Encuentro y silencio

Por Jorge Forbes

El mejor relato de un análisis con Jacques Lacan fue hecho por Pierre Rey. Se llama «Una temporada con Lacan«, una temporada que duró diez años. Pierre Rey era periodista y escritor. Nació en el sur de Francia, en 1930, y murió en julio de 2006, a los setenta y seis años de edad, de cáncer, en París. Quien no lo conoce, tal vez se acuerde de un film famoso sobre Onassis, interpretado por Anthony Quinn y Jacqueline Bisset -«El magnate griego» de 1978-, film que fue inspirado en uno de sus mayores éxitos literarios: El griego.

Desde que leí su libro sobre Lacan, en 1989, cuando fue lanzado, quedé con curiosidad de conocer a su autor, y, al mismo tiempo, a su personaje. Eso finalmente ocurrió por azar. Yo almorzaba un día en París con un amigo, Antoine Gallimard, editor de Rey, cuando nos encontramos y fuimos presentados. Mi interés por conversar con él era comprensible, no tanto lo opuesto; quizás fue el hecho de encontrarse con un brasilero que había ido a Francia a formarse en la Escuela de su analista, que era amigo de su editor, no sé, el hecho es que la conversación se lanzó fácilmente y desde aquél día nos volvimos progresivamente grandes amigos a pesar, también, de la diferencia de edad y de las experiencias de vida, lo que nunca, sin embargo, fue resaltado en nuestras innumerables conversaciones. Como dice François Leguil, un amigo psicoanalista que presenté a Pierre, lo mágico de conversar con él consistía en que en poco tiempo él te hacía sentir la persona más interesante del mundo. Todos sabían que sus amigos más próximos eran Picasso, Dalí, Anouk Aimée, Michel Legrand, y por ahí seguía la lista. Hacer parte de esa serie, decía Leguil, aún sólo por un momento, no dejaba de ser bueno. La generosidad afectiva de Pierre Rey era increíble. Él era una lección de amistad.
Ya desde 2004 se notaba una caída física impresionante en Pierre que, a pesar de la edad y contrariando los hábitos sedentarios de los escritores, era un deportista aplicado, lo que le confería un aire más joven y una disposición envidiable. Preguntado, él siempre negaba cualquier enfermedad, disfrazando siempre que podía su dificultad para comer con las disculpas más diversas.
Fue cerca de junio de 2006, la última vez que vi a mi amigo. Estaba hacía una semana en París, y no conseguía encontrarlo; cada vez, surgía un impedimento de última hora. Finalmente, yendo al aeropuerto a tomar el avión de vuelta para Sao Paulo, manejando un auto alquilado, consigo hablarle al teléfono. Su voz susurrante mal me dejó entender la terrible frase: «Je souffre». De pronto le dije: «Ah, ¡no! Voy a sentir tu falta», a lo que él contestó bien a su estilo: «Y yo ya estoy sintiendo la tuya.»
Ahí, le pedí que esperase al menos hasta agosto, cuando yo debería volver, para vernos. Él me respondió que no se iba a dar. Le dije, entonces, que iría a verlo en aquél momento, aún estando a un kilómetro del aeropuerto -era su preocupación -y arriesgando perder el vuelo. Di media vuelta. Él me dijo: «no hagas esa locura». Yo: «Ya la hice». Él, riendo: «Yo habría hecho lo mismo. Sin duda, lo mismo».
Dejé el auto en doble fila en el medio de la Rue du Faubourg Saint Honoré, donde él vivía, y subí corriendo hasta su departamento en la punta del edificio. Me atendió su mujer, que me hizo entrar inmediatamente en su cuarto. Encontré una sombra de lo que él había sido. Hablamos poco -era para él un esfuerzo enorme hablar nos restringimos a las amenidades, futuros no vividos, poco del pasado, nada de la enfermedad, o casi nada para ser más exacto, a no ser de lo incómodo que se sentía en estar en aquélla posición.
Nos despedimos comedidamente, sin mayores expresiones afectivas. Cuando yo ya llegaba al ascensor, lo oigo, con gran esfuerzo, llamarme. Vuelvo y él me pide: «Jorge, como sos un buen psicoanalista (él fue muy gentil con eso), ayudame a interpretar un sueño. En estas últimas tres noches tuve tres sueños importantes. Primero, soñé que corría la maratón. Fue fácil para mí comprenderlo, al final, habiendo hecho gimnasia la vida entera, es normal que yo sueñe en correr una maratón, lejos de la inmovilidad a la que fui reducido. Segundo, ayer, soñé que estaba en un enorme banquete. También es fácil de entender para quien adoraba comer y que fui reducido a estos tubos.»
Yo oía todo con atención, sin decir ninguna palabra. «Ahora, hoy, tuve un tercer sueño que no consigo entender y, además, a diferencia de los otros, me angustió. Yo soñé que estaba en este cuarto y tenía ratas por todas partes, en las paredes, en el techo, debajo de la cama, en la cama». Preocupado, le pregunté en francés, lengua con la que siempre nos comunicábamos: -¿Dijiste ratas? -«Sí», me respondió, des rats (en francés), rats (en inglés), rats par tout«. Respiré hondo y le respondí: «Pierre, ese sueño es tan fácil de ser comprendido como los otros, los rats aluden al Rat Pack, que andan queriendo compañía.» Yo apostaba que Pierre habiendo vivido en Los Ángeles, y siempre en el medio artístico, no podría dejar de saber que Rat Pack es como se intitulaban los amigos Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., y algunos pocos más. Ese inolvidable grupo de talentosos granujas que descolló en Las Vegas y cuyo recuerdo y estampa aún puede verse en celuloide. Pierre cayó en una cómica carcajada, dentro de lo posible, y me dijo: «Yo sabía que vos eras un gran analista y que ibas a entender mi sueño.» Nos despedimos, salí corriendo, tomé el avión.
Un mes después llama el teléfono en mi casa, era el hijo de Pierre, Stéphane, que me dice: «Estoy llamándolo para comunicarle en primer lugar, a pedido de mi padre, que él acaba de morir. Él me pidió que le diga que fue a encontrarse con el Rat Pack. ¿Usted entiende qué rayos él quiso decir con eso?, porque nosotros no entendemos de qué se trata.»
Respondí con media sonrisa de tristeza: «Entiendo».

(2010)


Rat Pack


Fuente (original en portugués): Jorge Forbes
Fuente: Página 12

Ansiolíticos

Ansiolíticos: por qué se toman tanto (y deberían tomarse menos)

Enric Berenguer

Las personas, en todas las épocas y en todas las culturas, han tomado substancias que tienen efectos sobre cómo se sienten. Para “sentirse mejor” o en algunos a1casos experimentar sensaciones novedosas. Alcohol, café, tabaco, etcétera, demuestran lo que es una tendencia muy arraigada: conseguir por la vía rápida esos efectos actuando directamente sobre el cuerpo, en vez de conseguirlos tomando la vida como un conjunto.

No es un problema si se trata de divertirse o estar algo más despierto. Sí lo es cuando se convierte en un sistema de vida, basado en ignorar que los estados de ánimo son efectos de nuestra mayor o menor satisfacción vital, de causas más profundas para estar contento o tranquilo.

Así, cuando la medicina moderna descubrió drogas particularmente eficaces para regular ciertos estados de ánimo, por un lado consiguió una importante contribución al tratamiento de algunos trastornos, en los que esos estados resultan difíciles de controlar y afectan de un modo importante a la capacidad de la persona para hacerles frente, incluso para poder seguir con su vida y actividades. Pero, por otro lado, abrió toda una serie de posibilidades para el mal uso de esos remedios.

Alguna cuenta pendiente

El problema de pastillas como los ansiolíticos es precisamente que son eficaces y consiguen, a menudo, eliminar las sensaciones desagradables que acompañan a la angustia. Y eso, que en principio está muy bien, tiene sus inconvenientes.

Character por AshleyPrix
Character por AshleyPrix

En primer lugar, porque, como dijo Freud, la angustia es una señal, y como tal nos indica que hay alguna cuenta pendiente con nosotros mismos, con una situación vital o decisiones que esperan. Como señal que es, debe ser escuchada y atendida. Ya sólo por este motivo, los ansiolíticos no deberían ser nunca tomados como la solución única y completa a un problema, sino como un apoyo para afrontarlo, recurriendo a quienes nos puedan ayudar a hacerlo consciente y entenderlo mejor.

En segundo lugar, porque acostumbrarse a combatir la angustia sólo con pastillas hace que los recursos propios de la persona para enfrentarse a ella se debiliten (de la misma forma que quien se habitúa a los somníferos acaba perdiendo la capacidad natural para dormirse). Y eso produce una gran dependencia psicológica, además de la física – que también existe y es por sí misma peligrosa.

Pero lo que por nuestra parte destacaremos es que, al abusar de esa muleta para ir por la existencia, la persona, sin darse cuenta, puede volverse cada vez más cobarde, renunciando ya de antemano a enfrentarse a los retos de la vida sin una ayuda química. Este es el otro motivo por el que los ansiolíticos nunca deben tomarse confundiéndolos con una panacea y sin contar con el apoyo de un tratamiento que ayude a desarrollar las propias formas de sobreponerse a la angustia, que es un sentimiento existencial aunque sus manifestaciones sean en buena parte corporales.

Hay que escuchar el mensaje que la angustia contiene, no acallarlo del todo.

(2016)

Fuente: La Vanguardia

 

El psicoanálisis y lo femenino: Freud, misógino contrariado

Miquel Bassols: “Freud era un misógino contrariado, pero se dejó enseñar por las mujeres”

Entrevista de Ángela Molina

-¿Tuvo el psicoanálisis un momento iniciático, un big bang?
Nació a finales del siglo XIX del encuentro de Freud con algunas mujeres que sufrían de síntomas histéricos. La inventora fue una mujer que le dijo a Freud: “Calle un poco, escuche lo que me hace sufrir y no puedo decir en otra parte”.

-Esto explicaría la supuesta misoginia del austriaco cuando afirma: “La mujer es un hombre incompleto” o “La mujer tiene envidia del pene.”
Freud, fruto de su tiempo, era un misógino contrariado, así como hablamos de un zurdo contrariado. A la vez, se dejó enseñar por las mujeres. Le dio la palabra a la mujer reprimida por la época victoriana y planteó la pregunta: ¿qué quiere una mujer?, más allá de las convenciones del momento. Terminó admitiendo que la sexualidad femenina era un “continente negro” cuya topografía desconocía. En todo caso, no quedó satisfecho con la respuesta que puede tranquilizar, hoy incluso, a las buenas conciencias de la igualdad cuando afirman: “No quiere nada distinto que un hombre”. Toda reivindicación de igualdad debe tener en cuenta la asimetría radical que existe entre los sexos, incluso la imposible reciprocidad cuando se trata de sus formas de gozar, del goce sexual en primer lugar. Freud fue el primero que intentó elaborar una teoría de esta asimetría, una teoría que han seguido varias corrientes feministas. El goce femenino sigue siendo hoy rechazado, segregado de múltiples formas.

-¿Se refiere a la violencia machista?
Por ejemplo. La violencia contra las mujeres es una verdadera epidemia de nuestro tiempo. Se es misógino de una manera similar a la que se es racista, por un rechazo de la alteridad, de otras formas de gozar que nos parecen extrañas y que intentamos reducir a una sola forma homogénea y globalizada. Y de esta nueva misoginia no se sale tan fácilmente. Cualquier empresa educativa parece aquí destinada al fracaso. El inconsciente, esa alteridad radical que produce sueños, lapsus, actos fallidos, síntomas, está claramente del lado femenino. Y es a este inconsciente al que debemos saber escuchar en este siglo de identidades, amores y fronteras líquidas.

-Dos frases más, esta vez de Lacan: “La mujer no existe” y “La mujer es el síntoma del hombre.”
La primera implica que cada mujer debe inventarse a sí misma, que no hay identificación posible con un modelo, menos todavía con el modelo de la madre. La lógica fálica, la que suele caer del lado masculino, quiere que un vaso sea un vaso y una mujer sea una mujer, siempre según un concepto previo. Pero precisamente la feminidad es lo que hace que algo pueda ser siempre otra cosa distinta de lo que parece. Es conocido aquel malentendido de un hombre que le dice a una mujer: “Te querré toda la vida”. Y ella le responde: “Me contentaría con que me quisieras cada día, uno por uno”. Y podríamos añadir: “Y que cada día sea de un modo distinto”. Si de algo sufre el amor es de la locura fálica que supone querer el Todo sin soportar la alteridad, hasta querer aniquilarla con el famoso “la maté porque era mía”. No, no era tuya, era siempre otra, incluso Otra para sí misma.

-¿Cuándo surgió su interés por el psicoanálisis?
Tuve una crisis de angustia a los 16 años, una caída en el abismo, ninguna identificación me servía. Quería saber pero no sabía qué quería, y los ideales familiares eran una contradicción imposible de resolver. Acudí a un analista y empecé a descifrar el jeroglífico en el que me había convertido. Ahora sigo descifrando jeroglíficos trabajando con otros, en esa especie de comunidad de los que no tienen comunidad y que es la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), fundada por Jacques-Alain Miller. A nivel institucional la llamamos Escuela, un concepto más cercano al de la antigüedad griega que a lo que hoy se puede entender como una escuela universitaria o un colegio profesional. Lacan la definió como una base de operaciones contra el malestar en la civilización.

-¿Qué hace un presidente de la AMP?
Ser el agente provocador de una comunidad internacional de casi 2.000 miembros que sigue la enseñanza de Lacan, algo parecido a una ONG. De hecho, lo es formalmente, reconocida por la ONU como institución consultora.

-¿Cuáles son los problemas más comunes a los que se enfrenta en su consulta?
Problemas con el amor, el miedo a la muerte, la tristeza y el abandono ante el deseo de hacer algo en la vida. Muchas personas ven la felicidad como algo que hay que alcanzar a toda costa y ese imperativo puede llegar a ser tan feroz como otras morales que hoy denostamos por reaccionarias. Es por eso también que la felicidad se ha convertido en un factor de la política, y esta no sabe ya cómo responder a ese imperativo. Se terminó la época en que la política, también la política de la salud mental, daba respuestas a la pregunta de los pacientes por el sentido de la vida con recetas inmediatas. El goce es adictivo y las promesas de goce ilimitado dejan al sujeto profundamente desorientado. Lo vemos en las mil y una adicciones que empujan hoy a las personas al límite de la muerte, también en el propio campo de la sexualidad. El deseo, tal como lo entiende el psicoanálisis y también cierta tradición ética, es el mejor límite al goce de la pulsión de muerte. “Desea y vivirás”, decía Ramon Llull.

-La religión nos pide renunciar ahora a un goce para obtener uno mayor… en el paraíso.
Sí, es otra forma de alimentar ese feroz imperativo, pero en diferido, por decirlo así. El propio imperativo de goce se nutre de las renuncias a la satisfacción que la civilización exige a cada sujeto, pero prometiéndole una satisfacción mayor. Es también la maquinaria infernal del yihadismo.

-El psicoanálisis dice: Dios es inconsciente. ¿Cómo trata a la religión y al ateísmo?
Dios es tal vez la palabra que ha tenido y sigue teniendo más poder en la humanidad. Se sigue masacrando en su nombre, aunque se hagan también en su nombre las acciones más piadosas. El sentido religioso es viral, se extiende y se cuela por todas partes. No es tan fácil ser ateo, a no ser bajo la forma buñuelesca del “Soy ateo, gracias a Dios”. Lea a alguien tan decididamente ateo como parece ser Stephen Hawking y puedo indicarle párrafos en los que el buen Dios, ya sea el de Newton o el de Einstein, se sigue colando inevitablemente por algunos agujeros de su universo. No es nada fácil tampoco exorcizar a Dios de la ciencia. Sí, Lacan afirmó que Dios es inconsciente, aunque nunca dijo que Dios fuera el inconsciente, lo que sería no sólo delirante, sino también entrar de lleno en una nueva religión. El psicoanálisis trata a la religión como una neurosis colectiva y a la neurosis como una religión privada, aunque no siempre como la peor ni la más insidiosa.

-Las sombras de Freud y Lacan recorren muchas de las disciplinas del siglo XX hasta hoy. ¿Tiene el psicoanálisis el estatuto de ciencia?
No en las condiciones actuales que se requieren de una disciplina para que sea considerada ciencia: que sus resultados sean reproducibles experimentalmente y falsables en todos los casos. Pero, según este criterio, tampoco es una ciencia la pedagogía o la política, y estamos cada día en manos de sus más nobles agentes. El mundo psi trata de lo más singular e irrepetible de cada ser humano y está siempre a la espera de ser considerado ciencia. El psicoanálisis es hijo de la ciencia, no podría entenderse sin ella, pero le plantea objeciones de principio cuando se trata del sufrimiento humano, nunca reproducible experimentalmente.

-¿Puede el arte ser un buen sustituto?
El arte puede producir en algunos casos, y por otros caminos, resultados tan eficaces como un psicoanálisis. Es, por ejemplo, lo que Lacan encontró en James Joyce, que sorteó el precipicio de la locura con una obra que sigue dando trabajo a una multitud de lectores y estudiosos. Acabo de venir de Cuenca, donde he podido volver a ver, después de varios años, las obras de una generación de artistas que me impresionó, el grupo El Paso. Antonio Saura hablaba, por ejemplo, de “fijar las capturas del inconsciente” con su obra, y responde a la psiquiatría de su época, en una interesante carta al doctor López Ibor, contra el cientificismo y la ideología normalizadora que ya invadía al mundo psi. Los síntomas tienen un sentido y es trabajando sobre él como conseguimos verdaderas transformaciones. En esta vía, el artista siempre nos lleva la delantera.

-¿Cómo aplicarlo al gran malestar del sujeto contemporáneo, la soledad?
Hay distintas soledades. El gran dramaturgo Eugène Ionesco decía que no es de soledad de lo que sufrimos, sino de falta de soledad. El sentimiento de abandono que a veces llamamos soledad es en realidad encontrarse con la peor compañía en uno mismo. Hace poco tuve oportunidad de comentar en unas jornadas con mis colegas de Argentina el testimonio que recogieron de una monja de clausura. Ella distinguía muy bien la soledad como un medio hacia otra soledad a la que sólo podía acceder atravesando la primera para encontrarse a solas con el Otro. Ella lo llamaba Dios, pero costaba poco entender ese Otro como una forma de su propio goce más ignorado por ella misma.

-Frente a la cada vez mayor tendencia de la psiquiatría a dar medicamentos, el psicoanálisis propone el deseo de saber como sanación. La palabra como medicina.
Sí, sin excluir el recurso a la medicación cuando sea necesaria. El psicoanálisis es un método terapéutico basado en el único instrumento del poder de la palabra, pero utilizado fuera de los efectos de coacción o de pura sugestión propios de otras prácticas. Vivimos en una sociedad profundamente medicalizada, pero el llamado efecto placebo sigue siendo el enigma inexplicado. Como saben muy bien los médicos desde hace siglos, muchas veces la mejor medicina es el propio médico, sus palabras y su modo de escuchar al paciente.

-¿Sirve de algo en la política del día a día?
El psicoanálisis no es una disciplina apolítica, nunca lo ha sido, ha sido perseguido y excluido bajo regímenes autoritarios. Reivindica la libertad de palabra como condición irrenunciable del sujeto. Y eso también en contra de algunas tradiciones psicológicas para quienes esta libertad no ha sido siempre defendida. “La libertad es un lujo, un riesgo, que la sociedad no puede permitirse”, decía B. F. Skinner, padre del conductismo. Frente a eso, cabría recordar las palabras del mejor lector de Lacan, Jacques-Alain Miller: “La insurrección vigilante, perpetua, de Lacan hacía ver por contraste hasta qué punto a cada momento nos resignamos, hasta qué punto somos borreguiles”.

-¿Qué diría el psicoanálisis del conflicto de identidades entre España y Cataluña?
Parece la historia de un amor imposible y fatal, al estilo Almodóvar; un conflicto de identidades que no encuentra reconocimiento mutuo, pero es que la propia noción de identidad ha entrado en crisis en nuestras sociedades. Ya no hay identidades verdaderas, identidades únicas de grupo, como no las hay tampoco en una sola persona. El buen padre clásico parecía dar esa identidad con su Ley, pero ya ve lo que ocurre hoy con los padres de la patria. Es un signo del declive de la función del padre, y que nosotros verificamos cada día en el diván. Frente a esto, el recurso único que el Estado español hace a la ley jurídica no resuelve la situación, más bien la agrava. El número de independentistas se ha triplicado en esta última década. Era previsible este reforzamiento de una voluntad de ser que pide ser reconocida de manera creciente como un sujeto de hecho. Imposible ignorarlo ya. Ha faltado el diálogo.

-Estamos acostumbrados a ver caricaturizada su disciplina, por ejemplo en las películas de Woody Allen.
¡Pero la vida real es mucho más caricaturesca todavía! Los psicoanalistas tratamos en el diván con esos fantasmas que vemos en la pantalla, están a la vista de todos, pero permanecen indescifrados para cada uno. Descifrarlos ayuda a soportar el sinsentido de la vida, esa necesaria imperfección con la que Billy Wilder terminó magistralmente su película Con faldas y a lo loco: “Nadie es perfecto”. Me parece una sabia ironía.

 

-¿Contempla el psicoanálisis ese mundo Otro, el de los alienígenas?
Si me permite una mala noticia, o buena según se mire, ¡los extraterrestres ya están aquí! ¿Por qué no? Todo depende, de nuevo, de lo que entendamos por vida, y también por vida extraterrestre. La ciencia-ficción siempre ha imaginado lo extraterrestre a imagen y semejanza de lo terrestre, solo que un poco diferente. Cuando en realidad el primer alien con el que nos las tenemos que ver es nuestro propio inconsciente.


Fuente: El País

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Debido a cierta polémica generada alrededor del título de la entrevista, Miquel Bassols escribió un artículo en su blog personal, en el que se explaya acerca de su expresión y la fundamenta.

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“Freud, misógino contrariado”

La expresión ha causado cierta extrañeza en algunos. ¡Cómo es posible! ¿Un psicoanalista tachando a Freud, el padre del psicoanálisis, de misógino? ¿Sabrá lo que esta palabra invoca de los más oscuros resentimientos? ¿No está tal vez al tanto de la agria polémica que el tema ha suscitado ya demasiadas veces, desde las filas del feminismo hasta los detractores más acérrimos de su propia disciplina? ¿No conoce el debate que ha tenido lugar, no hace tanto, en el país vecino entre el filósofo académico y la historiadora oficial, el uno para denostar a Freud, la otra para salvarlo de la ignominia? ¿Por quién toma partido entonces?

De hecho, toma partido por Freud, si se lee su obra como conviene a partir de la enseñanza de Jacques Lacan.

Veamos primero el contexto de la expresión que ha sido bien pescada, aunque acortada por la redacción —no por la  periodista— de El País Semanal para el titular de la entrevista en la que el psicoanalista sostiene lo siguiente: “Freud, fruto de su tiempo, era un misógino contrariado, así como hablamos de un zurdo contrariado. A la vez, se dejó enseñar por las mujeres. Le dio la palabra a la mujer reprimida por la época victoriana y planteó la pregunta: ¿qué quiere una mujer? más allá de las convenciones del momento.” Más adelante habla de una “nueva misoginia de la que no se sale tan fácilmente”, una misoginia más sutil que puede recubrirse incluso con la reivindicación justificada de la igualdad de género, una igualdad que puede rechazar sin embargo la alteridad del goce en la que se funda la diferencia de los sexos.

La paradoja está servida: zurdo o diestro, contrariado o no, ¿cómo un misógino puede dejarse enseñar por las mujeres? ¿y para aprender qué? La paradoja es inherente al discurso del psicoanálisis, pero es sobre todo porque se encuentra ya formulada, y por primera vez, en la propia obra freudiana.

Es el Freud de “Análisis finito e infinito” quien habla del “repudio de la feminidad” como la roca dura contra la que choca cada análisis en su final, ya  sea el análisis de un hombre o el de una mujer. Parece sin duda que Freud considera la misoginia como un hecho estructural, como una posición primera de defensa ante el goce, como el límite con el que se confrontará inevitablemente, vaya por el camino que vaya, cada análisis.

En realidad, existe esta premisa en la obra freudiana que salta a la vista desde el principio: todos los hombres son misóginos, todos los hombres rechazan, desprecian y minusvaloran a la mujer a partir del descubrimiento de la diferencia de los sexos, de la castración del Otro para tomar la expresión lacaniana. Todos los hombres rechazan así la feminidad por estructura. Conviene añadir: y también algunas mujeres. No todas, sin embargo.

Rebobinemos entonces el razonamiento a partir de la premisa para seguir el silogismo:

  1. Freud considera a todos los hombres misóginos.
  2. Freud se considera un hombre. (Aunque no del todo, podría añadir el avispado. Y seguramente no le falta razón: cf. su relación con Fliess y el tema de la homosexualidad).
  3. Ergo: Freud mismo se considera misógino.

Pero no del todo, añadimos nosotros.

Y esa fue precisamente la raíz de su descubrimiento del inconsciente, desde el famoso sueño de la inyección de Irma por ejemplo, donde la garganta sufriente de la mujer interrogó su deseo hasta hacerlo despertar. Pero supo despertar un poco más allá del horror de la castración para escribir el texto que ha hecho que ese deseo sea fundador de un nuevo discurso, el discurso del psicoanalista.

Y es en este punto donde Freud se revela como un “misógino contrariado”, un misógino que sabe que rechaza la feminidad allí donde más lo interroga, donde más lo divide a él como sujeto.

Hará falta que Jacques Lacan interprete un tiempo después la paradoja del deseo de Freud para mostrar lo que le debe a la lógica fálica, la lógica misógina por excelencia, la lógica que quiere que “un vaso sea un vaso, una mujer una mujer”, y no Otra cosa.


Para apoyar nuestro razonamiento, vendrán bien aquí dos referencias de Jacques Lacan al respecto.

La primera se encuentra en su Seminario 4, La relación de objeto, el 6 de  Marzo de 1957: “En algunos momentos Freud adopta en sus escritos un tono singularmente misógino, para quejarse amargamente de la gran dificultad que supone, al menos en determinados sujetos femeninos, sacarlos de una especie de moral, dice, de estar por casa, acompañada de exigencias muy imperiosas en cuanto a las satisfacciones a obtener, por ejemplo, del propio análisis.”[1] Señalemos, sin embargo, que Lacan sitúa este rasgo misógino de Freud en un lugar muy distinto del lugar en el que lo suelen encontrar, falsa evidencia, sus detractores menos lúcidos. No lo encuentra en sus juicios sobre la supuesta inferioridad de la mujer con respecto al hombre sino en su dificultad para soportar la exigencia de una satisfacción que la mujer espera del Otro, una suerte de fijación libidinal al objeto distinto del objeto de amor. Y parece cierto, Freud soportaba mal esta exigencia de satisfacción inmediata en la transferencia de las mujeres en análisis.

La segunda referencia sitúa curiosamente este rasgo misógino de Freud del lado de una lucidez a la hora de escuchar las resonancias del significante con relación a los ideales femeninos de su época. Se trata del comentario sobre el análisis del caso Schreber y se encuentra en el texto de 1958, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis: “[…] el campo de los seres que no saben lo que dicen, de los seres de vacuidad, tales como esos pájaros tocados por el milagro, esos pájaros parlantes, esos vestíbulos del cielo (Vorhöfe des Himmels), en los que la misoginia de Freud detectó al primer vistazo las ocas blancas que eran las muchachas en los ideales de su época, para verlo confirmado por los nombres propios que el sujeto más lejos les da.”[2]

El párrafo, como siempre en Lacan, merecería un buen y denso trabajo de lectura siguiendo la referencia a las ocas blancas, a los pajaritos saltarines de cabeza hueca que charlan sin parar y sin saber lo que dicen, pero que “parecen estar dotados de una sensibilidad natural para la homofonía”[3], para los juegos de palabras. Son las voces que el delirio de Schreber atribuye a los pajaritos, a cuyas almas dará más adelante nombres femeninos, en una operación de lenguaje, entre el humor y la poesía, nada ajena a su propio proceso de conversión en la mujer de Dios, esa mujer que falta a todos los hombres. Estos pajaritos son seres vacuos pero también milagrosos desde el momento en que nos permiten descubrir, como hizo el propio Presidente Schreber en su delirio, las relaciones significantes más poéticas. Para Freud “al leer esta descripción no podemos menos de pensar que con ella se alude a las muchachitas adolescentes, a las cuales se suele calificar, sin la menor galantería, de pasitas o atribuir cabecitas de pájaro y de las que se afirma que sólo deben repetir lo que a otros oyen, descubriendo además su incultura con el empleo equivocado de palabras extranjeras homófonas”[4]. Misoginia fruto de la época, decíamos nosotros. Pues bien, es este rasgo misógino —tan sutil por otra parte— el que, según Lacan, le permitió a Freud detectar enseguida el vínculo entre los ideales de su época, la degradación del objeto femenino, el goce sexual y su relación con la estructura del lenguaje. Nada más y nada menos.

¿Es que habría que ser entonces siempre un poco misógino para atravesar los ideales que cada época promueve sobre la feminidad, sea la época que sea, y adentrarse en aquella zona del goce que el lenguaje no puede simbolizar, sólo evocar con las resonancias del juego del significante?

El psicoanálisis, el lacaniano al menos, encuentra en este rasgo razones para aprender algo de la hoy llamada “feminización del mundo”.

[1] Jacques Lacan, Seminario 4: La relación de objeto, Paidós, Buenos Aires 1994, p. 206.
[2] Jacques Lacan, Escritos, Ed. Siglo XXI, México 1984, p. 543.
[3] D. P. Schreber, Memorias de un Neurópata, Ediciones Petrel, Buenos Aires 1978, p. 210-211.
[4] El comentario de Freud se encuentra en “Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia autobiográficamente descrito”, Obras Completas, tomo IV, Biblioteca Nueva, Madrid 1972, p. 1502-1503.

Fuente: Desescrits


 

Miquel Bassols
Es miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y doctor por el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París 8. Es autor de numerosos ensayos y libros: La interpretación como malentendido(2001), Finales de análisis (2007), Llull con Lacan (Barcelona, 2010), Lecturas de la página en blanco (2010), El caballo del pensamiento (2011) o Tu Yo no es tuyo(2011). Desde 2014 dirige la AMP. Bassols recomienda la lectura Vida de Lacan. Escrita para la opinión ilustrada(Gredos), de Jacques-Alain Miller.

Tu Yo no es tuyo, Miquel Bassols

bassols
Miquel Bassols

En el orden simbólico cuyos cambios estamos experimentando en el presente siglo, esta voz parece resonar cada vez con más fuerza en cada rincón del planeta… y más allá*. Es la época anunciada por Internet y por Facebook, donde las identidades vuelan y cambian de lugar más rápidamente de lo que podría decirse o imaginarse. Es la época de los MUD (multiuser domains), de la multiplicación de avatares —significante también multiuso—, en realidades, o ventanas, diversas. Y la ventana llamada realidad no es necesariamente la que más puede interesarle a este Yo desmultiplicado que goza de la no identidad consigo mismo. Para su ración de goce puede pasarse muy bien de esa llamada realidad, a pesar de los síntomas que lo acucien en su falta irremediable de identidad. Entonces:

Tu yo no es tu Yo.

Y, sin embargo, la reivindicación de un Yo más fuerte e independiente, más autónomo, a pesar de más anónimo, se hace hoy totalmente compatible con su desmultiplicación. Es lo que verificamos como una exigencia de identificación llevada hasta los mayores extremos del control social. Hay razones de estructura para ello y las veremos aquí. Pero enseguida constatamos la extensión progresiva de un campo abonado para los viejos espejismos del Yo y de sus artificios: tu yo no es tu Yo, tampoco es tuyo, necesitas autoayuda, coaching, corrección de algún error cognitivo[1]. El Otro te dirá entonces quién es tu Yo o, en el mejor de los peores casos, de quién es. Por el momento, la ciencia ha hecho ya posible que algunas secuencias de tu ADN estén patentadas, y que no puedas disponer de ellas… sin pagar un precio a determinar por el Otro. Pero también, por la misma razón, ese Yo podrá muy bien decir que él no es el responsable de sus actos y de sus elecciones, que lo son sus genes, los del Otro.

Sí, también es ésta la voz de la ciencia contemporánea:

—Tu yo no es tuyo.

Tu yo es del Otro que se hace existir en el gen o en la neurona. Ese tu Yo anida, aunque tal vez un poco diseminado, entre las circunvoluciones del cerebro coloreado que estamos a punto de cartografiar en su totalidad. Solo que allí mismo donde empezábamos a localizar tu Yo, resulta que también estamos detectando, con los mismos colores, lo que tú llamas “Tú”, tu Otro tan exterior como íntimo a la vez. Sorpresa entonces: la ciencia contemporánea no hace más que toparse con el fantasma del Yo —llamado también “conciencia”,— en cada rincón donde había localizado lo más real de su objeto: en la física, en la biología, y sobre todo en las llamadas neurociencias. Lo veremos también aquí. Como señalaba J.-A. Miller en su Curso, “lo neuro-real es lo que está llamado a dominar los próximos años”[2]. Nuevo significante amo para todo uso, lo neuro ha venido a significar supuestamente lo más real del ser, aunque sea un real ya pasado varias veces por el cedazo de lo simbólico.

Cerebro (National Geographic)
Cerebro (National Geographic)

Pero entonces, de este simbólico agujerado por lo real, sin otra imagen que el vacío que habita y carcome al Yo, ¿quién se ocupa de este simbólico? En una época, Lacan pensó que el psicoanálisis —ciencia conjetural—, encontraría su lugar en la ciencia con una referencia de su experiencia a las ciencias del lenguaje. El inconsciente estructurado como un  lenguaje se localizaba en lo simbólico, registro donde se distingue y se separa muy bien al Yo y sus espejismos del sujeto del inconsciente y su verdad. De ahí la máxima que marcó esta época en el psicoanálisis:

— Tú no eres tu Yo.

Es cierto: desde la perspectiva del Ello freudiano, no solo tú, como sujeto, no eres tu Yo sino que, a consecuencia de ello, eres un sujeto dividido. Eres un sujeto dividido al que le falta el ser, pero sin Otro posible en el que puedas resolver esta división ni esta falta —vano sueño que prometen realizar terapias de aspecto científico—. La experiencia analítica te presta en realidad una apariencia, un semblante decimos también, de ese Otro en la función de un objeto singular que el analista sostiene durante cierto tiempo. Es el famoso objeto a en el que finalmente encuentras la razón de que tu yo no sea tuyo, así como la razón de tus síntomas. Con este objeto a, Lacan pudo reformular el imperativo ético freudiano: “Donde ello era, Yo —como sujeto— debo llegar a ser”.

—¿Tú eres, entonces, tu objeto a?

Una ciencia del objeto a, este hubiera sido tal vez un destino para el psicoanálisis. La idea posterior de Lacan de que la lógica era una ciencia de lo real y que el psicoanálisis debía seguir su referencia, es también una vía a explorar. Pero el problema se complica si seguimos esta lógica en la enseñanza de Lacan tal como Jacques-Alain Miller la ha mostrado y la sigue elucidando. La idea de que habría una ciencia de lo real parece entonces más bien una quimera, una futilidad de la que es necesario seguir los impasses para aislar aquello que no cesa de no escribirse en ella. Condición indispensable para aislar lo real propio del psicoanálisis, lo real que se hace presente en el síntoma. Por este sesgo, tú eres más bien tu síntoma.

Me parece que es por esta vía, vía de impasse siempre sintomático, vía de desencuentro, incluso de malentendido, que debemos seguir investigando el lugar de lo real del psicoanálisis en la ciencia de nuestros días. En esta perspectiva, ha sido para mí un acicate el trabajo desarrollado en el Laboratorio de la Universidad Jacques-Lacan sobre “Psicoanálisis y criterios de cientificidad”, trabajo que seguimos en Barcelona con el asesoramiento de Guy Briole y Vicente Palomera. Varios puntos tratados aquí tienen su origen en este marco de trabajo.

De hecho, una vez localizado el lugar de extimidad que lo real del psicoanálisis ocupa en la ciencia de nuestro tiempo, una serie de textos —algunos más antiguos, otros más recientes—, se ordenaron para venir a formar parte del sumario que ofrezco a la lectura. Fue la amable invitación de Florencia Dassen la que me animó a dar forma de libro a este recorrido de discontinuidades. Su ordenación ni es ni pide, pues, una lectura cronológica: permite los saltos de los que guste la lectura, las idas y vueltas necesarias y las referencias recíprocas entre capítulos.

*Prefacio del libro: Tu Yo no es tuyo (Lo real del psicoanálisis en la ciencia) en la editorial Tres Haches (Buenos Aires.)tuyonoestuyo

(2011)


Fuente: Desescrits


[1] MAMI (Métodos de Autocoerción Mental Inducida) sería, en realidad, el nombre más adecuado para muchas de las terapias que hoy se ofrecen con un sello científico. Ver Miller, J.-A. en Jacques Lacan, Le Sinthome, du Seuil, Paris 2005, p. 158.

[2] Miller, J.-A. (2007-2008), curso del 16 de enero de 2008.

En el imperio de las imágenes

Entrevista a Fernando Vitale, sobre el VII ENAPOL

-¿Por qué titular un encuentro hoy como El imperio de las imágenes?
-Tu pregunta me parece muy pertinente, ¿por qué ese título para el VII Encuentro Americano de Psicoanálisis de Orientación Lacaniana? Es verdad que la respuesta no va de suyo pero brevemente te puedo responder lo siguiente: como siempre, nuestras Jornadas Anuales, Encuentros Americanos y Congresos Mundiales, constituyen para los psicoanalistas de la Orientación Lacaniana la ocasión de una puesta al día, dado que nuestra práctica se renueva siguiendo las transformaciones vertiginosas de la realidad efectiva en la que la misma se desarrolla.
En ese sentido, es indudable que el título El imperio de las imágenes es una manera precisa de caracterizar uno de los aspectos más notorios de esa transformación. No decimos nada nuevo con solo afirmar las posibilidades que los nuevos dispositivos surgidos de las tecno-ciencias han permitido realizar en el mercado de las imágenes, tanto que han transformado en unos pocos años el mundo en que vivimos. Lo que tenemos que investigar en tanto psicoanalistas, son los nuevos síntomas que acompañan ese proceso. Respecto de eso, podemos constatar que paradójicamente al mismo tiempo que el sujeto contemporáneo parece tener al alcance de su mano, a toda hora y para los fines más diversos, las imágenes que se nos ocurran, lo que observamos en nuestra clínica es una dificultad creciente en el anudamiento de lo Imaginario en el armado corporal.
Tendremos que explorar por qué en esa misma civilización que despliega triunfalmente todas esas posibilidades en el campo de las imágenes, la clínica parece mostrarnos que los cuerpos nos informan de algo que hace obstáculo y que no podemos dejar de indagar.

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Times Square

-Si nos remitimos al estadio del espejo, ¿se observan cambios en el estatuto de las mismas en la actualidad?
-Creo que la enorme riqueza clínica de las enseñanzas que Lacan nos dejó en sus elaboraciones de eso que se hizo célebre bajo el nombre de El estadio del espejo siguen siendo hoy de un valor fundamental para un psicoanalista. Retengamos por el momento lo mínimo: la imagen de completud anticipada que captura al sujeto en la experiencia del espejo, implica al mismo tiempo el desconocimiento más profundo del cuerpo real y sus límites. Podemos afirmar que el tipo de imagen que se hace imperio, bajo la promesa del impossible is nothing, deja al sujeto cada vez más solo y sin recursos frente a los embates de lo real.
No hay que olvidar que al final de su enseñanza, Lacan reinterroga el registro de lo Imaginario planteando que frente al sin límites del empuje al goce, el único limite real, es cómo cada cuerpo encuentra la manera de poder sostener anudadas sus tres consistencias. Desde esa perspectiva, el registro de lo Imaginario que había quedado un poco olvidado en nuestras consideraciones, recobra un lugar de pleno derecho y nos abre un nuevo campo de investigación en el que poder interesarnos.

-¿Cuál sería el valor antropológico de la imagen en la institución de las sociedades occidentales, o en las que están bajo las protocolos de las lenguas indoeuropeas?
-Si hay algo que demuestra la experiencia analítica es que tenemos que poner seriamente en cuestión aquello que se querría nombrar bajo el término de naturaleza humana. Lo que me preguntás me hace pensar en un libro muy interesante que leí recientemente por sugerencia de Juan Carlos Indart. Un libro de Francois Jullien que se llama De la esencia o del desnudo. Jullien plantea allí que si hay un rasgo revelador de la aventura intelectual de Occidente tanto estética como teórica desde Grecia hasta nuestros días: ese rasgo es el desnudo. Ubica en la omnipresencia del desnudo, el intento de atrapar lo real mediante una imagen que lo diga todo, poder finalmente hacer entrar lo real en el campo de la representación; lograr verdaderamente poder contemplar lo real al desnudo. Contrapone a eso, por sus estudios de sinólogo, el hallazgo de la ausencia completa del  tema en la cultura China tradicional.
Podríamos considerar una ilustración de esto en los esfuerzos comtemporáneos por medio de los cuales se pretende querer capturar por medio de neuroimágenes los enigmas del cuerpo real.

-¿Cómo relacionar esos cambios (si los hay) con una sociabilidad atravesada por la cultura digital?
-Una cuestión en la que me parece importante detenernos: si con la expresión El imperio de las imágenes nos estamos refiriendo a una transformación definible solamente en su aspecto cuantitativo o si hay allí un salto cualitativo. Jacques-Alain Miller ha planteado que la voluntad en juego detrás de esas imágenes, acarrea una lógica que es siempre de incitación, intrusión, provocación y forzamiento respecto de cualquier límite que quisiera oponérsele. El empuje al goce contemporáneo somete a los cuerpos a una ley de hierro cuyas consecuencias hay que estudiar con detenimiento. Es lo que Lacan profetizaba como el ascenso al cenit social del objeto a en tanto plus de goce, siempre dócil a vestirse de imágenes que se renuevan sin cesar.

(2015)

Fuente: Télam

El retorno del péndulo, de Z. Bauman y Gustavo Dessal

Entrevista a Gustavo Dessal, por Pablo Chacón

En El retorno del péndulo, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman y el psicoanalista argentino Gustavo Dessal arman un contrapunto como para pensar cuestiones clave del mundo contemporáneo, teniendo como horizonte el concepto de liquidez del primero articulado con las hipótesis de Sigmund Freud y de Jacques Lacan del segundo.

Publicado por el Fondo de Cultura Económica, el subtítulo reza sobre el psicoanálisis y el futuro del mundo líquido, conceptos que suponen una desarticulación de época o bien la entrada en otra.

Bauman nació en Poznan en 1925, es profesor emérito de Sociología en las 0809_bauman_fontevecchia_entrevista_g4.jpg_1853027552Universidades de Leeds y de Varsovia; es premio Príncipe de Asturias 2010 y autor de más de una veintena de títulos.


Gustavo Dessal

Dessal nació en Buenos Aires en 1952, es escritor, miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Es docente del Instituto del Campo Freudiano en España.


-Para empezar, ¿cómo se produjo tu contacto con Zygmunt Bauman? ¿Conocías sus libros?

-Desde que cayó en mis manos Amor líquido, me convertí en un entusiasta seguidor de la obra de este hombre excepcional. Un sociólogo que escribe como poeta, un tipo auténticamente comprometido con aquello de lo que habla. Hace un par de años Bauman dictó un seminario de verano en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. Lamentablemente no pude asistir, pero gracias a una persona de mi amistad y confianza pude obtener su correo electrónico para proponerle una entrevista acerca de su relación con la obra de Sigmund Freud, a quien no deja de citar en casi todos sus libros. Para mi sorpresa, su respuesta fue inmediata y positiva, plena de generosidad y confianza en alguien que para él era un completo desconocido. Así se inició un intercambio de correos y de textos. Lo que comenzó siendo una entrevista, se convirtió en un diálogo sobre temas que son objeto de estudio tanto para la sociología como para el psicoanálisis. Y en esa conversación por escrito pudimos encontrar puntos de convergencia.

-El concepto de lo líquido,  que podría equivaler a la decadencia de la autoridad o de la imago paterna, ¿pensás que Bauman lo inventó orientado por esa misma idea o bien por una ausencia de referencias en el mundo social que desemboca, creo que inevitablemente, en Freud?

-Me gustaría recordar que aunque el concepto de lo líquido es posiblemente aquello que más se asocia al nombre de Zygmunt Bauman, no es ese su único mérito. Su obra Modernidad y Holocausto, por ejemplo, es posiblemente uno de los tratados más lúcidos sobre el tema del antisemitismo, y al mismo tiempo una anatomía de la relación consustancial entre el progreso científico-técnico y la barbarie. Allí no encontramos aún el concepto de lo líquido. Me dirijo ahora a tu pregunta concreta. Bauman utiliza conceptos y categorías sociológicas y filosóficas, y abreva en las fuentes freudianas. De modo explícito se considera tributario de Emanuel Levinas, y no tiene ningún empacho en reconocer que la obra de Lacan le supone una oscuridad en la que no ha tenido la oportunidad de internarse. Por lo tanto, creo que vincular la declinación de la imago paterna al concepto de liquidez ha sido una hipótesis a la que me he atrevido de forma personal, para ver hasta qué punto era posible encontrar una congruencia entre ambas cosas. La liquidez de Bauman es un modo de tratar la disolución de las grandes estructuras ideológicas que durante siglos dieron forma y solidez al orden social. La invención lacaniana del Nombre del Padre es algo verdaderamente extraordinario, posiblemente uno de los conceptos más lúcidos desde que Marx revelase la función de la plusvalía y Freud descubriera el inconsciente. Los intelectuales están aún muy lejos de haber percibido su significado. Crear un concepto que arroja una inmensa luz tanto sobre la clínica del ser hablante, como en el campo social e histórico -¡todo eso con un solo significante!- y explicar al mismo tiempo uno de los resortes fundamentales del discurso del amo durante siglos, es a mi entender una auténtica proeza intelectual.

-Tus intervenciones parecen acomodar o poner en orden los conceptos de principio de realidad y principio de placer, introduciendo la cuestión de la pulsión de muerte y el goce. El libro, entonces, se vuelve, digamos, pesimista. ¿Cómo piensan Bauman y vos este asunto de cara al siglo XXI?

-No querría que los lectores sacaran una conclusión pesimista de este libro, pero sin duda uno no puede evitar todos los posibles deslizamientos y evocaciones que una obra despierta en quien la recibe. Más aún: creo que un autor debe asumir la responsabilidad de todo aquello que suscita en los lectores, aunque ellos le devuelvan un sentido que no había tenido la intención de transmitir. Aquí vale el principio lacaniano de que uno siempre recibe su propio mensaje en forma invertida, por lo tanto no vale el argumento No es eso lo que quería decir. No obstante, me gustaría que el pesimismo de Bauman y el del psicoanálisis de Freud y Lacan no se leyesen como una actitud de derrota frente a la fatalidad de la historia o de la condición humana. Más bien debería interpretarse como un arma de resistencia frente a la perversidad de un optimismo que ha hecho del progreso una profesión de fe. Después de Auschwitz, la confianza ciega en el progreso es una posición obscena, inmoral, a todas luces inaceptable. En ese sentido, prefiero alinearme con el pesimismo, siempre y cuando -insisto- se considere una palanca para seguir avanzando en la lucha por la vida, por la dignidad humana, por los valores que contribuyen a resistir los embates de un sistema que degrada nuestra existencia.

-André Green piensa que vivir infectado por la pulsión de muerte es complicado. ¿Cuál es tu idea al respecto, en un momento que en vastos sectores del planeta retorna el ama a tu prójimo como a ti mismo?

-No conozco ese pensamiento de André Green, por lo tanto no me atrevo a opinar sobre eso. Si se refiere a que no es lo único que debemos tomar en cuenta tanto en el aspecto del sujeto individual como colectivo, estoy perfectamente de acuerdo. Freud nos legó su dualismo Eros-Thánatos, lo cual implica que no podemos ni debemos descuidar el hecho de que la pulsión de muerte no posee una autonomía absoluta. Por supuesto, existen fenómenos clínicos y acontecimientos sociales en los que reconocemos su primacía, su inquietante protagonismo. Pero es un error (y no sé si es eso a lo que André Green tal vez se refiere) que los psicoanalistas nos convirtamos en propagadores del terror intelectual. La pulsión de muerte, en tanto concepto, debe estar al servicio de arrancarnos de la ingenuidad de confiar que el bien es soberano, y que el placer comanda todos nuestros actos. Pero no hay razón para transformarla en un tema morboso. Nadie puede negar la lucidez de Paul Virilio, para tomar un ejemplo, pero sus reflexiones destilan un goce muy particular… ¿Ama a tu prójimo como a ti mismo? Quizás estoy equivocado, pero creo que el imperativo actual es mucho más sencillo de enunciar: Ámate.

-Creo que es una preocupación común a ambos. Las redes sociales, imposible desconocer sus beneficios. De lo que no se habla demasiado es de sus zonas oscuras: encierro, paranoia, aislamiento, ausencia del cara a cara. En ese sentido, ¿el péndulo tiene retorno, y cuál sería, si lo hubiera porque creo es imposible ignorar a ese nuevo actor?

-En una conferencia que dictó en Madrid, le escuché decir a Bauman cosas muy afinadas -y por eso divertidas- sobre las redes sociales. Recuerdo que hizo reír a un público de más de trescientas personas cuando dijo que no podía comprender cómo había gente que en Facebook tenía centenares de amigos ( incluso miles), y él en sus 89 años apenas había conseguido juntar unos pocos… Pero su observación más interesante -cada vez más evidente en la clínica actual- es el hecho de que hay mucha gente puede vivir casi solo en el mundo on-line. Esas personas suelen hallar muchas dificultades para moverse en la vida off-line ¡Y eso es absolutamente cierto! No es necesario ponernos en el ejemplo extremo de aquellos sujetos psicóticos que encuentran en el ciberespacio la única posibilidad de alojar algo de su ser (lo cual es una de los tantos beneficios de Internet). Cada vez es más habitual, por ejemplo, que las parejas se formen, se seduzcan, se exciten, se peleen y se rompan a través del chat o del mensaje de texto, o el WhatsApp. Comenzamos a darnos cuenta de que las redes sociales y la comunicación virtual (más allá de sus ventajas, que están fuera de cualquier discusión) permiten que la presencia se ausente, si me permites expresarlo de ese modo. Todos los días los analistas recibimos a hombres que ya no se atreven a decir ciertas cosas a las mujeres en vivo y en directo, y se refugian en la protección del chat, la video conferencia, o sistemas semejantes.

-Al paradigma disciplinario, del control, del espectáculo, se le suma ahora el del   cansancio. El cansancio físico como parte de un cansancio ontológico. ¿Cuál es tu posición al respecto, se trata de un nuevo estado de excepción, de un síntoma o de un estado de la época, o de eso todo junto?

-Es muy interesante tu pregunta, porque me remite a algo misterioso, surgido en los últimos tiempos, y que la medicina ha diagnosticado como síndrome de fatiga crónica. Eso no existía antes, o al menos los casos no eran lo suficientemente numerosos como para justificar una categoría especial. Para el psicoanálisis, un cuadro semejante no es más que algo a interrogar, es decir, que no sabemos a priori lo que vamos a encontrarnos cuando escuchamos a un sujeto que nos habla de eso. Tal vez una psicosis encubierta, o estabilizada en ese fenómeno, tal vez una forma más sofisticada de la histeria clásica. Pero en cualquier caso, no deja de ser muy sugerente que esto se presente con una frecuencia cada vez mayor. Tal vez el cansancio ontológico al que te refieres, sea el efecto secundario de esa liquidez que ha contaminado a la sociedad. La precariedad existencial a la que estamos cada vez más sometidos (pese a las brumas de la felicidad con las que el marketing nos envuelve todos los días), hace la vida muy agotadora de llevar.

(2014)


Fuente: Télam