar la forma de soñar con el goce que no existe. Antes no era fácil acceder a las fuentes de pornografía, hoy en cambio lo es. Lo que indudablemente tiene sus efectos en la clínica, o mejor dicho, en la forma en que la pornografía invade la vida cotidiana de la gente. Ya no es necesario que tu mujer te descubra en la cama con otra. Le basta con meterse en tu ordenador y ver las páginas que has visitado. Los pacientes hablan todo el tiempo de esos avatares. Pero no diría que el mundo está a punto de estallar por ese motivo.

Las toxicomanías, ¿pueden pensarse como una nueva religión?, ¿cómo sería eso?

-No lo creo. El uso del tóxico ha variado mucho en las últimas décadas. Timothy Leary intentó fundar una religión con el LSD, y en cierto modo consiguió un número nada despreciable de adeptos. Una religión supone un lazo social, es un lazo social, sin ninguna duda. Y en ese sentido, los 60 y 70 representaron un intento de crear una suerte de religión en la que las drogas eran un medio para generar un sentimiento de lo común. Pero actualmente las drogas son la antítesis del lazo social. El toxicómano se entrega a un goce solitario, un goce que no está sostenido por ningún discurso ideológico. Se trata o bien de encontrar una satisfacción singular, que no se inscribe en el dominio del relato de la subjetividad, o es una defensa contra el goce invasivo de la psicosis. Las toxicomanías constituyen un síndrome muy complejo, que no admite una definición común. Existen sujetos que consumen sustancias o -si se admite la extensión del término- son adictos a ciertos comportamientos. Pero no creo que ninguno de ellos esté particularmente interesado en convertir ese rasgo en el componente de una religión

¿Por qué el speed dating es importante al punto de tener un apartado propio en este libro?

-Desconozco la razón por la cual los responsables de este libro incluyeron esta nueva práctica. Supongo que, con toda razón, se trata de mostrar el surgimiento de fenómenos que muestran una variación de las costumbres eróticas y amatorias, producida entre otras cosas por el cambio actual de paradigma. La licuefacción del amor apuntada por Zygmunt Bauman fue el punto de partida para reflexionar sobre nuevas formas en las que los sujetos organizan y sustentan el lazo social. En una sociedad en la que nada es ya muy duradero -ni un trabajo, ni la permanencia en un mismo lugar geográfico, ni la vida en común, ni la unidad familiar-, es lógico que la vida sexual también se vea afectada. Las personas tienen cada día más el sentimiento de que deben adaptarse a una nueva forma de vida, en la que deben abandonar la expectativa de una continuidad, una solidez, una duración. Quien no se adapta a lo efímero, corre el riesgo de quedar excluido. Desde luego, todavía lo líquido convive con ciertos restos sólidos, pero es evidente que avanzamos en esa dirección. No se puede perder ni un minuto, y el speed dating es una fórmula adecuada para la gente que le da al amor el tiempo justo para una agenda en perpetuo cambio, y que además se resiste a renunciar a lo que considera como su realización personal. La vida se configura como un enjambre de unos solos, como pensaba Lacan sobre el inconsciente al final de su enseñanza. Pero todavía existe el slow dating, aquellos que confían en la existencia de la relación sexual, y se esfuerzan por inscribirla mediante los usos clásicos, tradicionales. De momento, sostengo que la modernidad no ha logrado aún el reinado absoluto del cinismo. Tal vez lleguemos a eso, no lo descarto. Pero los psicoanalistas tenemos que cuidarnos de no ceder a la tentación de gozar del fantasma del apocalipsis.

(2014)


Fuente: Télam